La colosal actuación de Rafael Leao, autor de un sinfín de estampidas y finos detalles, llenó de gozo a San Siro, que pudo celebrar un gran triunfo ante el PSG. En un desenfrenado duelo, con 16 remates por bando, el Milan se sobrepuso a un madrugador 0-1 hasta imponerse con autoridad. Malas noticias para Luis Enrique, privado de la mejor versión de Kylian Mbappé y Ousmane Dembélé, e incapaz de poner algo de cordura en su línea de medios. [Narración y estadísticas (2-1)]
El 2-0 previo del Dortmund, muy superior toda la tarde al Newcastle, obligaba aún más a los rossoneri, que en la primera jornada habían dejado escapar dos puntos vitales frente a los ingleses. Stefano Pioli dejó en el banquillo a Rade Krunic y colocó a Tijjani Reijnders en la cabina de mando. Asimismo, el regreso de Ruben Loftus-Cheek a la titularidad resultó un factor determinante. Para bien y para mal.
El ex atacante del Chelsea, recién salido de una lesión, dispuso de muchos espacios para desplegar su velocidad, en compañía de Theo Hernández. Ya de inicio desperdició una buena ocasión ante Gianluigi Donnarumma y en el minuto nueve, tras un saque de esquina, su despiste en el segundo palo dejó en bandeja el 0-1 para Milan Skriniar, un ex interista de regreso a San Siro.
Ugarte, superado
El golpe no desanimó a los locales, cuya intensidad empezó a causar estragos. Luis Enrique, una semana más, no renunció a los riesgos y en ese contexto de campo abierto, su PSG empezó a partirse por la mitad. Sin el ancla de Manuel Ugarte, el mediocentro sobre el que había construido su esquema desde el arranque del curso, el campeón francés se vio desbordado sin remedio.
En el intercambio de golpes, sin equilibrio defensivo en ambos bandos, el partido resultó un regalo para el espectador neutral. Por encima del resto se alzó la imponente figura de Leao. Antes del cuarto de hora, el portugués arrancó con una potencia arrebatadora, cedió para Olivier Giroud y aún tuvo fuerzas para mandar a la red el disparo rechazado del francés. Su remate de tijera llevó al delirio a San Siro.
Con tantos espacios en la medular, sin inteligencia para al menos acabar sus acercamientos, el PSG perdía fuelle de un modo preocupante. No había noticias de Kylian Mbappé y el buen inicio de Ousmane Dembélé se iba deshilachando. Cierto que pudo haber más goles antes del descanso, con 22 remates por ambos bandos, aunque la inercia era milanista.
Mbappé, abatido, tras el 2-1 de Giroud.EFE
Al poco de volver de la pausa, esa sensación iba a concretarse gracias a Giroud, un ariete de 37 años que se entrega con el entusiasmo de un juvenil. El francés supo anticiparse a todo un coloso como Skriniar para consumar con una violencia extraordinaria un centro de Theo. En cualquier caso, los focos seguían apuntando a Leao, autor de un excepcional partido, destrozando a quien osara salirle al paso.
Su despligue físico, aguantando de espaldas o recibiendo en campo rival, acabó por pasarle factura y en el minuto 84 Pioli decidió dar paso a Noah Okafor. De inmediato, el internacional suizo pudo cargar la pierna derecha para un gran remate cruzado, neutralizado por Donnarumma en la mejor parada de la noche.
Por entonces, los hombres de refresco del PSG –Kang-in Lee, Fabián Ruiz, Gonçalo Ramos– apenas habían dejado rastro en el partido. No obstante, la calidad que se les presupone surgió, como un chispazo, en las botas del coreano. Su preciosa maniobra en el área, ante la oposición de Giroud, la culminó con un remate escupido por el palo. Aún restaban siete minutos de añadido, pero el PSG no complicó más a Mike Maignan. Con cinco puntos, a uno del PSG, y a dos del Dortmund, el grupo de Pioli aún cuenta con legítimas aspiraciones de alcanzar los octavos.
