Manolo el del Bombo, la vida desconocida y triste del hombre que llevaba la alegría a España

Manolo el del Bombo, la vida desconocida y triste del hombre que llevaba la alegría a España

«Yo, bombo... Yo, bombo...» Era lo único que Manolo acertaba a decirle a una joven policía sudafricana, que lo miraba con incredulidad y nos miraba al resto en busca de respuestas. Lo único que encontraba eran risas. Manolo no estaba dispuesto a dejar el bombo para entrar en el estadio Ellis Park, donde España debía enfrentarse a Honduras, como le exigía la responsable de seguridad. Los nervios le impedían enlazar las cuatro palabras de su rudimentario inglés. Alguien le dijo a la policía que Manolo era «nuestro Nelson Mandela», a lo que el aludido contestó: «¿Que soy el qué?». La agente se contagió de las risas y, con alguna explicación más, accedió a dejarle pasar. «Yo, bombo... Yo, bombo...», repetía mientras se adentraba en las tripas del estadio. Esas dos palabras sintetizaban, en realidad, su vida, la de un personaje que llevaba la alegría a las gradas, aunque su vida se desmoronara como la de un juguete roto.

España ganó a Honduras (2-0) en el Ellis Park de Johannesburgo y comenzó el camino hacia el título después de caer contra Suiza. La recuperación de la selección de Vicente del Bosque fue, en cambio, en paralelo a la recaída de Manolo, aquejado de una fuerte ciática. Alojado con los periodistas, pedía continuamente ibuprofeno hasta que ya no pudo más y, entre lágrimas, dijo: «Me tengo que ir a casa». El debut de España había desatado críticas y dudas, por lo que Manolo regresó apenado, pero sin la sensación de perderse algo histórico. España ganó a Portugal, en octavos, y a Paraguay, en cuartos, para alcanzar las semifinales. La selección había encontrado el juego, pero le faltaba el bombo.

"El bombo o yo"

El siguiente problema era un problema que perseguía a Manolo: el dinero. Una separación con cuatro hijos que estuvieron tiempo sin hablarle, una segunda relación de la que salió más endeudado y negocios ruinosos relacionados con la hostelería, las copas y hasta el alterne, con un local en la carretera de Sariñena, lo habían dejado seco. Su primera mujer, una «belleza», según repetía, le dijo: «El bombo o yo». Al volver, se encontró el piso vacío. Apenas conservaba su bar-museo, junto a Mestalla, que también acabó por cerrar.

Si estaba en Sudáfrica, como en todos los Mundiales anteriores desde España'82, había sido por las ayudas de la Federación en los tiempos en los que viajar con la selección era una frustración constante. En los chárter con los jugadores y los periodistas apenas lo hacían Manolo y Revilla, un prestamista con americana de prestamista, siempre la misma.

Había que ayudar a Manolo a volver a Sudáfrica, insistir a la Federación y a los patrocinadores. Para eso, Ángel Villar era fácil, un sentimental. Lo hizo en uno de los chárters que desplazaban a familiares. Cuando se subió al autocar para ir al estadio de Durban, escenario de la semifinal ante Alemania, a Manolo se le habían quitado todos los dolores. Vio marcar a Puyol en directo, como a Iniesta en la final. «Ya me puedo morir», dijo entonces. Le quedaban partidos y le quedaba tiempo, pero un tiempo que le deparó decepciones y le llevó a rayar la depresión.

Bocadillos para los niños

La Federación cambió, con la llegada de Luis Rubiales, y el cariño, también. Acudió todavía al Mundial de Rusia, que estaba comprometido, pero ya nadie le llamó para ir a Qatar. Manolo sintió que no era correspondido. Había dejado su vida por la selección, pero el fútbol no le respondía, todo lo contrario que los aficionados. Era reclamado para autógrafos y fotografías más que cualquier jugador. En el primer viaje de la selección a Albania tras la caída del régimen comunista, la tripulación sólo estaba interesada en fotografiarse con dos personas, Manolo y José María García. En Tirana, pidió a todos los bocadillos de la prensa para repartirlos entre los niños harapientos.

Manolo, en un partido de España.

Manolo, en un partido de España.Kai FörsterlingEFE

Había nacido en La Mancha, hijo de un albañil, pero creció en Huesca, vivió en Zaragoza y, finalmente, en Valencia, donde puso el bar-museo al que había que ir a por el bocadillo antes del partido. Acudió a un encuentro entre Zaragoza y Valencia, «los dos equipos de mi vida», recién operado de menisco, y la Cruz Roja le dio una vuelta al ruedo en La Romareda.

La gran aparición de Manolo se produjo en el Mundial de España, en 1982, en el que se desplazaba de una ciudad a otra en auto-stop. Fingió vomitar para bajarse, después de que un conductor alemán se le insinuara, e hizo otro de los tramos en un coche fúnebre, con el bombo apoyado sobre el ataúd. Ponía nombres a los tambores, como si tuvieran vida, como si fueran los hijos de los que se había alejado. Al primero le llamó Clarete, hecho en Calanda. Después llegó Pingüino y, finalmente, 'Escachuflau', por los desperfectos tras un accidente.

Nunca se separaba de su instrumento y se enfadaba si le obligaban a facturarlo en los aviones. Al llegar a Zenica, en Bosnia, para jugar un partido en la era de Luis Aragonés, alguien apareció a la carrera y se llevó el bombo. El conductor del autobús lo atrapó. No era la primera vez. Dada la suciedad de las habitaciones, durmió en la recepción, abrazado al bombo como se abraza a una pareja.

«¿Voy a llamar a Movistar para ponerlo en el bombo?», dijo en una última comida. Habían pasado ya los tiempos de los bolos con las selecciones de Costa Rica o Venezuela. «Tendré que venderlo», se resignó después. Ese día había muerto en vida.

El mal necesario del banquillo para Florentino ante el dilema del relevo: Xabi Alonso, equidistante entre Ancelotti y Mourinho

El mal necesario del banquillo para Florentino ante el dilema del relevo: Xabi Alonso, equidistante entre Ancelotti y Mourinho

El buen patrón que interpreta Javier Bardem, un empresario de provincias, en la comedia de Fernando León de Aranoa, tiene una dimensión incomparable a la de los grandes patrones del fútbol con los que ha cohabitado Carlo Ancelotti. De los Agnelli y Silvio Berlusconi a Roman Abramovich, Nasser Al-Khelaifi y Florentino Pérez. Si embargo, con el buen patrón, grande o pequeño, encaja siempre el buen y fiel empleado, el buen entrenador. El italiano tiene un Máster en patrones que le ha permitido desarrollar el arte de la flotabilidad, con un instinto clave para encontrar el punto de equidistancia exacto entre la jerarquía y la independencia.

Para saber más

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El resultado ha sido una cosecha escasa en Ligas (seis en 22 años al frente de Juventus, Milan, Chelsea, PSG, Bayern y Madrid), pero casi tantas Champions (cinco, tres en el club blanco). Es, pues, una pieza única, hecha a la medida del complejo ecosistema madridista, donde no se buscan equipos de autor porque es un club de autor. Florentino lo sabe, y ello genera inquietud cuando el ciclo da síntomas de agotamiento, pese a la heroica reacción en la final de Copa frente al Barcelona en La Cartuja. La heroica es para los días festivos y el Madrid actual necesita manos de entrenador, ambas, la izquierda y la derecha, de lunes a domingo.

