Un Madrid desamparado, sin estilo ni perspectivas, casi pierde un partido con un equipo de Arabia Saudí que este año ni ganó su liga. Y tuvieron que fichar a Simone Inzaghi para ajustar cuentas. Pero en tan sólo cuatro días de entrenamientos, casi tantos como los de Xabi Alonso, poco podían cambiar en sus envenenadas herencias.
Supongo que la decisión de tirar un penalti la tomó el propio Fede Valverde. No creo que se le ocurriera a Alonso. No es un especialista y nunca lo será. Con esa victoria pírrica hubiera podido dibujar un cuadro madridista menos mediocre. Pero ni por esas.
Quiero contar que ni loco Alonso quería iniciarse con este maldito Mundial. Pero le dijeron que o lo aceptaba o no le fichaban. A Xabi le faltó personalidad para rebelarse. Esa es la verdad.
Prefería iniciarse con una herencia envenenada. Sí, porque el síndrome Ancelotti en el Madrid todavía es impactante y poderoso. Acabar el partido con Lucas Vázquez y Modric era aceptar la pobredumbe del viejo estigma.
Pero Xabi no sabía lo que hacer. Ficharon a Alexander-Arnold sin preguntárselo. El Trent de ahora ni me gusta ni me me gustará nunca. Lo quitó por Lucas Vázquez, algo inaudito.
Xabi se volvía loco en la primera parte, porque el Madrid jugaba con centrocampistas que no crean y encima con un Bellingham que ya nadie conoce. Una idiotez de Asencio incluso le costó el empate y, otra vez, el fuerte estigma de Ancelotti hacía que Tchouaméni fuera central, que al final es su puesto en el Madrid.
Lo primero que tiene que fichar el Madrid, si no quiere ahogar a su nuevo entrenador es dejarle richar un Xabi. Y al menos tres creadores de juego en el centro del campo. De otra forma, ¿para qué han fichado a Aloso? Es absurdo.
Pero hasta la fecha no le han dejado ni siquiera elegir un jugador como si el oráculo de Florentino fuera eterno. El Madrid debe cambiar la estructura defensiva y creativa en intensidad o será un desastre y Xabi no durará ni lo que Rafa Benítez.
El equipo actual es un engendro y sin Mbappé el retrato es aún más deprimente. Y todo eso lo veremos para más desgracias blancas, porque con Gonzalo y Arda Güler, los malditos de Ancelotti, no se puede arreglar todo.
Lo mejor del debut es olvidarlo y volver a empezar, aunque la impresión es que para los buenos comienzos habrá que esperar a que pase este Mundial de clubes. Por algo Xabi Alonso quería llegar después. Todo lo que quiere hacer necesita tiempo, entrenamientos y, si es posible, no realizados en una caldera como la de Miami. Pedir tiempo en el Madrid, sin embargo, es como pedir el cielo. Imposible.
El tono inicial del equipo fue el tono del tardomadrid de Carlo Ancelotti, hasta que en la segunda parte lo acaleró la entrada de Arda Güler y es de suponer que unas palabritas del entrenador. Incluso el gol había llegado del mismo modo que siempre, en una contra que en este equipo no necesita entrenarse, porque forma parte de su instinto. El Madrid corre sin pensar. Lo que hay que valorar es qué hace a partir de lo que piensa su nuevo entrenador. La respuesta está pendiente.
La presión está en su cabeza y la prueba es la intención que partía de la posición inicial ante la salida de balón del Al Hilal. Cuando el rival la superaba, el desconcierto. Como antes. Dice Xabi Alonso que quiere que Jude Bellingham sea más centrocampista, es decir que juegue más atrás. En Miami no vimos exactamente dónde.
Más centrocampista fue Dean Huijsen, el jugador de los mejores pases interiores en la salida de la pelota. El suyo fue un debut emergente en el bajo tono general. Sin embargo, hablamos de un central, un defensa, y la línea de la que formó parte estuvo mal, y no sólo por el penalti de Raúl Asencio, a merced de las combinaciones ofensivas en el arranque del Al Hilal, mejor equipo de lo que piensan quienes miran con desdén lo que se cuece en Arabia. Simone Inzaghi lleva en su banquillo tan poco tiempo como Xabi Alonso. Al contrario que Huijsen, la première de Trent Alexander-Arnold fue inocua. Su profundidad ha de llegar. En la banda opuesta, cada día está más claro la necesidad de un fichaje, sea Álvaro Carreras u otro.
