Veinticinco años odiando a Luis Figo: "Nunca se explicó ante la afición del Barça y fue soberbio. Es el traidor de nuestra historia"

Veinticinco años odiando a Luis Figo: “Nunca se explicó ante la afición del Barça y fue soberbio. Es el traidor de nuestra historia”

P-E-S-E-T-E-R-O. En letras mayúsculas, el calificativo encabezaba un billete de mil pesetas tuneado, con el rostro de Luis Figo. El póster había sido editado por el periódico Sport, entonces el mejor tensiómetro del barcelonismo, ante el regreso del portugués al Camp Nou después de una marcha de telenovela, con llanto, despecho, dinero y mentiras, al Real Madrid de un ecléctico Florentino Pérez. Poco se sabía entonces de aquel candidato con aspecto de registrador de la propiedad que iba a cambiar el fútbol. Muchos socios se llevaron el póster a su asiento y lo levantaron cuando saltó el equipo blanco al césped, en mitad de un napalm acústico con la contribución del speaker azulgrana y su deliberada paradinha al llegar al nombre del delantero mientras recitaba la alienación madridista. Otros hinchas lanzaron copias reducidas del póster y billetes caseros fotocopiados. Fue lo más inocuo que escuchó y cayó sobre Figo en una noche que, 25 años después, no ha concluido, como quedó claro la semana pasada en Montjuïc, una coral del rencor: «¡Ese portugués...!»

Este mes de octubre se cumple un cuarto de siglo del clásico de la ira y la vergüenza, inmortalizadas, dos años después, en otro partido con Figo en la diana, por la cabeza de cochinillo, boca arriba sobre el césped del Camp Nou. El clásico disputado el 28 de octubre de 2000 fue resuelto con victoria por el Barcelona (2-0), con un primer gol de Luis Enrique, conectado a Figo en el voltaje amor-odio. Eran como el chile y la pimienta en la misma olla: el Camp Nou. El euro sustituyó a la peseta al año siguiente, pero el rencor permanece como moneda de cambio en las transacciones emocionales entre el Barcelona y el portugués. Es mutuo. Incluso quienes ya no usaron la peseta, nacieron después de aquel 21 de octubre de 2000 o jamás han probado un buen cochinillo, tienen la convicción entre la gent blaugrana de que Figo fue un pesetero, convertido ya en el icono de la traición que todo relato necesita, desde la Biblia al Barça.

Ni Schuster ni Laudrup

Milla, Schuster, Laudrup... Ha habido más casos de grandes jugadores que cambiaron el Camp Nou por el Bernabéu en la era moderna, sin necesidad de remontarse a Zamora, y ninguno fue ajeno a las controversias. Todos, sin embargo, han vuelto a Barcelona sin ira con el paso del tiempo, incluso reconocidos por los aficionados por su contribución al club azulgrana. «¡Tú, no!», espetó Hristo Stoichkov a Figo en un programa de Univisión, en el que le preguntó si le insultaban en la ciudad. El portugués dijo: «A lo mejor me insultas tú».

«Figo estaba encantado con su vida en Barcelona, él y su familia, y ahora prácticamente no puede volver sin que le escupan. Laudrup explicó en una rueda de prensa por qué se marchaba. No aguantaba más a Cruyff. Schuster había tenido muchos problemas con Núñez. Figo, en cambio, no ha sabido explicar en todo este tiempo cuáles fueron las razones que le llevaron a irse al Madrid, con sinceridad, sin mentiras. Al contrario, se ha comportado siempre de forma soberbia, y el tema se ha enquistado», explica Josep Maria Casanovas, fundador y editor del Sport durante la era dorada del rotativo, y uno de los creadores de opinión que mejor pulsaban la sensibilidad barcelonista.

Figo, en su regreso al Camp Nou, en octubre de 2000.

Figo, en su regreso al Camp Nou, en octubre de 2000.MARCA

"Es alguien de sangre caliente"

«Ha quedado como el traidor de nuestra historia, mientras que a Laudrup y Schuster les piden autógrafos en la ciudad», continúa Casanovas, pionero del marketing y las promociones ligadas a un club de fútbol. Sport recibió críticas de muchos sectores por aquel póster de Figo, que todavía puede comprarse, como un fetiche para muchos barcelonistas. «Éramos un periódico valiente, que creaba mucha opinión, y cuando eres valiente siempre estás expuesto a las críticas. Las asumimos», contesta su antiguo editor, hoy «semiretirado».

