La fascinación por un derbi de Milán sin patrones (Berlusconi y Moratti) ni estrellas: “Renacer es muy italiano”

La fascinación por un derbi de Milán sin patrones (Berlusconi y Moratti) ni estrellas: "Renacer es muy italiano"

Allá por 2010, el ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi, Il Cavaliere, se veía invencible. Los medios iban entonces cargados con los detalles de las fiestas privadas del bunga bunga -no más que «cenas elegantes», según quien fuera dueño del AC Milan entre 1986 y 2017-. Una anciana, a la salida de misa, cuestionada por su voto a alguien que bien podía encarnar al perfecto villano de un cómic, respondió sin titubear: «En Italia somos todos un poco cornudos».

«Y eso forma parte de la identidad italiana. Pasa como con la cocina, se aprovecha lo que interesa. Cuando las cosas funcionan, se mira hacia otro lado. Forma parte del ciclo de renacer. En un pueblo que ha sufrido tantísimo, que defiende lo que ama porque ha perdido más que ha ganado, la gente del Milan no quería saber si Berlusconi cometió pecados, o los aficionados de la Juventus si los Agnelli eran tan malos como parecía. Se prefiere vivir en el engaño».

Quien habla es el periodista y escritor Toni Padilla, autor de ese Unico grande amore (Panenka) en el que su álter ego, «el viajero», se deja embriagar por una Italia sufrida, atormentada, pero sobre todo incomprendida, que encuentra siempre en el fútbol un buen lugar donde volver a empezar.

Milan e Inter se cruzan este miércoles en San Siro [habrá que llamarlo Giuseppe Meazza en la vuelta, ya con los nerazzurri como locales] en las semifinales de la Champions. Se reencuentran en la máxima competición tras el tumultuoso cruce de cuartos de la temporada 2004-2005, cuando el Milan, entonces entrenado por Carlo Ancelotti y donde las estrellas aún se amontonaban (Shevchenko, Kaká, Hernán Crespo, Pirlo, Rui Costa, Seedorf, Maldini o Cafú) dejó en la cuneta al Inter de Roberto Mancini, que tenía como punta de lanza al futbolista más desequilibrante -o desequilibrado- de la historia de los videojuegos (Adriano). Salió adelante el Milan porque, en la ida, Sheva y el fornido Stam resolvieron (2-0), y porque en la vuelta, tras otro gol del ucraniano (0-1), el árbitro tuvo que suspender el partido. Los hinchas del Inter respondieron a un gol anulado a Cambiasso con una lluvia de azufre. Al portero Dida le cayó una bengala encima. Y Rui Costa y Materazzi, en una estampa para la posteridad, se quedaron quietos ante semejante representación del infierno de Dante.

Ya no están los grandes patrones al mando [el trono de Silvio Berlusconi en el Milan lo ocupa Gerry Cardinale, ex banquero de Goldman Sachs y fundador del fondo estadounidense RedBird; el de Massimo Moratti es para Steven Zhang, heredero del holding chino Suning]. Ya no hay estrellas planetarias en los equipos [el extremo portugués Leao, por el bando rossonero; y el delantero argentino Lautaro Martínez, por el nerazzurro, son los mejor valorados].

El periodista Toni Padilla, autor del libro ‘Unico grande amore’.GORKA LOINAZARABA PRESS

-Entonces, ¿qué queda del Derby della Madonnina?

-Queda la gente. Es un derbi fascinante porque se saben importantes. Milán es el corazón económico de Italia. Pertenecer a un grupo empresarial chino o estadounidense puede afectar a la autoestima. Pero el aficionado se siente propietario desde un punto de vista identitario. Creció sabiendo que quien manda es un tipo con mucho dinero. El fútbol de Milán siempre lo dominaron las grandes familias. Y los aficionados del Milan sabían que Berlusconi no era hincha suyo. De hecho, antes intentó comprar el Inter. Pero como les dio la gloria… Es esa capacidad italiana de mirar hacia otro lado. Si el gestor lo hace bien, la gente olvida de dónde es. Si lo hace mal, te dirán que es extranjero. En Italia han aceptado como normalidad que los propietarios pasen, y que normalmente sea gente desalmada.

Explica Padilla en su libro cómo Berlusconi, que comenzó su carrera como crooner de cruceros, trató de comprar el Inter un año antes de hacerse con el Milan y salvarlo de la bancarrota. O cómo Angelo Moratti, hijo de un farmacéutico de la Piazza Fontana que perdió todo en una mesa de juego en los años 40, tocó el cielo del poder después de comprar una gasolinera. Hasta conseguir que su familia fuera conocida como la de las cuatro «pes»: petróleo, poder, política y pallone (balón con el que levantó el imperio del Inter).

-¿No hay nostalgia del gran patrón?

-En Italia, la figura del gran líder, del gran patrón, siempre fue muy respetada. Quizá porque es un estado que no consigue tener una estabilidad. No es casualidad que el fascismo salga de ahí, de la figura de un gran líder. Hay una fascinación por esa figura masculina. Berlusconi, de hecho, copiaba las imágenes de los grandes presidentes de los años 60 y 70. Y es ésta una novedad en el derbi de Milán, siendo los propietarios extranjeros y figuras más alejadas.

