Arda Güler fue de lo poco presentable, si es que lo hubo, en el impresentable Madrid del Metropolitano. Fue el actor principal en el espejismo blanco, con una asistencia y un gol, y en el baño de realidad, al cometer un penalti sin saber muy bien lo que hacía. El derbi puso en cuestión buena parte de los argumentos de la reconstrucción de Xabi Alonso, especialmente la solidez defensiva. Pero no la apuesta por un jugador especial, aunque ante el Atlético el turco no estuviera en el lugar donde nada escapa a la percepción de su mirada perdida. De vuelta a los medios, en el partido de curarse las heridas ante una cenicienta de la Champions, Güler fue como el Betadine.
Una vez bajó el ímpetu del Kairat Almaty y el Madrid movió la pelota, quedó claro cuál es el futbolista que le ofrece la mejor dirección en las transiciones ofensivas. Cuanto más centrado, más amplía su prisma. Güler recibe, se gira y pasan cosas, cosas distintas. Mbappé, que ha marcado cinco de los siete goles del Madrid en los dos partidos de Champions, es el que mejor lo ha entendido en este inicio de curso, con movimientos intencionados en cuanto recibe el jugador turco, lo que ha propiciado ya una interesante conexión para el Madrid. Mbappé habla el mismo idioma que Tchouaméni, pero cuando la pelota llega al mediocentro francés, no pasan cosas distintas.
Es posible que Güler no tenga todas las condiciones que se exije a un pivote, rol que, ayer, realizaron Thouaméni y Ceballos, pero, con semejante visión de juego, cuanto más campo tenga en el periscopio, mejor. No son comparables, porque no lo es, por ahora, el rango de los jugadores, pero es la misma razón por la que Hansi Flick coloca a Pedri en la base del juego, en lugar de adelantarlo a la zona de los interiores, donde suele jugar con la selección. En las dos posiciones es sobresaliente. En la segunda, está más cerca del gol, pero en la primera impone su personalidad al juego.
La de Güler, de 20 años, está por formarse en el terreno de juego, después de un tiempo extraño, de adaptación, desencuentros con Ancelotti e inseguridades. Todo indica que Xabi Alonso se ha puesto a la tarea, en el intento de construir un Madrid más coral, y esa es la razón por la que pierde pie Valverde, el rey de las conducciones. Xabi quiere combinación, velocidad y presión. Las necesita, porque no en todas partes, como en los apeaderos de la Liga o la Champions, basta con el solista Mbappé.
La derrota de los turcos ante la Portugal de Cristiano y Bernardo Silva en el último partido fue muy dura. Contundente. Quizá no esperada por la gran diferencia que se vio entre ambas selecciones y por los tres puntos logrados en el primer partido ante Georgia. Ayer a Turquía le valía con un empate para clasificarse, pero su técnico Montella no quiso especular y apostó por dar la titularidad a Arda Güler para intentar vencer a una República Checa que, con un único punto, necesitaba la victoria para pasar de ronda. [Narración y estadísticas (1-2)]
El poderío físico de los checos fue evidente desde el primer minuto de partido. Solo fue necesario un saque de banda de Coufal para hacerse una idea de que no iba a ser un partido plácido. Más bien todo lo contrario. Provod fue el primero en probar a Günok con un disparo desde media distancia, pero una imprudencia de Barak dejó a la República Checa con uno menos en el minuto 20. Y Turquía, que vivía cada balón parado con un nudo insoportable en la garganta, pudo tomar algo de aire y soltarse un poco más. Sobre todo en ataque, donde Yildiz y el extremo del Real Madrid atraían todas las miradas.
Todo pudo cambiar
Justo antes del descanso el arquero turco tuvo que esmerarse para tapar un veloz contragolpe que quiso finalizar Jurasek. Una ocasión que con el resultado de Georgia, pudo cambiarlo todo.
