De corto desde el mediodía, sus palabras en el banquillo… así fue el último día de Nadal como tenista profesional
En los descansos, detrás de Carlos Alcaraz y Marcel Granollers, se colocaba Rafa Nadal, un capitán en la sombra -literalmente-, el animador del banquillo de España. Después de su derrota ante Botic Van de Zandschulp, el ganador de 22 Grand Slam se pasó cuatro horas, es decir, todo el tiempo que duraron los partidos de Alcaraz y de la pareja de dobles, alentando a sus compañeros, dando consejos, incluso espoleando al público del Martín Carpena.
Tocaba la medianoche en Málaga, se preparaba su homenaje en los pasillos, y Nadal seguía tan entregado, tan motivado, tan vestido, como a la una del mediodía, cuando apareció ya vestido de corto en el pabellón pese a que todavía le quedaba un buen rato para saltar a jugar. Esa entrega es su firma para siempre, el recuerdo de él que perdurará después de su retirada oficial ayer. La remontada española en los cuartos de la Copa Davis no pudo ser, pero Nadal, claro, no dejó de creer en ella ni por un momento.
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«No tenía los automatismos de la competición, la pista era muy rápida, así que tenía que mantener la energía y pelear cada punto. No pude ganar, pero estoy contento porque lo intenté hasta el final», explicaba antes, justo después de su derrota en una rueda de prensa en la que no olvidó su sentido del humor. En su carrera en la Copa Davis había ganado 28 partidos, pero cayó en dos, los dos muy significativos.
«Perdí el primero [ante Jiri Novak, en 2004] y he perdido el que puede ser el último. De alguna manera es cerrar un círculo», comentaba con sorna y sin ganas de machacarse otra vez, una última vez: «A lo largo de mi carrera he sido muy autocrítico. Aunque ganaba torneos siempre buscaba la parte negativa para aprender. Hoy no lo seré. He hecho lo que he podido. Que yo jugara era una apuesta arriesgada y no ha salido».
Antes de saber el desenlace de la ronda, el propio Nadal se descartaba para más partidos de individuales -«Si fuera el capitán yo no me elegiría»- y entre líneas se proponía como nuevo miembro del dúo de dobles. Finalmente no hubo más oportunidades de ningún tipo.
Sus lágrimas con el himno español
Le quedará como consuelo, su última noche mágica, pese a las derrotas. Este martes, 13.000 aficionados españoles estuvieron encendidos alrededor de su figura, un ambiente eléctrico, una ovación detrás de otra, y como él no bajaron los brazos hasta la conclusión. Los marcadores no ayudaban, pero no hubo decepción, sólo agradecimiento, el constante recuerdo de lo mucho disfrutado gracias a Nadal. Sin los grandes nombres anunciados, ni Roger Federer, ni Novak Djokovic -también se rumoreó con la presencia de Barack Obama o Bill Gates-, el pabellón andaluz se volcó en animar al ganador de 22 Grand Slam pasase lo que pasase en el encuentro. «¡Disfruta, Rafa!», le gritaba una aficionada ya en el segundo set, como resumen del ánimo general.
Si hubo lágrimas fueron de emoción, desde la ceremonia de inauguración. Después de que los valencianos del equipo español, David Ferrer, Roberto Bautista y Pedro Martínez entrasen en la pista con una bandera de su comunidad en homenaje a las víctimas de la DANA, Nadal se emocionó mientras sonaba el himno nacional. No hubo lágrimas, pero temblaban los labios: poco faltó. Luego se rehízo para intentar superar a Van de Zandschulp, pero esa emoción ya no se marchó.
En cada punto ganado, un «¡Vamos!», unas palabras de ánimo para sí mismo. Pese a sus problemas en el resto y en los movimientos laterales, Nadal lo peleó y lo peleó y lo peleó y lo peleó. «¡Sí se puede!», le cantaba el público del Martín Carpena cuando ya era casi imposible. «Lo he intentado todo, también como agradecimiento a la afición que me ha apoyado sin parar», finalizaba.