Tomó posesión del cargo sin la certeza de la continuidad y pendiente de la formación de Gobierno, pero la presión e intensidad provocada por el ‘caso Rubiales’ le ha servido por varias legislaturas.
Víctor Francos, el pasado 25 de agosto.Gorka Loinaz
El caso Rubiales no es cosa únicamente de las cloacas del fútbol. Es una cuestión de Estado, al originar una grave crisis de reputación para España. Al Gobierno lo encontró en funciones y con el pie cambiado, después de no haber atajado antes a un di
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El 'show' de Noah Lyles fue el 'show' de la derrota. No hubo victoria en el 200, donde más seguro se sentía, sólo bronce, metal que no consuela a quien se siente un icono, como puede leerse en su pecho. Ni oro ni récord, un récord lejano, mucho menos que el de 400 vallas femenino, batido por su compatriota Sydney McLaughlin-Levrone (50.37), una atleta que agita la plusmarca en los últimos años con un dominio abrumador. Es el segundo récord en Saint Denis tras los 6,25 de Armand Duplantis en pértiga. Quique Llopis, por su parte, se quedó a un puesto del podio, al ser cuarto en 110 metros vallas.
La forma en la que Lyles saltó al tartán, al ser anunciado como una 'primadona', fue el de alguien que ya celebra lo que todavía no ha ganado. Saltaba como un poseso ante la mirada, incrédula, de sus rivales. En especial la de Letsile Tebogo, su némesis y vencedor de un 200 muy rápido. Después de acreditar el récord de África, con 19.46, el atleta de Botswana se fue del mismo modo que lo hizo en semifinales, sin acelerar su paso, sin gesticular a nadie, con un autocontrol que no había tenido el estadounidense. Lyles, tercero y tendido sobre el tartán, se preguntaba qué había pasado.
El 'show' como terapia
El 'show' es parte del personaje y parte del atleta. La incógnita es si correría mejor sin semejante hiperactuación en la pista o si es precisamente al contrario. Después de su victoria en los 100, Lyles confesó a través de uno de sus perfiles en redes sociales: «Tengo asma, alergias, dislexia, TDAH, ansiedad y depresión. Pero te diré que lo que tienes no define lo que puedes llegar a ser. ¿Por qué no tú!?» Palabras propias de un libro de autoayuda. No es la primera vez que el velocista se refiere a problemas de salud mental padecidos en el pasado, lo que le convertía en un personaje vulnerable, presa incluso del 'bullyng' de niño.
Se puede ser fuerte y rápido, y al mismo tiempo débil. «La pista era el lugar donde todos esos problemas desaparecían», ha confesado el norteamericano. La pista es, hoy, el lugar donde puede permitírselo todo, pero donde no siempre gana. Después del bronce de Tokio en 200, sabía que en París llegaba su momento. La victoria en el 100 le reafirmó, pero quizás le vació de energía o le desconcentró, porque la realidad es que estuvo lejos de los 19.31 que realizó en los 'trials'. Fue tercero, en 19.70.
Las carreras y las bravuconadas van, pues, en paralelo, como si Lyles necesitara reafirmarse en todas partes. Es su forma de combatir la inseguridad, por lo que a las grandes victorias le han seguido grandes confesiones, no únicamente en París. Después de ganar su primer título mundial de 200, en Doha en 2019, escribió en Twitter: «He empezado a tomar medicamentos antidepresivos y ha sido una de mis mejores decisiones en mucho tiempo. Desde entonces, he sido capaz de pensar sin matices oscuros en mente, sin aceptar que nada importa. Gracias a Dios existe la terapia psicológica». Hay que ver si las derrotas, como la sufrida en esta final ante el atleta africano, inspiran las mismas reflexiones.
El título de 100 pertenece en París a Lyles, pero la forma de caer en el 200 no colma todos sus deseos. Le queda el relevo de 4x100. Veremos cuáles son los efectos físicos y morales de esta derrota.
Todos los grandes 'sprinters' han preferido el 100, aunque las características de algunos se adaptaran mejor al doble hectómetro. Incluso al dueño de ambas plusmarcas, Usain Bolt, le ocurría. El jamaicano tenía piernas para haber dominado del 100 al 400, pero decidió no afrontar la vuelta completa para concentrarse en la velocidad pura, en las distancias del rey y en el glamour. Lo era todo, atleta, campeón y 'showman'. Lyles y su equipo de trabajo han preparado mucho el 200, pero en París no han podido materializar lo que ya dicen sus registros.
