Un demente Rayo Vallecano no quiso perder con el Madrid ni por lo civil ni por lo criminal. Pareció que se jugaba la vida, la salvación de su alma. Vehemente, leñero y comprometido hasta que le fallaron las fuerzas.
Vaya por delante que el Madrid mereció ganar. Pero era imposible en un terreno demasiado estrecho, donde resulta muy difícil jugar para los equipos técnicos. No hay espacio. Y menos si aparece un Rayo enloquecido, capaz de dar toda la
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Dio la sensación de que la valentía del Real Madrid en la previa de la final de la Copa del Rey duró lo que suelen durar todas las polémicas en España: hasta que diga el PSOE. Según el relato publicado el club estaba calentando el avión para volver a Valdebebas hasta que unas llamadas pseudogubernativas le convencieron de que el mundo, enlutado por la desgracia papal, merecía el alivio cómico de ver un partido más de Lucas Vázquez y Rodrygo Goes intentando sacar el balón jugado por la banda derecha.
El Madrid tendrá que aprender a convivir con la frustración de que la única consecuencia del caso Negreira haya sido la proliferación de bravuconadas como la de los árbitros de la final a 24 horas del partido. Es lo que hay: ni ha pasado ni va a pasar nada más. Con tino lo subrayó el realizador, colando en mitad del partido un plano grisáceo de Feijóo, Illa y Laporta. De todos los del palco, escogió a esos tres. Sólo después se recreó el cámara en las gesticulaciones de María Jesús Montero, como retando a un diputado pepero en una sesión de control del Congreso pero con Felipe VI al lado en vez de Yolanda Díaz.
Del partido no cabía esperar nada, toda vez que el Madrid había decidido ni siquiera ejercitarse el día anterior. No habría cambiado mucho, o quizá lo habría empeorado. Superado el ridículo de la primera parte, el esfuerzo y la presión de la segunda no se había visto en ningún momento de la temporada. A la final le habían dado la vuelta Mbappé y Tchouameni, los dos únicos silbados por el Bernabéu. Apoyados por Arda Güler, el único junto a Endrick abroncado en público por Ancelotti. Las viejas recetas casi siempre funcionan. Lo resetearon entre la incapacidad de Vinicius para cerrar el partido -solía correr en el minuto 120 igual que en el 1, y desde ahí destrozaba los partidos- y un error incomprensible de Courtois. Lo mantuvo vivo González Fuertes, el del VAR, advirtiendo el piscinazo de Raphinha que había castigado alegremente el sonriente De Burgos.
No quedaba ya un antimadridista en el mundo que no pensara que ganaría el Madrid robando. Ni un madridista que se fiase de un guion tan obvio. Pensé que perderíamos en penaltis con doble toque de Valverde. Brahim se encargó de que no hiciera falta.
«Es un joven con mucha presión alrededor». Después de marcar ante el Girona su primer gol de la temporada, Carlo Ancelotti volvía a mandar un mensaje a Turquía y a poner calma sobre el foco mediático de Arda Güler. La perla otomana, «el Messi turco», como le apodaron en su país antes incluso de fichar por el Real Madrid, es una de las personalidades más famosas de una nación donde la pasión lo es todo.
A sus 19 años, Güler es uno de los futbolistas más ovacionados por la afición del conjunto blanco, tanto en España como en el extranjero. En Vallecas, última visita madridista, fue el más aclamado junto a Jude Bellingham a la salida del estadio tras el partido.
Y la final de la Copa Intercontinental de esta tarde en Doha no será una excepción. El turco, musulmán profeso, se presenta esta semana ante un público árabe que le idolatra y que ve en él la conexión entre la pasión religiosa y la futbolística. El Madrid tiene millones de seguidores en el mundo árabe y tras la salida de Benzema, también musulmán, Güler es ahora su nuevo icono, vitoreado a la llegada del Madrid a Doha este lunes.
«Ha madurado»
El turco sigue dando pasos adelante en el vestuario del cuadro de Chamartín. Ha sido titular en los dos últimos partidos de Liga, ha marcado un gol y ha dado dos asistencias. Pasos de gigante para «un niño», como le define Ancelotti todavía, que en 12 meses se ha transformado físicamente. «Ha madurado», admiten en Valdebebas, tanto de piernas como de mente, y se ha ganado un hueco en la rotación del campeón de LaLiga y la Champions.
Llegó en el verano de 2023 con apenas 18 años y una musculatura poco trabajada, aunque con todo el talento del mundo. Y le costó. Sufrió una lesión de menisco en la pretemporada de Estados Unidos, pasó por el quirófano, estuvo de baja dos meses y al volver acumuló varias lesiones musculares que le impidieron debutar hasta enero de este año, cuando su familia se presentó en las humildes gradas de Aranda de Duero una noche de Reyes para observar el primer partido oficial de su hijo con la camiseta blanca, en la Copa del Rey. Sus padres y su hermana son los grandes pilares de su círculo cercano y los que más paciencia le han dado en sus primeros y complicados momentos en el Santiago Bernabéu.
Por instantes se desesperó, con el ansia viva de querer demostrar sus virtudes y con la presión extraordinaria de todo su país por verle triunfar. «Ha tenido seis meses de lesiones y ahora está más tranquilo. Hay que ser paciente con él, entiendo que hay mucha presión sobre él, un país entero Turquía que quiere verle jugar en el Madrid, lo entiendo, pero paciencia. El chico, el niño, tiene 18 años, tendrá su tiempo», reflexionaba Ancelotti en la sala de prensa a principios de 2024.