Florentino Pérez.

Florentino Pérez.Jose BretonMUNDO

Las siete Champions conquistadas por el presidente, en sus dos etapas, han sido con Vicente del Bosque, Zinedine Zidane y Ancelotti. Buenos entrenadores en el sentido amplio, aunque las salidas de los dos primeros dejaron aristas que esta vez no se producirían con el italiano, más dolido en el final de su primera etapa. Del salmantino prescindió Florentino tras ganar una Liga, en mitad del motín del Chistu, para subir al Madrid a un tiovivo de entrenadores que lo llevó a la viñeta del Atlético de Jesús Gil. Con el tiempo, el dirigente reconocía, a regañadientes, que fue una de las decisiones equivocadas de su primera etapa, más allá de la falta de sintonía con Del Bosque. Era mutua. Lo es.

La deriva del equipo esta temporada hizo que la cúpula pensara en un plan alternativo que los hechos no han cambiado. Con la Liga todavía pendiente, aunque sea observada como un Everest, y un clásico en Montjuïc, Ancelotti levanta la ceja y se agarra al flotador, aunque resignado a un desenlace que no desea cruento. Tampoco el club.

Xabi Alonso, en el banquillo del Bayer Leverkusen.

Xabi Alonso, en el banquillo del Bayer Leverkusen.Christopher NeundorfEFE

Xabi Alonso, en la cabeza del presidente, quiere construir equipos de autor, y por eso intentó descubrir lo mejor de José Mourinho, lejos de los prejuicios y el ruido, y fue en busca de la ciencia de Pep Guardiola. El Bayer Leverkusen lo es. Tiene la ventaja de conocer el club, a Florentino y la Liga. Como el hijo que vuelve a casa de los padres, no tiene que preguntar dónde están las galletas y el café. Pero no busca equidistancias, exige, decide y actúa. El pulso que mantuvo frente a Hacienda, «con muchos riesgos», según los habituales del Tribunal Supremo, es una prueba de su carácter. Si no lo cree, no hay pacto posible.

El presente del Leverkusen no es como el de la temporada pasada, fuera ya de las semifinales de Champions y sin opción al título en la Bundesliga. Al frente del club de la Bayer, el CEO español Fernando Carro tiene claro que, si llama Florentino, la salida de Xabi Alonso no será un problema. Carro es un negociador hábil y pragmático, y habla el mismo lenguaje que José Ángel Sánchez, primer ejecutivo del Madrid. Dejó el poderoso grupo Bertelsman para hacer carrera en el deporte y sabe bien con quién hay que estar a buenas.

A falta de tres jornadas para concluir la Bundesliga, el Bayern aventaja en ocho puntos al Leverkusen. Es ya virtual campeón. Cuando el Madrid juegue el clásico en Montjuïc, el 11 de mayo, más que probablemente ya estará todo decidido. Tanto Ancelotti como Xabi Alonso esperan decisiones con un año de contrato por delante. No hay, pues, ni urgencias ni malas relaciones, al contrario, lo que permite escoger el momento o no hacerlo. Si llega, el dilema será quién dirigirá al equipo blanco en el Mundial de clubes, un objetivo estratégico del Madrid, y más tras los fracasos del curso, además de convertirse en parte de la pretemporada. Tiene sentido que sea el elegido para el nuevo curso.

Carlo Ancelotti.

Carlo Ancelotti.Manu FernandezAP

Florentino es de los que cree que el entrenador es un mal necesario del fútbol y la realidad es que sólo se ha sentido identificado con un técnico-autor. Fue Mourinho. Un entrenador para una circunstancia, competir frente al Barça de Guardiola, uno de los mejores equipos de la historia, y elevar la deteriorada autoestima del madridismo. Lo consiguió, aunque con devastadores efectos colaterales para la imagen del Madrid. No estamos ante lo mismo, pero sí frente a un Barcelona creciente, que ha ganado tres de tres clásicos y dos títulos directos al Madrid esta temporada. «Sólo hay un entrenador que puede soportar eso con Florentino, y es Ancelotti», afirmaba alguien que trabajó muy cerca del presidente antes de la final de Sevilla. El castigo ha aumentado.

La historia dice que ninguna de las veces que Madrid y Barcelona se han enfrentado en cuatro o más ocasiones en una misma temporada, alguno de los dos ha hecho el pleno de victorias. Si seguimos, pues, la estadística, ello llevaría a una victoria blanca o un empate en Montjuïc, aunque siempre hay una primera vez para todo, incluso para hundirse con el salvavidas puesto.

Koundé abre el ciclo del nuevo Barça y entierra el de Ancelotti en una final trepidante

Koundé abre el ciclo del nuevo Barça y entierra el de Ancelotti en una final trepidante

El vuelo de Koundé no fue el vuelo de Ícaro. No había sol bajo La Cartuja que derritiera sus alas en forma de melena, sólo un dios del fuego, un Vulcano de la pelota que agitó en su fragua el carbón del orgullo y la ira para llevar al límite al mejor equipo del año en una final trepidante. El Madrid, en cambio, es el mejor en las llamas y el caos, pero, hoy, no es suficiente. La temporada lo ha demostrado. Le falta el yunque y una idea clara de cómo utilizarlo. Todo lo contrario que el nuevo campeón de Copa, con el modelo y las herramientas, y la pasión de un adolescente para el que lo mejor está por venir. [Narración y estadísticas (3-2)]

La conexión imberbe del primer gol es la prueba, Cubarsí-Lamine-Pedri. Entre los tres abrieron un marcador que cerró Koundé para empezar un ciclo con el primer gran título de esta generación, después de una Supercopa de chocolate. Un ciclo que entierra otro, el de Carlo Ancelotti, como un general romano en retirada en un imperio que se agota, pese al honor de las últimas batallas. Es el momento del César.

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A Florentino Pérez corresponden decisiones que ya están pensadas, pendiente Xabi Alonso de una llamada. La misma que recibió Hansi Flick hace menos de un año para reconstruir un equipo adocenado. La llegada de Dani Olmo, que ha jugado a ratos, no justifica el cambio. Para acometer ese proceso, el Madrid debe mirarse hacia adentro sin mirar hacia afuera, sin engañarse con el relato arbitral por imprudentes que fueran los colegiados antes de la final de Sevilla. Se trata de cajones diferentes, no se abren a la vez.

Mbappé, suplente

Ese ciclo se cierra, además, en el año de Mbappé, el año que debía mostrar a un Madrid intratable. La realidad es que ha acabado maltratado por el Arsenal y el Barcelona, aunque en la Copa sólo llegara a derrotarle. La providencia, en forma de lesión, quiso que Mbappé no estuviera en el once de La Cartuja. La exigencia le obligó a exprimirse a partir del descanso. Fuera de la Champions, lejos en la Liga y por detrás ya en el marcador de la final, no había nada que administrar.

