El congoleño, de 56 años, jugó 18 temporadas en la NBA, cinco de ellas en los Atlanta Hawks, y fue reconocido en cuatro ocasiones con el premio al Jugador Defensivo del Año.
El congoleño Dikembe Mutombo, uno de los mejores jugadores defensivos de la historia de la NBA, comenzó un tratamiento por un tumor cerebral, según informó este sábado la liga de basquetbol norteamericana.
“Dikembe Mutombo se encuentra actualmente en tratamiento por un tumor cerebral. Está recibiendo los mejores cuidados posibles por parte de un equipo conjunto de especialistas en Atlanta y está con buen ánimo”, dijo la NBA en un comunicado emitido en nombre del ex jugador y su familia. “Dikembe y su familia piden privacidad durante este tiempo para poder centrarse en sus cuidados”, concluyó el texto.
Mutombo, de 56 años, jugó 18 temporadas en la NBA, cinco de ellas en los Atlanta Hawks, y fue reconocido en cuatro ocasiones con el premio al Jugador Defensivo del Año.
El ex pívot, de 2,18m de altura, fue seleccionado ocho veces para el Juego de las Estrellas (All-Star) e ingresó en 2015 al Salón de la Fama del basquet por una carrera en la que promedió 9,8 puntos, 10,3 rebotes y 2,8 tapones por partido.
La vida, muchas veces, tiene giros que no se le pasarían por la cabeza ni al mejor de los guionistas. El pasado 14 de julio, Lamine Yamal culminaba una más que notable Eurocopa, en la que fue uno de los jugadores más determinantes del equipo que entrena Luis de la Fuente, con el triunfo de España ante Inglaterra que le valía a la Roja su cuarto máximo trofeo continental. Un mes después, el drama se cernió sobre su juventud de la peor manera posib
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Volvió. Con la frente marchita y errante en las sombras como cantaba Gardel. A la casa que le abrió los brazos hace tres años y medio y que este domingo le voló los oídos y le mancilló su placa entre las leyendas rojiblancas. Lo hizo tras torturar a su exequipo o equipo, uno nunca sabe cuando habla de futbolistas cedidos, y elevarse sobre el césped con los brazos en cruz. La grada no olvidaba. [Narración y estadísticas (0-3)]
Pero en los primeros 10 minutos no pudieron ni silbar a Joao Félix porque el portugués no tocó, literalmente, el balón. Luego, eso sí, se desquitaría el portugués, con bailecito incluido. Es increíble que, de sus seis goles en liga, un tercio hayan sido al Atlético de Madrid. Definió el portugués el juego del Barcelona, a picotazos. Pero con eso le valió en el Metropolitano. La primera derrota en Liga del curso. La anterior, por cierto, también se la infligió el Barça el 8 de enero del año pasado.
La presión alta del Atlético había comenzado asfixiante. Los rojiblancos encaraban a pecho descubierto a su némesis, un equipo al que no han podido ganar desde que le entrena Xavi. Esa intensidad y la mal entendida calma de Ter Stegen les propició la primera ocasión del encuentro. Un robo de De Paul, una cesión a Barrios y un disparo, el del canterano, que se fue lamiendo la escuadra izquierda del neerlandés.
Presión y robo
Y entre canteranos estuvieron los primeros quince minutos del partido. Riquelme, sorprendente acompañante de Morata en el ataque rojiblanco, era un puñal por la izquierda y Barrios ejerció bien de Koke, no es un papel fácil de desempeñar y más ante un equipo como el Barça, siempre gustoso por ganar el mediocampo.
Pero este Barcelona no se parece al que lideró su entrenador. Es más directo y tiene más problemas para dormir el juego con balón, especialmente cuando el equipo local te aprieta en cada pase. Fruto de esa presión hubo otro robo que si Molina hubiera afinado el pie en una contra podría haber dejado solo a Lino ante Ter Stegen. La alcanzó el brasileño y logró centrar a Morata, pero éste no disponía de demasiado ángulo.
Sólo Raphinha amenazaba la zaga rojiblanca con incursiones en solitario por banda derecha, pero con apenas dos córners como resultado positivo para su equipo, aunque un cabezazo suyo pudo generar más peligro si hubiera ido mejor dirigido. Sin tensión el conjunto azulgrana en uno de los duelos más importantes de la competición doméstica. En el que tenían que evitar la escapada del Madrid, en el que tenían que adelantar al Girona y en el que tenían que eliminarse a un rival para el final de temporada.
Pero como esto es fútbol, el deporte más impredecible que existe, sólo necesitó el Barça una genialidad de Gündogan para adelantarse en el marcador. Uno dos del alemán ante Llorente y pase en profundidad a Lewandowski, que se gira bien y cede a Joao Félix para cumplir la ley del ex aunque, como decimos, sea un ex algo raro. Giró bien el tobillo el portugués para ponerla en la base del poste lejos de Oblak.
Vaciló con unos pasitos el luso frente al fondo sur del Metropolitano hasta que sus compañeros, con buen criterio, le montaron una piña para ocultar lo que pretendiera hacer el jugador. Como dijo Morata en la previa, "la gente tiene sentimientos", y le convenía al 14 del Barça y a su compañeros no enardecer más a un público que le dedicaba una sonora pitada cada vez que tocaba el balón.