La entrada de Güler llevó a Tchouaméni al central, otra maniobra conocida, aunque es la prueba de que el entrenador, un ex mediocentro, sabe por dónde hay que dinamizar el juego del Madrid. A ese tramo le faltó gol, no únicamente el que falló Fede Valverde en el penalti. Nadie sabe si lo habría encontrado Mbappé, resfriado. Gonzalo marcó el suyo en una aparición que sí marca diferencias con el pasado.
El juez que ha procesado al defensa del Real MadridRaúl Asencio por pornografía infantil y revelación de secretos aprecia indicios de que pidió a los otros tres implicados en el caso que le enviaran el vídeo que habían grabado mientras practicaban sexo con dos chicas de 18 y 16 años y lo enseñó a una tercera persona.
El instructor sostiene que Asencio solicitó a otro de los implicados, el ex canterano del Real Madrid Juan Rodríguez, que le enviara ese vídeo consciente de que salía una menor (una chica de 16 años) y "sabiendo que se había obtenido sin consentimiento de las posibles víctimas y conservado contra su exigencia de que se borrara", según recoge el auto.
Según este auto, cuyo contenido ha sido adelantado por el diario Canarias 7, uno de los investigados, Juan Rodríguez, habría reconocido en una conversación que "se la pelaba que una de las posibles víctimas fuera menor de edad", según recoge literalmente el escrito a partir del análisis de sus mensajes.
El segundo hecho que se atribuye al futbolista es que, presuntamente, según recibió el vídeo en su móvil el 21 de junio de 2023 en forma de un mensaje de Whatsapp de un solo visionado, se lo enseñó a una tercera persona que figura en la causa como testigo.
La autoridad judicial acordó este miércoles transformar las diligencias previas incoadas en 2023 contra los cuatro investigados en un procedimiento abreviado (es decir, la finalización de la investigación y su conversión a un proceso penal con todas sus consecuencias) y califica su actuación como presuntamente constitutiva de delitos de descubrimiento de secretos sin consentimiento y vulneración de la intimidad (artículo 197.1 del Código Penal), de distribución y envió a terceros de los vídeos sin advertencia a las perjudicadas ni consentimiento de ellas (artículo 197.3) y de captación o utilización de menores de edad con fines pornográficos y posesión de pornografía infantil (artículo 189, 1 y 5 del Código Penal).
El vuelo de Koundé no fue el vuelo de Ícaro. No había sol bajo La Cartuja que derritiera sus alas en forma de melena, sólo un dios del fuego, un Vulcano de la pelota que agitó en su fragua el carbón del orgullo y la ira para llevar al límite al mejor equipo del año en una final trepidante. El Madrid, en cambio, es el mejor en las llamas y el caos, pero, hoy, no es suficiente. La temporada lo ha demostrado. Le falta el yunque y una idea clara de cómo utilizarlo. Todo lo contrario que el nuevo campeón de Copa, con el modelo y las herramientas, y la pasión de un adolescente para el que lo mejor está por venir. [Narración y estadísticas (3-2)]
La conexión imberbe del primer gol es la prueba, Cubarsí-Lamine-Pedri. Entre los tres abrieron un marcador que cerró Koundé para empezar un ciclo con el primer gran título de esta generación, después de una Supercopa de chocolate. Un ciclo que entierra otro, el de Carlo Ancelotti, como un general romano en retirada en un imperio que se agota, pese al honor de las últimas batallas. Es el momento del César.
Para saber más
A Florentino Pérez corresponden decisiones que ya están pensadas, pendiente Xabi Alonso de una llamada. La misma que recibió Hansi Flick hace menos de un año para reconstruir un equipo adocenado. La llegada de Dani Olmo, que ha jugado a ratos, no justifica el cambio. Para acometer ese proceso, el Madrid debe mirarse hacia adentro sin mirar hacia afuera, sin engañarse con el relato arbitral por imprudentes que fueran los colegiados antes de la final de Sevilla. Se trata de cajones diferentes, no se abren a la vez.
Mbappé, suplente
Ese ciclo se cierra, además, en el año de Mbappé, el año que debía mostrar a un Madrid intratable. La realidad es que ha acabado maltratado por el Arsenal y el Barcelona, aunque en la Copa sólo llegara a derrotarle. La providencia, en forma de lesión, quiso que Mbappé no estuviera en el once de La Cartuja. La exigencia le obligó a exprimirse a partir del descanso. Fuera de la Champions, lejos en la Liga y por detrás ya en el marcador de la final, no había nada que administrar.