La baja del francés llevó a Ancelotti a hacer algo que, probablemente, le pedía el cuerpo y es huir del 4-3-3 para formar prácticamente en un 4-1-4-1, con Tchouaméni como pivote, Ceballos un paso adelante y Vinicius en punta. Rodrygo era un cuarto centrocampista absolutamente irrelevante, tanto que fue el señalado para dejar su sitio a Mbappé. La solución no funcionó, porque el Madrid no trabaja para eso. O corre o muere. Es lo que hizo después.

Al empezar, en cambio, tuvo enormes problemas para iniciar el juego ante la presión alta del Barcelona, lo que obligó a Courtois a sacar en largo, y falta de claridad para encontrar a un Vinicius solo, ofuscado y sin precisión. La primera vez que tiró entre los tres palos fue tras el descanso. Era también la primera vez del Madrid, sometido a un dominio total del Barcelona en el primer tiempo. Szczesny ganó el duelo al brasileño en una doble parada.

Los futbolistas del Madrid, abatidos, tras el gol de Koundé.

Los futbolistas del Madrid, abatidos, tras el gol de Koundé.AP

Flick no hizo experimentos y solucionó sus bajas con lo que más ha probado en la temporada, Ferran Torres por Lewandowski y Gerard Martín en el lateral izquierdo. Era el punto más débil del Barcelona, pero la inoperancia de Rodrygo acabó por hacerle crecer en confianza.

Asencio cortó un centro mortal de Raphinha y Courtois sacó una mano de gigante ante un remate de Koundé antes de que Cubarsí viera la carrera de Lamine Yamal. La ruptura de líneas con pases verticales es una de las especialidades del central. Lamine bailó con Fran García y se tomó una pausa, la justa para que la llegada de Pedri, certero en el lanzamiento allá donde Courtois no pudiera llegar. El crecimiento del canario esta temporada ha sido colosal, en el liderazgo y en su capacidad física para estar en todas partes, con el don de la ubicuidad, y decidir bien. Es también lo que distingue a Lamine, sin el protagonismo de otras veces, pese a su pelo coloreado, como un dios pagano.

Presionar, correr, atacar..

Ancelotti necesitaba activar a los suyos, desesperado en la banda, donde había sido ya amonestado. Quizás pensó que eso también podía levantar a su gente, narcotizada la grada por el dominio azulgrana. La temprana lesión de Mendy, que había forzado para jugar pero cayó a los ocho minutos, había sido ya el primer hándicap para el técnico.

La primera decisión fue llamar a Mbappé. Para eso había llegado al Madrid, para estos momentos, para el riesgo si era necesario. La salida, tras el descanso, fue como una punción en el sistema nervioso del equipo. Llegó entonces ese disparo iniciático de Vini. Empezaban a pasar cosas en el área azulgrana. Para el Barça no parecían importantes. Se equivocó. Lo serían.

Hacía falta más y llegó el turno de Arda Güler y Modric, y hacía falta presionar, correr, lanzarse, atacar, ser el Madrid, en pocas palabras. El cambio trajo las llegadas y, finalmente, una falta en la frontal. En esas circunstancias, era como encontrar una veta en una mina. Mbappé lanzó cruzado y, tras tocar en el palo, lo que parecía imposible se hizo realidad. Tan imposible, después de lo observado en el primer tiempo, que los azulgrana quedaron en estado de shock, expuestos y superados por los madridistas, lanzados entonces al espacio.

Courtois no alcanza el disparo de Pedri, en la acción del 1-0.

Courtois no alcanza el disparo de Pedri, en la acción del 1-0.AFP

Una llegada de Vini dejó el centro que Mbappé lanzó fuera, pero la tendencia había cambiado. Tchouaméni la consumó a balón parado, porque en todo era superior en ese instante el equipo blanco. Ahí tuvo la Copa a su alcance el Madrid, pero espacio por espacio, no aprovecharon más los suyos y dejó que lo hiciera Ferran Torres en la llegada aislada de un Barça que pedía oxígeno.

Pudo hacer el pleno en otra más, pero la caída de Raphinha no se había producido por la falta de Asencio, sino que el azulgrana la había simulado. De Burgos Bengoetxea señaló penalti, ya en el tiempo añadido, pero tras minutos de suspense fue a verla la jugada en el monitor y la anuló, mientras la afición del Barcelona insultaba a Florentino. Nada se olvida.

La prórroga empezaba del mismo modo, con el equilibrio que no tuvo el inicio, pero con el desenlace que ese mismo inicio apuntaba, cuando Koundé aprovechó un error del infalible Modric y, como Ícaro, atravesó el cielo sin quemarse mientras ardía el Madrid de Ancelotti.

El Madrid sucumbe a su impotencia y Ancelotti inicia el 'via crucis'

El Madrid sucumbe a su impotencia y Ancelotti inicia el ‘via crucis’

Quien no ha tenido una pareja o un amante que siempre llega tarde, que te desespera en la espera. Cien veces decides irte y cien veces decides quedarte, porque crees que el final de la noche será único. Cuando no acude, lo maldices, pero sabes que volverás al mismo lugar, con la misma excitación, en la siguiente cita. Esa pareja o amante es el Madrid. Lo saben todos los que formaron la larga procesión secular al Bernabéu, esperanzados en una remontada que esta vez no se produjo, porque la cita exigía pasión, claro, pero a las mejores pasiones las acompañan las caricias, y nadie del Madrid se las ofreció a la pelota. El Arsenal lo hizo lo justo, suficiente no sólo para pasar a semifinales de la Champions, también para ganar en el Bernabéu. El Jueves Santo no va a impedir las maldiciones, aunque el fútbol tenga querencia por las estaciones de la Semana Santa: martirio y resurrección. El creyente Ancelotti tiene difícil la segunda. Ha empezado su via crucis. [Narración y estadísticas (1-2)]

El entrenador había hablado, entre medias sonrisas, de la cabeza, el corazón y los cojones. La máxima de las cuatro C la acuñó Seve Ballesteros. Ancelotti se olvidó de citar la primera: la calidad. El Madrid no la encontró en ningún momento, como si esta vuelta de cuartos fuera la metáfora y la hipérbole, ambas a la vez, de la temporada. La sobreexcitación no ayudó. De hecho, el Madrid empezó el partido por el final. Necesitaba tres goles para igualar la eliminatoria, tres goles en 90 minutos, y escogió la montonera. Está bien algo de descontrol, pero si es para descontrolar al contrario en la salida de toriles, en un arranque a fuego. Pasado ese tiempo, es necesario el juego.

El problema no es que el Madrid no lo encontrara en el Bernabéu, es que prácticamente no lo ha hecho en toda la temporada. El choque fue el collage de todos sus problemas estructurales a los que Ancelotti no ha encontrado solución desde la marcha de Kroos. La entrada de Modric, tardía, no sirve de nada porque no es el mismo Modric, y porque el croata no siente ya la jerarquía de antaño. Ceballos pasa por el centro del campo como unos padres por la habitación de un adolescente. Pone las cosas en su sitio, nada más.

