El italiano acabó amonestado tras protestar una mano y pedir la revisión del gol de De Bruyne. El Bernabéu pitó al técnico catalán, que se encaró con Rüdiger.
Esperando de pie al fondo del túnel de vestuarios, Florentino Pérez asumió los galones de una de esas noches que quedan para la memoria del Real Madrid. El presidente, que el sábado superó en títulos a Santiago Bernabéu (32 a 31), aguantó casi a ras de césped hasta las nueve menos cinco de la noche y saludó uno a uno a sus futbolistas antes de que éstos saltaran a la hierba de Chamartín. Mientras el máximo mandatario del conjunto blanco subía hacia el palco, el himno de la Copa de Europa sonó en un estadio donde no cabía un alma más. «El Rey y su Copa», rezaba el tifo del Fondo Sur. Poco que añadir.
Antes, desde el autobús, Dani Carvajal grababa a la infinita masa de madridistas que llenaron las calles aledañas al Bernabéu para recibir al equipo. La famosa «busiana», como la llaman en el coliseo blanco. Una fiesta que fue menos que otras veces por las obras del estadio, cuyas grúas e instrumental de trabajo dejan menos espacio para la gente y para el vehículo de los blancos.
Dentro, Mahrez todavía en chándal, grababa un vídeo de un campo que impresiona a todo el que lo visita. Ahí estaba también Haaland, en su primera vez en Concha Espina, con un trote como si sus piernas pesaran 100 kilos cada una. La realidad es que es el hombre (no el equipo) más temido del continente: aterrizó después de haber anotado 35 goles en sus primeros 30 partidos. Lejos, muy lejos, de los 19 de Mbappé, los 18 de Benzema o los 16 de Messi.
También pisó el tapete Guardiola, en su enésimo intento por conquistar Europa con el City. Él, más que nadie, se llevó las pitadas de la noche madrileña. «¡No! ¡No! ¡No! ¡Eso no!», le gritó a Rüdiger después de un choque del alemán con su compatriota Gundogan. El defensa del Madrid se reía, en su alegría de estar «positivamente loco» como confesó a este periódico, y el Bernabéu, que le tenía ganas al de Sampedor, cantó al unísono aquello de «Ay Guardiola, ay Guardiola… Qué delgado se te ve…».
La ida fue el resumen más perfecto de lo que son estos dos equipos. En la primera parte, el City acumuló una posesión de más del 70%, dominó la pelota y el tiempo del partido, pero se estrelló tímidamente contra Courtois siempre que lo intentó. Enfrente, el Madrid pareció relajado por momentos, esperando una oportunidad consciente de que ésta iba a llegar. El Bernabéu rugía con cada arrancada de los suyos, especialmente las de Vinicius, como sabiendo, también consciente, de que lo suyo son más chispazos de magia que caudales.
En el minuto 28, cuando el partido estaba parado para atender a Gundogan tras el choque con Rüdiger, Ancelotti aprovechó para charlar con Kroos y Modric. A diez metros, Guardiola daba indicaciones sin parar. Siete minutos después, el pim pam pum madridista. Modric y Camavinga salieron de la agobiante presión inglesa con una simple pared, el abc del fútbol, y el francés tuvo campo para correr hasta encontrar a Vinicius. El brasileño, que también marcó en la última final de Champions, anotó el que será uno de los goles de su vida, empatando a goles (15) en Copa de Europa con Ronaldo Nazario. Los mismos lleva también Rodrygo. Es la samba de este Madrid. Vinicius ha marcado 7 goles en eliminatorias o finales, todos contra ingleses.
Tras el descanso ganó protagonismo la figura del árbitro portugués Artur Dias. El Madrid pidió una mano de Grealish dentro del área tras un control de Valverde. Desde el VAR aseguraron al colegiado que no era nada. Ancelotti, muy enfadado con él, se llevó una amarilla de la jugada trascendental del duelo y, quién sabe, la eliminatoria. El italiano, como el Madrid, reclamó con razón que antes del 1-1 de De Bruyne se había fallado al dar como saque de puerta un córner claro para el Madrid y que durante la jugada del tanto el balón había salido por la línea, algo que no se repitió en televisión pero desde el VAR confirmaron la legalidad del gol.
Con la tensión y los miedos del duelo, Ancelotti no hizo cambios hasta el 80 y Guardiola ni siquiera sacó a calentar a los suplentes. El partido murió camino de Manchester.