Cada mañana, Peppino, su padre, se ponía al volante para recorrer los 50 kilómetros que separan Reggiolo de Parma. Un hombre de pocas palabras, pero tifoso enfermizo del Milan, que se hizo enterrar con el uniforme oficial del heptacampeón de Europa. Cada 10 de mayo, fecha de su cumpleños, Carlo Ancelotti acudía puntual a felicitarle. Y la pasada semana, aprovechando un hueco previo a la final de Wembley, el entrenador del Real Madrid tampoco olvidó la visita al cementerio. Junto a él, su hermana Angela, que reside en la cercana Novi di Modena. Por las riberas del Po, el sol aprieta y la vida pasa despacio. Nadie olvida de dónde viene y todos saben que volverán. La gente se remanga a disposición del bien común, como tras el terremoto que devastó la zona, un 29 de mayo de 2012. Carletto, que nació, creció y salió de aquí camino de la eternidad, también regresará. Como uno más.
A la sombra de las almenas de la Rocca di Reggiolo, una fortaleza medieval cuyos muros resistieron los embates del seísmo, Fausto Mazza regenta el Ristorante Toscanini. «El jueves [16], a las nueve de la mañana, Carlo estaba sentado conmigo en esta misma mesa», revela, con la misma naturalidad con la que arrastra su corpachón entre los manteles. En su aire socarrón y hospitalario, en el apretón de sus manos callosas, cabe toda la Bassa Emilia. «Ancelotti proviene de una familia campesina muy pobre. Así que, pese a los éxitos, esa herencia siempre va a estar ahí. Dice mucho de él que un personaje de su relevancia entre aquí a saludar y a tomar un café con los amigos».
Junto a un banderín rossonero del Milan, Mazza guarda dos fotos como alhajas. Una, de 1974, el año que compartió junto a Carlo en el Reggiolo Calcio. La otra, de 1995, cuando organizó un torneo al que su camarada, entonces técnico de la Reggiana, quiso apuntarse. «A los 14 años todos queríamos ser profesionales, pero la mayoría no teníamos ni para las botas. Las que nos dejaba al club, a menudo no nos servían, porque ya las habían destrozado los mayores», recuerda Fausto. Y su sonrisa, deshilachada entre la barba entrecana, se despliega al presentar los cappelletti in brodo, especialidad gastronómica de la Bassa. Una pasta rellena sumergida en caldo de carne y aderezada con el toque preferido de Ancelotti: «Un dedo de vino tinto. Sólo un dedo».
«¿De verdad no se marcha?»
Entre las celebridades locales, la popularidad de Mazza rivaliza con la de Giancarlo Simonazzi, párroco de Santa Maria Assunta y guardián de la llave del Oratorio San Giuseppe. Entre sotanas y alzacuellos marcó sus primeros goles, hace casi medio siglo, aquel niño tan glotón. Pero de camino al número 96 de la Via Giacomo Matteotti hay parada preceptiva en la Ferretería Ancelotti. Gaetano y Roberto, remotos parientes por parte de abuelos, regentan el negocio. Son tan gentiles, tan a la vieja usanza, que hasta su duda enternece: «¿De verdad que no va a marcharse a Brasil?» Al fondo, varios militantes de Forza Italia faenan con las pancartas en una calle dedicada al ilustre mártir del socialismo. Los ojos de Don Giancarlo, casi octogenarios, ya parecen haberlo visto todo un par de veces. Pero cuando abre la cancela, también en su voz se derraman unos acentos de nostalgia.
«Todo este vestíbulo tuvo que reconstruirse tras el terremoto, aunque la parte de dentro no ha cambiado», explica el sacerdote, apuntando a un solar donde las matas de hierba crecen desordenadas. Hace tiempo que arrancaron las porterías y hay que forzar demasiado la imaginación. Así que mejor dejar constancia de la última prédica antes de partir. «Nadie podrá objetar nada de Carlo como futbolista y entrenador, pero a nivel personal, hay quien piensa que ha cometido graves errores». No hay forma, divina o humana, de sonsacarle algo más. Simonazzi habla y se mueve como aquel Don Camilo de las novelas de Giovanni Guareschi.
El Stadio Comunale Rinaldi, sede del Reggiolo Calcio.M.A.H.
Por estos contornos, los caminos son rectos y los vecinos conocen, terrón a terrón, cada palmo cultivable. En primavera, algunos diques se desbordan y el agua, fangosa, engulle las tierras bajas. Los mosquitos devoran. El sol curte incluso el pellejo de Adone Bertazzoni, labrador a tiempo completo y presidente, en los ratos libres, del Reggiolo Calcio. Como cada sábado a mediodía, Adone acude con su furgoneta al Stadio Comunale Rinaldi. Trajina con unas sillas de plástico y enseña al periodista las instalaciones municipales. «Carlo, como yo, viene de la tierra, de la estructura de la tierra. Por eso es un tipo tan humilde y trabajador». Bertazzoni, con sus ojillos vivaces y su dentadura de niño pobre, representa el testimonio de un mundo que se acaba.