Demasiados centros

Esta eliminación, esta derrota y esta impotencia va a pesar sobre la figura del italiano, cuando al via crucis le quedan dos paradas decisivas: la final de Copa y el clásico en Montjuïc, ambas ante el Barcelona, con ventaja en la Liga. Después de haber perdido ya dos este curso ante los azulgrana, el mayor aliado del Madrid es la estadística, porque es difícil perder cuatro. Ese Barça necesitaba un estímulo nuevo en el vestuario la temporada pasada y lo encontró. A Florentino Pérez le corresponde reflexionar acerca de si lo necesita el Madrid, con todo el respeto por el entrenador que más títulos ha ganado en la institución. Difícil análisis.

Ancelotti optó por lo esperado, con Valverde en el centro del campo, aunque ello supusiera dar el lateral a Lucas Vázquez. Pese a sus lagunas defensivas, fue de los más activos en su despliegue ofensivo, aunque una vez en los tres cuartos, el Madrid abusó de los centros, frontales muchos de ellos y fáciles de defender para el Arsenal. Ni un balón comprometido tuvo que sacar Raya de la portería del Arsenal en todo el primer tiempo. Courtois, en cambio, detuvo un 'penaltito' cometido por Asencio, cantado como un gol en el coliseo blanco, a Saka, un Panenka confundido, y otro disparo cruzado de Martinelli tras una contra.

Poco más hicieron los de Arteta, a la espera de que pasaran los minutos frente a la frustración blanca. Es el equipo de la Premier menos goleado, el que mejor defiende. Se siente cómodo en esa situación. La impresión es que mostró menos de lo que tiene, porque no lo necesitó, en el aspecto ofensivo. En una de sus triangulaciones se encontraron Odegaard, Mikel Merino y Saka para elevar sobre Courtois y redimirse del penalti. El efecto psicológico, pasada la hora, lo emborronó el propio Arsenal, con un error de Saliba que ofreció el gol a Vini.

Los futbolistas del Arsenal festejan el 1-2 en el Bernabéu.

Los futbolistas del Arsenal festejan el 1-2 en el Bernabéu.EFE

Nada cambió, en realidad, porque no había ideas con que cambiarlo, mientras el Arsenal, inteligente, intentaba jugar más tiempo en campo del Madrid, alejarlo de su área y refugiarse en largas posesiones. El control que pretendía Ancelotti, sin conseguirlo pese a dar entrada a Ceballos o Modric, lo tuvo siempre Arteta, un entrenador español de nueva generación que se presenta a lo grande en el mejor escenario posible. Martinelli culminó, a la contra, lo que el juego decía. Sólo se trataba de esperar el momento.

A Arteta le aguarda el PSG de Luis Enrique. El PSG en el que ya no juega Mbappé, que llegaba después de una patada de impotencia ante el Alavés. La impotencia continuó. El francés vino para ganar Champions después de ganar todo el dinero posible. Tendrá que esperar. Se movió por todas partes, pero sin la precisión adecuada, y dejó el campo lesionado. Tampoco acometió escaladas individuales, como intentó Vinicius desde el inicio, pero siempre perdedor frente a Timber, Saliba o Declan Rice, goleador en la ida y pletórico en la vuelta. La cruz que porta Ancelotti es también su cruz.

Mbappé pierde los papeles y el Madrid se aferra a la Liga con una victoria en Mendizorroza

Mbappé pierde los papeles y el Madrid se aferra a la Liga con una victoria en Mendizorroza

La mente es un misterio. La de una estrella del fútbol, sometido a las mil y una presiones, un misterio insondable. Es inútil, pues, preguntarse qué pasó por la cabeza de Mbappé para realizar una entrada como la que hizo sobre Antonio Blanco en el centro del campo. Brutal. Ni siquiera el francés tiene la respuesta, porque no podía achacarse a la derrota ni a la impotencia, ya que en ese momento ganaba el Madrid en Mendizorroza. Simplemente, pasó. Corresponde a Mbappé la penitencia; al Madrid, la reprimenda, y al Comité de Competición, la sanción.

Lo que si es posible es preguntarse por las consecuencias. Por fortuna para el francés, no las sufrió el Madrid en el marcador ante un Alavés tan intenso como romo, y que, además, perdió por lo mismo a Manu Sánchez en el tramo final. El castigo a Mbappé, en cambio, si será una merma en una Liga cuesta abajo para el Barcelona. El gran interrogante es si le privará de la final de Copa. Inicialmente no, al referirse Soto Grado en el acta a una "fuerza excesiva", no a una agresión. Las agresiones pueden ser castigadas con cuatro partidos o más y afectar a ambas competiciones, no sólo a la Liga. El hecho de que Antonio Blanco continuara en el campo juega, asimismo, a su favor.

Primera roja en seis años

El francés no había visto una roja directa desde septiembre de 2018, con el PSG. Hace más de seis años. No estamos ante un futbolista problemático ni siquiera en las protestas, como ocurre con Vinicius. Mbappé suele huir de lo tóxico, de las situaciones conflictivas en el terreno de juego. En Mendizorroza, cuando observó cómo Soto Grado, advertido por el VAR, iba a ver la jugada al monitor tras haber sacado la tarjeta amarilla, ya inició los pasos para irse del campo. Lucas Vázquez hizo su papel como capitán, mientras en el banquillo Davide Ancelotti hacia un gesto claro al ver la acción en un dispositivo. Inapelable. Su padre, sancionado, lo presenció desde el palco, mientras escondía su cigarrillo electrónico.

Era el minuto 38 del partido, con una hora prácticamente por delante. El Madrid se acababa de adelantar, gracias a un disparo de Camavinga, y se disponía a administrar esfuerzos, con el Arsenal en la cabeza de todos. La inferioridad numérica lo complicaba frente a un rival intenso desde el principio, con presión alta y posesión, pero poca claridad para asaltar el área. Apenas unas manos fáciles había tenido que poner Courtois en el primer tiempo. Tras el descanso, el Madrid necesitaría más de su portero, con un rival volcado sobre su área.

Ancelotti estaba ante el dilema de reservar titulares para el sueño de la remontada, el miércoles, o exprimir al equipo para asegurar que la victoria del Barcelona en Leganés no acabara por generar una distancia casi insalvable cuando restan siete jornadas de Liga. Intentó hacer las dos cosas, al dejar a Vinicius y Bellingham en el banco, pero mantener en el once a Rüdiger o Valverde, pese a estar entre los más cargados de partidos. El inglés y el brasileño entraron pasada la hora de juego, en una situación más comprometida.

Güler, error y pase

Güler tuvo sus minutos como titular. En el mejor de los desmarques, falló ante el portero y recibió un impacto de Owono por la inercia del movimiento. Más acertado estuvo en la pared con Camavinga que habilitó al francés para un disparo colocadísimo a la red. Un gol redentor tras la roja que vio en Londres y que le impedirá jugar la vuelta. En Mendizorroza fue de lo mejor, el sostén de los suyos.

