Quince años tiene mi amor, cantaba el Dúo Dinámico en 1960, año en el que el Madrid ganaba su quinta Copa de Europa, la última levantada por Alfredo di Stéfano, el jugador fundacional de esta pasión eterna. Quince Champions tiene mi amor, podrían cantar los aficionados que se dejan sentir desde Trafalgar a Cibeles, plazas que evocan a imperios del pasado tomadas, hoy, por el imperio de las emociones. Esos hinchas se preguntan por qué quieren al Madrid de esta manera irracional, como irracional fue su forma de sobreponerse en Wembley a las ocasiones de un Borussia Dortmund mejor durante una hora en un frenético final, en el clímax más deseado. No hay respuesta para ello, porque es como querer a los 15 años, como querer después de 15 Champions. Es puro Madrid. [0-2: Narración y estadísticas]
La relación que tiene el Madrid con esta competición es como la que se tiene con un amor juvenil al que jamás se ha dejado de querer, y en el que cada encuentro despierta las sensaciones que dan sentido a una vida. Es imperfecto, como lo fue su juego en Wembley, pero merece la pena, vaya si lo merece. Todo lo demás importa, claro, la Liga, la Copa o las mil Supercopas que se alargan como los culebrones, pero nada despierta la misma erótica, lo hace sentirse poderoso e invoca la grandeza.
Se apreciaba en la mirada de sus jugadores cuando saltaron a calentar en Wembley, no sólo en la de los más veteranos, también en la de Bellingham, como si hubiera interiorizado una condición distinta. Cuando eso sucede en un equipo o en un ejército, el adversario o el enemigo saben que están ante algo diferente. Lo sabía el Dortmund, emergente y optimista, hiriente en el ataque, con las ocasiones de su parte en el primer tiempo, pero no lo suficiente cuando se viene encima un muro emocional en el que los pequeños se hacen gigantes, como Carvajal, con su pierna de hierro y su barba de templario. El salto del primer gol fue el salto del renacer que los demás no comprenden, pero temen. Edin Terzic había visto a los suyos tan cerca del gol que empezaba a mirar al césped porque los veía ya tan lejos del título.
Los tuvo en sus botas inicialmente el equipo alemán, porque conocía mejor su plan de partido: no dejar correr al Madrid y correr todo lo posible en las transiciones. El conjunto de Ancelotti no podía sentirse sorprendido. Le ha ocurrido muchas veces. Mitad suficiencia, mitad sorpresa, apareció en el césped como si ya hubiera ganado la 15 y únicamente esperara el pasar del tiempo para levantar la ‘Orejona’. Mal asunto. La superioridad existe, pero su vida es de un minuto, el tiempo que tardas en perderla.
Estático, sin velocidad de balón, el Madrid buscó a Vinicius en el espacio y poco más, un Vinicius motivado, pero empeñado en habitar en el desfiladero del riesgo. Una entrada al portero Kobel le costó la primera amarilla, y las palabras de más una mirada del colegiado Vincic que pudo acabar en catástrofe. Los buenos árbitros cuentan hasta diez. A Vini le iría bien hacerlo. Se lo debieron repetir en el vestuario, porque regresó determinado, arabesco y goleador, finalmente. Está en el camino que desea, ahora que llega Mbappé, después de otro gol en una final de Champions. Es un camino de oro.
Courtois, ante Adeyemi, en una de las primeras oportunidades de la final.INA FASSBENDERAFP
La presión alta era tan tibia y las pérdidas de balón tan constantes por parte de los de Ancelotti que los alemanes decidieron dar un paso adelante que no habían imaginado tan fácil. El mando y las anticipaciones del veterano Hummels habían sido suficiente al principio frente a los intentos del brasileño. El otro, Rodrygo, no existía. Tampoco Bellingham, al trote.
Adeyemi, un diablo por la izquierda, aprovechó uno de los pocos errores de Carvajal para buscar un uno a uno que le hizo dudar, y eso permitió corregir al defensa a tiempo. Füllkrug recibió en el área y giró sobre sí mismo para enviar la pelota al palo bajo la mirada batida de Courtois. El belga tuvo que poner poco después sus mejores manos ante Adeyemi y Sabitzer. En el Madrid se miraban y se preguntaban qué pasaba. De esa forma se fueron al vestuario, con un único consuelo: estaban vivos. La respuesta era sencilla: alguien había preparado muy bien la final.
