Una década después, la Real celebró su regreso a la Champions con una colosal actuación ante el Inter. Un auténtico baño que, cosas del fútbol, acabó finalmente en tablas. El gol de Lautaro en el tramo final congeló los ánimos de la afición donostiarra, aún estupefacta por tantas oportunidades perdidas. Pero el máximo torneo nunca perdona a quien se despista. En la Champions, el acierto rematador pesa tanto como las desatenciones defensivas. Y a un rival con ese escudo no se le pueden hacer concesiones. [Narración y estadísticas (1-1)]
Durante 75 minutos, la convicción txuri-urdin contrastó con la inoperancia de un Inter irreconocible. Casi de inmediato, la Real pudo colocarse con un 3-0, aunque Brais no acertó en primera instancia ante Sommer y el palo escupió el zurdazo de Barrenetxea. Hasta que un clamoroso error de Bastoni en la salida fue aprovechado por Brais para delirio del REALE Arena.
El último finalista de la Champions, uno de los equipos más en forma de Europa, fue engullido sin miramientos. Siempre encontraba un hombre libre la Real, impulsada por Zubimendi y Merino, con la laboriosidad de Oyarzabal y las sutilezas de Kubo, que dejó el 2-0 en la cabeza de Le Normand, sin la convicción que el obsequio merecía. Fue un milagro que el Inter llegase al descanso con una derrota por la mínima.
Merino, al larguero
Con Lautaro fuera de circulación y la insultante indolencia visitante se siguió conduciendo la segunda parte. Barella vio roja directa por un pisotón en la entrepierna de Brais, pero las protestas hicieron mella en Michael Oliver, que cambió su criterio tras la consulta en el monitor del VAR. Casi de inmediato, Kubo botó un saque de esquina justo donde la esperaba Merino, cuyo feroz testarazo tropezaría en el larguero.
Pippo Inzaghi, desquiciado en la zona técnica, ni siquiera pudo contar un disparo bien dirigido hacia Remiro. Cuando llegó, en una bonita acción entre Alexis Sánchez y Carlos Augusto por la izquierda, el remate a la red de Thuram fue invalidado por fuera de juego. Sin embargo, en el último turno de cambios había empezado a girar la suerte realista. El desgaste, tras más de una hora de asfixiante presión en campo rival, hizo mella.
Con un cuarto de hora por delante, la Real necesitaba temple para concretar lo que tanto había merecido; para acelerar el avance del reloj y que no se jugase a nada; para frenar con faltas las carreras de Dimarco o el empuje de Dumfries. Pero no supo imponer ese fútbol, con el que ahora no se siente identificada. Cuando el Inter empezó a creer que podía arañar algo ya era demasiado tarde. Un disparo al tuntún de Frattesi lo leyó Lautaro antes que los centrales. Sin poso competitivo jamás se llega a ningún sitio en la Champions.
La cabeza erguida buscaba el contacto visual con Vinicius. La curva del cuerpo no parecía presagiar nada, pero la mano ya indicaba dónde llegaría el pase al brasileño. Los rivales le habían concedido un par de metros y Toni Kroos no desperdició la oportunidad. Suya fue ayer la majestuosa asistencia para el 0-1, obra cumbre de otra gran noche para el Real Madrid. «No hay palabras para definirle. Es un jugador top, crucial para nuestro juego, por el modo en que controla los tiempos y por sus pases», admitió Carlo Ancelotti.
La felicidad de Carletto, como la de la mayoría de sus futbolistas, no sólo se ceñía al empate que había enfriado el cráter del Allianz. Se trataba, más bien, de la satisfacción por haber hecho emerger de nuevo ese temple competitivo con el que salir a flote tras una situación límite. Porque después de tres triunfos consecutivos en Múnich, el 14 veces campeón volvió a sudar ayer como corresponde en unas semifinales. El 2-2 no sólo le otorga cierta ventaja para el Bernabéu, sino que también le permite igualar su propio récord en Champions, donde ya suma 11 partidos sin perder, igualando el registro de la temporada 2016-17. Otro motivo de celebración para los 4.000 madridistas que lo vivieron en directo en Múnich. Los que disfrutaron de las virguerías de Vinicius y los errores groseros de Kim Minjae. Los que corearon la maestría de Kroos durante los 76 minutos que pisó la hierba.
«Me ha regalado un gol. Le conozco muy bien. Y él a mí», sonrió Vinicius, con ese brillo tan peculiar en los ojos. Aún parecía saborear el placer del balón al espacio ante Manuel Neuer y el desdichado Minjae. Una cortesía de Kroos, que durante la primera parte cerró una asombrosa estadística. Según la contabilidad de OPTA, 15 de sus pases lograron romper una línea de presión rival. El mejor rival en ese aspecto, Leon Goretzka, sólo pudo filtrar cinco.