-Y quedan atrás aquellas alianzas entre quienes ocupaban el poder, sin que el fútbol pareciera importar demasiado.

-Hubo alianzas Moratti-Berlusconi, Agnelli-Berlusconi, Agnelli-Moratti… Tienen una gran capacidad para jugar a dos bandas para que, gane quien gane, ellos estén bien. Los Moratti llegaron a tener a dos miembros de su familia postulándose por la alcaldía de Milán, por la izquierda y por la derecha. Letizia Brichetto, la mujer de Gian Marco Moratti (hijo de Angelo), fue ministra de Educación con Silvio Berlusconi, y posteriormente la primera mujer en dirigir la RAI, además de alcaldesa de Milán en 2006. Y la mujer de Massimo, Milly Bossi, mulitaba en el partido de centroizquierda, el Partido Democrático. O fijémonos en los Agnelli, que habían sido aliados del fascismo cuando tocaba, pero cuando vieron que las cosas comenzaban a cambiar, se acercaron a los partisanos. Estas alianzas en el poder siempre fueron muy significativas.

-¿Qué hay más allá del tópico de que la rivalidad Inter-Milan enfrentaba a las clases pudientes con las trabajadoras?

-En el origen era así, pero se ha esfumado mucho. Ahora es una cuestión más familiar. También hay que entender el fenómeno ultra, que fue muy importante en Italia -aún lo sigue siendo-. Pero aún más en los 80, en un país muy politizado. El color de una curva, si era rosa era comunista, si era negra era fascista. También se mezcla mucho con la identidad de los clubes. La curva del Inter fue fascista, y en los 90 llegaron muchas personas vinculadas a la Liga Norte. Mientras que la del Milan era muy de izquierdas. La Fossa dei Leoni, uno de los grupos más históricos de ultras en Italia, eran comunistas. Y cuando Berlusconi entra, obviamente, lo que hace es intentar apartarlos y potenciar grupos de extrema derecha, como los Brigate Rossonere. Grupos como el que acaba provocando el asesinato en el 94 de Vincenzo Spagnolo, un comunista. Y desde entonces cambia un poco el signo de la curva del Milan, porque Berlusconi emprende una operación llevando a personas como Matteo Salvini, que fue ultra del Milan. Eso cuenta un poco lo que es la historia de los ultras del Milan, jóvenes de origen obrero, que vivían en entornos históricamente de izquierdas, pero que se empiezan a arrimar a la extrema derecha.

-Milán se acostumbró a ser exitosa, incluso estando en un país donde habita la Juventus.

-Porque es la ciudad de las oportunidades. La del milagro de Milán. La de los hombres hechos a sí mismos. En Italia, pese a que nació como reino, las aristocracias modernas son personas hechas a sí mismas. Si miras el origen de Berlusconi o el de los Moratti, son humildes. Uno era un crooner lamentable, y el creador de la saga de los Moratti era el hijo de un farmacéutico. Milán te hace a ti mismo. Por eso es una ciudad muy asalvajada, la competencia es durísima. Quien sale, quien construye un imperio, es extramadamente agresivo, ambicioso. Se compite en todo. A nivel empresarial, de la comunicación, de la moda, de la cultura, la comida… En todo. Puede ser una ciudad muy dura y que puede expulsar a mucha gente. Porque Milán, pese a que tiene una gran belleza artística, la gente la define como una ciudad gris y fea. Tienes la Última Cena de Leonado, la Scala, el Castello Sforzesco… Pero Milán es la única ciudad italiana que no es víctima de su pasado. Siempre está a la moda. Siempre se está reinterpretando.

No hay manera de revivir la rivalidad de Sandro Mazzola y Gianni Rivera de mediados del siglo pasado. O la de los clanes neerlandeses (Rijkaard, Gullit, Van Basten, por el Milan) y alemanes (Brehme, Matthäus, Klinsmann, por el Inter) de finales de los 80 y principios de los 90. Milán es la única ciudad con dos campeones de Europa (siete para el AC Milan, tres para el Inter). Y hasta cinco equipos italianos se han plantado esta temporada en semifinales de los torneos europeos: además de los citados, Roma y Juventus en la Europa League, y Fiorentina en la Conference. «Renacer es algo muy italiano. Es un ciclo continuo. Caer, empezar, caer, empezar. Y pasa en muchos aspectos de la sociedad», incide Padilla, pero matiza, Porque Italia enseña a la desconfianza: «El fútbol italiano no ha vuelto, está volviendo».

Il calcio non su discute. Si ama. ¿Es necesario el sufrimiento para amar?

-Sí, porque Italia es un país que sufre. Es un país con una parte trágica muy marcada: volcanes en activo, terremotos, inundaciones, incendios… Y todo ello te lleva a amar lo que tienes cerca, a tu familia, un plato de cocina, una canción, un dialecto o un equipo de fútbol. Ese punto identitario de sufrimiento hace que, cuando hay explosiones de júbilo, éstas sean salvajes. El ejemplo es Nápoles. Y lo decía el filósofo italiano Benedetto Croce: hay que entender esa explosión de vida porque la gente sabe que, en cualquier momento, todo se va a acabar.

kpd