Casanovas cree que «si Figo no hubiera venido con la UEFA a Montjuïc [con motivo del partido de Champions Barcelona-PSG], habría tenido algún altercado, y eso es un problema, porque hablamos de alguien de sangre caliente».

El portugués ha dado sobradas pruebas de ello. Se agarró los genitales y se encaró con un aficionado que le llamó «traidor», cuando se disponía a acudir a la cena de gala previa a la final de la Champions femenina, el pasado mayo en Lisboa. Semanas antes, había mantenido un escabroso careo con Toni Freixa, ex directivo azulgrana, en las redes sociales. Ante el duelo en semifinales de la Champions masculina con el Inter, el portugués dijo que era fan del club italiano, en el que jugó tras dejar el Madrid y con el que también regresó al Camp Nou. Freixa reaccionó con un «de cerdo y de señor se ha de venir por naturaleza». Figo no bajó el listón en la réplica: «Saliste de la tumba con la boca llena de mierda. Hueles mal».

Billete lanzado al Camp Nou.

Billete lanzado al Camp Nou.

Disputas con Florentino y Pedro Sánchez

La frontalidad, incluso desafiante, es un rasgo de su personalidad que Figo no sólo ha mostrado en las disputas con el Barça. También en sus irónicas opiniones políticas, muy crítico y vitriólico en general con la izquierda española, pese a ser ciudadano portugués. En concreto, con Pedro Sánchez, sea por la pandemia, la exhumación de los restos de Franco o la Ley de Amnistía, por ejemplo.

Las discrepancias han llegado también con el hombre que lo llevó al Madrid. «Yo me caso con nadie», suele decir, aunque ha reconocido que «por hablar de política tengo más enemigos, aunque no me dan de comer. Dedicado a los negocios, con inversiones hoteleras, y a labores de representatividad en el fútbol, como sucede con la UEFA, Figo, a sus 52 años, tiene más visibilidad que muchos futbolistas de su generación.

¿Una provocación de Ceferin?

La presencia de Figo en la delegación de la UEFA liderada por Aleksander Ceferin no fue muy comprendida por pesos pesados del entorno azulgrana. «Tuvo un punto provocador», señala un ex directivo. El portugués es miembro del Board del organismo, uno de sus embajadores, pero eso no implica que su presencia sea siempre necesaria. A Joan Laporta no le quedó más remedio que reprimir su perfil de hincha para dar la bienvenida a Figo al estadio, mientras Joan Gaspart, el ex presidente que sufrió su marcha y, en su opinión, el «engaño» y la «traición», podía permitirse el desahogo.

Gaspart, como muchos barcelonistas, no ha olvidado los cánticos de Figo, en el balcón de la Generalitat, en 1998: "¡¡Blancos, llorones, felicita a los campeones"!! El cántico le convirtió en un icono en Barcelona. Dos años después, recibía el Balón de Oro en el Bernabéu básicamente por los méritos contraídos en su último año como azulgrana, además de con la selección lusa.

Figo, junto a Aitana Bonmatí, en Montjuïc.

Figo, junto a Aitana Bonmatí, en Montjuïc.Siu WuEFE

Con el caso Negreira pendiente en Nyón y la multa rebajada por las palancas que la UEFA no ve como LaLiga, Laporta necesita engrasar la relación con un Ceferin al que le gusta marcar territorio. Quizás con una salida del Barça de la Superliga.

"Si vendes a tu mujer pagamos bien"

Sentado junto una tensa pero diplomática Aitana Bonmatí, Figo escuchó en Montjuïc el insulto de catálogo inmortalizado con Cristiano. Una minucia si se compara con todo lo dedicado a él y a su esposa, Helen Svedin, hace 25 años. "Si vendes a tu mujer pagamos bien". "¿Harías lo mismo con tu hija?". Fueron algunas de las pancartas que el club retiró preceptivamente, pero después de dejar que se desplegaran lo justo para ser captadas por las televisiones, Figo y el resto de los jugadores del Madrid, cuyo autocar atravesó el estrecho túnel que daba acceso al Camp Nou como un carro de combate en Mogadiscio. Una piedra impactó en los cristales cerca de donde se sentaba Vicente del Bosque, impertérrito.