La salida de Vini fue providencial, porque en una de sus primeras carreras al espacio fue cazado por Manu Sánchez. Como Mbappé, el jugador del Alavés impactó en la pantorrilla del brasileño, pero con menos violencia. Se marchó entre maldiciones, porque sabía lo que suponía. El conjunto del Chacho Coudet perdía la ventaja numérica sin haber podido igualar el choque. Lo cierto es que sin haber estado cerca.

A las dos expulsiones les acompañaron un saco de tarjetas amarillas en un partido con más tensiones de las esperadas, dado lo ajustado del marcador y la situación de necesidad de ambos equipos, por el título y por la permanencia. El Alavés hubo de correr riesgos, lo que abrió los espacios para Vini y Bellingham, cerca del gol en un 'tuya-mía' de patio de colegio. El partido pedía otra cosa. Mbappé, mientras, continuaba con su debate interno. Podrá jugar la final de Copa y el clásico de Montjuïc, pero la oportunidad de redimirse entre los suyos por semejante mancha llega antes: Arsenal.

El Arsenal ejecuta al Madrid en el paredón de todos sus males

El Arsenal ejecuta al Madrid en el paredón de todos sus males

Los misiles de la muerte pudieron hasta con el cíclope blanco. Courtois hace milagros, pero no hay panes y peces para quien no los merece. La caída del Madrid fue algo más que una muerte a balón parado. Fue una ejecución en el paredón de todos sus males, con disparos de Declan Rice que tenían todo lo que, hoy, no tiene este Madrid deambulante: la contundencia y la precisión. Rice, en realidad, sólo apretó el gatillo.

La cruel derrota, consumada por Mikel Merino, un delantero de paso, compromete al equipo blanco, que necesita invocar a todos los espíritus de la remontada, no sólo a Juanito, y compromete a Ancelotti. Con el entrenador atascado, Vinicius perdido y Bellingham desesperado, la esperanza es la épica y quien todavía no sabe nada de esa épica. Mbappé llegó para ganar Champions. Primero debe ganar al destino. [Narración y estadísticas (3-0)]

La forma de caer ante el Arsenal es proporcional a dos cosas: la tendencia del Madrid en los últimos partidos y la proporción del rival. Leganés, Real Sociedad y Valencia, con distintos resultados, ya mostraron los problemas de un equipo frágil en defensa, desenfocado en el centro del campo y no siempre enfocado en ataque.

No es el equipo de Mikel Arteta lo mejor de la Premier, pero es un equipo que crece y crece si le dejas jugar. Si los goles no llegaron antes de que Declan Rice activara el cañón, fue gracias a Courtois, brutal en sus intervenciones ante el propio Rice y Martinelli, en el primer tiempo, o de nuevo Martinelli y Merino en el segundo. El Arsenal hizo lo suficiente para golear de cualquier manera.

parábola inverosímil

La pegada de Rice está fuera de catálogo. Ambos goles llegaron de falta, lejanas, y ambos con una potencia y colocación que redujeron a Courtois a su condición humana. Ni un reproche al portero, todo el mérito para el jugador inglés, que recordará este día toda su vida, sea cual sea el desenlace de la eliminatoria. Primero salvó la barrera con una parábola inverosímil; después, colocó en la escuadra.

Ancelotti sabía bien de la febrícula de su equipo y por eso les mandó abrigarse. El Madrid no tiene la temperatura corporal adecuada y el entrenador sacó la mantita al salir al Emirates para cubrir bien todo el centro del campo. En el Bernabéu habrá que quitársela y jugar a pecho descubierto. No quedan días para 'pechos fríos'

La manta era el 4-4-2, en el que Bellingham se situaba en la izquierda y Rodrygo, en la derecha, con claras instrucciones defensivas. Vinicius y Mbappé, pues, compartían el ataque. Las razones de Ancelotti no se debían únicamente a la peligrosidad del Arsenal por las bandas, con Saka y Martinelli, sino a las componendas que tiene que hacer en la defensa desde el principio de temporada. Valverde volvió al lateral derecho y en el izquierdo apareció Alaba, con una venda en un muslo, todavía bajo mínimos. El austriaco conoce el puesto, ya que jugó en esa posición en sus inicios en el Bayern, pero hace ya largo tiempo. Saka lo sometió a un tormento, pero también puede decirse lo mismo de Martinelli ante el uruguayo. El compromiso en las ayudas de Bellingham y Rodrygo no bastaba.

Bellingham, desesperado tras una ocasión perdida.

Bellingham, desesperado tras una ocasión perdida.EFE

El cambio de sistema, del 4-3-3 habitual al 4-4-2, cargaba el mensaje: precaución. El Arsenal de Arteta es un equipo de alto ritmo de juego y llegada por las bandas, pero también de compenetración en las jugadas a balón parado, diseñadas por uno de los ayudantes del técnico donostiarra. Cuando lanza un córner, acumula jugadores casi en la línea del portero, como niños que esperan, ansiosos, que se rompa la piñata. El overbooking hizo que Saliba rechazara un centro-chut que había superado a Courtois. Con esa producción ofensiva no tener en el área a Havertz o Gabriel Jesus es un hándicap. Arteta ha pedido a Merino que se convierta en camaleón. Se ha puesto el traje del nueve con goles, también frente al Madrid, el tercero, después de porfiar mucho frente a Courtois.

El Madrid respondió al acoso inicial con posesiones largas, aunque estériles, para bajar las revoluciones al partido. Cuando pudo, corrió, gracias a los robos o pérdidas que abrían un páramo por delante. Ni Vinicius ni Mbappé, sin embargo, encontraron la precisión para batir al español Raya, sin trabajo, pero con sensación de dominar el área en todas sus salidas.

Más desalentador resultó su nula reacción tras los goles del Arsenal, cuando ya no había que abrigarse más, sino destaparse. La excitación del equipo inglés y la mejor gestión de Arteta pudieron generar un resultado todavía más cruel, mientras Camavinga se autoexpulsaba y las soluciones del banco, como Brahim, no aportaban nada, porque el problema no era de nombres, sino de rumbo. Ahora sólo está a tiempo de la épica.

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Alejandro Blanco, claves y secretos del dirigente eterno: ni Urdangarin ni Rajoy ni Sánchez

Después de una de las duras sesiones de la Corte Suprema de Estados Unidos, que debía decidir si ordenaba la entrega de las grabaciones de Richard Nixon a los investigadores gubernamentales, los periodistas asediaron a preguntas al presidente del órgano, el juez Warren E. Burger. «Digan a sus lectores que miren las páginas de Deportes de los periódicos, porque ahí está lo mejor del ser humano», respondió. En el resto estaba lo peor: la política.

