La jugadora marcó este viernes el tanto decisivo en el partido frente a Países Bajos que certificó el pase a una histórica semifinal en la que se enfrentará a Suecia este martes
“Ya estamos entre las cuatro mejores del mundo… pero no me basta”. Esto fue lo que Salma Paralluelo (Zaragoza, 2003) le dijo a su padre, Jaime, nada más terminar el partido frente a Países Bajos en videollamada desde Wellington a Zaragoza. Podría ser una frase sin más si no fuera porque la delantera acababa de ser la heroína del histórico triunfo al marcar el tanto que certificaba el pase de España a la semifinal. La aragonesa está a dos pasos de levantar una Copa del Mundo que ella siempre creyó posible. Quizás la selección no partiera como máxima candidata, sin embargo Salma “ha ido con la mentalidad de ganar, ella se ve favorita siempre”, revela Jaime a EL MUNDO. Por eso no es de extrañar que en esa conversación telefónica entre la jugadora y su familia tras el encuentro, la delantera del Barça comentara en un momento de euforia: “¡Papá, sólo me vale el título!”
Y es entendible porque, desde que se inició en el deporte, sólo ha cosechado éxitos. De hecho, ya ha ganado dos Mundiales en las categorías sub-17 y sub-20 y ahora ansía repetir con la selección absoluta. El deporte lo lleva en los genes y no sólo en ha destacado en el fútbol. Hasta el año pasado lo compaginó con el atletismo, siendo una de las cuatrocentistas, con y sin vallas, más prometedoras de España. Su padre cuenta que se apuntó con siete años y que desde la primera competición ya destacó. “Para mí, que la conozco desde pequeña en ese ámbito, es un talentazo”, dice Félix Laguna, su entrenador en la pista desde los 14 años, a este periódico.
El que fuera su preparador reconoce que tenía algo especial, porque lograba marcas extraordinarias sin apenas entrenamiento. En el atletismo, la aragonesa consiguió hacerse con dos medallas de oro, en 400 metros vallas y relevos 4×400, en el Festival Olímpico de la Juventud, además de cosechar múltiples récords juveniles. Tanto era lo que destacaba, que con 15 años le fue concedido el premio Princesa Leonor del Deporte a la mejor deportista española de menos de 18 años.
También con 15 años dejó su tierra natal, Zaragoza, para recalar en el Villarreal, en cuya cantera también han militado sus hermanos Jota y Lorenzo. Un club en el que le permitieron disfrutar de sus dos pasiones. “El equipo les proporcionó a ella y a su familia la posibilidad de seguir practicando ambos deportes con los mejores medios posibles, la mejor organización y el mejor acompañamiento. El Villarreal es una especie de mecenas del Playas de Castellón, que es uno de los grandes clubs de atletismo del panorama español. Por ello, ante esa opción, ella aceptó mudarse allí”, cuenta su agencia de representación.
Una dura lesión
En la entidad groguet estuvo dos años y combinó ambas disciplinas, hasta que, en 2021, una rotura del ligamento de su rodilla izquierda le apartó de las pistas y de los terrenos de juego. Cuando regresó a la competición, ya en 2022, consiguió destacar tanto como para que Jorge Vilda la tuviera en cuenta en la prelista para la Eurocopa, torneo al que finalmente no pudo asistir por una nueva lesión.
En julio de ese año fichó por el Barça, su actual equipo, y ahí tuvo que elegir: ganó el fútbol. Eso le ha permitido abrillantar su palmarés con una Liga, una Champions y una Supercopa. Aunque más allá de los títulos, los que la conocen bien, como Félix, dicen que “aprecia mucho más otras cuestiones que el éxito, aunque por supuesto quiera ganar. Ella es muy de amigos y de compartir, tiene mucha empatía”.
Su padre, además, explica que “el deporte es su vida” y para ella “nunca es un sacrificio ir a jugar o a entrenar, es lo que quiere hacer y lo que le apasiona, pero es una chica normal que estudia y que ha terminado el Bachillerato este año”.
Ahora su objetivo principal es alzarse con la Copa del Mundo, le ha llegado su momento con 19 años. Para su familia no ha sido una sorpresa su convocatoria para Australia y Nueva Zelanda, de hecho su padre revela que “lo raro hubiera sido que no fuera, sobre todo con las ganas que ella tiene, con lo que le gusta y con lo competitiva que es”. Tras una primera fase algo dubitativa, ha aparecido cuando más se la necesitaba. Y no le basta. El título es su obsesión.