En la segunda parte, Turquía salió decidido y un centro de Yilmaz por la izquierda, lo finalizó Calhanoglu con un disparo cruzado. Todo parecía sentenciado, pero un balón aéreo mal blocado por Günok, lo envió Soucek a la red para empatar el partido en el 66 y poner todo el grupo pendiente de un gol. Con el partido roto, los turcos resistieron y en el 94, Tosun lo sentenciaba con un contragolpe letal.
El Madrid es el líder de la Liga y Xabi Alonso ha llegado para ser el líder del Madrid, el líder del juego, se entiende, no el líder máximo. La primera crisis del equipo blanco, porque de ese modo se califica en el Bernabéu a una serie de dos partidos sin ganar, no es tanto la del líder que todavía manda en la tabla como la del líder que pretende ser su entrenador. La atonía del Madrid en Anfield y en Vallecas apuntan a una acelerada descompresión del conjunto que propuso con fuerza el sorpasso en el fútbol español tras dominar el clásico ante el Barça.
La reacción de Xabi Alonso, más allá de sus comprimidas palabras y llamadas a la «mesura», no ha sido suficiente, como si no tuviera un plan B, como si la parálisis hubiera afectado, asimismo, al banquillo. Liverpool y Rayo no recibían al Madrid en su mejor momento. Irregulares los primeros en la Premier, los rayistas acababan de celebrar una remontada ante el Lech Poznan, pero su último resultado en Liga había sido un 0-4 frente al Villarreal en el mismo escenario.
Cualquiera de los dos resultados, derrota y empate, por separado habría tenido coartada, fuera el nivel del rival en el caso de los ingleses, o los antecedentes del Madrid en Vallecas, donde esta temporada también ha empatado el Barça. Los dos resultados encadenados crean, en cambio, una tendencia, mala para Xabi Alonso.
lesiones y cambios
Obligado a realizar cambios por la lesión de Tchouaméni, convertido en la boya del juego posicional que el tolosarra desea, Xabi Alonso retrasó a Güler en Vallecas. El futbolista con mejor visión para el último pase estaba demasiado lejos de la portería contraria, hecho que, además, rompió la excepcional conexión del turco con Mbappé.
El delantero francés estuvo ausente, tanto que únicamente tocó 11 veces la pelota en el primer periodo ante el Rayo. En su caso, no hubo diferencias con el partido que realizó en Anfield, donde estuvo desaparecido. No es casual que en esos dos encuentros el Madrid no consiguiera ni un solo gol, ya que Mbappé ha marcado el 52% de los tantos de los blancos esta temporada, 13 de 26 en Liga, la mitad exacta, y seis de ocho en Champions. En la posición de 9, hablamos de un finalizador que se resiente del mal juego de los suyos, por supuesto, pero al que en los dos últimos partidos se le ha observado desconectado, sin la rebeldía necesaria para generar ocasiones de la nada, como se espera de un futbolista de su jerarquía. Con sus luces y sombras, lo que hace Vinicius.
El brasileño y el entrenador dieron por cerrado el episodio del clásico, aunque con las dudas que generó su comunicado, sin mencionar explícitamente al técnico. Un caldo de cultivo peligroso si la duda acerca de su trabajo germina en el vestuario. Vini, su entorno y buena parte del club no han entendido alguna de sus suplencias y cambios. En definitiva, la pérdida de la condición de titularísimo. Lo mismo siente Valverde, anclado de momento al lateral, con Carvajal lesionado y Trent en el banquillo.
Xabi Alonso, el domingo, en el estadio de Vallecas.EFE
Pese a observar a un Madrid sin gol y con un Mbappé ofuscado, Xabi Alonso no utilizó a Gonzalo, su gran hallazgo en el Mundial de clubes, donde demostró valentía ante las jerarquías, pese a la lesión del francés. Endrick, por su parte, parece olvidado, a la espera de una cesión. En ataque, además, el técnico todavía no ha definido con claridad la banda derecha, en la que su preferencia es Mastantuono, lesionado. En Vallecas apareció Brahim y después Rodrygo. Ninguno funcionó. No es únicamente una definición de hombres, también de sistema.