Cosas difíciles de olvidar, en definitiva, en un partido para el olvido. Decía Josep Pla que "el cultivo de la capacidad del olvido es algo excelente para saber vivir", y pocos sabían tanto de su gente y de lo peligrosa que es la palabra traición. Quizás también conviene que Figo lo incluya entre sus lecturas.

Las mil y una aventuras de la Copa Jules Rimet, el primer trofeo de los Mundiales: escondida de los nazis en una caja de zapatos, recuperada por un perro en Londres y fundida por un argentino en Río de Janeiro

Las mil y una aventuras de la Copa Jules Rimet, el primer trofeo de los Mundiales: escondida de los nazis en una caja de zapatos, recuperada por un perro en Londres y fundida por un argentino en Río de Janeiro

Jules Rimet fue el Pierre de Coubertin del fútbol, aunque no nació en cuna aristocrática, como este, sino en una familia campesina de Theuley-les-Lavoncourt, al este de Francia. Sus padres echaron el resto para que estudiara en París, donde se graduó como abogado al tiempo que le entraba el veneno del fútbol. Había nacido en 1873, así que cuando llegó a París se vivía la eclosión del fenómeno deportivo. Se enamoró del futbol. Fundó el Red Star, jugó, arbitró, presidió la Federación Francesa desde 1919 hasta 1946 y en 1921 fue nombrado presidente de la FIFA, fundada en 1904.

En los JJ.OO. de 1924, celebrados en París, el fútbol pegó un estirón: participaron 22 naciones, por primera vez hubo representantes de fuera de Europa (Uruguay, Estados Unidos, Turquía y Egipto) y ganó Uruguay con un fútbol sorprendente. El Francia-Uruguay lo presenciaron 45.000 personas, dejando 30.000 francos en taquilla. Las asistencias del fútbol llenaban las arcas del COI... al tiempo que Coubertin le hacía reproches Rimet por la sospecha de que su deporte colaba profesionales, anatema entonces en el ámbito olímpico. Rimet empezó a rumiar la posibilidad de un Mundial específico para el fútbol, fuera de los JJ.OO. En Amsterdam 1928 la tensión ya se hizo insoportable, pero a Rimet no le importó. Uruguay ganó de nuevo el torneo de fútbol en Amsterdam, el país cumplía cien años e hizo una oferta muy generosa para organizar en 1930 el primer Mundial. Empezar por América le daría universalidad al campeonato, pensó Rimet. El coste fue que sólo se inscribieron cuatro europeos: Francia, Bélgica, Rumanía y Yugoslavia. Pero funcionó.

Para saber más

Una competición así merecía un trofeo de enjundia, y Rimet se lo encargó al artista francés Abel Lafleur, un escultor y medallista célebre en la época, que sugirió una estatuilla que representa a la diosa griega Niké (Victoria), con un vaso octogonal sobre la cabeza. Rimet decidió que fuera de oro macizo, 1,8 kilos en total, cuatro con la peana cuadrada de lapislázuli que en cada lado llevaba una chapita de oro para inscribir el nombre del ganador de cada edición. Medía 38 centímetros.

Rimet cargó el bebé en su maleta y en su camarote del Conte Verde, célebre transatlántico de la época popularizado por Gardel con sus viajes a Europa. La aviación comercial aún no estaba desarrollada (el vuelo de Lindbergh fue solo cuatro años antes), de modo que los continentes se enlazaban por mar. Compartieron el viaje las cuatro selecciones europeas y el árbitro belga Langenus, que pitaría la final. Coincidieron con Joséphine Baker, que animó las veladas.