El 15 de junio de 1988, tres días después de la derrota de Holanda ante la URSS (0-1), el diario De Telegraaf publicaba, bajo el título Una camiseta extraña, un suelto en su cuarta página, inserto en la sección de sociedad, que arrancaba así: "Los futbolistas son muy supersticiosos, ¿verdad? Bueno, entonces ya sé por qué perdimos contra los rusos: nuestras camisetas no estaban a la altura. Un débil color naranja con cuadros y rayas blancas. Las llaman 'alambre de pollo' y 'mierda de pollo'. (...) En los años 50, Abe Lenstra y Faas Wilkes jugaban con un naranja nítido, pantalones blancos y medias azules. Johan Cruyff y los suyos, con una camiseta naranja, pantalones negros y medias naranjas. ¡Y ahora esto!" Apenas 10 días más tarde, poco antes de saltar al césped para disputar la final de la Eurocopa, Ruud Gullit aún miraba con recelo la equipación de Adidas. Y no era el único. La mayor parte del vestuario compartía la opinión de su capitán. John van' t Schip, extremo derecho del Ajax, lo había dejado claro ante la prensa: "Parecemos peces dorados. Pero mientras sigamos ganando, la mantendremos".
En realidad, ni uno de los futbolistas de la Oranje dudaba de la victoria en el Olímpico de Múnich. Sería la revancha ante los soviéticos, sus verdugos en el debut. El viernes, víspera de la final, la expedición al completo, encabezada por Rinus Michels, había acudido a un concierto de Whitney Houston. La charla previa del seleccionador, según confesaría años más tarde el propio Gullit, resultó más bien una súplica: "Necesitaba tener la mente en otra cosa, pero ahora que estamos aquí, por favor, mantened la concentración y ganad el partido". No fue el éxito del fútbol total, ni de la Naranja Mecánica. Holanda conquistó la Eurocopa de 1988 gracias a la voluntad y la determinación. Lo hizo con la camiseta que sus estrellas detestaban. La que les habían proporcionado desde la odiada Alemania. La joya de la geometría que hoy ocupa un lugar de honor en la historia del diseño futbolístico.
Ina Franzmann apenas sabía nada de balones cuando en 1984 fichó por Adidas como asistente de diseño. Su formación y su bagaje profesional previo se remitían a la alta costura. Sin embargo, pronto empezó a cautivar a los altos mandos de Herzogenaurach, atrapados por entonces en uno de los momentos más críticos para la compañía. Mientras Horst Dassler se debatía entre llevarse o no la producción a Extremo Oriente, Nike y Reebok ganaban posiciones. Y mientras Hummel presentaba en el Mundial de 1986 la camiseta de Dinamarca, la primera con un estampado gráfico completo, los creadores de Dassler seguían instalados en el conservadurismo. Quizá por eso fue el mismo Horst quien dio la orden de que la camiseta de Alemania para la Euro'88 incorporase, por vez primera, los colores de la bandera.
La influencia del tenis
Aquel encargo pasó de inmediato a manos de Franzmann. Su departamento apenas contaba con cuatro personas, pero también asumiría la petición holandesa. "Manejábamos distintas opciones y pensamos en qué selección encajarían", explicó Jürgen Rank, por entonces un aprendiz, hoy jefe de diseño en Adidas. Para Holanda quedaría la detonación de motivos geométricos, técnicamente bautizados Ipswich Template, en honor al club de la Premier League, uno de los 29 equipos que aquel año se animaron con ella. También la URSS, aunque en los dos duelos directos frente a los campeones vistiese otra versión en blanco bañada de clasicismo. "Si hoy asumes una decisión tan extrema, la gente enloquecería en las redes sociales" sostenía Rank.
En aquella época, Franzmann y su equipo trabajaban a mano, sin ninguna ayuda de ordenadores. Se trataba de una labor artesanal, pero con bastante libertad creativa y una evidente influencia del tenis. Porque Adidas nunca hubiese apostado por los rombos en la camiseta de Bélgica para la Eurocopa 1984 de no ser por el precedente de Ivan Lendl, que los lucía por cada Grand Slam desde 1982. De igual modo, los motivos abstractos de Stefan Edberg y Steffi Graff también terminarían llegando al césped unos años después.
El 9 de abril de 1987, unas semanas después de su 51º cumpleaños, la repentina muerte de Horst Dassler sumió a Adidas en el desamparo. Para comprender la influencia del patrón baste enumerar a quienes acompañaron a su viuda durante las exequias: Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, y Sepp Blatter, secretario general de la FIFA. Según los cálculos de Barbara Smit, autora de Hermanos de Sangre (LID, 2007), entre 1987 y 1992 la firma del trébol tuvo que despedir a casi la mitad de su plantilla (de 11.000 a 6.400 empleados). Durante ese mismo periodo, el catálogo de productos se redujo en más de un 60%. El nombramiento del joven René Jäggi como sucesor tampoco iba a aliviar la situación.
