Hace un año, con un 3-3, el Getafe cortó la mejor racha como local, 20 triunfos consecjutivos, de la historia del Atlético de Madrid, advertido hoy otra vez por la visita del conjunto azulón, que pone a prueba las 10 victorias seguidas del equipo rojiblanco, la mejor racha actual en Europa, el momento imponente de Julián Álvarez y Antoine Griezmann y el salto que se propone cuando pueda al liderato de LaLiga.
Aquel empate del 19 de diciembre de 2023, con dos goles del Getafe en el tramo final, el decisivo 3-3 de Borja Mayoral en el minuto 93 es el último precedente en el Metropolitano entre los equipos de Diego Simeone y José Bordalás, que puntuó entonces por primera y única vez en su carrera en el campo rojiblanco, donde se reencuentra con un Atlético en plena racha, esta vez dentro y fuera del césped.
Nadie presenta en la actualidad tal secuencia de triunfos en las federaciones que aglutina la UEFA. El Atalanta, que encadenaba nueve, perdió el pasado martes contra el Real Madrid en la jornada de Champions en la que el Atlético venció 3-1 al Slovan Bratislava.
Un binomio para el 65% de los goles
Luce el conjunto rojiblanco como bloque, también en la segunda mejor marca de victorias sucesivas del club en su historia (la mejor, en 2012, también con Simeone, fue de 13), junto a sus individualidades, especialmente de los dos jugadores más diferenciales: Griezmann y Julián Álvarez, con 15 goles entre ambos en esta formidable racha, que empezó el pasado 31 de octubre.
El atacante francés ha anotado, a la vez, siete tantos en los últimos cinco compromisos, con sendos dobletes frente al Sevilla y el Slovan Bratislava; el delantero argentino, integrado ya a la perfección al juego y al esquema de Simeone, ha sumado cinco en los últimos cinco duelos.
Entre los dos, con 23 tantos, han contribuido al 65% de los goles del conjunto rojiblanco en este curso como autores o pasadores decisivos. Pero ni siquiera los 10 triunfos alteran la esencia de este Atlético, que proclama, fiel a la doctrina de su entrenador, el invariable «partido a partido», consciente de que todo depende del próximo marcador, sin mirar más allá, mientras asoma el Barcelona la semana que viene antes de irse de vacaciones navideñas.
Ante la adversidad
No sólo el Getafe lo advierte. También las remontadas que ha necesitado el Atlético en el Metropolitano. Ha debido levantar un marcador adverso en cuatro de sus últimos seis triunfos en casa. Y los goles que ha encajado: al menos recibió un tanto en siete de sus ocho duelos más recientes como local, aunque con una única y extraña derrota: 1-3 con el Lille, al que mereció ganar.
Están sobre aviso el Atlético y Simeone, que dispone de todos sus efectivos por segundo encuentro consecutivo, con un apercibido, Clement Lenglet, y con el riesgo para los jugadores con más minutos con la acumulación de tantos partidos. Hoy será el séptimo en 22 días. La duda es si el técnico incluirá rotaciones o dará más recorrido aún a su once tipo, con la vuelta de Conor Gallagher por Samuel Lino.
En una semifinal de Eurocopa, contra el equipo más poderoso del mundo en lo físico, finalista en los dos últimos Mundiales, España salió, vio cómo le metían un gol, se sacudió el polvo de los hombros, silbó, aceleró para marcar dos goles, remontar, y luego decidió que allí, en una semifinal de Eurocopa, con una hora por delante, ya no iba a pasar nada más. Como si fuera su potestad elegir los caminos de los partidos, también los de una semifinal de Eurocopa, como si dispusiera de un mando a distancia para darle al play, y luego al pause, y luego hacia delante, y luego hacia atrás, y luego al stop. España, en una semifinal de Eurocopa, gobernó la noche como le dio la gana, decidió lo que ocurría y lo que no, y agarrada al maravilloso descaro de un niño de 16 años, dueño de un gol estratosférico, le dio la vuelta al tanto francés y echó la persiana. Hasta aquí, dijo. Y hasta ahí. Luis de la Fuente y su muchachada han llevado a España a su quinta final continental, a las puertas de un título impensable hace no mucho, posible, probable, hoy. En una semifinal de Eurocopa, hizo lo que quiso, como quiso y cuando quiso. Esta es España. [Narración y estadísticas (2-1)]
Una España nacida de la desconfianza, forjada en la ignorancia, cuando no en la mofa, de una parte de la afición, que miraba con displicencia a un grupo de jugadores que permaneció callado, cabizbajo, rumiando, eso sí, algo parecido a una venganza, agarrados todos ahí dentro a la esperanza de darle la vuelta a todo y poner al país a sus pies, un país obligado hoy a reconocer el trabajo y el talento de un grupo humano que, más allá de lo que ocurra en la final, se ha ganado el respeto que hasta ahora no tuvo. Honor para España, finalista de la Eurocopa. Y honor para Lamine Yamal, el niño de 16 años, hijo de inmigrantes, que personifica esta nueva realidad española, tan diferente, tan cambiante, tan rica.
