Carlos Alcaraz no es Rafa Nadal y nunca lo será… ni falta que hace

Carlos Alcaraz no es Rafa Nadal y nunca lo será... ni falta que hace

Es una gozada estar al otro lado. Tras tantos años viendo cómo el nuestro desquiciaba genios, cómo la mente imperturbable amansaba al talento infinito y ganaba todos los partidos en los que era superior y muchos en los que, aparentemente, lo era el rival, ahora el cíborg que no ha venido a jugar sino a devorar almas es Jannik Sinner. Carlos Alcaraz no es el nuevo Nadal, es el nuevo Federer y su Rafa es italiano, pero…

Pero en este triunfo épico en Roland Garros, en esas tres bolas de partido salvadas, en ese Super tie-break perfecto, en esa increíble sensación que sólo deja el deporte de “¿qué diablos acaba de suceder?”, fue imposible no sentir que tantas horas viendo al manacorí han dejado un poso en el murciano. Tan distintos, tan vinculados. De repente, fue el genio y fue el cíborg, fue Nadal y fue Federer, fue un auténtico escándalo en un partido que va directo al Louvre y, como aquellas finales de Wimbledon entre el suizo y el español, nos regala una rivalidad ética y estética para mucho tiempo.

Sin embargo, aunque la manera heroica en que llega esta victoria provocará otra avalancha, la comparación entre los dos mejores tenistas de nuestra historia es un recurso facilón que no se sostiene. En la pista, ver jugar a Carlos es disfrute puro. No hay manierismo, no hay drama, no hay ratos de mártir doliente al borde del desmayo, sólo un chaval de El Palmar extremadamente talentoso echando la tarde contra un androide. Unas entran, otras no, ahora se ríe, luego se cabrea, todo el rato juega. Y tú con él.

Y fuera de ella, la diferencia es aún mayor. Alcaraz no es Nadal y nunca lo será porque no está dispuesto a sacrificar su vida en el altar de nuestra felicidad. Hace bien. Con los ídolos permitimos que el egoísmo nos domine: siempre queremos más y nos da igual el precio, pero si Rafa hubiera sido nuestro amigo y no nuestro entretenimiento le hubiéramos rogado que parase mucho antes. En lugar de eso, le empujamos a seguir y Carlos creció viéndole inmolarse por nosotros mucho más allá de lo sensato. Él, muy inteligentemente, no está dispuesto a hacerlo y no durará ni ganará tanto, pero el tiempo que decida regalarnos será una gozada.

Este Roland Garros memorable inaugura oficialmente una nueva era gloriosa. Ya teníamos héroe, ahora también tenemos villano admirable. Otros diez años de sobremesas y noches eternas nos aguardan. Benditas sean.

kpd