Aquel primer Mundial lo ganó Uruguay, cuya Federación fue, por tanto, la primera depositaria de la Copa, aún no llamada Jules Rimet sino Coupe du Monde. La custodiaría cuatro años, tras lo cual volvería a la FIFA, que la pondría en juego en el siguiente campeonato. En Italia 1934 y Francia 1938 la ganó Italia, así que estaba en Roma cuando estalló la guerra. Ante el temor de que la Federación no fuera un sitio lo bastante seguro, Ottorino Barassi, presidente de la misma, depositó el trofeo en una bóveda del Banco di Roma. Pero cuando en 1943 los aliados desembarcaron en Sicilia, Italia cambió de bando en la guerra y el país fue ocupado por los alemanes, Barassi temió por el trofeo. Era bien sabido que los nazis arramplaban con todo objeto artístico o de valor que se cruzara en su camino y bien podría darles por la copa, de modo que la sacó, se la llevó a su casa en Piazza Adriana y la puso debajo de su cama, en una caja de zapatos. Acertó de pleno. Los nazis se presentaron en el Banco di Roma para requisarla, no la encontraron y fueron a su casa. Barassi tuvo flema y les supo mentir. Dijo que en el alboroto de esos días podría habérsele llevado cualquier otro directivo. No se fiaron y le registraron la casa, pero debajo de la cama no miraron. El escondite estuvo bien escogido. Cuando, ante la proximidad de los aliados a Roma, la Federación se trasladó a Venecia, le dio la copa a un abogado amigo, Giovanni Mauro, que la ocultó en la casa de campo del ex jugador Aldo Cevenini en Brembate, cerca de Bérgamo.

Jules Rimet.

Jules Rimet.E. M.

Terminada la guerra, el trofeo fue rebautizado como Copa Jules Rimet al cumplirse 25 años del dirigente en la presidencia de la FIFA, y en agradecimiento a sus desvelos. Estrenó nombre en otro viaje transatlántico, también en barco, pues Italia viajó así a Brasil 1950. Ya se podía ir allí en avión, de hecho España lo hizo, pero en 1949 se había estrellado el vuelo del Torino en la gruesa pared de piedra de la Basílica de Superga, viendo ya Turín, y no estaba el ánimo para vuelos.

Allí Jules Rimet se la devolvió a Uruguay de sobaquillo, sin ceremonia, buscando al capitán Obdulio por el campo entre los grupillos de uruguayos que se abrazaban, porque en el estupor por el Maracanazo se evaporó el protocolo. Uruguay la llevó a Suiza 1954. La final fue en Berna y esta vez sí, en un atril, con un paraguas amable protegiendo al ya octogenario presidente de la lluvia, Rimet leyó un discursito y entregó la copa al veterano y sabio Fritz Walter, capitán de Alemania. Sería la última vez que lo hiciera. Ahí mismo resignó su mandato y falleció sólo dos años después. Su Mundial estaba lanzado. En Suecia 1958 y en Chile 1962 Brasil ganó la copa, que volvió saltar de continente con ocasión de Inglaterra 1966.

Empezaban a concebirse el fútbol como vehículo publicitario, y ya en Suiza 1954 una tienda de ropa de caballeros había alquilado la Rimet unos días para exponerla en su escaparate, rodeada de cheviot. En Londres hizo lo mismo un tal Stanley Gibbons, organizador de una exposición de sellos raros en el Westminster's Center Hall. Los empleados que abrieron el centro la mañana del martes 21 de marzo, tercer día de la exposición, notaron con horror que la Rimet no estaba. Fue una conmoción. Scotland Yard desplegó sus mejores esfuerzos, pero no había la menor pista. Evidentemente había sido obra de un ladrón de guante blanco con interés exclusivo en la copa, pues había desdeñado sellos de un valor incalculable.

En la segunda mañana llega la carta de un tipo que pide 15.000 libras, en billetes usados de uno y cinco y numeración no correlativa, seguida pronto de otra en la que rectifica, pidiendo que sean de cinco y 25. Se organiza la entrega, se le detiene y hay júbilo general... hasta que se descubre que el tipo no tiene la copa, sólo era un caradura poco esclarecido. Scotland Yard ofrece 6.000 libras por cualquier pista fiable y le llegan en cantidad tan abrumadora que no se pueden atender. Hay desesperación.

'Pickles', el perro que encontró la Copa tras haber sido robada en Londres.