La baja del francés llevó a Ancelotti a hacer algo que, probablemente, le pedía el cuerpo y es huir del 4-3-3 para formar prácticamente en un 4-1-4-1, con Tchouaméni como pivote, Ceballos un paso adelante y Vinicius en punta. Rodrygo era un cuarto centrocampista absolutamente irrelevante, tanto que fue el señalado para dejar su sitio a Mbappé. La solución no funcionó, porque el Madrid no trabaja para eso. O corre o muere. Es lo que hizo después.
Al empezar, en cambio, tuvo enormes problemas para iniciar el juego ante la presión alta del Barcelona, lo que obligó a Courtois a sacar en largo, y falta de claridad para encontrar a un Vinicius solo, ofuscado y sin precisión. La primera vez que tiró entre los tres palos fue tras el descanso. Era también la primera vez del Madrid, sometido a un dominio total del Barcelona en el primer tiempo. Szczesny ganó el duelo al brasileño en una doble parada.
Los futbolistas del Madrid, abatidos, tras el gol de Koundé.AP
Flick no hizo experimentos y solucionó sus bajas con lo que más ha probado en la temporada, Ferran Torres por Lewandowski y Gerard Martín en el lateral izquierdo. Era el punto más débil del Barcelona, pero la inoperancia de Rodrygo acabó por hacerle crecer en confianza.
Asencio cortó un centro mortal de Raphinha y Courtois sacó una mano de gigante ante un remate de Koundé antes de que Cubarsí viera la carrera de Lamine Yamal. La ruptura de líneas con pases verticales es una de las especialidades del central. Lamine bailó con Fran García y se tomó una pausa, la justa para que la llegada de Pedri, certero en el lanzamiento allá donde Courtois no pudiera llegar. El crecimiento del canario esta temporada ha sido colosal, en el liderazgo y en su capacidad física para estar en todas partes, con el don de la ubicuidad, y decidir bien. Es también lo que distingue a Lamine, sin el protagonismo de otras veces, pese a su pelo coloreado, como un dios pagano.
Presionar, correr, atacar..
Ancelotti necesitaba activar a los suyos, desesperado en la banda, donde había sido ya amonestado. Quizás pensó que eso también podía levantar a su gente, narcotizada la grada por el dominio azulgrana. La temprana lesión de Mendy, que había forzado para jugar pero cayó a los ocho minutos, había sido ya el primer hándicap para el técnico.
La primera decisión fue llamar a Mbappé. Para eso había llegado al Madrid, para estos momentos, para el riesgo si era necesario. La salida, tras el descanso, fue como una punción en el sistema nervioso del equipo. Llegó entonces ese disparo iniciático de Vini. Empezaban a pasar cosas en el área azulgrana. Para el Barça no parecían importantes. Se equivocó. Lo serían.
Hacía falta más y llegó el turno de Arda Güler y Modric, y hacía falta presionar, correr, lanzarse, atacar, ser el Madrid, en pocas palabras. El cambio trajo las llegadas y, finalmente, una falta en la frontal. En esas circunstancias, era como encontrar una veta en una mina. Mbappé lanzó cruzado y, tras tocar en el palo, lo que parecía imposible se hizo realidad. Tan imposible, después de lo observado en el primer tiempo, que los azulgrana quedaron en estado de shock, expuestos y superados por los madridistas, lanzados entonces al espacio.
Courtois no alcanza el disparo de Pedri, en la acción del 1-0.AFP
Una llegada de Vini dejó el centro que Mbappé lanzó fuera, pero la tendencia había cambiado. Tchouaméni la consumó a balón parado, porque en todo era superior en ese instante el equipo blanco. Ahí tuvo la Copa a su alcance el Madrid, pero espacio por espacio, no aprovecharon más los suyos y dejó que lo hiciera Ferran Torres en la llegada aislada de un Barça que pedía oxígeno.
Pudo hacer el pleno en otra más, pero la caída de Raphinha no se había producido por la falta de Asencio, sino que el azulgrana la había simulado. De Burgos Bengoetxea señaló penalti, ya en el tiempo añadido, pero tras minutos de suspense fue a verla la jugada en el monitor y la anuló, mientras la afición del Barcelona insultaba a Florentino. Nada se olvida.
La prórroga empezaba del mismo modo, con el equilibrio que no tuvo el inicio, pero con el desenlace que ese mismo inicio apuntaba, cuando Koundé aprovechó un error del infalible Modric y, como Ícaro, atravesó el cielo sin quemarse mientras ardía el Madrid de Ancelotti.