Tercero del ranking de 200
Es el tercer hombre de la historia en el ránking del doble hectómetro, por detrás de Bolt (19.19) y Yohan Blake (19.26), pero no ha entrado en el top ten del 100 ni siquiera con los 9.79 de París. Está a 12 centésimas del récord mundial en 200. En estos Juegos, sin embargo, se quedó a 51. En el caso del 100, el tiempo que le separa de la plusmarca mundial es mayor (21), también en posesión del jamaicano con 9.58. Casi el doble de tiempo en la mitad de distancia.
Lyles está lejos, pues, de hazañas como las de McLaughlin-Levrono, que ha batido por cuarta vez el récord de 400 vallas desde Tokio, en 2021. Lo hace como lo hacía Bolt, como querría hacerlo Lyles.
LA OPORTUNIDAD DE LLOPIS
El cuarto puesto de Llopis en los 110 metros vallas es un excelente resultado para este atleta, aunque deje el mal sabor de boca de quedarse a un puesto de las medallas. Las medallas podrían haber estado a su acceso si hubiera realizado su marca de este año (13.09), que es con la que se repartieron la plata y el bronce. El oro olímpico, en general, exige bajar de 13 segundos. Grant Holloway lo alcanzó con 12.99.
El valenciano, de 23 años, acabó en 13.20, tres centésimas más que en la semifinal, y admitió que "he acusado el esfuerzo de la semifinal", además de lamentar haberse quedado tan cerca de las medallas por puestos, aunque para ello debería haber realizado su mejor carrera de siempre. Su margen de mejora es importante, especialmente en los primeros apoyos. Centésimas que le pueden acercar al podio en una prueba con un excelente nivel en España.
Luis es nombre de reyes en el país que sublima la república. Los Luises de Francia fueron prácticamente una veintena, incluido Luis Felipe I, de la Casa de Orleans, que reinó durante un breve periodo, conocido como la Monarquía de Julio, antes de abdicar y dar paso, en 1848, a la creación de la Segunda República Francesa. Desde Luis I el Piadoso, los franceses tuvieron de todo: Luis II el Tartamudo, Luis V el Holgazán, Luis VI el Gordo, Luis XI el Prudente o Luis XII del Pueblo hasta el gran Luis XIV o Rey Sol, cuyo reinado, de 72 años, fue el más largo de la historia y marcó un tiempo de esplendor militar, además de reorganizar administrativamente el país y aplacar a la nobleza en favor de la política. También llevó el centralismo y el absolutismo al extremo, con el lujo de Versalles como metáfora. Luis XV, su nieto, fue su némesis, un desastre, y Luis XVI acabó por pagar los desmanes heredados y propios en la guillotina. La restauración trajo a otro Luis, un Borbón, pero la fascinación por la Revolución había cambiado a Francia para siempre. El país de todas las revoluciones, la burguesa, la estudiantil y hasta la sexual, vive otra en el fútbol de la mano de un Luis que no llega de Versalles. Es un sans-culotte del fútbol y la Champions, su Bastilla.
La seducción que produce Luis Enrique en Francia no tiene que ver únicamente con su trabajo en el PSG, a un paso de clasificarse para la finalísima de Múnich, si es capaz de hacer valer su ventaja sobre el Arsenal (0-1)m en la vuelta de las semifinales. Los resultados provocan crítica o reconocimiento, pero con el asturiano existe identificación merced a su personalidad en un país que ama la rebeldía, la irreverencia. Más que un país, una ciudad: París. «Luis Enrique es perfecto, porque es provocador y soberbio, y eso, unido al éxito, encaja bien con la ciudad», dice el filósofo y editor Thibaud Leplat, profesor en el Liceo Internacional de Madrid.
Luis Enrique da instrucciones, junto a Arteta, en Londres.NEIL HALLEFE
«Existe una fascinación entre la intelectualidad francesa por los personajes irreverentes, provocadores, y Luis Enrique lo es», añade Leplat. Es patente en la literatura, desde Simone de Beauvoir a Michel Houellebecq, pero también en el cine y hasta en el fútbol. Uno de los jugadores más contraculturales y antisistema de la historia fue el francés Éric Cantona, nieto de un exiliado de la Guerra Civil española. Cantonà era la revolución en carne y hueso contra cualquier forma de poder, incluidos los del propio fútbol que adoraba y le encolerizaba.
Cantonà acabó por pasarse al cine, aunque jamás jugó en el PSG, en cuyo origen se implicaron muchos personajes de la farándula, humoristas y actores como Jean-Paul Belmondo, uno de los canallas de la ficción. El entrenador Luis Fernández o David Ginola fueron en el campo fieles a esa condición que encaja con el carácter del español. "Es un club latino, mediterráneo, en el París que buena parte de Francia mira con desdén por el centralismo, porque para todo hay que pasar por la capital. Eso también contribuye a ser un club más odiado y a convertir cada partido en Estrasburgo, Lille, Niza o Marsella en choques con mucha tensión, algo a lo que se adapta bien un carácter frontal como el de Luis Enrique", continúa el profesor de filosofía afincado en España.