Bajada de Huijsen
La inclusión de Camavinga en el centro del campo, para pasar de un 4-3-3 a un 4-4-2, funcionó ante el Barça, pero no en Anfield. En Vallecas, el francés sustituyó a su compatriota Tchouaméni, pero Xabi Alonso acabó por llamar a Ceballos, y es que la crecida del Rayo podría haber supuesto algo peor. Lo mismo ocurrió con Militao, que empezó en el banquillo para dar minutos a Asencio y tuvo que entrar debido a la tarjeta amarilla e inseguridad de Huijsen. El central ha bajado en su rendimiento con respecto a su autoritario inicio.
Orden, meritocracia e intensidad en la presión fueron constantes que el Madrid apuntó en el Mundial de Clubes, pese a caer con un PSG mucho mejor, y empezó a consolidar en el arranque del curso. Todo progresaba adecuadamente en busca de un equipo dominante, que presione en campo del rival y tenga el control del juego a través de la posición, con sus centrales avanzados, como quiere Xabi Alonso. Un nuevo Madrid, en definitiva. Sin embargo, la abrupta desconexión en el Metropolitano y en Anfield y Vallecas, con el paréntesis del clásico, abre dudas que escalan hasta la cúpula del club, aunque con mesura, como pide Xabi Alonso, al que esperan dos largas semanas, por el parón, y tres visitas a domicilio: Elche, Girona y Olimpyakos. Después será el turno del revitalizado City de Guardiola en el Bernabéu. Otro grande. Otra prueba.
Dio la sensación de que la valentía del Real Madrid en la previa de la final de la Copa del Rey duró lo que suelen durar todas las polémicas en España: hasta que diga el PSOE. Según el relato publicado el club estaba calentando el avión para volver a Valdebebas hasta que unas llamadas pseudogubernativas le convencieron de que el mundo, enlutado por la desgracia papal, merecía el alivio cómico de ver un partido más de Lucas Vázquez y Rodrygo Goes intentando sacar el balón jugado por la banda derecha.
El Madrid tendrá que aprender a convivir con la frustración de que la única consecuencia del caso Negreira haya sido la proliferación de bravuconadas como la de los árbitros de la final a 24 horas del partido. Es lo que hay: ni ha pasado ni va a pasar nada más. Con tino lo subrayó el realizador, colando en mitad del partido un plano grisáceo de Feijóo, Illa y Laporta. De todos los del palco, escogió a esos tres. Sólo después se recreó el cámara en las gesticulaciones de María Jesús Montero, como retando a un diputado pepero en una sesión de control del Congreso pero con Felipe VI al lado en vez de Yolanda Díaz.
Del partido no cabía esperar nada, toda vez que el Madrid había decidido ni siquiera ejercitarse el día anterior. No habría cambiado mucho, o quizá lo habría empeorado. Superado el ridículo de la primera parte, el esfuerzo y la presión de la segunda no se había visto en ningún momento de la temporada. A la final le habían dado la vuelta Mbappé y Tchouameni, los dos únicos silbados por el Bernabéu. Apoyados por Arda Güler, el único junto a Endrick abroncado en público por Ancelotti. Las viejas recetas casi siempre funcionan. Lo resetearon entre la incapacidad de Vinicius para cerrar el partido -solía correr en el minuto 120 igual que en el 1, y desde ahí destrozaba los partidos- y un error incomprensible de Courtois. Lo mantuvo vivo González Fuertes, el del VAR, advirtiendo el piscinazo de Raphinha que había castigado alegremente el sonriente De Burgos.
No quedaba ya un antimadridista en el mundo que no pensara que ganaría el Madrid robando. Ni un madridista que se fiase de un guion tan obvio. Pensé que perderíamos en penaltis con doble toque de Valverde. Brahim se encargó de que no hiciera falta.