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Unos misiles que se dirigen a unos niños mientras juegan al fútbol aparecían estampados en la camisa que el boxeador Wassem Abu Sal lució durante la ceremonia inaugural. Una bandera palestina tatuada en el pecho podía apreciarse en el pecho de Yazan Al-Bawwab durante las series de 100 espalda. El nadador levantó la mano con el signo de la victoria mientras la grada de La Defénse Arena secundaba su causa. Ninguno progresó, eliminados, pero dejaron su mensaje, del mismo modo que lo hizo el primer palestino olímpico, Majed Abu Maraheel, en los Juegos de Atlanta, en 1996.
El tiempo era distinto, un tiempo de esperanza tres años después de los acuerdos de Oslo por los que se creaba la Autoridad Palestina. Abu Maraheel ofreció entonces un mensaje de paz, alejado de las hirvientes reivindicaciones actuales bajo los bombardeos israelíes. Entonces no imaginaba el destino trágico que le aguardaba, fallecido en Gaza semanas antes de iniciarse los Juegos de París por falta de asistencia sanitaria para los tratamientos que recibía por sus problemas renales. En su nombre y en el de más de los 36.000 fallecidos en Gaza, unos 340 deportistas profesionales, hablan sus sucesores. La paz es su medalla, la medalla de la utopía.
"Francia no reconoce a Palestina como país [al contrario que España], así que estoy en París para mostrar esta bandera", dijo al señalarse el pecho Al-Bawwab, sin problemas para contestar a todo lo que le preguntaran en la zona mixta de La Defénse Arena. Era su pequeña victoria. Más esquivo se mostraba el israelí Adam Maraana, que tomó parte en las mismas series de 100 espalda, el domingo, pero sin enfrentarse directamente: "No dejen que les engañen con la desinformación".
"No nos tratan como a seres humanos, así que estar aquí nos sirve para demostrar que somos iguales a todos los demás, que merecemos otro trato", insistió el nadador palestino. "Quiero mostrar el mundo la dignidad de toda Palestina", afirmó, por su parte, el púgil que llevó la bandera sobre la embarcación más aplaudida en el Sena, junto a la francesa.
"Curar heridas del pasado"
Mensajes muy distintos a los que dejó Abu Maraheel en 1996: "Con mi presencia ya ganamos la medalla de oro. Esto ayudará a curar heridas y borrar algunas imágenes amargas del pasado". Lamentablemente, en Oriente Medio el pasado siempre vuelve, de la Guerra de los Seis Días, la del Yom Kippur o las matanzas de Sabrá y Shatila a la masacre de Hamás y los bombardeos en Gaza. En 1996, el Comité Olímpico Internacional (COI) admitió en su seno a Palestina, pese a no ser reconocida por la comunidad internacional, en base a su independencia jurídica, hecho por el que Abu Maraheel compitió en Atlanta, eliminado en la primera ronda de los 10.000 metros, en la que acabó decimoprimero.
Pero los Juegos no acabaron ahí para el primer atleta y abanderado olímpico de Palestina. Abu Maraheel explicó su mensaje a todos los periodistas internacionales que pudo. "Corro por la paz y nada más que por la paz", declaró en el Atlanta Journal. Además, se reunió con miembros de la comunidad judía de la ciudad y familiares del atentado de Múnich'72, donde fallecieron 11 miembros de la delegación israelí y varios terroristas del grupo palestino Septiembre Negro, que habían sido invitados por el comité organizador.
Nacido en un campo de refugiados
Era un personaje ideal para explicar la realidad palestina, porque su vida era la historia de su pueblo en carne hueso. Había nacido en 1963, en el campo de refugiados de Nuseirat, en la Franja de Gaza, donde sus padres se instalaron tras huir de Beersheba. Empezó a trabajar como obrero de la construcción en Erez, por lo que a diario realizaba el trayecto a la carrera, una veintena de kilómetros en la que sólo se detenía en los 'checkpoints', que acabaron por ser su mejor entrenamiento.
Empezó a jugar en el Al Zaytoon, club de fútbol local, pero pronto se decantó por el atletismo. Después de ganar una carrera en la que Yasir Arafat era el encargado de entregar los premios, el líder palestino le preguntó si estaría interesado en formar parte de su séquito de seguridad cuando visitaba Gaza. De esa forma comenzó una relación que le llevó a simpatizar con Fatah, aunque alejado siempre de las posiciones más radicales. Ni siquiera después de que su hijo fuera herido en una incursión israelí en Gaza, cambió su mensaje.
'Wild card' del COI
Jamás dejó el deporte, empeñado en formar atletas palestinos que pudieran seguir su ejemplo, pero por méritos propios, no por razones diplomáticas, a través de las wild card del COI. De los ocho deportistas palestinos en París, siete han llegado por esa vía.
Los bombardeos israelíes obligaron a Abu Maraheel y su familia a ir a un campo de refugiados. Su estado de salud se había deteriorado debido a la insuficiencia renal de la que era tratado hasta que fue imposible debido al deterioro de la sanidad en la Franja. Familiares y allegados intentaron llevarlo a Egipto, pero fracasaron y Abu Maraheel falleció el 11 de junio, un mes antes de los Juegos, en el campo de Nuiserat, el mismo lugar donde nació tras la huida de sus padres, como si nada hubiera cambiado tras una vida entregada al deporte y a la paz.