Roddy Campbell, director de márketing, descubrió en los libros de cuentas que Adidas seguía entregando un millón de marcos anuales al seleccionador Franz Beckenbauer. Y que la principal obsesión de la cúpula directiva era convencer a los dos únicos clubes de la Bundesliga que aún no habían sucumbido a sus encantos. Por no mencionar los pagos regulares a uno de los hijos de Samaranch, sin que mediase ningún tipo de relación comercial entre las partes. Sobre este delicadísimo contexto se entiende mejor la relevancia de Franzmann en la historia de Adidas. Sin la explosión de su fabulosa creatividad en 1988, el gigante nunca habría mirado de igual modo hacia el futuro.
Desde el momento en que Marco van Basten giró su tobillo derecho, casi de espaldas a puerta, para conectar aquella fabulosa volea ante Rinat Dasaev (2-0), el Ipswich Template holandés se convirtió en referencia y fuente de inspiración. Un Santo Grial para los coleccionistas, fascinados por la combinación entre su majestuosa simetría y el impacto de los tonos naranja. En 2021, un experto en la materia llegó a identificar hasta seis ediciones diferentes, distribuidas en países tan remotos como Argentina, Irlanda, Japón, Alemania o Yugoslavia. Sus precios en el mercado oscilan entre 300 y 3.000 euros.
"Devolvednos nuestras bicicletas"
Su halo mítico se mantiene ajeno a las reticencias de los campeones, que veían en ella simples escamas. Pero es que aquella plantilla, más allá de la creatividad, fluidez y versatilidad de su juego, rara vez cumplió con lo que de ella se esperaba. "El mejor partido que jugamos, el del debut, lo perdimos. Nuestra peor actuación fue la final, pero ganamos, simplemente porque convertimos nuestras ocasiones. Los soviéticos jugaron algo mejor, así que era algo del destino que alzáramos el trofeo", declaró Gullit. La estampa de Hans van Breukelen apretando las clavijas a Igor Belanov antes de pararle un penalti dejó claro el carácter del equipo.
Holanda se manejaba muy bien en los otros registros del fútbol. Y contaba, para qué negarlo, con algún muerto en el armario. Van Basten, por ejemplo, meditó muy seriamente abandonar la concentración tras su primera suplencia, en favor de John Bosman; Van Breukelen se hizo famoso por su "¡Ojalá te mueras!" a Lothar Matthäus durante la turbulenta semifinal ante la RFA, donde Ronald Koeman tampoco dudaría en limpiarse el culo con la camiseta de Olaf Thon. Tras el 1-2 en Hamburgo, la euforia era tal que Gullit solicitó permiso a Michels para organizar una fiesta, a la que invitaron incluso a los periodistas. No sólo se trataba de la revancha por el Mundial de 1974. Era un clima de exaltación patriótica que amenazaba con echar abajo los pólderes.
"Los sobrios, sensatos, tranquilos y prudentes holandeses se volvieron completamente locos de alegría. Nueve millones organizaron la mayor fiesta que se había visto en el país desde la Liberación", escribe David Winner en Brilliant Orange: The Neurotic Genius of Football (Bloomsbury, 2001). Los más de 50.000 hinchas que invadieron Múnich para disfrutar de la final en directo gritaron hasta enronquecer: "¡Devolvednos nuestras bicicletas!" Era su peculiar desquite, cuatro décadas postergado, ante el terror nazi.
"Fue la equipación más fea de toda mi carrera"
Ruud Gullit
Tras aquellos cinco partidos, Holanda jamás volvió a lucir su fantasía en poliéster y algodón naranja. Durante la clasificación para el Mundial de Italia regresaría a un tono plano y sin ostentaciones. En cambio, Alemania sí dio continuidad al diseño de Franzmann. Y sobre su mítico estampado pudo bordarse la tercera estrella de campeona en el Olímpico de Roma. Todo gracias a una intermediación al más alto nivel. "Teníamos muchas ideas más, pero ninguna tan buena. Poco antes de que acabara la Eurocopa nos reunimos con Beckenbauer, quien propuso continuar con ella hasta el Mundial", relató la diseñadora.
A Michels, apodado El General, le traía al fresco la revolucionaria Ipswich. A Gullit, su capitán, más bien todo lo contrario. "Significa mucho para mí, porque nos ayudó a ganar el título, pero fue la equipación más fea de toda mi carrera", confesó en 2018 durante un evento organizado por Classic Football Shirts. Parecía como si en la memoria del Balón de Oro de 1987 aún perviviesen aquellos funestos presagios en De Telegraaf. "Estas camisetas de moda saldrán a la venta después del campeonato. Me parece bien, siempre y cuando nuestros futbolistas vuelvan a jugar con la patriótica naranja y azul. Quizá entonces ganen de nuevo".