El protagonismo de los árbitros en la final de La Cartuja, que había marcado las horas previas a la final, alcanzó su clímax en los tres últimos minutos del tiempo reglamentario. En ese breve lapso, dos acciones en el área del Real Madrid pusieron en tela de juicio la labor de Ricardo de Burgos Bengoetxea, sobre el césped y Pablo González Fuertes, desde la sala VAR.
En el minuto 90, Ferran Torres reclamó un penalti de Antonio Rüdiger, que el colegiado vasco dejó sin castigo. La acción del central, con un toque por detrás sobre la pierna de apoyo, no fue demasiado protestada por los futbolistas del Barça. De Burgos no vio infracción y desde el VAR tampoco recibió ninguna orden de revisar la jugada.
Aún más controvertida resultó la última jugada del tiempo añadido, cuando Raúl Asencio una acción sobre Raphinha que el árbitro señaló en primera instancia como penalti. De inmediato, el defensa blanco recriminó al brasileño que había engañado a los jueces, mientras Carlo Ancelotti mostraba su disconformidad desde la zona técnica. Tras unos instantes de dudas, González Fuertes reclamó la presencia del árbitro ante el monitor.
Después de una rápida revisión, De Burgos entendió que Raphinha se había dejado caer en el área, por lo que anuló la pena máxima y mostró tarjeta al delantero. De este modo, la final se marchaba a la prórroga, la segunda de la historia entre Barcelona y Real Madrid, tras la disputada en 2011 en Mestalla.
Quien no ha tenido una pareja o un amante que siempre llega tarde, que te desespera en la espera. Cien veces decides irte y cien veces decides quedarte, porque crees que el final de la noche será único. Cuando no acude, lo maldices, pero sabes que volverás al mismo lugar, con la misma excitación, en la siguiente cita. Esa pareja o amante es el Madrid. Lo saben todos los que formaron la larga procesión secular al Bernabéu, esperanzados en una remontada que esta vez no se produjo, porque la cita exigía pasión, claro, pero a las mejores pasiones las acompañan las caricias, y nadie del Madrid se las ofreció a la pelota. El Arsenal lo hizo lo justo, suficiente no sólo para pasar a semifinales de la Champions, también para ganar en el Bernabéu. El Jueves Santo no va a impedir las maldiciones, aunque el fútbol tenga querencia por las estaciones de la Semana Santa: martirio y resurrección. El creyente Ancelotti tiene difícil la segunda. Ha empezado su via crucis. [Narración y estadísticas (1-2)]
El entrenador había hablado, entre medias sonrisas, de la cabeza, el corazón y los cojones. La máxima de las cuatro C la acuñó Seve Ballesteros. Ancelotti se olvidó de citar la primera: la calidad. El Madrid no la encontró en ningún momento, como si esta vuelta de cuartos fuera la metáfora y la hipérbole, ambas a la vez, de la temporada. La sobreexcitación no ayudó. De hecho, el Madrid empezó el partido por el final. Necesitaba tres goles para igualar la eliminatoria, tres goles en 90 minutos, y escogió la montonera. Está bien algo de descontrol, pero si es para descontrolar al contrario en la salida de toriles, en un arranque a fuego. Pasado ese tiempo, es necesario el juego.
El problema no es que el Madrid no lo encontrara en el Bernabéu, es que prácticamente no lo ha hecho en toda la temporada. El choque fue el collage de todos sus problemas estructurales a los que Ancelotti no ha encontrado solución desde la marcha de Kroos. La entrada de Modric, tardía, no sirve de nada porque no es el mismo Modric, y porque el croata no siente ya la jerarquía de antaño. Ceballos pasa por el centro del campo como unos padres por la habitación de un adolescente. Pone las cosas en su sitio, nada más.
Demasiados centros
Esta eliminación, esta derrota y esta impotencia va a pesar sobre la figura del italiano, cuando al via crucis le quedan dos paradas decisivas: la final de Copa y el clásico en Montjuïc, ambas ante el Barcelona, con ventaja en la Liga. Después de haber perdido ya dos este curso ante los azulgrana, el mayor aliado del Madrid es la estadística, porque es difícil perder cuatro. Ese Barça necesitaba un estímulo nuevo en el vestuario la temporada pasada y lo encontró. A Florentino Pérez le corresponde reflexionar acerca de si lo necesita el Madrid, con todo el respeto por el entrenador que más títulos ha ganado en la institución. Difícil análisis.
