Las tensiones del Barcelona exigen decisiones antes de la decisión de la UEFA. Al club lo sostiene, hoy, el equipo de Xavi, mientras se mueven posibles alternativas por si cae el dirigente.
El joven y seductor Joan Laporta se sentía como William Wallace, con los colores de guerra azul y grana en los pómulos, depositario de una misión emocional y nacional, porque sólo entiende como nación a Cataluña. Tan identificado decía estar con el p
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Cuando a Xabi Alonso le preguntaron por el taconazo de Vinicius a Valverde, dijo que la jugada le pareció «muy buena», pero que, «con todo el cariño», como suele decir su presidente, se quedaba con el de Guti en Riazor, que presenció en directo. Aquella jugada de la que se benefició Benzema ha pasado a la videoteca de las excelencias en el área, por lo que no debe extrañar la preferencia del tolosarra. Pero la declaración de alguien que mide muy bien todo lo que dice, carga otra intención: la equidistancia con el elogio excesivo que alimenta los egos. El de Vini es proporcional a su calidad. Inmenso.
Fue, pues, una declaración de tacón, sutil, pero que marca el terreno. A Laporta lo despejó con otro taconzano, a propósito de la libertad y la democracia, aunque cuando ha querido lanzar un libre directo, Xabi no ha dudado: «Defendemos todos». No es cualquier declaración en un Madrid donde, al menos dos, Vinicius y Mbappé, estaban liberados de servicio con Ancelotti. El Madrid está ya en otra pantalla, en la que se corre la bomba.
Aunque es pronto, empiezan a observarse algunos esbozos tácticos del nuevo entrenador. Güler asumió dotes de mando en tierra del mediocentro ante el Pachuca y Tochuaméni contribuyó a la formación de tres centrales ante el Salzburgo. Una fórmula que ha sido anatema en el Madrid, pero preferida por el técnico como demostró en Leverkusen. Si tus laterales son Alexander-Arnold y Fran García o el esperado Carreras, con más razón, puesto que atacan mejor que defienden. Busca con ello más control, más preción, pero necesita más coordinación. Eso es tiempo.
El debut ante el Al Hilal dejó un aroma decepcionante por continuista, aunque con una novedad: la alineación de Gonzalo por la baja de Mbappé. Una circunstancias adversa que abrió una puerta a la cantera, en lugar de a otro futbolista adaptado al puesto, y constató una certeza, y es lo bien que le sienta siempre al Madrid un delantero puro de área, porque en su idiosincrasia está el vértigo, el torbellino ofensivo y, si se puede, el tacón.
Los pasillos han dejado de ser lo que eran en un fútbol que ha perdido la cortesía. Como la política. Hace falta tener una condición inmaculada para convocarlos. Toni Kroos la posee, y es la razón por la que no le hicieron el pasillo únicamente sus compañeros. También sus rivales. Los jugadores del Betis se unieron a los del Madrid, como si lo hiciera todo el fútbol español. Ese pasillo conduce a la gloria, a la eternidad, con parada en el templo de Wembley. Las lágrimas de sus hijos son lágrimas del orgullo. Dios te salve, Kroos. [Narración y estadísticas, 0-0]
El respetable acudió en masa a despedir a una leyenda, como podía leerse en el tifo desplegado en la grada. Muchas son las que lo han hecho en este mismo estadio entre reproches, porque el fútbol español, tan cainita como el país, suele perder las formas cuando dice adiós. Le pasó a Di Stéfano, nada menos. Este adiós es distinto, porque lo ha dicho Kroos. El alemán se ha anticipado a nuestras miserias para dejar un Bernabéu convertido en un te quiero.
Le queda un acto de blanco, un acto supremo. La conquista de la Champions, ante el Borussia Dortmund dentro de una semana, igualaría a Kroos con Gento. También a Modric, aunque en el caso del alemán uno de los trofeos lo levantó como jugador del Bayern. Sería su título número 23 en 10 años pletóricos en el Madrid.
