Un ridículo Athletic le regaló los tres primeros puntos al Real Madrid, que decepcionó cuando en la segunda parte, como casi siempre, Ancelotti les obligó a jugar lo que ridículamente el técnico italiano llama “bloque bajo”. Impuso al equipo a la fel
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EFE | EUROPA PRESS
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Actualizado Jueves,
23
noviembre
2023
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16:15Ver 7 comentariosEl Ministerio Público también se opone a que...
Red Auerbach dijo una vez que los Celtics no eran un equipo de baloncesto sino un "modo de vida". Ahora que la leyenda verde vuelve a recuperar el trono, a ganar el anillo 16 años después y a situarse (de nuevo) por encima de los Lakers en esa eterna batalla por la hegemonía (18 títulos a 17) en la NBA, retumban las enseñanzas del entrenador y dirigente fallecido en 2006, las volutas de humo de los puros con los que festejaba los triunfos en el viejo Garden, la forja de un destino emparentado con la competitividad, con el baloncesto al 100%, con los mitos también en la cancha. Ese halo de energía flotaba en la peculiar ciudad de Boston, en una noche como las de antaño.
Todo empezó con el pionero Red y siguió con Bill Russell. Y este anillo logrado ante los Mavericks de Luka Doncic casi por la vía rápida, perdiendo apenas tres partidos en todos los playoffs (y 18 en temporada regular), es en honor al gigante fallecido hace dos años. Estos Celtics de los 'Jays' (Tatum y el MVP Jaylen Brown) que perdieron las Finales de 2022 contra los Warriors y se llevaron un buen sofocón el curso pasado en la final del Oeste contra los Heat, han vuelto a desempolvar el añejo espíritu guerrero de la franquicia creada por Walter Brown en 1946, la primera en elegir a un jugador negro en el draft, la primera en colocar a cinco jugadores afroamericanos juntos en la pista (1963), la primera en tener un entrenador de color (1966). Todo por obra de Auerbach, el verdadero creador del mito celtic, autor de sentencias igual de inolvidables. "Yo siempre buscaba chicos con buen carácter y procedentes de un buen programa. Para mí, como si llevaba falda escocesa", reivindicó tras elegir a Chuck Cooper en 1950, dos meses después de llegar al cargo.
Con Red y Bill juntos se creó una de las mayores dinastías del deporte en EEUU, con 11 títulos de 1957 a 1959. "Auerbach, como Santiago Bernabéu en el Madrid, fue el eje de todo. Él tiene una idiosincrasia muy particular: veía lo que otros no. Tenía un concepto y un ojo para jugadores muy marcado. Y luego iba renovando. Cuando se retira Bob Cousy, vienen Sam y KC Jones. Nunca perdía calidad en el equipo. Y el gran mérito es que sólo había 12 equipos, todo agrupado, con jugadorazos en todas las plantillas. Jerry West, Oscar Robertson, Will Chamberlain... Quedar tantas veces campeón así es una proeza", reflexiona el periodista Antonio Rodríguez, autor del libro 'La leyenda verde', todo un experto en la mitología Celtic.
Que incluye nombres propios que pueblan el cielo del actual TD Garden, que sigue conservando partes del parquet de madera de roble procedente de los bosques de Tennessee del original, reutilizadas tras haber sido barracones de la segunda guerra mundial. Bob Cousy, John Havlicek, Tom Heinsohn, KC Jones, Dave Cowens y después Larry Bird, Kevin McHale, Robert Parish y la rivalidad con los Lakers elevada hacia cimas que relanzarían (junto a un tal Jordan a continuación) la NBA hasta lo que es hoy en día... También episodios malditos, como las trágicas muertes de Len Bias (por sobredosis, horas después de que los verdes lo eligieran como número uno del draft) y Reggie Lewis (un paro cardíaco súbito en un entrenamiento) y la travesía en el desierto de 22 años hasta volver a ser campeones con Garnett, Allen o Paul Pierce.
"Los 80 fue otra época dorada. Larry Bird fue elegido en el draft un año antes de que pudiera jugar en la NBA. Auerbach sabía que iba a ser icónico. Y le rodeó con tipos que quizá nunca hubieran sido estrellas. McHale, Danny Ainge, que estaba entre el béisbol y el baloncesto, Parish... Un equipazo. Las muertes de Len Bias y Reggie Lewis impidieron que hubieran conseguido mucho más en los 90", admite Rodríguez.