Carvajal celebra su gol al Borussia Dortmund.Kiko HuescaEFE
Las correcciones del descanso devolvieron el equilibrio al juego y contrariaron al Dortmund, al adelantar Ancelotti la posición de Bellingham, en un 4-3-3. Kroos provocó con una falta la primera parada de su portero y el ímpetu de Carvajal puso algo que el Madrid necesitaba, pero de nuevo fue el Dortmund quien más cerca estuvo del gol gracias a Füllkrug. Courtois seguía de guardia.
Era necesario aumentar la intensidad, aunque pocos parecían capaces, con algunos superados por la altura de la temporada, caso del propio Bellingham, pese a que estuvo cerca del gol. Vinicius buscó la profundidad y dejó una maniobra de tapete de billar sobre la línea, pero fue Carvajal quien atacó el balón parado con decisión, al elevarse y anticiparse a las torres del Dortmund. El centro había sido de Kroos. Mucho mejor que cualquier carta de despedida. Salió del campo entre aplausos para ceder su lugar a Modric. Han sido la pareja de baile, el Fred Astaire y Ginger Rogers de un Madrid de época.
Carvajal remata ante Füllkrug, en la acción del gol del Madrid.INA FASSBENDERAFP
El Dortmund no fue ya capaz de sobreponerse al estallido que desató el gol de Carvajal, una implosión de los blancos, con llegadas del defensa, poseído, Camavinga y, finalmente, Vinicius hasta el gol. Era el ‘momento Madrid’, el momento de la 15, el momento de jugar como cuando se tienen 15 años, pero con toda una vida por detrás y toda una larga vida por delante. La 16 espera.
El 8 de septiembre de 1989 abría sus puertas el remodelado estadio de Montjuïc, construido con motivo de la Exposición Universal de 1929, para acoger la Copa del Mundo de atletismo, un torneo test para la instalación que debía ser el epicentro de los Juegos Olímpicos de Barcelona, tres años más tarde. El 23 de octubre se publicaba el primer número de EL MUNDO. El paralelismo no es baladí, porque la vida de nuestro periódico, nacido ya con la Transición política consumada, es la de la gran Transición del deporte español y su eclosión, con los Juegos de Barcelona'92 como punto de inflexión.
La Transición hacia una era de éxitos en la que España ha tenido un campeón olímpico de 1.500 metros, Fermín Cacho, y una campeona olímpica de salto de altura, Ruth Beitia. Un tiempo en el que la otrora selección de las frustraciones ha ganado tres Eurocopas y un Mundial de fútbol, hito repetido por la selección femenina como metáfora de las conquistas sociales de la mujer. España ha alcanzado esa misma cima en el baloncesto -con su gran referente, Pau Gasol, como campeón de la NBA-, el balonmano, el waterpolo o el tenis, al levantar en seis ocasiones la Copa Davis. Ha visto a uno de sus ciclistas, Miguel Indurain, ganar cinco Tours y, después de dominar con numerosos pilotos la montura de las dos ruedas, con Marc Márquez como último grande, ha llevado a otro, Fernando Alonso, hasta lo más alto de la Fórmula 1, deporte que ejemplifica la competencia del primer mundo: tecnología, dinero y poder. Ha visto al Barça conquistar su primera Champions, meses antes de los Juegos, y repetir cuatro veces, y al Real Madrid romper un maleficio de más de 30 años y mejorar, con nueve títulos, los seis de su era fundacional. Ninguna otra actividad como el deporte ha experimentado un despegue internacional semejante en estos 35 años, más de la mitad compartidos con uno de los personajes más valorados repetidamente por la sociedad española. Es Rafa Nadal. Es un deportista.
Rafa Nadal, en una eliminatoria de Copa Davis.
La primera portada y el récord de Powell
La inauguración del estadio de Montjuïc fue accidentada, debido a una lluvia torrencial. La salida de EL MUNDO, que en su primera portada incluía una fotografía del entonces entrenador del Real Madrid, John Benjamin Toshack, como prueba de su sensibilidad por el deporte, no fue ajena a los avatares de última hora en el parto de cualquier periódico, según recuerdan los fundadores. El encuentro de uno y otro, estadio y periódico, se produjo en los Juegos, con los que EL MUNDO se volcó, al incluir entre sus enviados especiales a algunas de sus firmas ajenas al deporte, como Manuel Hidalgo o Alfonso Rojo. La iniciativa se convertiría en un hecho diferencial, continuada después por columnistas como los desaparecidos David Gistau y Raúl Rivero, o el reportero Pedro Simón. La creatividad, seña de identidad del periódico desde su creación, era puesta al servicio de las coberturas del deporte, como ocurrió cuando Mike Powell batió el récord de salto de longitud, en 1991. Los 8,95 metros fueron representados, centímetro a centímetro, en la cabecera de todas las páginas hasta completar la distancia. Y con el periodismo de investigación como prioridad, tampoco EL MUNDO ha perdido la ocasión de dedicar sus medios a indagar los casos de corrupción de los que el deporte no ha podido escapar.