A estas alturas de torneo, los jugadores no entrenan. Ni españoles ni franceses habían hecho nada desde el viernes, cuando obtuvieron el billete a la semifinal. De hecho, se intuía un partido calmo, con los dos midiendo muy bien sus esfuerzos y los del rival. Sin embargo, en este juego de detalles que es el fútbol, y más llegados a este punto del torneo, Francia se puso por delante poco después de que lo hubiera podido hacer España. Fabién envió alto un cabezazo que parecía fácil, pero Kolo Muani sí acertó. No habían pasado ni 10 minutos y Francia estaba por delante casi sin haberse desperezado, y además Jesús Navas con amarilla por frenar una contra con pinta de 2-0.
Como quien se levanta de la siesta
Era la segunda vez que la selección estaba por detrás en el marcador. La otra vez fue contra Georgia. Y claro, Francia no es Georgia. O sí, porque lo que ocurrió desde ese momento es muy difícil de explicar. Cuando encajó, España mantuvo la calma. De hecho, tardó bastante menos en empatar, y no necesitó ni de coraje, ni de empeño, ni de suerte, ni de una jugada maravillosa. Bastó que un crío que acaba de aprobar la ESO cogiera la pelota, levantara la cabeza y pusiese en órbita un disparo maravilloso. Lamine Yamal es un niño, un puñetero niño que juega como un mayor, que levanta la cabeza, que pasa, que centra y que, sí, también regatea, pero que, ante todo, juega al fútbol como los dichosos ángeles.
La parábola de su disparo, inalcanzable en diez vidas de Maignan, catapultó a España, un equipo en trance que, cinco minutos después, se adelantaba porque Dani Olmo hizo un quiebro delicioso a Upamecano cazando el rebote de un centro. Su tiro, que iba a portería, lo desvió Koundé por si acaso, como para asegurarse de que entraba sí o sí. Había remontado España como quien se levanta de la siesta. Aguantó a pie quieto los intentos franceses, que no fueron pocos en la primera parte. El equipo de Deschamps trató de hacer daño a España en dos facetas: los cambios de orientación y las jugadas a balón parado.
Olmo festeja el 2-1 en Múnich.AFP
Mbappé, sin máscara, fue menos Mbappé que Dembélé. El ex futbolista del Barça molestó a ratos a Cucurella, y Nico Williams tuvo que ayudar lo suyo ahí. Navas, entretanto, en el duelo que se presumía tan desigual, se mantuvo con bastante más que dignidad hasta su lesión. Al equipo, en algún momento, le costó llegar a la presión porque las piernas están como están, y eso permitía a Francia encontrar alguna vía, sin éxito.
Jugar a que no pase nada
De modo que España, la España donde De la Fuente se limitó a poner a los suplentes de los sancionados y lesionados, ni más ni menos, llegó al descanso por delante y confiada, consciente, más que nunca, de la diferencia física con su rival. Era el momento de no ir al choque. Había que jugar a otra cosa. Había que jugar, por ejemplo, a que no pasara absolutamente nada.
Eso fue lo que hizo España a la vuelta del descanso, buscando trastear con la paciencia, y el físico, del rival, y al rival, claro, cuando le toca proponer, suda tinta. No pasaba nada, ni bueno ni malo, así que Deschamps quitó del campo a Rabiot y a Kanté para meter a Griezmann y a Camavinga. Mbappé ya era delantero centro, porque también se fue Kolo Muani para dar paso a Barcola, que se instaló en la izquierda. Para desgracia de Deschamps, siguió sin pasar nada.
España jugó toda la segunda parte como si fuese el tiempo de descuento. No hizo mucho por atacar, pero como tampoco le hacían daño, fue dejando pasar el tiempo en un ejercicio de madurez algo inquietante. Tanta tranquilidad en una semifinal de una Eurocopa asusta. De la Fuente debió pensar que no fueron tan buenos los cambios contra Alemania, y sí, metió a Merino y Oyarzabal, pero dejó en el campo a Nico y a Lamine por si acaso. Deschamps echó mano de Giroud como quien reclama al Cid, pero allí seguía sin pasar nada. En una semifinal de Eurocopa, hasta España pitó el final del partido.