Ancelotti optó por lo esperado, con Valverde en el centro del campo, aunque ello supusiera dar el lateral a Lucas Vázquez. Pese a sus lagunas defensivas, fue de los más activos en su despliegue ofensivo, aunque una vez en los tres cuartos, el Madrid abusó de los centros, frontales muchos de ellos y fáciles de defender para el Arsenal. Ni un balón comprometido tuvo que sacar Raya de la portería del Arsenal en todo el primer tiempo. Courtois, en cambio, detuvo un 'penaltito' cometido por Asencio, cantado como un gol en el coliseo blanco, a Saka, un Panenka confundido, y otro disparo cruzado de Martinelli tras una contra.
Poco más hicieron los de Arteta, a la espera de que pasaran los minutos frente a la frustración blanca. Es el equipo de la Premier menos goleado, el que mejor defiende. Se siente cómodo en esa situación. La impresión es que mostró menos de lo que tiene, porque no lo necesitó, en el aspecto ofensivo. En una de sus triangulaciones se encontraron Odegaard, Mikel Merino y Saka para elevar sobre Courtois y redimirse del penalti. El efecto psicológico, pasada la hora, lo emborronó el propio Arsenal, con un error de Saliba que ofreció el gol a Vini.
Los futbolistas del Arsenal festejan el 1-2 en el Bernabéu.EFE
Nada cambió, en realidad, porque no había ideas con que cambiarlo, mientras el Arsenal, inteligente, intentaba jugar más tiempo en campo del Madrid, alejarlo de su área y refugiarse en largas posesiones. El control que pretendía Ancelotti, sin conseguirlo pese a dar entrada a Ceballos o Modric, lo tuvo siempre Arteta, un entrenador español de nueva generación que se presenta a lo grande en el mejor escenario posible. Martinelli culminó, a la contra, lo que el juego decía. Sólo se trataba de esperar el momento.
A Arteta le aguarda el PSG de Luis Enrique. El PSG en el que ya no juega Mbappé, que llegaba después de una patada de impotencia ante el Alavés. La impotencia continuó. El francés vino para ganar Champions después de ganar todo el dinero posible. Tendrá que esperar. Se movió por todas partes, pero sin la precisión adecuada, y dejó el campo lesionado. Tampoco acometió escaladas individuales, como intentó Vinicius desde el inicio, pero siempre perdedor frente a Timber, Saliba o Declan Rice, goleador en la ida y pletórico en la vuelta. La cruz que porta Ancelotti es también su cruz.
Adiós a la Liga. El Madrid no puede ni con un rival que lucha por la salvación. Pero es que el equipo de Ancelotti - aunque eso sea una entelequia- no es capaz de ganar a nadie. Tenía el agua que casi le llegaba a la nariz y ahora se ha ahogado definitivamente.
La tragedia es que hace más de una temporada el Madrid ni tiene juego, ni sistema, ni sentido futbolístico. A muchos les extraña, pero todo el que me lee sabe que llevo denunciándolo ya más de dos años. Es un vetusto entrenador, apagado por su estilo decimonónico y muy engreído en su estilo.
Ahora, los corifeos madridistas dirán que Mamardashvili fue un gigante en la portería y que impidió en más de media docena de ocasiones claras, la mayoría de ellas de Mbappé. Pero el francés solo no puede con unos compañeros que se creen dioses del Olimpo del fútbol, con la nefasta propaganda de la Casa Blanca.
Es cierto que el Valencia metió tres fallas ignífugas para defender. Que sólo hubo tres oportunidades y que dos de ellas terminaron en gol. El último de ellos en el ocaso de un partido que pasará a la historia como cuando el Madrid cayó al infierno.
Es posible incluso que el Madrid logre un gol con esa clase delanteros egocéntricos, que jamás juegan con el compañero, sino que van en busca de la jugada perfecta, la genial.
Lo cierto es que Brahim sólo regatea para él y no se va de nadie. Bellingham arranca desde atrás y también quiere meter su gol maravilloso. Y Vinicius es un desastre. Sólo piensa en sus regates.
Y sale hasta Endrick y también quiere ser un dios en el Olimpo madridista por egocentrismo. Un disparate. Como todos los desperdician todo, castigan a su equipo a perder minutos y minutos en el juego colectivo.
Y, curiosamente, el menos individualista sea el mejor: Mbappé. El único que tiene gol. Lo que no entiendo es que cediera ejecutar el penalti al inútil de Vinicius, que ya ha recibido una sinfonía de pitos. No es para menos. Fue decisivo. Ese minuto que marcará una Liga. Jamás entenderé el compañerismo de Mbappé
Hay muchos misterios de Ancelotti en el partido. Una vez más se cargó a Asencio, para que ya nadie dude de su odio cerval, porque se tragó su calidad. Nadie entendió a Tchouaméni en la defensa, cuando por delante sólo estaba Modric para ser mediocentro y un tocado Valverde. Todo es sospechoso.