«Tenemos un terreno fértil. Yo cultivo maíz, trigo y soja. Disfruto con mi vida tranquila y con mi casa en el campo», confiesa. Pero desde la construcción de la autopista a Brennero, la arcadia se ha visto azotada por el progreso. Comer Industries, suministradora de Jeep, y la farmacéutica Sarong, abrieron sede en los alrededores. Disminuyó el desempleo, aunque el orgullo de Reggiolo no se mide en datos macro. «En este club contamos con 50 voluntarios. Empezamos con niños de cinco años hasta el equipo senior. Siempre intentamos hacer bien las cosas. Ancelotti empezó aquí en 1974 y mira su trayectoria tan increíble». Bajo la tribuna principal, en un cuartillo carcomido por el polvo, se amontonan trofeos, testigos de aquel tiempo, cuando Carletto partió hacia Parma. Del Ennio Tardini, al Olímpico de Roma y San Siro. Del banquillo de la Reggiana a las puertas de su quinta Champions.
"Durante su primera etapa en la Reggiana tenía dudas sobre si valía para los banquillos"
Han transcurrido casi tres décadas desde aquel debut en los banquillos en la Serie B, quizá la fase menos conocida de su carrera. «En esa época Carlo estaba preocupado, con dudas sobre si valía o no, pero también tenía mucha motivación», apuntan sus conocidos de entonces. Reggio Emilia, capital de la región, no entendía el pésimo momento de un equipo que únicamente sumó cuatro puntos en las siete primeras jornadas. «Él siempre repite que fue uno de sus peores momentos. Incluso se planteó la dimisión, pero le dieron confianza y terminaron ascendiendo».
Adone Bertazzoni y Roberto Angeli.
Su filosofía originaria aún encaja en las horas previas de una séptima final de Champions: «Ninguna noche impide al sol salir por la mañana». No obstante, al éxito con la Reggiana le sucedió una repentina crisis. «Repetía a sus asistentes: "Esto es demasiado estresante". Decía que lo iba a dejar en tres o cuatro años. De hecho se ponía como fecha límite el año 2000».
La electricidad de un banquillo quizá sólo sea equipareble a la de la política. Y de eso va sabiendo lo suyo Roberto Angeli, con tres legislaturas ya a las espaldas. «Le conocí en casa de Angela, durante la fase de reconstrucción del pueblo. Hace tiempo que no nos vemos, porque siempre anda muy ocupado, pero cuando gana algún título hablamos por teléfono», comenta el alcalde de Reggiolo. Aunque comparta una casa en Vancouver con Mariann, su esposa, Carlo guarda otros proyectos para la jubilación. «Todos esperamos con ilusión su regreso a Reggiolo. Ya me han pedido un homenaje de bienvenida, así que lo recibiremos con los brazos abiertos. Organizaremos una gran fiesta en la que participará todo el pueblo», finaliza Angeli.
Entre la brisa mecida por los cerezos llegan ecos lejanos de la Champions. Algo especial habrá en la Emilia-Romagna, tierra de Arrigo Sacchi y Alberto Zaccheroni. O de Simone Inzaghi, natural de Piacenza y Stefano Pioli, de Parma. Sacchi revolucionó el fútbol, pero Ancelotti ha perfeccionado, como ningún otro, la fórmula ganadora.
El Ristorante Toscanini, el favorito de Carlo en Reggiolo.M.A.H.
Sus rutas gastronómicas
M.A.H.
Durante su niñez de posguerra y privaciones, la dieta semanal se limitaba a una sopa con tocino, unos huevos con cebolla y un trago de vino. Para los días de fiesta, alguna perdiz o gallina frita. El pequeño Carletto siempre tuvo buen apetito y el dinero del fútbol simplemente hizo aflorar su lado más gourmet. Apasionado del jamón ibérico y los caldos gran reserva, el técnico blanco no pierde ocasión, cuando viaja a su tierra, para el buen yantar. Entre sus rincones favoritos, el Ristorante La Pinta, en San Bernardino di Novellara. Regentado por Jeris Folloni, en sus paredes aún cuelga una foto del entonces centrocampista del Milan. De sus tiempos en el Parma queda registro en cada visita a la Hostaria da Ivan, situada en la pequeña localidad de Fontanelle di Roccabianca. Sobre estas líneas, el Ristorante Toscanini, su favorito de Reggiolo.