El regate del juez no le impidió hacer su trabajo con deportividad. Había sido nombrado para el cargo por el propio Nixon, pero ante las evidencias, lideró el fallo en su contra, accionó la espoleta del 'caso Watergate' y provocó su dimisión. Alejandro Blanco podría haberse pasado a las páginas de Política, pero dijo "no" dos veces, lo mismo a Mariano Rajoy que a Pedro Sánchez. El "sí" lo habría quemado. El "no" lo ha hecho eterno, a punto de afrontar su sexto mandato al frente del olimpismo español, el último, que concluirá con el ciclo de Los Ángeles. Un cuarto de siglo sin equivocarse de página ni de bando, en el que el Comité Olímpico Español (COE) dejó de ser una sucursal de Viajes Halcón con los cinco aritos, para ser un agente activo del deporte español, aunque pase de puntillas por las competencias de otros. El presidente del COE es un dirigente aupado por dirigentes, los presidentes de federaciones, a los que siempre defiende y defenderá, pero donde realmente se siente a gusto es junto a los deportistas. Lo demás es política del deporte, y cualquier política mancha, aunque te apellides Blanco.

el embrión del 'caso noos'

Rajoy no fue quien escuchó el primer «no». Lo hicieron más arriba, en la Casa Real. De hecho, la candidatura de Blanco fragua en la rebelión contra el derecho de pernada olímpico que pretendía Iñaki Urdangarin. Las denuncias de los presidentes de federaciones frente a la llegada al COE bajo palio que pretendía el entonces marido de la Infanta Cristina fueron el embrión del estallido del 'Caso Noos'. La familia real puso la cruz a Blanco, que, una vez desactivado el 'yernísimo', se enfrentó en las primeras elecciones a Mercedes Coghen, en septiembre de 2005. Coghen contaba con la corriente del olimpismo más aristócrata y oficialista, incluso con la simpatía de Juan Antonio Samaranch Salisachs, hijo del patriarca, al que su padre había dejado una silla en el Comité Olímpico Internacional (COI) en el momento de su adiós. A Blanco, presidente del judo y de la Confederación Española de Federaciones, lo auparon, en cambio, los barones del deporte, entre ellos pesos pesados como Ángel Villar o José María Odriozola. La victoria, por un estrecho margen (101-84 votos), dolió. Lo que vino después, más.

Nada más llegar al puesto, Blanco decidió invitar al COE a David Meca, que unas semanas antes de su elección había logrado el récord en atravesar a nado el Canal de la Mancha. El dirigente recibió una misteriosa llamada desde el Consejo Superior de Deportes (CSD): «Su trabajo es reunir al equipo que va a los Juegos cada cuatro años, no recibir a deportistas». Hizo caso omiso. «Esta es la casa de los deportistas», respondió y responde, hoy, a quien le pregunta. Rafa Nadal fue el último que la pisó para tener una despedida, sólo entre deportistas, como no la pudo tener en Málaga, apenas unos suspiros de madrugada tras su partido final. Estar siempre del lado de deportistas significa riesgos, como cuando defendió a Alberto Contador, positivo por dopaje, o ha tenido que sacar, discretamente, de algún lío a algún campeón al que la noche se le hizo demasiado larga.

Nadal y Blanco, en el COE.

Nadal y Blanco, en el COE.EFE

La hiperactividad de Blanco ha generado más que suspicacias con los secretarios de Estado para el Deporte, desde Jaime Lissavetzky o Miguel Cardenal a José Manuel Rodríguez Uribes, ahora limadas, y es que en el desfiladero de la política del deporte, aparte de las discrepancias, es fácil pisar competencias ajenas. Tampoco ha gustado nunca en el CSD el pensamiento de Blanco, convencido de que el verdadero liderazgo del deporte español debería recaer en el COE, a semblanza del CONI italiano. Una transformación compleja, dado que el modelo español mantiene el brazo del Estado dentro del deporte, a través de las funciones públicas delegadas, el sistema de subvenciones o el control de los procesos electorales, una herencia del Franquismo, de los tiempos de la Delegación Nacional de Educación Física y Deportes, que la democracia no cambió lo suficiente.

La tóxica Federación de fútbol

Las 'guerras púnicas' con el CSD hay que enmarcarlas también en la gran guerra del fútbol. Blanco sabe que es el candidato de las federaciones y eso le ha llevado, puertas afuera, a defender siempre a los presidentes, a la siciliana, incluidos Villar, al que le une la amistad, o Luis Rubiales, al que llamaba «hermano», pero con el que no ha vuelto a hablar desde que, el día antes de la grotesca Asamblea, le dijo por teléfono que debía dimitir. Blanco sabía que, por primera vez, no debía acudir a la Asamblea de los aplausos. Rubiales le borró de su agenda. En numerosas ocasiones, había sido advertido de que debía apartarse de una Federación tóxica. En este último mandato, está en su voluntad mayor equidistancia con la era de Rafael Louzán.

Si el primero lo ganó por un margen estrecho, en los siguientes no hubo rivales, con apoyos del 94% (2017), 93% (2013) y 97% (2017 y 2021). Eso trajo muy pronto las paces, incluso la complicidad, con la Casa Real, una vez repudiado Urdangarín, que llegó a tener 'periodistas-espías' en los medios para calibrar sus opciones de liderar el olimpismo. El dirigente que quiso poner letra al himno español, tuvo buenas relaciones incluso con líderes el 'procés', como Carles Puigdemont, porque España no se entiende deportivamente sin Cataluña.

Nadal, el sucesor perfecto

Blanco coge aviones como otros el metro, duerme cuatro horas, no se pierde una gala de las federaciones y mantiene apartados de su mundo a su mujer, médico, y a sus hijos, altos funcionarios de la Administración. A sus 74 años, sabe que es su último 'round', con la pena del sueño no cumplido de Madrid, porque cree que ha tenido los mejores proyectos para los Juegos. Llegó al cargo tras el intento por 2012, se implicó en el de 2016 y lideró el de 2020. El viejo modelo de votaciones, el del 'lobbysmo', los favores y la corrupción, fue inabordable en un olimpismo donde la influencia de España se acabó con Samaranch padre. El ciclo de Tokio debía marcar su final, pero reconsideró su decisión por la candidatura de Barcelona-Pirineos. De nuevo, una colisión con la política, personificada en Javier Lambán. Madrid deberá esperar a otro tiempo, piensa, pero en el que le queda hay mucho trabajo: presionar por el modelo deportivo nacional que tiene en la cabeza, poner en marcha la Universidad del deporte y pensar en su sucesor. Nadal sonríe.

El Madrid, del calvario a La Cartuja

El Madrid, del calvario a La Cartuja

Del calvario a la Cartuja, del padecimiento al altar, transita este Madrid, como si lo hiciera a caballo de un presente que es su propia historia. Gana y gana, convenza o no convenza, se sobrepone a sus malos días y a los peores días de algunos de sus jugadores. Como Alaba, al que todo lo que le tocaba, acababa en la red de Lunin. Rüdiger, su sustituto, lo redimió con el tanto de la clasificación. Como Vinicius, negado para el gol, pero alumbrado para asistencias que son goles envueltos en papel de Papá Noel. La Real Sociedad asistió a ese destino que no se comprende, sólo se padece, y ahora aguardan Atlético o Barça, que hoy encienden el Metropolitano, para un duelo que sumará un título para el vencedor y una tragedia para el perdedor, sea quien sea.