El día de la inauguración de los Juegos, el 25 de julio de 1992, no llovía. Lucía el sol. Felipe VI, entonces príncipe, fue el abanderado de una delegación que desató la euforia en Montjuïc y en todo el país, una euforia que no se detuvo hasta que Los Manolos despidieron los Juegos con aquel 'Amigos para siempre'. Al día siguiente de la apertura, llegaba el primer oro. Lo hacía en bicicleta, en el Velódromo de Horta, gracias a José Manuel Moreno. Los oros continuaron, hasta 13, y el resto de medallas, hasta 22. La cifra no ha podido superarse más de 30 años después, hecho que demuestra la magnitud de lo conseguido entonces en una España en la que se había instalado el estado de optimismo. El país conseguía erigirse en actor global principal durante más dos semanas para trasladar al mundo la imagen de una España moderna y plenamente democrática. La lucha contra el terrorismo de ETA, que habría respetado el periodo de los Juegos a cambio de algún tipo de pacto, era entonces el frente ante el que el Gobierno de Felipe González traspasó los límites, con EL MUNDO como principal denunciante de esos excesos.
El éxito de Barcelona no sólo constató la eficacia del Programa de Ayuda al Deporte Olímpico (ADO), en el que se implicó a las principales corporaciones del país, sino que cambió la mentalidad de los deportistas españoles. Es el punto de partida del canto «¡Yo soy español, español, español!». La carrera suicida de Fermín Cacho, un atleta de Soria, en la recta de Montjuïc hasta el oro es la metáfora de esa transformación. También el remate de Kiko a la red en la final del Camp Nou. Todos los que vinieron después, Pau Gasol, Nadal, Andrés Iniesta o Alonso, son herederos de esa nueva mentalidad.
DEPORTISTAS, LOS MEJOR VALORADOS
El impulso del 92 fue, pues, clave y el deporte español tomó una línea de crecimiento que no siempre fue en paralelo a las de la política o la economía. Los años siguientes a los Juegos fueron los del tardofelipismo, una de las peores crisis de reputación para esa España emergente, fuera por los GAL o por los casos de corrupción. La corrupción atraparía también a los gobiernos del PP, con Gürtel como epicentro, hasta convertirse en un mal sistémico de la política española con independencia del color. Ello explica que algunos de los personajes mejor valorados por la sociedad española hayan sido deportistas, como Vicente del Bosque, el seleccionador de fútbol del título mundial, o Nadal, muy por encima de los líderes de los partidos políticos o inquilinos de La Moncloa. El deporte ha sido la buena cara del país, el mascarón de proa de lo que se llamó Marca España.
El año 92 no fue mágico únicamente por los Juegos. Dos meses antes, el Barça conquistaba su primera Copa de Europa en Wembley, tras derrotar en la prórroga a la Sampdoria italiana con un gol de Ronald Koeman. Después de dos finales perdidas, fue un título clave no sólo por lo que históricamente representaba, al dejar atrás el club azulgrana muchos complejos y frustraciones, sino por lo que iba a significar para el futuro del Barcelona y del fútbol español. Wembley avaló la osada y contracultural apuesta de Johan Cruyff e hizo posible el 'Dream Team', ganador de cuatro Ligas consecutivas. Con un imberbe Josep Guardiola en sus filas, toda su obra posterior como entrenador es heredera de aquellas enseñanzas. Guardiola mejoró al 'Dream Team', construyó el mejor Barça de la historia, por los títulos y por su juego, y aportó la clave de bóveda, el triángulo Xavi-Iniesta-Busquets, a la España que lo ganaría todo tiempo después.