El Bernabéu es un buen lugar para la contemplación si se es espectador. Como mirar una catedral para los devotos, con un marcador que es como un fresco en movimiento. Como futbolista, sin embargo, es un mal asunto. El Atlético partió deliberadamente contemplativo, agrupado en su campo, a la espera de que no pasaran cosas. A Simeone le puede su naturaleza, tenga lo que tenga, y no es un reproche, ni es negativo. Es lo que es, y le ha ido de maravilla. En el Metropolitano, en cambio, deberá proponer más, porque la Champions lo exige; el Madrid, también. No le bastará su acting en la banda. Sin necesitar de una noche mágica, el rey de Europa cobra ventaja en unas circunstancias mucho más adversas, porque en el Bernabéu siempre pasan cosas si se deja crecer a los suyos, aunque las haga un suplente que no debería sentirse como tal. Es Brahim. La contemplación desde la hierba es un mal asunto. [Narración y estadísticas (2-1)]
Las primeras acontecieron esta vez muy rápido para conectar a Valverde y Rodrygo, que pudo con la velocidad de Javi Galán como si no se esforzara. El brasileño se desliza, sin desgaste, por donde otros pisan con clavos. El eslalon acabó en un gol pletórico, messianico.
Para saber más
Fue como el directo inesperado nada más sonar la campana del primer round que deja grogui al oponente. Ahí estaba la oportunidad del Madrid para romper la eliminatoria y obligar a Simeone a cambiar su hoja de ruta, que se plantó en el Bernabéu a jugar una eliminatoria, no un partido. Después de verse superado de semejante forma, como le ocurrió al lateral rojiblanco, un futbolista queda tocado emocionalmente. Rodrygo volvió a intentarlo, pero el defensa reaccionó con los tiempos justos, al límite del penalti. Giménez detuvo en la banda opuesta a Vinicius, menos preciso que su compatriota con un Mbappé de oyente. Rodrygo es el Patito feo del ataque, aunque Ancelotti es de la generación que conoce bien el cuento de Andersen.
Un equipo desgastado
Un gol no cambia, sin embargo, un plan, y el Atlético siguió a lo suyo, con la prioridad de dejar al Madrid sin espacio y refugiarse en largas posesiones que evitaran las pérdidas. Sin la pelota, cerraba los espacios entre las líneas; con ella, hacia el campo anchísimo. Ello hacía correr al Madrid, un equipo desgastado físicamente. Era parte del plan del argentino, que sabe de los buenos finales de los suyos. No lo tuvieron. Ello no daba, de momento, ocasiones al Atlético, que tuvo la primera en una llegada de Giuliano, cuyo centro, dirigido a Lino, fue interceptado por Valverde. El uruguayo estaba en el campo bajo riesgo, pero en dos acciones, el pase del gol y el corte del no gol, demostró por qué.
En un contexto en el que mandaban el respeto y las precauciones, con balones al pie y sin presión alta por parte de ninguno de los equipos, los goles sólo podían llegar gracias a acciones individuales. Rodrygo había encontrado el espacio por sorpresa, pero eso no iba a volver a suceder. La de Julián Álvarez fue individualísima. Después de un error de Camavinga, alzó su visión periférica desde el cuerno del área y lanzó un disparo teledirigido que salvó la envergadura de Courtois. Como burlar las alas de un cóndor.
La réplica la puso Brahim, nada más regresar del descanso, al sostenerse en el área gracias a su potente tren inferior y su bajo centro de gravedad, y salvar contarios para colocar el balón en el lugar imposible de Oblak. Una acción de alivio para el Madrid, porque Simeone ya había mandado aumentar el ritmo de los suyos al salir del vestuario. Al argentino le gusta jugar varios partidos dentro de un mismo partido, no digamos ya en una eliminatoria. La nueva ventaja del Madrid llegaba de la nada, como había ocurrido con el tanto de Julián Álvarez.
Julián Álvarez, ante Camavinga, en la acción del 1-1.AFP
Brahim y Julián tiene algo en común, y es haber llegado procedentes del Manchester City. Todo lo que deja Guardiola suele tener tara, pero con estos jugadores alguien se equivocó, por ponerlos poco o por abrirles la puerta. También en la Federación Española. Julián, la gran referencia de este Atlético, ya por encima de Griezmann, apunta en grande. Brahim, recambio del sancionado e intocable Bellingham, hace muchísimas cosas, y todas bien.
Oblak encajó el segundo gol, pero el Atlético encajó el temor, y más cuando Ancelotti echó mano de Modric, al que Simeone veía como titular, para sacar del campo a Camavinga. Brahim se lo recordó a gritos desde la banda tras su gol. Sabe el argentino lo que el croata puede hacer, por lo que llamó a Le Normand para pasar a jugar con línea de cinco y vació su centro del campo para poner a Correa y Sortloth, los jugadores de sus finales. Si había algo que jugar que fuera en las áreas, aunque estuvo más cerca de perder más que de ganar algo. Camino del Metropolitano, el Madrid lo hace más seguro de lo que estaba antes de saltar a su propio estadio. Simeone sabe que necesitará más.