Lo que empezó como un serial de sobremesa, en el que no pasaba nada salvo por el gol de Barrenetxea y la pequeña revolución de Endrick, acabó a ritmo de thriller gracias al inconformismo de la Real Sociedad. Imanol nunca perdió el pulso al partido, ni en ventaja ni en desventaja, para llevar a su equipo muy por encima de su nivel este curso. Para muestra, el gol. Ha sido su problema durante toda la temporada y en el Bernabéu marcó cuatro, dos de ellos de Oyarzabal, aunque uno en colaboración con Alaba. No fue el día del austríaco, al que Ancelotti sustituyó ya en la prórroga, después de tanta calamidad. El italiano no quería más penaltis, no más tentar a la suerte, y echó el resto, todo lo que tenía, con Modric, Brahim y Güler.

Cinco goles en 20 minutos

Al tiempo añadido, otro más para el Madrid tras el que afrontó ante el Atlético en la Champions, se llegó después de que, en el segundo tiempo, la Real se pusiera en ventaja, Bellingham y Tchouameni volvieran a dar la iniciativa a los locales y Oyarzabal, en el tiempo añadido, hiciera posible la prórroga. Cinco goles en 20 minutos.

En el mismo tiempo tras iniciarse el choque, únicamente Barrenetxea encontró la red. Un balón peinado de Oyarzabal cayó a la espalda de Lucas Vázquez, mal posicionado, como Asencio. El realista encontró el campo abierto, avanzó y batió a Lunin. Nada que reprochar al ucraniano, aunque esas acciones de uno contra uno constituyen una de las especialidades de Courtois. La titularidad en la portería en Sevilla es otra de las decisiones que deberá tomar Ancelotti.

La ventaja de un gol en la ida hizo que el italiano administrara esfuerzos en el equipo en un curso largo y cargado. La vuelta de las semifinales era el partido número 50 del Madrid, con la final de Copa, la Liga, la Champions y el Mundialito por delante. Una barbaridad. La suplencia inicial de Mbappé y Rüdiger tenía que ver con ello, pero la eliminatoria exigió otro ejercicio de estajanovismo. Hasta que el cuerpo aguante.

Endrick, en el Bernabéu.

Endrick, en el Bernabéu.Bernat ArmangueAP

Las competiciones tienen sus propios idilios. Como los amores. El de esta Copa es un joven de 18 años que habitualmente viaja en el vagón del equipaje del todopoderoso Madrid. Lástima que el desenlace lo encontrara fuera. Ancelotti, que lleva toda la vida en esto, sabe que el fútbol tiene cosas que es mejor no analizar, sólo dejarse llevar. Como los amores. Le faltó hacerlo hasta el final. Veremos cómo acaba el torneo en la Cartuja, pero de momento ha elegido a su Míster Copa. Es Endrick, con cinco goles.

Pronto sabremos si en la final, el 26 de abril, Ancelotti se deja llevar. Difícil. Endrick apareció por Mbappé en el Bernabéu, pero Mbappé está aquí para jugar finales, para la gloria y para los apuros, aunque, ayer, no le señalara el destino. Atlético o Barça le esperan en la misma medida en la que le temen.

Endrick marcó en Anoeta y lo volvió a hacer en el Bernabéu en el primer momento crítico del choque, después de que Barrenetxea adelantara a la Real Sociedad y hurgara en un problema sistémico ya del Madrid, en un día, además, de defensa experimental. Asencio era el líder, junto a un Alaba en tiempo de regreso, más Lucas Vázquez y Camavinga en las bandas. El francés regresaba al lateral izquierdo, el lugar por donde debía progresar Kubo, muy activo hasta que acabó fundido. El francés logró frenarlo en muchas fases, pero no pudo con Pablo Marín en la llegada que propició su centro y el gol en propia puerta de Alaba que volvía a igualar la eliminatoria y abría el fuego del segundo tiempo.

Un inicio de cálculo

El Madrid partió el duelo con sentido del cálculo, no con voluntad de vértigo, pero eso casi nunca se cumple en la Copa, que brinda las mejores emociones. El conjunto de Imanol lo aprovechó para tomar la iniciativa, con presión adelantada, posesión de sus centrocampistas, muy cómodos, y repliegue rápido para no dejar espacios al Madrid. Cuando pudo hacerlo el equipo blanco, llegó el empate. Vinicius lanzó un pase al espacio y Endrick tomó la ventaja sobre Elustondo, que había sustituido al lesionado Aguerd, para elevar sobre Remiro con una vaselina. Un gol de categoría, como el pase.

Nunca sabremos que habría pasado si hubiera seguido en el campo, en unas áreas agitadas y muy vulnerables a balón parado, como probaron los goles de Tchouameni, Rüdiger o el segundo de Oyarzabal. Cualquiera quiere estar en esa fiesta. Ahora aguarda la fiesta de verdad.

Estadios bajo los cubiletes de los trileros: incompetencia, terror por los 'whatsapps' del miedo y un 'excel' que la FIFA hará de nuevo

Estadios bajo los cubiletes de los trileros: incompetencia, terror por los ‘whatsapps’ del miedo y un ‘excel’ que la FIFA hará de nuevo

Los trileros abundaban en las calles de España. Todavía es posible ver algunos, pero, hoy, los percibimos como personajes asociados a otro tiempo, extinguido en el tardofranquismo. El juego del Trile, también conocido como la Bolita o la Mosqueta, consiste en mover rápidamente una bola entre cubiletes y adivinar dónde se encuentra. Los trileros suelen tener compinches que indican sigilosamente a quien realiza la apuesta. Después de ganar, aumenta la puja y, entonces, pierde. Los trileros del fútbol, desgraciadamente, no son cosa del pasado, como ha puesto de manifiesto el último y vergonzante episodio en la Federación, desvelado por Esteban Urreiztieta. Al menos, con un toque de modernidad, al cambiar los cubiletes por un excel donde el estadio de Balaídos, uno de los aspirantes a albergar el Mundial 2030, aparecía y desaparecía. Los trileros de la Federación, sin embargo, han ido más allá de los de la calle, porque además de estafar al que jugaba, traicionaban la ética de los propios estafadores, al grabarse en secreto unos a otros. Una práctica amoral extendida en un lugar podrido, percibido en las alturas del fútbol como el Tercer Mundo de la gobernanza de este deporte, muy por detrás de Marruecos, una organización que no parece únicamente una Federación de trileros, sino también de 'Villarejitos'.

El excel de María Tato enviado a la FIFA tiene, en realidad, el mismo valor que una invitación de boda. Se ruega confirmación. Nada más. En Zúrich lo deciden todo, también con quién casarse, desde que el organismo de Gianni Infantino convirtió los comités organizadores en comités de bienvenida, antes de Qatar 2022, y estableció un bureau ad hoc para cada campeonato. En 2026 o inicios de 2027, la inspección de la FIFA visitará estadios en los tres países organizadores, no únicamente los recintos del excel, y tomará sus decisiones sin que viejas cuentas pendientes, como las que tienen Abel Caballero y Rafael Louzán, supongan una variable.