El primer día de competición de los Juegos, el 26 de julio, Miguel Indurain subía al podio, pero lejos de Barcelona, en los Campos Elíseos de París, como ganador de su segundo Tour consecutivo. Era el de su confirmación el mismo año en el que había ganado también el Giro. España tenía un corredor que no parecía español. No era el escalador que espera su oportunidad en los Alpes o los Pirineos. No. Era un corredor total, fuera en la montaña o en la contrarreloj. Tres Tours más, hasta sumar cinco de forma consecutiva, convertían al navarro en uno de los mejores de la historia del ciclismo, capaz de marcar una era en su deporte. La era Indurain fraguó durante los primeros años de El MUNDO, volcado en su seguimiento.
El navarro no era el primer español en conseguirlo, puesto que pioneros como Ángel Nieto o Severiano Ballesteros también marcaron su tiempo en el motociclismo y el golf, respectivamente. En el ámbito colectivo, lo había hecho también el Real Madrid de las seis Copas de Europa, las cinco primeras sin interrupción, como los Tours del navarro. Sin embargo, Indurain lo conseguía en el momento del despegue para el deporte español, el inicio de los años 90.
aRANTXA Y cONCHITA SE AVAZAN A SU TIEMPO
Meses antes del nacimiento de EL MUNDO, Arantxa Sánchez Vicario ganaba Roland Garros frente a Steffi Graf. Tenía 17 años y todo un porvenir que se hizo realidad en los años 90. Si bien no pudo ganar en el All England Club, sí lo hizo su contemporánea Conchita Martínez en 1994. La obra de Arantxa y Conchita, el carácter y la técnica, se produjo en un tiempo en el que deporte femenino no gozaba del impulso institucional actual, y en el que el altar de los grandes campeones parecía reservado exclusivamente a los hombres. Ambas habrían merecido más reconocimiento. Arantxa ganó en Roland Garros antes de que volviera a hacerlo ningún español en categoría masculina desde Andrés Gimeno, en 1972. Sergi Bruguera lo hizo cuatro años más tarde que la menor de la saga de los Sánchez Vicario para abrir un tiempo de dominio en la tierra de París que no se remite únicamente a los 14 títulos de Nadal. Bruguera, en dos ocasiones, Carlos Moyá, Albert Costa, Juan Carlos Ferrero y Carlos Alcaraz suman otros seis, 20 en total para España en 31 años.
La tierra era el reino de los españoles, hecho que permitió la conquista de la primera Copa Davis, en 2000, en un Palau Sant Jordi en el que entraron los camiones cargados de arena para tener una superficie ad hoc. España derrotó a Australia y curó una herida histórica, ya que los pioneros que comandaba Manolo Santana cayeron sobre su hierba en 1965 y 1967. Rafa Nadal, con 14 años, era el abanderado de España en aquella final. Cuatro años más tarde, en la Cartuja de Sevilla, formaba parte del equipo. Al segundo título, ante Estados Unidos, le han seguido cuatro más, con o sin Nadal, en el formato antiguo y en el formato Piqué.
Esos seis títulos de Copa Davis en el siglo XXI, el equivalente al Mundial del tenis, demuestran que este deporte ha sido y es más que Nadal, aunque la descomunal obra del mallorquín, con 22 títulos de Grand Slam, haya fagocitado a sus contemporáneos. Ningún otro deportista y quizás ningún otro personaje de la vida pública española ha estado tanto tiempo en la cima como él. Nadal forma, junto a Alonso y los miembros de las grandes generaciones de las selecciones de fútbol y baloncesto, desde Pau Gasol y Navarro a Casillas e Iniesta, un conjunto de campeones españoles que alcanzaron la cumbre mundial en paralelo, hecho que da forma a la Edad de Oro de nuestro deporte. Alonso acabó con la era Schumacher, enlazó dos títulos, en 2005 y 2006, y pese a no volver a ganar el Mundial en sus pasos por McLaren o Ferrari, despertó la pasión por la Fórmula 1 en España. Su aportación es especialmente cualitativa.
España ya sabía lo que era alcanzar una plata olímpica en baloncesto, hace 40 años en Los Ángeles, pero la generación que nació en 1999 con el título del Mundial sub'19 marca un punto de partida distinto. Los júniors de oro no dejaron de ganar, con sus clubes o con la selección, sumaron más platas olímpicas y, sobre todo, alcanzaron la cima mundial con el título en Japón, en 2006. Cuatro Europeos y otro Mundial, ya con sus herederos, les siguieron mientras la NBA los reclamaba, y no para ser pajes de estrellas, como le ocurrió en los 80 a Fernando Martín. Pau Gasol lo demostraría con dos anillos de campeón con los Lakers.