Las cosas siguen igual en Boston, una ciudad donde "la religión era el hockey hielo, con los Bruins", donde las tradiciones se respetan como en ningún otro sitio. El mismo escudo con el Shamrock irlandés, la misma camiseta, el mismo logotipo con el Leprechaun, ese duende de la mitología gaélica que diseñó Zangfeld, el hermano de Auerbach. Pero desde aquel 2008 hasta ahora han pasado un buen puñado de años y de expectativas. Hasta dos anillos de los Lakers, incluido el de las Finales de 2010. Y la enésima reinvención y de decisiones de las que marcan el porvenir. Esta vez, con dos pilares elegidos consecutivamente en el tercer puesto de los draft de 2016 y 2017. Y de los refuerzos que han hecho insuperables a los del religioso Joe Mazzulla (su nombre ya junto a los de Auerbach, Russell, Heinhson y Doc Rivers), especialmente el de Jrue Holiday (Porzingis se perdió demasiados partidos por lesión) llegado desde el que parecía su principal rival en el Este, los Bucks. Todo por obra en los despachos de Brad Stevens, otro que pasó del banquillo a la gerencia con decisiones trascendentales.
Ahora, el heredero del Celtic Pride es Tatum, cinco veces All Star, oro olímpico en Tokio (también estará en París). Un chico de 26 años formado en Duke, profundamente admirador de Kobe Bryant y que no se ha perdido ninguno de los 130 partidos que los Celtics han disputado en playoffs desde la temporada 2016-2017. Y la pareja que forma con Brown, el escudero perfecto que ha logrado un merecido MVP tras unos playoffs pletóricos.
La menuda 9 de Roland Garros pudo sentir lo que sentía Paula Badosa, tan a flor de piel que lo tenía: desde las gradas se podía sufrir su angustia, desde las gradas se podía vibrar con su euforia. Después de otro durísimo periodo de derrotas por culpa de su maldita lesión de espalda, la española salió del pozo más hondo para vencer en primera ronda a la británica Katie Boulter por 4-6, 7-5 y 6-4 en dos horas y 20 minutos. No fue una victoria normal, ni mucho menos. Fue una victoria contra sí misma, contra su mente, contra sus demonios.
Porque Badosa llegó a Roland Garros hundida. "No debería estar aquí", le soltaba a su entrenador, Jordi Verdaguer, en el primer set mientras hiperventilaba, con los ojos cerrados, de espalda a la pista. La española, ahora 139 del ranking mundial, no quería jugar, no estaba en disposición de jugar, no podía jugar. En los primeros puntos, pese a un break a favor, lamentaba su lentitud de piernas y se lamentaba, se lamentaba. "No puedo", aseguraba después de un día tenso. Por culpa de la lluvia su partido pasó del mediodía a la noche, de una pista mediana a la pequeña 9, y esos cambios también le condicionaron.
A mediados del segundo set parecía que tiraba la toalla e incluso reclamaba a su equipo la opción de marcharse. Pero de repente, ¡pum! A una de sus quejas, Verdaguer contestó tajante: "Ya no tienes nada que perder, ya sólo te queda luchar". Y Badosa cambió de actitud. Al principio, con dudas. Luego, enfurecida, segura, salvaje. De la nada cambió su tenis, empezó a entrar en la pista, a conectar con su revés y poco a poco fue amedrentando a Boulder hasta hacerla caer. La británica, con poca experiencia en arcilla, en el primer partido de su vida en Roland Garros, no esperaba la transformación de Badosa y le afectó. Hasta el desenlace hubo vaivenes, pero la remontada de la española ya era imparable.
La victoria debería impulsar a Badosa a los cielos y permitir ganarle confianza de una vez por todas. En segunda ronda se enfrentará a Yulia Putintseva, una rival que ha derrotado dos veces en tres duelos, y el camino le dibuja un enfrentamiento en tercera ronda con Aryna Sabalenka, segunda del ranking y amiga íntima suya, que debería tomarse como un disfrute. Después de su buena actuación en el Masters 1000 de Roma y de su victoria con remontada de este martes, Badosa ya puede ver un horizonte más limpio, un horizonte en el que no tenga que luchar tanto contra sí misma.