La epifanía de Ancelotti, el Triángulo de las Bermudas y la mímica de Asencio

La epifanía de Ancelotti, el Triángulo de las Bermudas y la mímica de Asencio

El Bernabéu ejerce una función civilizadora. Venía el derbi como un huracán, con la ciudad eléctrica, los whatsapps llenos de insultos y la M-30 engalanada de pancartas. El Madrid le había mandado una carta a Sánchez, el Atlético respondió prestándole su cuenta de Twitter a Kanye West y, en la comida de directivas, Cerezo saludó a Florentino como Trump saluda a Macron. Dominando con la mano derecha, imponiéndole la izquierda sobre el hombro. Demasiado populismo, pensó Ancelotti, que durmió la emoción poniendo el once que todo el mundo sabía que iba a poner y nadie quería que pusiera. Consiguió su objetivo. Calmó la guerra y convirtió el partido en un bodrio que solo se agitó como cualquiera con nociones de sociología habría adivinado que se agitaría según avanzaba la semana: con un penalti para el Atlético de Madrid.

Activado el despertador, Simeone ordenó mandar los aviones a ese Triángulo de las Bermudas que es la banda derecha del Real Madrid, un polo magnético terrible que imantaba hasta a Vinicius, separándole del costado opuesto y diluyéndole en la maraña. El agónico camino hasta el descanso tuvo a Carletto en el alambre, a punto de privarle de volver a poner a los mismos once en la inminente eliminatoria contra el Manchester City.

La única manera de poder seguir haciendo lo mismo era cambiarlo todo, así que en el descanso debió producirse una epifanía. De repente, un extremo se pegaba a una banda. Otro extremo a la otra. En la primera jugada, por la derecha con Rodrygo, empató Mbappé. En la segunda, con Vinicius por la izquierda, la estampó Bellingham en el larguero. Pero al ajedrez del Madrid le faltan fichas, así que la defensa seguía siendo una invitación orgiástica, con ese emocionante Asencio apagando fuegos y haciendo mímica de Sergio Ramos con el hijo del Cholo.

Una especie de magia negra iba abriéndose paso entonces. El madridismo seguía temblando con Lucas y gritándole a Ceballos que dejase de girar sobre la pelota. Cuando Simeone ya había agotado todos sus cambios, Ancelotti hizo los primeros y quitó a los dos, asumiendo un riesgo kármico inmenso. Si salía mal, la culpa no sería suya sino de la mente colmena madridista, que por entonces ya detectaba que las Bermudas ahora revoloteaban sobre Fran García. Cuando la pizarra pedía a Brahim o Arda, el hincha ultraconservador fantaseaba con sacar al Mendy de otras épocas. Al final, otro empate. El mismo derbi de siempre.

kpd