Nadie defiende ya a Ancelotti. Y no quiero hablar más de él. Estoy cansado y en el club no hacen nada, sólo el tancredo. Ni lo echan ni fichan a nadie, pero, eso sí, tiene un estadio espectacular. Absurdo.
Y no quiero pensar lo que podrá ocurrir en Londres el martes, porque lo mismo se llevan una manita o quizás cuatro. Con Saka y Merino de verdugos. Mientras tanto, Ancelotti come chicles. Quizá demasiados.
En Europa se habla mucho de rearme, y nos recuerda al fútbol. La narrativa futbolística, tan épica a veces como la descripción de una batalla, se nutre en buena medida de referencias bélicas. Para empezar, hay dos equipos como dos ejércitos, con sus "capitanes" respectivos, que "luchan" para "ganar".
Hay "defensores" y "atacantes", "disparos", "misiles", "obuses", "cañonazos", "banderas", "himnos", "uniformes", "tácticas" y "estrategias". Los delanteros desacertados tienen "la pólvora mojada" o "el punto de mira desviado". Goleador es sinónimo de "artillero". Los porteros son "bombardeados". Los jugadores reservas serían comparables a los militares reservistas. Asencio era un infante de reemplazo, destinado en la retaguardia, en el Castilla, un reservista del Madrid. Su renovación y aumento de soldada semejan una prima de reenganche. Ha ascendido y luce galones. A los nuevos fichajes se les aplica la condición de "refuerzos". Llegan refuerzos a la plantilla. Al frente. El vestuario simboliza el cuartel.
Algunos futbolistas han tenido apodos bélicos: Cañoncito pum (Puskas). Panzer (Stielike). Torpedo (Müller) ... Las lesiones equivaldrían a heridas en combate. El "juego subterráneo" remite a la tarea de los zapadores. Un gol en propia puerta es "fuego amigo". Quienes se "infiltran" entre los defensas actúan como los comandos, que hacen lo propio tras las líneas enemigas. Aunque la denominación se halla hoy en desuso, se ha conocido de antiguo al árbitro como "el juez de la contienda"; alguien que aplica un reglamento que vendría a ser la metáfora de la Convención de Ginebra. Es célebre una famosa sentencia, en el sentido de sesuda afirmación personal y no de solemne dictamen judicial, de Manuel Vázquez Montalbán considerando al Barça "el ejército desarmado de Cataluña". Un ejército local con "mercenarios". Combatientes extranjeros a sueldo, complementando las autóctonas filas azulgranas, surgidas del juvenil West Point de la Masía.
Se habla mucho, sí, en Europa de rearme, aunque a Sánchez, que una vez consideró prescindible el Ministerio de Defensa, no le gusta la ruda palabra. La sustituye por vaporosos eufemismos para marear la perdiz (maniobras de distracción) ante la UE y, al mismo tiempo, interceptar los drones verbales de sus socios de Gobierno, provistos de un arsenal de armas de rendición pasiva. Pacifistas de parvulario que claman "¡no a la guerra!" como si negándola, la eliminaran. Sustituyen el kit de Von der Leyen por el cabás de la Señorita Pepis.
España está muy bien armada futbolísticamente. Pero en política necesita un rearme moral. García-Page le ha pedido a Sánchez, cuyo Gobierno, como los presupuestos, está prorrogado por Puigdemont en un permanente tiempo de descuento, que rompa con el de Waterloo para "salvar de la ruina al PSOE". Pero bastaría con que Don Emiliano, cuyo valor se le supone, diera un paso al frente y ordenara a sus huestes que se replegaran hasta los escaños éticos del Congreso y en ellos se atrincheraran. Cual VAR rectificador, sacaría de ese modo roja directa a Sánchez, doble amarilla a Puigdemont y regeneraría el PSOE.
Los dos mejores, más laureados y prestigiosos equipos de Madrid, que, además, en su denominación, llevan con la cabeza alta por el mundo el nombre de la capital del país. Dos de los más grandes clubes de fútbol del planeta (uno de ellos, el Rey coronado y Dios venerado). Dos de los tres líderes de la actual Liga contribuyen con dos jugadores, uno por cabeza, a la Selección española. Únicamente dos de los 27 futbolistas que han manado, en metafórica abundancia hídrica, del pelado cráneo y el frondoso cerebro de De la Fuente.