Locura de De Paul
Poco más pasaría en la primera parte, pero en apenas un minuto de la segunda un cruce de cables de De Paul casi termina con el argentino expulsado y con el segundo gol del Barça en el marcador. Cedió el cinco rojiblanco un pase al rival que terminó en los pies de Raphinha en el borde del área, picó el brasileño para Lewandowski y el polaco la ajustó al segundo palo de Oblak, imposible para el esloveno. 60 segundos para tirar el gran esfuerzo de una primera parte, que tampoco terminó como el Cholo había planeado.
Pudo recortar Llorente cinco minutos después tras un rechace a la salida de un córner, pero la volea del madrileño, que atravesó un bosque de piernas, fue repelida por Ter Stegen en una de las paradas del año. La más clara del equipo rojiblanco en la primera hora de juego. Un espejismo, estaba más cerca el tercero de los culés y pudo hacerlo el delantero polaco tras ganar un duelo a Savic.
Terminó llegando casi sin esfuerzo y también por obra y gracia del polaco. En una transición mal defendida por la zaga rojiblanca, un centro lateral de Lewandowski encontró a Fermín solo en el centro del área, que remató de cabeza sin oposición.
Malo que, en un partido donde tu rival apenas te había dominado, en tres picotazos te haya rematado el partido y te haya complicado la Champions. La derrota sacaba al Atlético de los cuatro primeros puestos de LaLiga, los que dan acceso a la Champions. El principal objetivo del club colchonero como se han cansado de repetir todos los estamentos del club desde el principio de temporada. Ganar la Champions es un sueño, alcanzarla una necesidad.
Peleó el Atlético con más corazón que cabeza el gol del honor. La tuvo, muy clara Saúl, pero volvía a no ser el día del ilicitano. Tampoco el de los honores sino para no sufrir mayor castigo. Roja a Molina aparte. Suficiente que un jugador de tu propiedad, que reniega de ti, haya vuelto a marcarte. El fútbol es cruel a veces y no entiende de merecimientos. Sigue la pesadilla blaugrana y el hombre del saco, de nuevo, fue el portugués Joao Félix.
"Lo tenía todo bajo control". Eso pronunció después Miguel Indurain, aunque, quizá por primera vez se sintió (le sentimos), humano. Cabizbajo, la gorra blanca del Banesto, su inmensidad rosa apoyada sobre la valla publicitaria, el aliento entrecortado mientras se arremolinaban los fotógrafos en busca de la imagen del dios en apuros. El navarro acababa de ganar su segudo Giro de Italia consecutivo, pero en el Santuario de Oropa (donde este domingo acude Pogacar en busca de la maglia), un 12 de junio de 1993, un letón de Riga le había puesto contra las cuerdas.
Cundió el pánico. Porque Piotr Ugrumov, gorra amarilla del Mecair-Ballan, llegaba poderoso a la meta, poco más de un minuto después del ganador Ghirotto. Y le seguían Chiapucci, Tonkov y Roche, pero Miguelón, del que no había referencias, tardaba en aparecer. El día antes, en la contrarreloj de Sestriere, lo había dejado todo, aparentemente, visto para sentencia, con 1:34 en la general sobre el ruso.
Al fin emergió su figura al fondo de la recta de meta, agarrado abajo en el manillar, superando el apuro. Entró a 36 segundos y salvó el Giro, pese a los sudores para siempre recordados en Oropa, casi 12 kilómetros a más del 6%, una subida que desde sus primeras rampas convirtió en exigente Moreno Argentin y en la que Ugrumov, segundo también en el Tour de 1994, se empeñó después en atacar y atacar. "No se trataba de resistir como fuese a su rueda, tenía un margen de sobra. Me he mantenido tranquilo. Ugrumov está muy fuerte y preferí seguir a mi ritmo. De lo contrario, me habría arriesgado a reventar. En ningún instante pensé que perdería la maglia rosa", razonó el navarro.
Una cima no tan dura, pero sí mítica por los precedentes. Porque no sólo Indurain grabó allí, al norte de la ciudad e Biella, su leyenda. Más aún lo hizo unos años después Marco Pantani. En 1999 firmó una ascensión legendaria, también vestido de rosa.
Había recuperado el liderato el Pirata el día antes, en la meta de Borgo San Dalmazzo, donde tan mal lo pasó Laurent Jalabert. Aventajaba con 53 segundos a Paolo Savoldelli y 1'21" a Ivan Gotti. Pero en las primeras rampas del Racconigi-Santuario di Oropa, dedicado a la Virgen Negra, se encendieron todas las alarmas cuando a Pantani se le enredó la bicicleta, un problema mecánico aprovechado por sus rivales.
Con 45 segundos perdidos y el Mercatone Uno aguardando a su líder, Pantani se lanzó a la desesperada, en solitario ya, con seis kilómetros todavía por delante. Uno a uno, hasta 49 adelantamientos, incluidos Gotti, Savoldelli, Simoni y finalmente Jalabert. Estaba solo en cabeza a falta de tres kilómetros y apenas celebró el triunfo: "No pensaba que los había cogido a todos...".
Será la séptima vez que la Corsa Rosa acabe en Oropa. La última, en 2017, se vivió un bonito combate entre Doumoulin y Nairo Quintana. Con 161 kilómetros previos y otras dos subidas concentradas en la parte final, buen terreno para que Pogacar inscriba su nombre allí y recupere la maglia que ayer le birló el ecuatoriano Narváez, una fiera en el Muro de San Vito y un cañón en la meta de Turín.