El Gobierno español se ha situado en lo políticamente correcto, al pedir a la FIFA que aumente de 11 a 13 las sedes concedidas a España y de ese modo evitar conflictos de índole territorial. José Manuel Rodríguez Uribes envió, el pasado 26 de julio, una carta al secretario general del organismo, el sueco Mattias Grafström, en la que se refería a Vigo y Valencia como ciudades históricas, de tradición futbolística, claves en la vertebración territorial del país, al tiempo que abogaba por el justo reparto de los «beneficios económicos, sociales y emocionales».

"Si con estos dirigentes lo ganan todo..."

La FIFA no está cerrada a modificaciones, pero aumentar las sedes en España significaría, posiblemente, tener que hacerlo en Portugal y Marruecos, cuyo trabajo eficaz y en silencio es puesto como ejemplo en Zúrich, especialmente el del país africano, frente a los constantes escándalos y cambios de la Federación Española. «¿Si con estos dirigentes lo ganan todo, cuánto más ganarían con otros?», se preguntan, entre risas y asombro.

María Tato, durante su entrevista en EL MUNDO.

María Tato, durante su entrevista en EL MUNDO.Alberto Di LolliMUNDO

Fernando Gomes acaba de dejar la presidencia de la Federación Portuguesa de Fútbol, después de tres mandatos, para liderar el olimpismo del país luso. Un hombre muy bien visto en la FIFA, que había cargado de sensatez la candidatura, a la que ahora contribuirá en otro rol. En Zúrich también están agradecidos a Marruecos, no sólo por el impulso del fútbol en el país, también por su mediación diplomática ante Arabia para que prorrogara su interés por organizar el Mundial de 2030 a 2034. Ya es suyo. Marruecos construye un gran coliseo en Casablanca para el Mundial. No parece que peligre la final, con Florentino Pérez como garante del Bernabéu, en fantásticas relaciones, además, con Infantino, que le dio a Vinicius el Balón de oro sin oro.

La final es la guinda del pastel, pero el pastel está por repartir, y para ello Marruecos está formidablemente situado, con un posición estratégica clave como aliado de Estados Unidos y puente con el resto del mundo árabe, y un cuerpo diplomático eficaz y volcado en una cuestión de Estado. Para el Gobierno español, por ahora, el Mundial es cuestión de la Federación.

Pasividad en el Gobierno

La prueba es cómo la chapuza de los excel ha dejado mudo al Consejo Superior de Deportes, ante la dualidad de observar cómo un proyecto estratégico para el país empieza en las viñetas del cómic y la imposibilidad de intervenir la Federación, pese a la sucesión de escándalos. No hay 155 que lo posibilite, por supuesto, pero la alternativa de optar por un papel escrupulosamente político es lo que convierte a la política en inútil.

Sólo una acción penal podría explorar las acusaciones del alcalde de Vigo contra Louzán, al que señala por la exclusión de Balaídos en el segundo excel, como si se tratara de una venganza entre familias gallegas. Lo que, en cualquier caso, ha quedado acreditado es el bajo nivel profesional de la comisión a la que se encargó el trabajo. Una constante en una Federación donde abunda el nepotismo, con hijas e hijas por los despachos, y donde tener un pasado como futbolista, encajarse un buen traje y poner voz de radio no garantiza el nivel. Nivel tiene y de nivel sabe Javier Tebas, en la posición más cómoda de toda su etapa: la Federación hace lo que dice, pero el presidente de la Liga no tiene responsabilidad en lo que hace. Cuidado, no obstante, con los efectos colaterales si llegan las explosiones, sobre todo con enemigos poderosos de verdad.

Rafael Louzán, presidente de la Federación.

Rafael Louzán, presidente de la Federación.EFE

En Las Rozas muchos temieron que la crisis de los estadios pudiera ser la explosión definitiva. La razón es que la Federación es presa de su propia dinámica, de su gangrena, y nadie sabe hasta dónde puede haber sido grabado y hasta dónde pueden llegar sus whatsapps. Si María Tato tiene algunos comprometedores, únicamente ella lo sabe y sólo estaría obligada a aportarlos en un proceso judicial. Los mails con Louzán de la ya ex ejecutiva durante el proceso de selección de los estadios revelan que existía una conexión, nada más. Los supuestos whatsapps del miedo, sin embargo, desataron el pánico en una semana complicada en la casa, en la que el eficaz cortafuegos de su comunicación hizo muy bien su trabajo y puso a salvo a Louzán. El presidente sólo habló después de que María Tato cerrara su salida. La comunicación en la Federación es como atravesar un arrozal en los dominios del Vietcong. Nunca sabes de dónde puede llegar el siguiente disparo o el siguiente whatsapp. Continuará...

El olimpismo da un triple mortal hacia el futuro: una mujer frente al debate de la transexualidad y la testosterona de Trump y Putin

El olimpismo da un triple mortal hacia el futuro: una mujer frente al debate de la transexualidad y la testosterona de Trump y Putin

El apoyo de Thomas Bach, presidente saliente, a Kirsty Coventry podría justificar su victoria, pero no esta victoria, tan abrumadora que no necesitó que se eliminaran, uno a uno, el resto de los seis candidatos. El olimpismo ha hecho mucho más que apostar por la primera mujer. Ha dado un triple mortal hacia el futuro, en una decisión no carente de riesgos, porque el deporte quiere cambios que no observaba posibles con Juan Antonio Samaranch Salisachs ni con Sebastian Coe. Los miembros del COI entienden que ambos representan el pasado frente a un porvenir que va a necesitar de decisiones audaces y que difícilmente toman quienes han formado parte del establishment durante tanto tiempo: Coe, como presidente de la World Athletics; Samaranch Salisachs, como vicepresidente del propio COI.

Un rasgo de ese tiempo ha sido el presidencialismo, incluso el de Bach, y del que Coventry se ha desmarcado desde el primer momento. La ex campeona olímpica de natación, de Zimbabue, ha explicado que rige su vida a través de la filosofía 'Ubuntu': «Soy porque somos». Originaria de las culturas zulú y xhosa, rechaza el individualismo y entiende que los seres humanos son capaces de conseguir objetivos porque están conectados. De esa forma, insiste, quiere dirigir el Movimiento Olímpico. Loable propósito en un deporte que apuesta cada vez más por ex deportistas en puestos de gobierno, al contrario del antiguo régimen. Coe lo era, pero su arrogancia lo aproximaba al dirigismo del pasado. Los ocho apoyos que obtuvo en la votación envían al británico a la viñeta del cómic olímpico. Ridículo. Samaranch Salisachs fue segundo con 28, a 21 votos de la ganadora, muy lejos del consenso que inspiró su padre y patriarca del olimpismo moderno.

El caudillaje es también un signo de los tiempos en un mundo en el que va a tener que interactuar la nueva presidenta, con Donald Trump como anfitrión de los siguientes Juegos, y Vladimir Putin deseoso de volver a la platea olímpica si hay paz en Ucrania.

Coventry era, además, la candidata más joven, con 41 años, frente a Samaranch Salisachs y Coe, por encima de los 60. Su condición de mujer impulsará la paridad donde no haya llegado, pero antes deberá afrontar la peliaguda cuestión de la transexualidad. Como africana, su continente empieza a soñar.