eL caso rubiales
El mismo año que los 'júniors' de oro ganaban el Mundial sub'19 en Lisboa, la selección de fútbol se impuso en el Mundial sub'20 de Nigeria. Casillas y Xavi formaban parte de ese equipo, el eje Madrid-Barça que se trasladaría a la selección absoluta hasta el triunfo en el Mundial de Sudáfrica, en 2010, título que nuestro fútbol observaba como un Everest inalcanzable. El gol de Iniesta, «Iniesta de mi vida», es parte ya de la historia de España, un país que pudo sacar a las calles su bandera sin señalarse, sin complejos. Un país unido, por una vez, por obra y gracia del fútbol, que nos hizo creernos los mejores del mundo. Las mujeres lo consiguieron 13 años después, aunque la vergüenza por el beso no consentido de Luis Rubiales a Jenni Hermoso les arrebatara parte de los focos. El caso Rubiales supuso una de las peores crisis de reputación para nuestro país en los últimos años y abrió en canal a una Federación de fútbol incapaz de erradicar la corrupción, buena parte de los casos denunciados por este periódico.
El tiempo, sin embargo, disipa las sombras para dejar ver el avance del fútbol femenino en nuestro país, con el Barcelona como mejor equipo del planeta. La mujer ya había demostrado su avance en la arena olímpica, con una selección de waterpolo que lo ha ganado todo, el oro finalmente en los Juegos de París, y más medallas en categoría femenina que masculina en varias de las últimas citas bajos los aros. Una conquista que hacen todavía más global los atletas paralímpicos, como prueban sus últimos resultados en París. La mejor conquista de España en la vida de EL MUNDO.
Con Alemania y España clasificadas ya para los cuartos de la Nations League, el resto de las clásicas potencias europeas buscan su clasificación en esta ventana, y lo hacen en circunstancias muy distintas. Francia lo hace sin su líder y capitán, Kylian Mbappé, en una peligrosa crisis de reputación en su país. Portugal, en cambio, lo hace liderada por el incombustible Cristiano, que ha sabido poner siempre en paralelo su ambición personal con el compromiso con su selección, con su país. Como Messi. Para sucederlos la próxima era, Mbappé sabe que necesita a Francia.
Frente a Israel, hoy, la selección francesa tiene un reto sencillo en lo deportivo, aunque el foco estará en las grandes medidas de seguridad en París. El castigo de Didier Deschamps a Mbappé es un pulso, pero en el que cuenta con el apoyo de buena parte de la prensa y la opinión pública. Con Cristiano no hay debate, no todavía, porque no lo ha permitido Roberto Martínez. Jugar en Arabia no es ya un problema. Laporte, con España, es un ejemplo. A Portugal le basta un punto ante Polonia, con la que se medirá mañana, y en la que no estará Lewandowski. Líder de la selección polaca, no estará por problemas físicos. A Lewandowski su selección no le ayuda a dimensionar su carrera como a Cristiano o Mbappé.
En la misma circunstancia está Italia, imbatida, gracias especialmente a la victoria que obtuvo a domicilio ante Francia. El primer intento es conseguirlo, hoy, en Bélgica, donde sobre la crisis de su selección ya se empieza a debatir acerca del retorno de Courtois. De no conseguirlo, deberían hacerlo ante Francia, en casa, en el segundo partido de la ventana, enmarcadas todas claramente en el grupo más duro de esta Liga de Naciones.
Italia, imbatida
Países Bajos y Hungría, en el grupo de Alemania, y Dinamarca y Serbia, en el de España, van a jugarse dos plazas en una primera categoría de esta competición en la que no se encuentra Inglaterra. Los pross se juegan la credibilidad, especialmente tras su derrota ante Grecia en Wembley, después de que una plaga de lesiones haya levantado sospechas sobre el compromiso de los futbolistas, justo antes de que se produzca el relevo en el banquillo con la llegada de Thomas Tuchel, a partir de enero.
Alexander-Arnold (Liverpool), Declan Rice y Saka (Arsenal) Foden y Grealish (Manchester City), Palmer y Colwill (Chelsea) y Ramsdale (Southampton) no estaban disponibles, según la FA. El madridista Bellingham volverá a ser el líder, como ya ocurrió en la Eurocopa. Serán los dos últimos partidos del técnico interino Lee Carsley, en los que para volver a la primera categoría, perdida en 2022, deberán imponerse en Atenas, hoy, con al menos dos goles de ventaja, y vencer a Irlanda el domingo.