Dos jugadores. Curiosamente, dos defensas centrales. Más curiosamente aún, dos anomalías. Bueno, dos rarezas. El Madrid aporta a un novato (Asencio). El Atleti, a un francés (Le Normand). Alguien nacido en Francia, queremos decir, que no se nos ofenda nadie en el nombre de la universalidad sin fronteras de la especie humana y la supresión de las segregadoras barreras distintivas de nacionalidades y razas.
A tono con la pluviosidad reinante, llueve sobre mojado. No: diluvia sobre inundado. Es una situación, más que una circunstancia, harto frecuente. Cada vez de modo más expreso, el Madrid y el Atleti ceban sus canteras para la exportación, no para el uso y disfrute propios. Por su parte, el tercer equipo más laureado, prestigioso y demás del (aún) país, que pasea con orgullo por doquier el olímpico nombre de Barcelona, pone dos velas. Una al abierto internacionalismo de Raphinhas y Lewandowskis y otra a la fértil autarquía de Rufianes y Puigdemon(t)es. O sea, de Gavis y Lamines.
Estos "nois" juegan con España. Pero no es descartable que Moncloa, luego de los indultos, la supresión de la sedición y la rebaja de la malversación. Luego de la amnistía, la financiación singular y la quita. Luego de la introducción del catalán en el Congreso y la promesa de traspasar la gestión de Cercanías. Luego de la delegación de competencias, aún pendientes de aprobación, de inmigración y control de fronteras, autorice que los deportistas catalanes puedan renunciar a representar a España.
Los dos defensas centrales con más internacionalidades con España son Sergio Ramos (180), un exiliado, y Gerard Piqué (102), un jubilado. Ambos se han visto envueltos estos días en insólitos y desagradables episodios. El Rayados de Monterrey, el equipo mexicano de Ramos, cayó eliminado en la CONCAChampions, en la que Messi y Suárez siguen marcando goles a porrillo, ante el canadiense Vancouver Whitecaps. Es posible que, entre otras razones, porque no jugó en su estadio, ocupado por Shakira. Es algo muy de ahora la conversión de estadios de fútbol en salas de conciertos. Así que la colombiana no se fue con la música a otra parte, sino el balón, al que lo echaron de casa.
Casi simultáneamente, por estos "pagos", valga la polisemia, Piqué, su denostado y puesto en solfa ex, declaraba ante la juez(a) Delia Rodrigo por el asunto de las comisiones de la Supercopa hispano-arábiga. Geri, un replicante procedente del planeta Kosmos, ha visto cosas que no creeríamos. Ha visto arder naves más allá de Riad. Humanizado por las circunstancias, se emocionó hasta el llanto. También sus lágrimas, como las de todos nosotros, se perderán en la lluvia.
Tenía razón Simeone. La eliminatotia estaba en manos de Dios, y Dios, como decía su compatriota Borges, no admite sobornos. Ninguno los cometió, entregados Atlético y Madrid a un derbi agonístico, sostenido el primero sobre un gol al alba, a los 29 segundos, sobrepuesto el segundo a la atmósfera del Metropolitano, al balón a los cielos de Velázquez lanzado por Vinicius, incluso a sí mismo. A Dios le tocaba elegir, no castigar, en el te quiero, no te quiero de los penatis, pero el resbalón de Julián Álvarez ante la suerte suprema tiene algo de castigo. El Madrid avanza, pues, a cuartos de la Champions como si caminara sobre las aguas, sin resbalarse, porque Dios viste de blanco. [Narración y estadísticas (1-1, 2-4)]
A Rüdiger correspondió el penalti decisivo, el último, después de que marcaran sus pesos pesados, Mbappé y Belligham los primeros, con un Vinicius fuera, que ya había fallado en el mismo lugar. Tiene Champions para corregirse. Marcos Llorente envió antes de Rüdiger al palo. El fatalismo se repetía para el Atlético y para Simeone, que gritaba a los suyos que levantaran la cabeza. Estaban eliminados pero estaban de pie.
Ese Madrid inyectado había salido al césped del Metropolitano como se sale del servicio del cine cuando la película está a punto de empezar. Siempre queda algún botón por abrochar. Mal asunto. Lo que le esperaba no era una comedia, precisamente. En 29 segundos, estaba en pelotas, lo que tardó el Atlético en desnudarlo, de la bragueta a la camisa. La eliminatoria empezaba de nuevo, igualada, en el minuto uno.
