Saalbach sonrió a Shiffrin, y ella le correspondió, acompañando la sonrisa con un inmenso suspiro de satisfacción y, sobre todo, alivio. Los Mundiales de Esquí que se celebran en la estación austríaca contemplaron y saludaron el triunfo, en la combinada femenina, del equipo USA 1, formado por Breezy Johnson en el descenso y Mikaela Shiffrin en el eslalon. La posibilidad de que Lindsey Vonn pudiera hacer el descenso era más una concesión nostálgica que una decisión pragmática. Lindsey se lo tomó regular al principio. Pero más tarde reconoció que Breezy, ya ganadora del descenso individual, era en buena lógica la carta adecuada.
La prueba, de nuevo y atractivo cuño, sustituía a la tradicional combinada mixta, constituida por un hombre y una mujer (los hombres también tienen ahora la suya). Johnson terminó cuarta, por detrás de su compatriota Lauren Macuga, del equipo USA 2, de la alemana Emma Aicher y de la austriaca Mirjam Puchner. En el eslalon, ni la estadounidense Paula Moltzan, ni la alemana Lena Duerr ni la austriaca Katharina Liennsberger pudieron mantener el pulso en el cómputo de tiempos. Por su parte, Wendy Holdener compensó con una bajada espléndida el flojo (para ella) desempeño de Lara Gut-Behrami en el descenso y llevó a Suiza 1 a la plata. Austria 2, con Stephanie Venier y Katharina Truppe, se alzó con el bronce.
Shiffrin, nimbada con 15 medallas en los Mundiales, ocho de ellas de oro, ha vuelto a la senda del triunfo después de su caída, el 30 de noviembre, en el gigante de Killington. Reapareció dos meses después, el 30 de enero, en el eslalon de Courchevel para ser décima. Killington le dejó heridas físicas que necesitaron de intervención quirúrgica y, aún mayores, psicológicas. Ha confesado que siente un “miedo desgarrador”, una especie de estrés postraumático con relación al gigante. Hasta tal punto que renunció a disputarlo, el jueves, en estos Mundiales. Sí saldrá, y ahora con más razón todavía, en el eslalon del sábado.
La historia de Arthur Melo en el fútbol europeo no está escribiendo páginas tan brillantes como las que se le auguraban cuando destacaba en las filas del Gremio de Porto Alegre. El centrocampista, cuyo juego comparaban desde Brasil con el de Xavi e incluso con el de Iniesta, por su capacidad para organizar al equipo alrededor del balón, aterrizó en el Camp Nou en verano de 2018. El hecho de que se perdiera la oportunidad de medirse al Real Madrid en la final del Mundial de Clubes de 2017 por lesión, quizás, fue una premonición de lo que le iba a suceder en su etapa barcelonista. Los problemas físicos, unidos a una serie de episodios en los que se llegó a cuestionar su madurez como profesional, marcaron un tiempo que acabó al llegar la temporada 2020-21, con un traspaso por 72 millones de euros a los que podían sumarse hasta 10 más en variables a las filas de una Juventus donde tampoco no ha podido reencontrarse con su mejor versión.
Tras dos primeras temporadas en las que Arthur no estuvo todo lo brillante que habría deseado, el conjunto bianconero apostó por cederlo. Así, en el curso 2022-23 formó parte del Liverpool, pero Jürgen Klopp apenas tuvo opción de tratar de recuperar su gran talento. En esa campaña, tuvo que pasar por el quirófano para solventar una grave lesión muscular, estuvo 146 días de baja y se perdió un total de 26 partidos. Cuando se recuperó, ya no entraba en los planes de un entrenador que, a lo sumo, lo incluyó en alguna de sus convocatorias, pero que no le dio ni un solo minuto de juego con el equipo red. Todo lo que pudo hacer tras recibir el alta fue jugar con el Liverpool sub'21 frente al Leicester sub'21. Nada más. Después de esa experiencia tan tremendamente desoladora, la Vecchia Signora decidió que una nueva cesión era lo que necesitaba el futbolista para reverdecer viejos laureles. La Fiorentina, en este caso, fue su nuevo destino.
En el conjunto viola, a pesar de que los problemas físicos no acabaron de darle del todo la espalda, tuvo mucho más protagonismo que en su etapa en la Premier. En total, jugó 48 partidos, en los que anotó dos goles y repartió cuatro asistencias. Con esas credenciales en el bolsillo, tal vez, pensó que, por fin, podría tener la oportunidad de demostrar su auténtica valía en la Juventus. Su compatriota Thiago Motta, actual técnico bianconero y ex futbolista del Barça, el Atlético, el Inter, el Genoa y el PSG, con todo, le dejó muy claro desde el primer momento que no iba a entrar en sus planes. De hecho, desde su regreso al club, ni siquiera fue convocado para disputar algún partido oficial. Con ese panorama, no le quedaba otra salida que volver a hacer las maletas y buscarse la vida en otro sitio. Durante un tiempo, se especuló con la posibilidad de que el Santos donde Neymar pelea también ahora para volver a ser aquel jugador desequilibrante que sorprendía a propios y extraños fuera su nuevo destino. No obstante, el que acabó por hacerse con sus servicios fue el Girona de Míchel. Por el estilo de juego, por el hecho de haber jugado ya en la Liga en las filas del Barça y porque cree que puede darle el espaldarazo que necesita para volver a su selección.