Adaptación a la cultura española
El turco tuvo muchas conversaciones con el italiano y con miembros del cuerpo técnico durante las primeras semanas del año, cuando ya se encontraba mejor. Hizo público su deseo de jugar más y desde el banquillo le pidieron tiempo para encajar las piezas de un equipo que en ese momento peleaba por todo. También en la directiva, donde su gran apoyo ha sido Juni Calafat, culpable de su fichaje tras las interminables negociaciones con el Fenerbahce y con su familia. Calafat le terminó ganando la partida a Deco, enviado por el Barça a Estambul en mayo de 2023, y el tiempo, como le había prometido Ancelotti, llegó para el niño Güler en la primavera de la pasada temporada.
El 26 de abril había jugado 31 minutos en Liga, pero terminó el curso acumulando más de 400 y marcando seis goles. Ahora los números son diferentes: suma más minutos que en toda la campaña pasada (657) y ha sido titular siete veces. Ancelotti le define como «un diamante».
Güler, frente a Mbappé, el martes en Doha.REAL MADRID
Se ha centrado en el apartado físico, con dobles sesiones entre la ciudad deportiva y el gimnasio de su casa, donde le ayuda un entrenador personal. Ha mejorado su alimentación y ha ganado masa muscular. La adaptación a la cultura española, diferente a la turca en muchos sentidos, también ha sido clave. Y los apoyos del vestuario, especialmente de Fede Valverde y Brahim, le han dado un impulso dentro del grupo.
Ancelotti le ha moldeado, dentro y fuera del césped. Fuera, le ha mostrado cariño, como aquella presentación en Cibeles cuando le habló a la afición de «un chico muy interesante». En el campo, ante el overbooking de la delantera, circunstancia que sufre su compañero de generación Endrick, el técnico italiano ve a Arda más como interior, como parte del centro del campo. Ya sea en un mediocampo de cuatro futbolistas o de tres. Y ahí, desde un principio, le pide un trabajo defensivo que el turco, ahora, sí está siendo capaz de ofrecer. «Trabaja y corre mucho», dijo el transalpino sobre él tras el duelo ante el Girona.
Montella, seleccionador turco, ha elogiado hace unos días que Güler «ha mejorado mucho en términos de actitud y carácter». «Ha aprendido a luchar y competir», insistió. Todo después de una Eurocopa que ha empujado su carrera. Después de la montaña rusa que fue su primer año en Madrid, Arda se convirtió en una de las revelaciones del torneo. Su selección fue cuartofinalista y él uno de los mejores jóvenes, asentando su lugar en el conjunto blanco, negando cualquier cesión e impulsando su carrera en la Castellana.
Lo mejor del debut es olvidarlo y volver a empezar, aunque la impresión es que para los buenos comienzos habrá que esperar a que pase este Mundial de clubes. Por algo Xabi Alonso quería llegar después. Todo lo que quiere hacer necesita tiempo, entrenamientos y, si es posible, no realizados en una caldera como la de Miami. Pedir tiempo en el Madrid, sin embargo, es como pedir el cielo. Imposible.
El tono inicial del equipo fue el tono del tardomadrid de Carlo Ancelotti, hasta que en la segunda parte lo acaleró la entrada de Arda Güler y es de suponer que unas palabritas del entrenador. Incluso el gol había llegado del mismo modo que siempre, en una contra que en este equipo no necesita entrenarse, porque forma parte de su instinto. El Madrid corre sin pensar. Lo que hay que valorar es qué hace a partir de lo que piensa su nuevo entrenador. La respuesta está pendiente.
La presión está en su cabeza y la prueba es la intención que partía de la posición inicial ante la salida de balón del Al Hilal. Cuando el rival la superaba, el desconcierto. Como antes. Dice Xabi Alonso que quiere que Jude Bellingham sea más centrocampista, es decir que juegue más atrás. En Miami no vimos exactamente dónde.
Más centrocampista fue Dean Huijsen, el jugador de los mejores pases interiores en la salida de la pelota. El suyo fue un debut emergente en el bajo tono general. Sin embargo, hablamos de un central, un defensa, y la línea de la que formó parte estuvo mal, y no sólo por el penalti de Raúl Asencio, a merced de las combinaciones ofensivas en el arranque del Al Hilal, mejor equipo de lo que piensan quienes miran con desdén lo que se cuece en Arabia. Simone Inzaghi lleva en su banquillo tan poco tiempo como Xabi Alonso. Al contrario que Huijsen, la première de Trent Alexander-Arnold fue inocua. Su profundidad ha de llegar. En la banda opuesta, cada día está más claro la necesidad de un fichaje, sea Álvaro Carreras u otro.
La entrada de Güler llevó a Tchouaméni al central, otra maniobra conocida, aunque es la prueba de que el entrenador, un ex mediocentro, sabe por dónde hay que dinamizar el juego del Madrid. A ese tramo le faltó gol, no únicamente el que falló Fede Valverde en el penalti. Nadie sabe si lo habría encontrado Mbappé, resfriado. Gonzalo marcó el suyo en una aparición que sí marca diferencias con el pasado.