Kroos partió en el once ante el Betis no sólo por la despedida, sino porque Ancelotti decidió alinear al equipo que debería partir en Wembley. Con Courtois, con Nacho junto a Rüdiger y con Camavinga en el lugar del lesionado Tchouaméni. Era la hoja de ruta del italiano y la cumplió.
Nada se jugaba el Madrid, campeón hace semanas, y nada se jugaba el Betis, en el que Pellegrini optó por dar oportunidades a jugadores menos habituales. Johnny es uno de los que está llamado a tener un papel en el futuro de los verdiblancos. Su primer gol lo pudo marcar en el Bernabéu, pero el VAR lo invalidó porque Marc Roca partió en fuera de juego al intentar rematar en primera instancia. Courtois despejó por ello forzado y mal, y Johnny ganó la segunda jugada. En caso de subir al marcador, habría quedado esa pequeña manchita del belga, una vez decidido que sea el portero en la finalísima, en lugar de Lunin. Se resarció con dos paradas soberbias a tiros de Ayoze y Miranda. Ello no le librará de estar bajo la lupa en Wembley. Lo mismo le pasaría a Lunin y a quien ha de tomar la decisión, dadas las circunstancias.
El Madrid se ha tomado con mucha profesionalidad los partidos que siguieron a proclamarse campeón, especialmente por tratarse de una oportunidad para futbolistas que quieren competir internamente, como Brahim, Joselu o Güler. La cercanía de Wembley, sin embargo, ha atemperado el ímpetu, dado el temor a las lesiones, hecho que se acentúa si quienes juegan son los elegidos para el gran día. Era de esperar, pues, un partido abierto y algo hipotenso. Únicamente a Nacho se le fue demasiado un pie en una disputa, lo que le costó una inesperada amarilla. No es la primera vez que le ocurre. El Madrid lo necesita en su mejor versión, dado que Militao está muy lejos de la suya, como quedó de manifiesto frente al Villarreal.
La voluntad bética
El Betis lo quiso aprovechar en el inicio con un Bellerín profundo en el espacio del interior y un Ayoze siempre activado, pero a los verdiblancos les faltó la precisión en el remate. El Madrid lo tiene aunque vaya en tercera, con un Vinicius preciso, Rodrygo y hasta Bellingham, aunque haya llegado al tramo final del curso en reserva. Ante todos respondió Vietes, portero de mano dura, y se fajó Sokratis, un viejo rockero de las defensas.
El Madrid pasó de la búsqueda del gol a la búsqueda de la liturgia, con cambios medidos de Ancelotti en busca de los homenajes. Kepa tuvo sus minutos para despedirse y quién sabe si Nacho, al que el técnico también retiró del campo antes del final. Todos esperaban que el siguiente fuera Kroos, pero Ancelotti esperó. Quiso el técnico que compartiera los últimos minutos con Modric, eje clave de una era en el Madrid. Esa hoja de ruta también fue perfecta, un final medido por todos, el primero por Kroos, derrotado al final por las emociones, por las lágrimas de sus hijos, por este te quiero que se lleva a la eternidad.
El Bernabéu ha conocido a pocos enemigos como Guardiola, que en otro tiempo era Atila sobre su hierba arrasada. Ahora es un general herido, descompuesto, que habla consigo mismo en la zona técnica del campo como lo hace un preso en su celda. Esa imagen no es ya la del Atila implacable, más cercana a la de Napoleón en Santa Elena, lejos de la gloria, lejos de un imperio perdido. En esa situación también sabe Guardiola que no hay peor enemigo que el Madrid, un equipo impío. Mbappé es su nueva arma, un futbolista de mirada y disparo en el mismo movimiento. Tres veces lo hizo, tres goles que resumen el catálogo de un prodigio.A la primera, el francés ejecutó al anticristo del Bernabéu, por el que el madridismo siente una extraña mezcla de odio y admiración. Guardiola cayó al alba para observar en su agonía la eternidad blanca personificada en un futbolista hecho a la medida de su historia. [3-1: Narración y estadísticas]
El gol de desventaja con el que llegaba el City después de la ida era una ventaja con trampa para el Madrid cuando lo que se juega es un partido de la aristocracia, aunque sea en estos extraños playoffs de una extraña Champions. Ancelotti no se fiaba. Nadie. El fútbol de Guardiola es envolvente, por lo que el peligro crece con el pasar de los minutos que es el pasar de la pelota. Para eso hizo un equipo, con Nico titular, pero acompañado por Bernardo Silva y Gündogan, dos vacas sagradas en el ocaso. Pedirles presión es pedir lo imposible. Por ahí empieza la descomposición que esta temporada es como un desplome. Ningún gran imperio cae poco a poco. Se derrumban en proporción a lo que han sido.