«Nos faltaba para ganar los duelos»
«Durante la primera parte hemos defendido con poca intensidad y les dimos la posibilidad de controlar el juego. Nos faltaba para ganar los duelos, pero tras el descanso hemos presionado más, hemos sido más agresivos», analizó Ancelotti, sin pudor a la hora de señalar los defectos de su equipo. Antes de que se cumpliese el minuto 23, el Bayern había rematado ya siete veces ante Andriy Lunin, incluidos dos saques de esquina. Un fuego graneado al compás de sus tambores. La atronadora artillería de siempre en el Allianz Arena, la guarida de un equipo que, a estas alturas de la temporada, suma en la Bundesliga cuatro puntos y seis goles más que el año pasado. Cualquier menosprecio al Bayern en la Champions debería pagarse con la excomunión. Tan intolerable como conceder un par de metros de más a Kroos.
Desde aquella cesión en el Leverkusen, cuando apenas había cumplido la mayoría de edad, Toni había jugado ocho veces contra el Bayern, pero nunca logró siquiera un pase de gol. Ni siquiera en las dos últimas eliminatorias de cuartos y semifinales (2017 y 2018), ya en su plenitud madridista. Quizá por ello, ese gesto con el que indicó el camino para el 0-1 dejó tan boquiabierto a Rodrygo. «¡Qué pase, increíble!», exclamó el delantero, víctima de un clamoroso penalti por parte de Minjae. «Siempre le decimos que siga. No un año, sino muchos más. Me encanta jugar con él», añadió el brasileño. El recital del 8 en Múnich se antojaba ayer el preludio de algo grande en el Bernabéu. «Aún habrá que sufrir, pero ahora en un ambiente que todo el mundo conoce», anticipó Ancelotti. Vinicius, más conciso, presagió una «noche mágica».
Más le vale al Bayern recuperar pronto a Matthijs de Ligt, baja ayer de última hora. Su ausencia como central diestro dejaba un poco más desguarnecida la zona donde Vinicius revolotearía ante Joshua Kimmich. Así que Thomas Tuchel recurrió a Minjae, un central fichado este año del Nápoles. Sin el poderío físico del neerlandés, con ciertos problemas a campo abierto, el coreano al menos aportaría el buen criterio ofrecido durante la primera mitad de curso, donde se había consolidado como el mejor defensa del Bayern.
150 partidos para Müller
Los peligros del Real Madrid, máximo anotador de la Champions al contragolpe con seis goles, se basaban en las transiciones, pero Minjae nunca supo cómo perfilarse para sujetar a Vinicius a campo abierto. Esa debilidad en los dominios de Neuer frustró cualquier amago de épica para Tuchel. «El Madrid ya lo ha hecho antes: marcar dos goles en dos ocasiones. No somos el primer equipo que lo sufre. Deberíamos haber anotado el 3-1, pero luego les regalamos un penalti», admitió el ex técnico del PSG.
Desde aquella liguilla de 2016 con el Dortmund, hasta la inolvidable eliminatoria de 2022 al frente del Chelsea, Tuchel siempre había sabido poner al Madrid ante el desfiladero. Por eso, una situación tan desesperada como la actual convertía a su equipo en un rival aún más peligroso. La elección inicial por Thomas Müller, en detrimento de Serge Gnabry, supuso una apuesta algo nostálgica, con la que el capitán pudo celebrar su 150º partido de Champions. Un hito de la competición, igualando el registro de Iker Casillas en el Madrid. El récord absoluto de partidos en un mismo club aún lo ostenta Xavi Hernández (151).
La influencia de Müller, relegado en los últimos tiempos a un papel casi residual, sólo pudo interpretarse desde lo emotivo. Porque Tuchel se reservaba la baza de Raphael Guerreiro, uno de los futbolistas más infravalorados de la Champions. La mera presencia del portugués ordenó la ofensiva del Bayern, que pudo orientar a Jamal Musiala y Leroy Sané hacia el gol. La diferencia entre jugar a pie natural o pie cambiado giró radicalmente el partido.
Había que remontarse a octubre, ante el Darmstadt 98 en la novena jornada de la Bundesliga, para asistir al último gol de Sané. Pero como de talento anda sobrado, el canterano del City aprovechó la escasa implicación de Rodrygo para silenciar a los críticos. Desde el otro perfil, Musiala andaba ya abusando de Lucas Vázquez. Con apenas 21 años ya se siente capaz de dominar una semifinal de Champions.
La designación de Clement Turpin, con quien el Madrid había ganado sus seis partidos, levantó cierto malestar en Alemania. Sin embargo, nada pudo objetarse al francés, que señaló sin dudar los 11 metros tras el derribo de Lucas a Musiala y el de Minjae sobre Rodrygo. «Para la vuelta tenemos que ser más clínicos. Será un partido abierto. Hay que mejorar en las defensas individuales y ser más fuertes», finalizó Tuchel.
en el Wizink
MIGUEL A. HERGUEDAS
@herguedas
Madrid
Actualizado Martes,
17
octubre
2023
-
23:04Campazzo (18 puntos, nueve asistencias), Poirier (18 puntos, siete rebotes)...