'Pickles', el perro que encontró la Copa tras haber sido robada en Londres.GETTY

Así hasta el día 29, cuando un vecino de Beulah Hill, al sur de Londres, llamado David Corbett, saca a pasear a Pickles, un simpático chucho de tamaño terciadito, blanco con manchas negras. Pickles olfatea algo en un seto, se encela con ello y se resiste a los tirones de su amo, que se agacha y encuentra un paquete envuelto en papel de periódico del que asoma una piedra azul. Tira de ella y le sale la Jules Rimet. Inmediatamente va a Scotland Yard, que lanza la noticia a los cuatro vientos. Como ha quedado mal, luego investigará arduamente a David Corbett, sin fruto, antes de pagarle las 6.000 libras. El autor nunca aparecerá. Pickles se hizo más célebre que Laika, la perrita puesta en órbita por los rusos. Tuvo comida gratis el resto de su vida y él y su amo fueron invitados a la cena de honor, con la Reina y el equipo, tras la victoria de Inglaterra en el Mundial. Por desgracia, no vivió mucho más: falleció, estrangulado por su propia correa, mientras perseguía a un gato. Le recuerda una placa en el muro frente al lugar del hallazgo.

En México 1970 ganó por tercera vez Brasil. La Rimet había cumplido 40 azarosos años y le tocaba ya descansar en la sede de la CBF (la Federación de Brasil), que con tres Mundiales mereció su propiedad definitiva. A la vieja y querida estatuilla la sustituyó el trofeo que vemos ahora, también una victoria alada, esta vez sosteniendo la bola del mundo. La CBF la expuso en su museo, protegida en una urna de cristal antibalas. Desgraciadamente, no estaba tan segura como parecía, porque la cuarta cara del cubo que la contenía no era de cristal antibalas, sino de madera, y el conjunto estaba pegado a la pared con cinta aislante. Dos cacos fueron a la CBF el 18 de diciembre de 1983, al cierre se escondieron en un baño, salieron cuando ya no quedaba más que un solitario vigilante, le neutralizaron y ataron, levantaron la urna, cogieron la copa y se fueron. La mañana siguiente se conoció el desastre y fue el llanto y crujir de dientes.

La policía empezó las pesquisas por el circuito de sospechosos habituales y la pista la dio Antonio Setta, un experto en violar cajas fuertes. Recordó que le había contactado un tal Sergio Pereira Ayres con la intención de contratarle para robar la copa, pero rehusó porque su hermano había muerto de infarto con el gol de Gerson a Italia en la final de 1970. La policía fue al bar Santo Cristo, un tugurio que frecuentaba el tal Sergio Pereira Ayres, y resolvió el asunto: los asaltantes fueron Luis Vieira da Silva, 'Bigode', y Francisco José Rocha Rivera, 'Barbudo'. Los tres fueron juzgados en ausencia y condenados a penas de nueve años. Bigode [Bigote] apareció muerto en 1989 en un ajuste de cuentas. Pereyra fue detenido en 1994, Barbudo en 1995. Confesaron haber vendido la Rimet a un argentino llamado Juan Carlos Hernández, joyero y mercante en oro afincado en Río, que la habría troceado y fundido en la misma noche del 19 para aprovechar el valor de sus 1,8 kilos de oro, cuyo precio en la época era 47.000 dólares.

Hernández estaba entonces preso en Francia por tráfico de drogas. A su regreso fue detenido e interrogado. Negó tercamente los hechos, pero se le consideró culpable por la argucia de un policía, Murillo Miguel Bernardes, que dijo al compañero de interrogatorio: «Nosotros, los brasileños, tuvimos que ganar tres veces la copa para tenerla, y ahora viene un argentino y la funde». La sonrisa sardónica de Hernández fue tomada como una prueba, se le culpó y le cayeron nueve años. Cuando salió se fue a Argentina. Se ignora si aún vive. Los demás ya fallecieron.

La Diosa Niké, un detalle de la Copa Jules Rimet.

La Diosa Niké, un detalle de la Copa Jules Rimet.E. M.

Quedó un aire de duda y la sospecha de que el encargo hubiera procedido de algún millonario caprichoso. Se llegó a registrar, sin éxito, la casa de Giulite Coutinho, ex presidente de la CFB, ya fallecido. El cineasta Jota Eme rodó un documental sobre el caso titulado El argentino que derritió la Copa Rimet, que destila escepticismo respecto a la solución policial del asunto.

Quién sabe, quizás la Rimet ande por ahí y cualquier día aparezca. De momento sólo hay tres reproducciones: una está en la FIFA, otra en la CBF, y una más en Inglaterra, donde fue reelaborada a toda prisa durante los diez días de abril de 1966 que estuvo desaparecida.