En los dos primeros partidos, no entró en la convocatoria. En cambio, sí tuvo la oportunidad de debutar con su nueva camiseta en Montilivi frente al Getafe, en un duelo que acabó cayendo del lado que entrena José Bordalás por 1-2. «Hemos visto sus datos de esta semana y está cerca de poder jugar los 90 minutos muy pronto. No sé si jugará de inicio en el Bernabéu, pero está listo para hacerlo», aseguró el técnico del Girona el pasado viernes en rueda de prensa. El entrenador, apenas una semana antes, ya dejaba muy claro todo lo que puede aportar el brasileño. «Con la pelota en los pies, es muy difícil quitársela. Juega hacia delante, tiene movilidad... Es un tipo de jugador que necesitamos mucho, por sus características. Espero su mejor versión pronto. A partir de ahí será, muy importante para nosotros», aseguró.
La Eurocopa ha enganchado a una Generación Z que parecía desengañada con el fútbol. Las audiencias reflejan que, en todo el continente, el público joven se está pegando a la televisión durante el torneo. Las cifras globales indican que ha habido un incremento de un 10% en la cuota de pantalla de los partidos con respecto a la edición de 2020 entre los jóvenes de 18 a 24 años. En el caso de España, la emisión en abierto y, sobre todo, la irrupción de jugadores como Lamine Yamal y Nico Williams, con los que esta generación se identifica plenamente, han sido claves.
Si hace dos años un estudio de la European Club Associations (ECA) arrojaba que dos de cada cinco jóvenes entre 16 y 24 años no tenían interés por ver un partido de fútbol en televisión, el pasado viernes, los cuartos entre España y Alemania batieron récords. Ante la pantalla de La1, con la narración de Juan Carlos Rivero, se congregaron 11,7 millones de espectadores, con una audiencia media del 67,9%, que se disparó durante la prórroga hasta el 71,8%. Se trata de la mayor cuota de toda la década. Fue lo más visto en todas las comunidades autónomas, con especial seguimiento en Murcia (78), Castilla y León (78), Madrid (77,1) y Baleares (74).
De estos espectadores, ocho de cada 10 (82,3%) se encuadraban en la franja de edad entre los 13 y los 24 años. España ha sentado ante el televisor a quienes no tenían especial interés por el fútbol. La magnitud de estas cifras se puede comparar con un evento de gran interés para las generaciones más jóvenes, como es Eurovisión. La edición de 2024, también emitida en La1, fue vista por 4,8 millones de espectadores y una cuota media de pantalla del 41,8%, que se elevó hasta el 52,1% en las votaciones. Pero en la franja de edad entre los 13 y los 24 años fue del 66,3%, muy lejos de los datos registrados por la selección.
«Hablan su lenguaje»
Aunque no hay datos de seguimiento auditados por las empresas de medición de audiencias, la King's League es otro de los fenómenos que, a través de redes sociales, tuvo un pico de seguimiento de dos millones de espectadores, cifras superadas en la Eurocopa.
¿Por qué este giro en las preferencias de consumo audiovisual durante este campeonato? Al fútbol le faltaba atractivo para las generaciones más jóvenes, acostumbradas a mayores impactos. En un campeonato de Liga, hay pocas sorpresas y apenas un puñado de aspirantes a los títulos. Eso, en el lenguaje juvenil, se traduce en poca emoción, más allá de cuál sea el formato de la competición y si la emisión es en abierto o en cerrado.
Sin embargo, en un torneo como la Eurocopa hay emoción y aparecen otras variantes, que en España tienen nombre y apellido: Nico Williams y Lamine Yamal. «Que los más jóvenes puedan seguirles e interactuar con ellos es un factor de proximidad e identificación fundamental. Hablan su lenguaje», advierte Àlvar Peris, profesor de Comunicación Audiovisual en la Universitat de València.
«Repunte de la identificación»
Sólo hay un futbolista en España ajeno a todas las redes sociales, Rodri, pero es una rara avis en un mundo donde exhiben su trabajo -y sus patrocinadores- y en muchos casos sus vidas. En el caso de Williams y Yamal, lo hacen con una naturalidad que atrapa a su generación. La complicidad que han desarrollado, sus juegos infantiles en el campo, sus bailes en TikTok y hasta la forma que se expresan -del bro al padreo- atraen a sus iguales, que se sientan ante la tele a verles jugar con descaro, pero también con la expectativa de las reacciones que tendrán, que rápidamente se viralizan. «Sin duda podremos analizar con mayor precisión las razones de este atractivo en los próximos meses», apunta el experto.
Lamine Yamal y Nico Williams festejan el pase a semifinales.EFE
Peris menciona otro factor: «Hay un repunte de la identificación de los más jóvenes con España y la identidad española que puede reflejarse también en el seguimiento de los partidos de la selección», asegura. El «Yo soy español» hace que se pongan ante la pantalla quienes habitualmente ya no se han criado en la fan culture, porque los clubes de LaLiga llevan años olvidándose de crear afición entre los más jóvenes, convirtiendo a los aficionados sólo en clientes.
A la selección ese fenómeno aún no ha llegado y la fidelización, al menos en los grandes campeonatos, aparece de manera espontánea, aunque luego se diluya. Así viene ocurriendo históricamente. La etapa entre 2008 y 2012, con el triunfo en dos Eurocopas y el Mundial de Sudáfrica, provocó una exhibición de la bandera nacional hasta ese momento sin precedentes. Los chicos de De la Fuente pueden volver a conseguirlo sumando a la generación que parecía perdida para el fútbol.