El líder juega con los demás y con su suficiencia. Está en su derecho y no le va nada mal, pero la realidad es que tiene un talón de Aquiles. Tantos han caído en su defensa que por mucho que se entregue a un baile de máscaras y ponga la de Rüdiger a Carvajal, no siempre cumple el engaño, pese a que estemos ya en carnaval. El Bernabéu no es un salón de Venecia. El Atlético es el que mejor partido ha sacado a ese déficit esta temporada, en la Liga o en la Copa, aunque en el último derbi de la temporada hubiera de esperar al minuto que peores recuerdos le trae. Este 93 fue rojiblanco para arrancar un empate que no cambia jerarquías, pero mantiene el suspense de la Liga.
Dos situaciones abrían interrogantes, y ambas en las áreas. Carvajal aparecía como central, dado que ni el hombre de hierro, Rüdiger, es indemne a todo. Duro y rápido en la anticipación, características que se necesitan en el puesto, Carvajal mide 1,73, poco cuando hay que actuar como antiaéreo. Para Lunin se acababa el dilema. Había que salir pese a los riesgos. Lo hizo con una mano salvadora ante un remate de Witsel. No es extraño que, salvo en la primera aproximación fraguada por la sociedad Griezmann&Morata, la mayoría del peligro en el área local cayera desde el cielo. También el remate que hubiera supuesto el empate, a cargo de Savic, sino hubiera sido por el fuera de juego posicional interpretado por el colegiado, al estar Saúl de espaldas a Lunin y dificultar, según su criterio, al portero. Otra escena para el ‘thriller’ arbitral de la Liga, al que se añadirían derribos a Lucas Vázquez o Bellingham en el área visitante. Finalmente, cuando nadie lo imaginaba, fue Marcos Llorente. Como la inesperada flecha de Paris en el talón el guerrero aqueo.
Brahim por Vinicius
En el área contraria no aparecía Vinicius, que se retiró en el calentamiento por unas molestias en las cervicales, pero permaneció en el banquillo. Ancelotti tenía caliente a Joselu después de lo de Getafe, pero el elegido fue Brahim. Pieza por pieza era el que más respetaba la idea con la que había planteado el partido. Es decir, sin nadie fijo en el área, donde los tres centrales con los que empezó Simeone se miraban entre ellos sin saber muy bien a quién perseguir. Acertó el italiano, porque la empanada en el área rojiblanca fue de tres pisos: atún, carne y vieiras. Mala cosa es para cualquier equipo; pecado es si ese equipo lo dirige un tal Simeone.
El gol del Madrid llevó el desconcierto a la viñeta del cómic en una sucesión de errores de los jugadores del Atlético que habilitaron a Lucas Vázquez, primero, y después a Brahim, directo hasta el gol entre carambolas. Mal Riquelme y mal Koke. Al primero, con intenciones en ataque pero impreciso en el repliegue, le costó quedarse en la caseta en el descanso.
Witsel, Savic y Hermoso carecían de referencias, algo que acaba por convertirse en un tormento para la mayoría de centrales. La movilidad de los hombres de ataque en el Madrid lo complicaba, con los cambios de banda de Brahim y Rodrygo, las evoluciones en perpendicular de Bellingham, más la profundidad de Lucas Vázquez, un tipo que cada vez que avanza vuelve a su pasado de extremo. En Getafe y en el derbi ha demostrado la razón de su permanencia en un equipo como el Madrid.
Un futbolista eléctrico
Brahim no sólo marcó. Es un futbolista que cambia la corriente eléctrica del equipo cuando le llega el balón. Hace cosas que levantan al respetable, como la acción con la que pudo ampliar el marcador a lo grande, torero en el área, justo antes de retirarse entre ovaciones. Mientras se actualiza el culebrón Mbappé, Brahim juega cada metro como de pelea en una trinchera.
No necesitaba, sin embargo, punciones un Madrid que partió decidido, con la intensidad, la pelota y el dominio territorial de su parte. El Atlético, en cambio, no parecía poner tanto como ha puesto en los derbis anteriores de la temporada, ya sea en los ganados en Liga y Copa, en el Metropolitano, como en el perdido en la semifinal de la Supercopa, en Riad. La Copa que disputa esta semana es un título que está más cerca que ningún otro, sin Madrid ni Barça en el camino, y eso pudo pesar en el inconsciente del entrenador y los propios jugadores.
A Simeone parecía complacerle un partido largo, porque una oportunidad siempre llega. El no gol de Savic, sin embargo, le obligó a agitar el banco y le enseñó el camino por dónde sacar algo con menos esfuerzo que en ningún otro derbi. Acertó.