Los Juegos de París en un mundo sin tregua: Ucrania, Gaza y la frustración del olimpismo

Los Juegos de París en un mundo sin tregua: Ucrania, Gaza y la frustración del olimpismo

Los Juegos Olímpicos no pueden cumplir con uno de los mandatos que daban sentido a su creación: la tregua olímpica. La razón es que el evento que arranca con un homérico y desafiante recorrido por el Sena, lo hace en un mundo sin tregua, rotos los equilibrios geopolíticos del pasado, en el periodo más inquietante desde la Guerra Fría y con la crecida de movimientos y dirigentes populistas y radicales. Francia no es ajena al fenómeno, pese al 'No Pasarán' con el que la izquierda ha evitado el triunfo de la extrema derecha, aunque ello no puede convertir a París, la Atenas del olimpismo moderno, en la Olimpia que detenía las guerras.

Los conflictos en Ucrania y Gaza continúan en paralelo a las hazañas de sus atletas, incluso un puñado de rusos que lo harán sin bandera. Tras las sanciones occidentales, el Comité Olímpico Internacional (COI) decidió apartar de los Juegos a Rusia y Bielorrusia, hecho que rompe, asimismo, lo más parecido al equilibrio geodeportivo del pasado, entre Estados Unidos y la extinta URSS. Rusia no llegó a igualar el viejo poder soviético, por la pérdida de repúblicas, Ucrania entre ellas, y la caída del comunismo, en el que el deporte era una de las pocas vías para cambiar una vida. Pero se mantenía como vértice del nuevo orden, hoy destruido como consecuencia de la política y cargado de interrogantes. El Equipo de los Refugiados, creado en 2016 y formado en París por 37 deportistas, es el reconocimiento del olimpismo de su propio fracaso, de su incapacidad de pacificar menos de un mes un mundo en convulsión.

Biden, Putin y Trump

El presidente ruso, un nostálgico de la gran Rusia que conecta con el dominio soviético, tiene una orden de detención de la Corte Penal Internacional. El de Estados Unidos acaba de quebrar y dejar expedito el camino del regreso a la Casa Blanca a Donald Trump, convertido en un mártir tras el atentado sufrido en Pensilvania. Joe Biden era el símbolo de la debilidad que urge cambiar a los miembros del Partido Demócrata, y Vladimir Putin es el de la amenaza para el mundo. Entre ambos gravita un Trump peligrosamente cerca del ruso en su mandato anterior.

El poderoso equipo de Estados Unidos, que colocará a LeBron James, un Ulises de su deporte, en el mascarón de proa de su barcaza en el Sena, está llamado, pues, a dominar el medallero, mientras que los escasos rusos o bielorrusos competirán bajo la bandera olímpica, la bandera de la vergüenza para Putin, que hace sólo seis años mostraba al mundo la eficacia de su Mundial de fútbol. En Tokio ya tuvieron que hacerlo, entonces por las sanciones por dopaje al estado ruso, y escucharon a Tchaikovsky en el podio. China aparece como el contrapoder americano, heredera del deporte de Estado de las antiguas potencias del Este, otra vez entre acusaciones de dopaje.

Los israelíes, como jefes de Estado

En el país occidental con las mayores comunidades musulmana y judía, además de haber sufrido sangrientos atentados islamistas, desde Charlie Hebdo a Bataclan, la presencia de las delegaciones de Palestina e Israel redobla el desafío de seguridad que ya propicia el contexto mundial y la novedosa ceremonia, con una grada de kilómetros a orillas del Sena. Los deportistas hebreos se mueven a los centros de entrenamiento con medidas propias de jefes de Estado. Como ocurrió en Eurovisión, aguardan protestas en sus competiciones, después de que miembros de la Francia Insumisa dijeran que los israelíes no son bienvenidos en París. El ministro de Interior, Gérald Darmanin, intervino para decir lo contrario y evitar un conflicto diplomático.

El recuerdo del atentado de Múnich, en 1972, en el que murieron 11 miembros de la delegación israelí, además de varios terroristas del grupo palestino Septiembre Negro, es inevitable y mantiene en alerta a la fortificada seguridad en una ciudad abandonada por muchos parisinos. Los agentes están en cada esquina, en cada puente, aunque sin que, por ahora, se perciba tensión.

La huida parisina y los visitantes

Los Juegos no seducen del mismo modo a los habitantes de las grandes metrópolis del mundo, que ya viven todos los días el olimpismo de las finanzas, la cultura o la alta política. No son lo mismo París o Londres que Barcelona o Atenas. Las visitas, sin embargo, compensarán la huida local. París espera unos 15 millones de personas a lo largo de estos 19 días. Barcelona'92, cuya cosecha de 22 medallas aspira a superar la delegación española, con más mujeres que hombres, también se celebró en un mundo cambiante, por primera vez sin la URSS. Cambiante pero menos inquietante que el actual.

Ucranianos, palestinos o israelíes, y hasta rusos sin bandera, no competirán liberados de los conflictos de sus países, como hacía Milón de Crotona, el mejor luchador que recuerdan los Juegos de la antigüedad, en Olimpia, casado con la filósofa Myia, hija de Pitágoras. Entonces dejaba la guerra sin temores para competir por el pacto entre todas las ciudades-estado. Ni París ni Francia ni el mundo, representado por la ONU en la Resolución 118 por una nueva tregua olímpica, lo han conseguido esta vez. El oro es su objetivo, la paz es el oro imposible de un mundo que pone sus ojos en los Juegos, pero les niega su razón de ser.