Los excesos y el absurdo
El balón transitó entre los futbolistas del Atlético como si derribara fichas de dominó, fichas blancas: Asencio, Valverde, Courtois. A Gallagher correspondió el remate final, en un cuerpo a cuerpo con el belga. Era como una señal del destino, puesto que el inglés había sido una de las dos novedades escogidas por Simeone en el once. Reinildo, la segunda, para armar una banda izquierda nueva con respecto a la ida en el Bernabéu. Por ese lugar recibió el golpe en la ida, muy temprano. Lo devolvía mucho antes, sin que el Madrid se hubiera abrochado todos los botones.
Simeone ni se inmutó en la banda, lejos su hipercólera. Esto es muy largo, pensó, entre expectante y sorprendido. En su mente anidaba la pregunta de qué hacer frente a un escenario inesperado, al menos tan pronto. Nunca sabremos cuál era su hoja de ruta si el Atlético hubiera tardado más en igualar la eliminatoria. Ahora estaba más claro, porque la situación regresaba a su terreno, a la cueva donde nadie juega a las sombras como el argentino. Le encanta intervenir, decidir sobre lo que acontece en el campo, manejar los tiempos de los partidos. A veces hasta el exceso, y los excesos conducen al absurdo.
El Atlético se replegó, huyó de la presión alta para proteger el tesoro e impedir correr al Madrid. Si lo hace, hay que jugar con la pelota y el crucifijo. Una vez pudo hacerlo, una, y Mbappé puso a Oblak en el paredón. El penalti de Vini se fue al cielo.
Julián Álvarez, en el penalti que fue invalidado por el árbitro.AP
Al Madrid le quedó inicialmente la posesión, pero la posesión sin profundidad es un ejercicio estéril, como el amor sin sexo. En el fútbol español hemos conocido las dos versiones. El ataque posicional no dio frutos a los blancos en un primer tiempo en el que apenas sacaron un disparo de Rodrygo. Nada más. Poco. Poquísimo. Mbappé, desesperado, escapaba del área a los medios para tocar el balón y sentir que estaba en el partido.
El peligro lo generaba el Atlético, porque a su excelente organización defensiva añadía más intensidad en las disputas que se producían en las transiciones, con la excitación justa. Encontrarla era básico para los rojiblancos, en una atmósfera muy cargada, como sucede en los derbis del Metropolitano. No estábamos ante un derbi cualquiera. Igualar la eliminatoria tan pronto se lo permitió. Lo contrario los hubiera desquiciado.
Sin necesidad de desguarnecer sus líneas, con muchas precauciones por parte de Marcos Llorente y Reinildo, habituales en los despliegues, los jugadores de Simeone consiguieron llegar al área de Courtois y provocar que apareciese la mejor versión de Julián Álvarez, voraz para cargar la pierna desde cualquier lugar y disparar, incluso para intentar dos veces seguidas el gol olímpico. Sabe que es una estrella, sabe que quiere ser un número uno y sabe dónde ha de conseguirlo. Era un partido señalado. Julián Álvarez le ha ofrecido a este Atlético, donde vemos la versión otoñal de Griezmann, un vértice de calidad extrema, en el gol y en mucho más.
Cambios de riesgo
El Madrid debía elevar la presión y la movilidad para poder encontrar las ocasiones. Lo hizo tras regresar del descanso, sin que el Atlético cambiara su plan, salvo en los primeros minutos. Eso es muy del Cholo, un arranque a fuego y después el repliegue a la espera de la carroña. El factor sorpresa a veces funciona. Lo hizo en el primer tiempo. Después, no.
Ancelotti se había inclinado por Modric como titular, porque el partido pedía galones, temple, sabiduría. Sin embargo, la celda del Atlético le obligaba a mover los barrotes con energía. Camavinga saltó para ocupar el lugar del croata, pero a la vez se retiraba del campo también Tchouaméni, Valverde pasaba al centro y Lucas Vázquez ocupaba el lateral. Cambios de riesgo. Poco tiempo después, Brahim, en busca de las acciones de uno contra uno para superar piezas hasta entonces infranqueables.
La única vez que el Madrid lo había logrado fue por un error ajeno, de Griezmann, en su área. Pudo entonces correr, aplicar su manual, para conectar con Mbappé, único en los movimientos en ese lugar. Lenglet lo derribó. Con muy poco, Vinicius estaba ante los 11 metros, ante la puerta de Oblak como si fuera la puerta de la gloria. Volvió al purgatorio.
A la prórroga llegaron ambos entre el cansancio, las lesiones, como las de Mendy o De Paul, y el miedo. El Atlético ya no contaba con Giuliano, una dinamo que genera y genera energía, ni De Paul, pero aparecía el factor Correa. Un control de cirujano tras un envío de Oblak, de costa a costa. Insuficiente para tumbar al vigente campeón.