Doce años han pasado desde que España y Francia se enfrentaron en una Eurocopa y en las plantillas de ambas selecciones sólo sobreviven dos inmortales: Jesús Navas y Olivier Giroud. Con 37 años, el sevillano y el francés son los jugadores más veteranos que quedan en el torneo después de la eliminación de Pepe (41) y Cristiano Ronaldo (39). Sólo uno podrá llegar a la final para hacer historia.
Su papel esta noche en el Olímpico de Munich será diferente al que jugaron en aquel duelo del 23 de junio en Donetsk, solventado por Xabi Alonso con dos goles, uno de penalti en el 90+1. Entonces Navas era suplente de Álvaro Arbeloa y no disputó ni un solo minuto. Giroud entró por M'Vila a poco del final, cuando Laurent Blanc buscaba más artillería para el empate. El galo había debutado como internacional poco antes de aquella cita. Giroud, en noviembre de 2011; Navas, en 2009.
De los dos hay uno con la titularidad asegurada en el que puede ser su último baile. El capitán del Sevilla formará en el once de Luis de la Fuente por la expulsión de Dani Carvajal. En este campeonato ha jugado 99 minutos: el partido completo ante Albania, aguantando molestias por un golpe para proteger a su compañero de una sanción en octavos, y nueve minutos cuando el duelo con Georgia ya se había resuelto. Esta noche le tocará lidiar con Mbappé.
63,6% de los duelos
De la Fuente no se plantea experimentos con laterales a pierna cambiada. Confía plenamente en Navas, a quien conoce desde hace décadas tras su paso por la cantera del Sevilla. Pero no son sólo sensaciones, también los datos le avalan. Según las estadísticas de BeSoccer, el andaluz ha ganado esta temporada con el Sevilla el 63,6% de los duelos defensivos, más que Carvajal. Y en el cara a cara con Vinicius, un jugador tan rápido como el francés, le ganó ocho de 15. Eso sí, las lesiones, y la agonía del conjunto andaluz para conseguir la permanencia sólo le han permitido jugar 29 partidos de Liga y asistir a sus compañeros en un gol.
Su presencia en esta Eurocopa fue una grata sorpresa que ha engordado su currículum. Además de ser el único jugador que ha ganado una Eurocopa, ya es el más veterano que ha disputado con España una fase final. Ve «similitudes» con aquel equipo joven y se esfuerza en ser un refuerzo para el cuerpo técnico. Pero de decir adiós a la selección, nada. De su boca no han salido esas palabras. Su intención es seguir jugando en el Sevilla hasta diciembre y aún quedan un par de convocatorias internacionales más en el horizonte. La intención es salir con la Eurocopa bajo el brazo, si es posible, sin mentar lo que pesan los años.
Giroud, durante un partido con Francia.AP
Es lo mismo que persigue Giroud. El máximo goleador histórico de los bleus ha completado una temporada notable en el Milan, marcando 15 goles en la Serie A -sólo por detrás de Lautaro Martínez (24) y Dusan Vlahovic (16)-, pero su papel es residual para Didier Deschamps. Pese al atasco goleador de Francia, sólo ha jugado 45 minutos: 29 ante Polonia, 15 con Países Bajos y uno con Austria. En octavos y cuartos no salió del banquillo. Lleva 57 goles con Francia y quiere engordar la cifra, aunque sabe lo que es irse de un torneo en blanco, como ya le ocurrió en el Mundial de Rusia en 2018, donde Francia se proclamó campeona.
Su futuro ya no estará en el Milan sino en Estados Unidos. Giroud se marcha a Los Ángeles Galaxy, «pero no voy de turismo, sólo creo que es el momento adecuado porque todavía me quedan años buenos de fútbol», recalca. Admite que cada vez le cuesta más encadenar partidos. «El peso de los años empieza a notarse. Jugar cada tres días es cada vez más complejo, sobre todo al alto nivel», aseguró el delantero antes de arrancar esta Eurocopa.
Si Dino Zoff ostenta el récord de jugador más veterano en ganar un Mundial, los únicos que pueden subirse a ese pedestal en una Eurocopa son Navas y Giroud. Pero, como en Los Inmortales, sólo puede quedar uno.