Del podio al vacío, el drama de la depresión en los nadadores estrella: "Quise dejar el agua, el único sitio en el que estoy a gusto"

Del podio al vacío, el drama de la depresión en los nadadores estrella: “Quise dejar el agua, el único sitio en el que estoy a gusto”

El salto de Caeleb Dressel, Adam Peaty o Simone Manuel dejó de ser un salto desde los poyetes al agua para convertirse en un salto desde el podio al vacío. Cuando ya habían conquistado su objetivo, sucumbieron. La depresión que sucede al oro atrapó a campeones que regresan de ese pozo oscuro para volver a subirse a los poyetes. La natación concentra a la mayoría, o al menos a la mayoría que ha decidido explicar su proceso y contribuir de ese modo al debate de la salud mental, de la que la gimnasta Simone Biles se convirtió en icono, al decir basta en Tokio. En París vuelve, asimismo, a ese mismo lugar.

Antes de Dressel, Peaty o Manuel, fue el mejor nadador de todos los tiempos, Michael Phelps, el que confesó las depresiones que seguían a los éxitos: "He pasado por al menos tres o cuatro periodos de depresión después de los Juegos en los que llegué a poner en peligro mi vida". Sólo antes de la cita en que se despidió, Río 2016, se decidió a explicarlo, hecho que contribuyó enormemente a su terapia. Las palabras de Phelps, como las de Biles, han contribuido a que los deportistas atrapados por la depresión no se sientan estigmatizados: ¿Si los mejores son débiles, por qué no podemos serlo los demás?

Dressel no fue el Phelps de Pekín, pero fue el mejor nadador de Tokio, con cinco oros. El británico Peaty se ha consagrado como el bracista de referencia contemporáneo, tras hacer frente a la tiranía japonesa en la especialidad, y Simone Manuel fue la primera nadadora de raza negra en ganar un oro, en Río. No era un oro cualquiera. Los mecanismos de sus depresiones son diferentes, como se aprecia en sus explicaciones, incluso con episodios autodestructivos, como es el caso de Peaty, pero existe un punto de partida y de llegada común: oro-infierno.

Los psicólogos alertan reiteradamente de los riesgos excesivos de la presión de la alta competición para la salud mental, aunque en este caso el mal llega tras superar las presiones y alcanzar el objetivo. "Después de programar tu mente para ganar y ganar, cuando ya lo has logrado, te preguntas qué sentido tiene ahora tu vida. Si no tienes una respuesta, se genera un vacío", afirma uno de los profesionales que trata a varios deportistas españoles. No es un shock postraumático. Es el shock post-oro.

Los deportistas individuales están más expuestos que los de equipo, en general, aunque fue uno de los mayores héroes españoles del agua, el portero del glorioso waterpolo español Jesús Rollán, el que se quitó la vida tras una depresión sufrida en silencio después de ganarlo todo y retirarse. La natación es, en teoría, una de las prácticas más recomendadas para combatir los estados depresivos, no sólo porque baja los niveles de cortisol, la hormona del estrés, y aumenta la serotonina, que es la de la felicidad, sino por la secuencia de su respiración. Pero cualquier ejercicio terapéutico puede convertirse en traumático al situarlo en el umbral de la alta competición, puro estrés, cortisol en vena.

Rafa Muñoz decía en una entrevista a este periódico que "cuando sumerges la cabeza en el agua, estás muy solo". El especialista en mariposa cordobés fue una de las grandes apariciones de la natación española, el Hugo González de hace unos años, campeón europeo y medallista mundial. La depresión lo atrapó peligrosamente. La solitud de la especialidad, sin embargo, no explica el enigma, la maldición que persigue a tantos campeones de la piscina. Antes de Phelps, la sufrieron el australiano Ian Thorpe o la estadounidense Missy Franklin, dominadores de su tiempo, entre otras estrellas de la piscina.

Insatisfacción, saturación, frustración... Son los mecanismos que, según sus explicaciones, desataron las depresiones de Dressel, Simone Manuel y Peaty, respectivamente, aunque la declaración que mejor revela el estado en el que se encontraron es la del primero: "Me sentía perdido". "Quería dejar el agua, que realmente es el único sitio en el que me encuentro a gusto", añadía el estadounidense. Una contradicción que mostraba la ruptura de su propio equilibrio mental: odiaba aquellos que más le había satisfecho. "Creo que fui justo conmigo, porque gané cinco medallas, pero sentía que debía haber sido más rápido en algunas pruebas", concluía.

El diagnóstico médico de Simone Manuel fue el siguiente: "Síndrome de exceso de entrenamiento". "Ansiedad, insomnio, depresión... Pasé por la etapa más difícil que he afrontado en toda mi vida", confesó la estadounidense, que volvió a dominar el 50 libre en los trials previos a París. El caso de Peaty empezó por una lesión y después un divorcio, episodios que no encajaban en el decorado de un triunfador. "Nada se arregla con las medallas si no pones orden en tu vida. No sirven para nada", se decía, mientras se refugiaba en el alcohol o se buscaba a sí mismo en los Evangelios. Caeleb, un nombre bíblico, también lo ha hecho. París aguarda su resurrección, del vacío al podio.

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Los Beatles cantan en español

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El impacto que produjeron los Beatles en la sociedad británica de los sixties, los años 60, anclada en muchos sectores en los principios victorianos, fue como un movimiento sísmico, similar al que, al otro lado del Atlántico, provocaban los golpes de cadera de Elvis Presley. La razón estaba no sólo en el talento y la creatividad del grupo de Liverpool, también en la irreverencia y rebeldía que tanto tienen que ver con el inconformismo de la juven

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Nico, sexo y 'rock and roll'

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Del tiqui-taca al toma y daca

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España, un gol más, un complejo menos

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