Eurocopa 2024
El equipo de De la Fuente es incapaz de encontrar soluciones al estupendo fútbol de choque y guerrilla de su rival.
Escocia es lo que es. Un puñado de esforzados jugadores con mucho amor propio y un fútbol suyo. Escocia se reconoce en lo que siempre ha sido, y además presume orgullosa de sus esencias en unos tiempos, estos, donde lo añejo es sospechoso. Defendiendo muy fuerte, corriendo mucho, poniendo el corazón en cada pelota, se merendó a una España que, justo al contrario que su rival, no sabe cuáles son sus esencias. Ya no tiene furia, hace tiempo que la perdió, pero tampoco tiene fútbol. Y si no tiene ni furia ni fútbol, si no tiene ni plan A ni plan B, es la nada. La clasificación para la Eurocopa no peligra, pues pasan dos de cada grupo y basta mirar al resto, pero el partido en Hampden Park deja la sensación de que España no sabe quién es. En una noche guerrillera, de empujones, choques, patadas, codazos y sudor, se encogió de mala manera y afirma que el horizontes es gris. Gris siendo optimistas.
De la Fuente cambió a 8 de 11. De Noruega, sólo repitieron Kepa y los dos pivotes, Rodri y Merino. Un zarandeo severo al equipo. Habrá que esperar a ver si es que lo de Noruega le gustó menos de lo que reconoció en público o que esta es su manera de dirigir cuando hay dos partidos tan cercanos en el tiempo. Hacer tal cantidad de modificaciones quizá no sea tan importante a estas alturas de su reinado, pues con media docena de entrenamientos los automatismos los tendrán todos igual de bien (o de mal) asimilados. Por allí aparecieron jugadores como Ceballos o Joselu, revitalizantes en Málaga, pero también la defensa entera, algo poco usual.
Fuese por ese motivo o fuese por otro, el partido empezó como hacía muchísimos años que no empezaba un partido de España. Le cedió el balón a Escocia, o Escocia se lo quitó y España no supo quitárselo, lo mismo da que da lo mismo. Fueron 10 minutos (sólo 10) en los que el equipo de Steve Clarke negó las esencias escocesas con un fútbol de balón al pie y transición sosegada. Una de ellas terminó con un resbalón de Pedro Porro (impresentable su primera parte) que permitió a Robertson ganar la línea de fondo. El centro lo remató McTominay para hacer el primero.
SUSTO
Todavía tuvieron tiempo los locales de darle otro susto a la selección cuando Christie recorrió 50 metros de campo con el balón pegado al pie. En la frontal, la tiró fuera de milagro. Hasta ese momento no había habido noticias de España, encogida y menor ante un rival entusiasta empujado por el maravilloso ambiente de un estadio como Hampden Park, donde el tiempo pasa, pero más despacio. Poco a poco se fue rehaciendo la selección, que remató (lo hizo Joselu) por primera vez en el minuto 20. Fue un cabezazo, anticipo de la vía que usaría el equipo desde ahí.
Otro remate del mismo protagonista al larguero, uno de Rodri tras un córner… España había pasado a controlar el partido de la mano de Ceballos, que fue quien bajó su posición para iniciar el juego. Con él las cosas fueron algo mejores y España hizo recular a Escocia, cómoda ya en su papel tradicional, el de un equipo replegado, instensísimo, que convertía cada disputa, cada balón aéreo, en una guerra. Reclamó la selección dos penaltis a Joselu, que estaba metido en todos los líos, pero dijo el árbitro que nada de nada. Con esas tres ocasiones había merecido el empate el equipo de De la Fuente, que sin embargo se pudo haber ido a los vestuarios con peor cara si Dykes hubiera aprovechado un mano a mano con Kepa nacido en un pelotazo sin ton ni son de un defensa que cogió a los centrales españoles mirándose uno a otro. Escocia seguía apretando, hostigando, asfixiando. Su fútbol de toda la vida. Aguantó como pudo España, que ya daba señales de no saber qué hacer.
A la vuelta, igual que en el primer tiempo, encajó nada más empezar. De nuevo una pifia del lateral derecho, que ya no era Porro pero era Carvajal, permitió a McTominay repetir. Fue intentando cosas el seleccionador, quitando a este y a aquel, metiendo al uno y al otro, pero nada. España chocaba siempre con los escoceses, enfebrecidos por su público, más fuertes, más dispuestos al choque. Cada balón era un tumulto, cada falta, una pérdida de tiempo. La selección se bloqueó. Ni por dentro ni por fuera, ni por arriba ni por abajo. Ni por un lado ni por el otro. Había sido sometida por un puñado de corajudos a los que el fútbol del siglo pasado bastó. Bendito fútbol, vigente ante equipos sin personalidad.