«Cualquiera que represente la revolución es, asimismo, adorado, porque la Revolución no es únicamente un periodo de nuestra historia, sino parte de la idiosincrasia de Francia. Hasta Emmanuel Macron título su autobiografía Révolution, aunque realmente su revolución no sea tal. En cambio, Luis Enrique, de alguna forma, ha impuesto la suya en un club sometido al dictado y los caprichos de las grandes estrellas», prosigue Leplat.
Mbappé, en un partido con el Madrid en el Bernabéu.BallesterosEFE
El PSG al que llegó era, en realidad, un Versalles de futbolistas siempre adocenados por el lujo, desde Ibrahimovic hasta Messi, y donde sólo existía un Rey Sol: Kylian Mbappé. Cuando se marchó, Luis Enrique dijo que el PSG jugaría mejor sin el actual delantero del Madrid. Una declaración más que provocadora, temeraria. El tiempo ha demostrado que tenía razón. «Se ha producido un efecto liberador con su marcha de París. Liberador para todos, el entrenador, el resto de jugadores, la hinchada y hasta los propietarios qataríes, que ahora están encantados con Luis Enrique, aunque los inicios fueron difíciles», recuerda Leplat.
Broncas a Mbappé, Dembélé o Asensio
El asturiano mantuvo su dialéctica habitual con los periodistas, una frontalidad que, unida a la irregularidad inicial del equipo, generó muchas críticas en su contra. A pesar de alcanzar las semifinales de la Champions, la temporada pasada, la forma de caer ante el Borussia Dortmund aumentó la sensación de impotencia en un momento de depresión por la pérdida de Mbappé, que meses atrás había comunicado al club su decisión. El documental No tenéis ni puta idea, sobre la figura del asturiano y su método de trabajo, realizado el pasado año por Movistar, no tenía inicialmente compradores en Francia, al contrario que en otros países. Esas voces críticas volvieron a arreciar ante las dificultades en la fase previa de esta edición de la Champions, pero a partir de noviembre, con el despegue del equipo, todo cambió y el documental, finalmente estrenado, arrasó.
«Michael Jordan cogía de los huevos a sus compañeros y se ponía a defender como un hijo de puta. Te vas a pegar todo el partido presionando a Cubarsí, a Ter Stegen y volviendo rápido... Para ser un líder», dice Luis Enrique a Mbappé en una escena recogida por el documental. Hiperactuada o no, ha habido muchas broncas más. Mbappé se marchó a un lugar donde presionar no es una obligación, no por ahora, y también lo hizo Asensio, pese a pedir al asturiano discutir el problema en grupo. De eso nada.
Ni siquiera Dembélé, al que llamó personalmente para que dejara el Barcelona y fichara por el PSG, se libró de sus medidas disciplinarias por no respetar normas que el técnico considera claves para el crecimiento del equipo. Dembélé fue una petición expresa que Luis Enrique hizo a NasserAl-Khelaifi al llegar al club, la temporada pasada. Un futbolista de una verticalidad tan mortal como incomprensible, algo que conecta con el pasado como jugador del asturiano, delantero en el Sporting, lateral en el Madrid y prácticamente extremo en el Barcelona, pero siempre en vertical.
Dembélé celebra su gol en Londres.NEIL HALLEFE
La salida de Mbappé tras las de Neymar o Messi, convertía al ex azulgrana en la gran referencia. Por ello, su caída de la convocatoria antes de jugar en el Emirates, durante la primera fase de esta Champions, desató una crisis. «Lo volvería a hacer», dijo Luis Enrique, pese a caer (2-0). «Ousmane no tiene un problema conmigo, es un problema de sus obligaciones con el equipo», añadió. El delantero acudió a pedir disculpas al técnico. Meses después, en el mismo escenario, el titularísimo Dembélé cobraba la valiosa ventaja de la semifinal.
El técnico ha conseguido optimizar las cualidades de Dembélé, al que suele llevar al centro para dejar las bandas a Barcola o Doué, el gran talento que viene. El crecimiento individual de todos los jugadores ha sido enorme, y la prueba está en el mediocentro Vitinha o hasta en la renovada confianza del gigante Donnarumma. Hay equipo y hay juego, "el mejor de la historia del PSG", según concluye en Francia, claro, pero lo que verdaderamente hay es un liderazgo desconocido, que asombra e inquieta a los dueños qataríes, y enamora a los parisinos. C'est la révolution.