El gran pase de Asencio
El Madrid lo sabía, sentía el rastro de la sangre con la que llegaba al Bernabéu, porque la había olido en Manchester, donde sólo el destino le privó de una goleada de escándalo. Partió, pues, a cumplirla ante su gente. A la primera, lo consiguió. Asencio lanzó un pase vertical que recordó el que le dio a Bellingham en su debut. El receptor fue Mbappé, que ganó la posición entre Ruben Días y Stones, y lanzó una vaselina sobre Ederson. La conexión del gol tiene una interesante lectura, pues enlaza al último de la cantera con el gran fichaje del año. Los Zidanes y Pavones son, hoy, Asencio y Mbappé.
El primer eslogan de Florentino Pérez parece superado, pero el anclaje del central canario es un mensaje al club y a Ancelotti. Con Rüdiger de vuelta, el italiano no lo sentó y pasó a Tchouaméni al centro del campo para dar su sitio al canterano. Asenció respondió en modo Sergio Ramos, inyectado, rápido en los cortes y preciso no sólo en el pase del primero gol, sino en los pases verticales para romper líneas.
Mbappé, ante Ederson.OSCAR DEL POZOAFP
Fred Astaire y John Wayne a la vez
La maniobra sentó, asimismo, mejor a Tchouaméni, junto a Ceballos, hiperactivo, y Bellingham en el centro del campo, a los que se unía Valverde desde el lateral. El uruguayo tiene físico para estar en todas partes. Rodrygo y Vinicius acompañaron a Mbappé, siempre en movimiento, en vertical o en horizontal. El francés es capaz de correr sin mirar el balón pero con el conocimiento de donde llegará, como si llevara un GPS. Lo hizo en el primer tanto al espacio abierto. Del mismo modo, puede dar pasos de claqué en espacios cortos sin pisar a nadie, sólo el balón, y encontrar la salida. Sucedió en el segundo de sus tantos, después de un recorrido coral que conectó a todos sus atacantes, como una ola de lado a lado del estadio hasta llegar a la orilla. Era la red de Ederson. Mbappé fue Fred Astaire y John Wayne en la misma acción: claqué y disparo. En el tercero, ya en el segundo tiempo, colocó el balón en la esquina de Ederson tras una bicicleta y cambio de ritmo sobre su defensor. Ooh la, la!!!
El partido de Mbappé es el partido que se espera de quien ha llegado al Bernabéu para ser el nuevo icono del fútbol, con permiso de Vinicius. Lejos queda aquel penalti errado, el colapso de Anfiled. El partido de Mbappé, con su hat-trick, fue, no obstante, el partido más redondo esta temporada del Madrid, el gran Madrid de la Champions, que ahora deberá verse en octavos ante el Atlético o el Bayer Leverkusen de Xabi Alonso. El viernes lo sabremos. Después de este acto, el Madrid cambia su paso tras una primera fase deficiente. Ningún equipo es capaz de pasar de cero a 100 como los blancos, reyes de la Champions y reyes de las emociones. Es el que da miedo al resto.
A 100 por hora siguió en un partido que el Bernabéu no quería que se acabara, como esas series que se siguen hasta la madrugada, aunque con Mbappé ya aplaudido y sustituido. Haaland, lesionado, lo observó todo desde el banquillo. Sólo el agonizante Guardiola quería darle al off, porque ni el gol de Nico evitaba lo que había empezado con el primer disparo al alba.