El equipo hispanlense, que este lunes festejó su séptima corona europea, creció con el equilibrio del técnico vasco que derribó la arquitectura enclenque de Sampaoli y levantó una fortaleza
Pepe Castro, Monchi, Jesús Navas, Rakitic y Mendilibar, con la Europa League en el avión.Julio MuñozEFE
Finales de febrero. Jornada 23. El Sevilla FC se enfrentaba al CA Osasuna. Los andaluces estaban sólo dos puntos sobre el descenso. Jorge Sampaoli trataba de imponer su sistema a un equipo desalmado y nervioso. Los rivales le pillaban todos los trucos al ilusionista argentino. Dobles fondos, espejos y cuchillos de plástico. Gudelj recogió un folio con indicaciones de mano de su entrenador y buscó a Óliver Torres. Ambos se pusieron a mirar el papel como dos piratas tratando de encontrar la equis del tesoro. Marcos Acuña explotó. Le arrancó las indicaciones a Torres, las hizo un gurruño, y las lanzó con enfado sobre el césped. “A jugar”, dijo con las manos.
Ninguna hazaña está exenta de rebeldía. Incomodar al poder es la chispa que hace explotar las cosas. Sampaoli nunca se recuperó de aquella desautorización. Luego fueron otros futbolistas lo que se acercaron al micrófono para confirmar, con eufemismos, que estaban cansados de inventos. José Luis Mendilibar llegó para derribar aquella arquitectura enclenque y erigir una fortaleza breve. Sin adornos, sin volutas, sin arcos ni ventanas. Piedra sobre piedra para conservar intacta la dignidad. Hay quien confunde simpleza con sencillez. La simpleza es una oquedad, la sencillez es un camino.
Juego por fuera. Riesgos, los imprescindibles. Jugadas rápidas. El ritmo natural de las cosas. Defendemos todos, atacan algunos. Juegan los que estén mejor. Corazón de albero sobre hierba recién cortada. Quien dice Castore dice Luanvi. El barrio. Las botas despellejadas y un entusiasmo que va más allá del músculo. Manchester United, Juventus y Roma. Frente al oropel, pragmatismo. Frente al champán con fresas, pacharán y aceitunas. La belleza elige caminos desconcertantes. No son necesarias estampaciones doradas sobre el pecho. Los imperios se construyen con idéntica proporción de sudor y esperanza.
Ganó el Sevilla la Europa League. Su séptima. Cielo a cielo, ya siete. El fútbol no entiende ni de casualidades ni de merecimientos. El fútbol es una gimnasia perpleja. Ni ganan los mejores ni pierden los peores. Hay victorias inmisericordes y derrotas piadosas. Hay finales como la de anoche, en la que al balón lo mueve la fe y no el empeine. La historia del fútbol tiene un espacio para el club nervionense. Esto no va de colores, ni de afinidades, esto va de tinta sobre blanco. No es normal lo del Sevilla y Europa. No es normal. No tiene comparación con nada. Y la sonriente severidad de Mendilibar, y la luminosa desobediencia de Acuña, y la grada en llamas, y el rojo sangre frente al rosso porpora.
Sergio Rico en el rezo de sus compañeros, cuatro años exactos desde el adiós de José Antonio Reyes, el minuto 16 de Antonio Puerta… La vida no es fácil. Es un constante equilibrio entre el calor y las ausencias. El fútbol no es patrimonio de la infancia, el fútbol, muchas veces, es un deporte adulto, un deporte áspero. El Sevilla ganó con la madurez del que lo ha perdido todo. Con el ritmo del que nada puede pero todo lo sueña. Un título que es yodo para las heridas y agua para los extraviados.
Detrás de la camiseta, Urdangarin. Después de décadas, después de tanto, el apellido regresa a la selección española de balonmano con otro nombre, Pablo, hijo de Iñaki. A sus 24 años, este jueves, en el amistoso ante Suecia (18.10 horas), el sobrino del Rey Felipe VI, el octavo en la línea de sucesión al trono, un Excelentísimo señor, debutará como internacional como si todo eso no pesara. «Es lo normal», repite durante la conversación telefónica con EL MUNDO desde Linköping, al sur de Suecia, aunque en su vida apenas ha habido normalidad.
La marcha de su familia a Estados Unidos y el caso Nóos le pillaron con apenas nueve años, luego tocaría mudanza a Suiza y, antes de cumplir la mayoría de edad, su emancipación en Alemania para centrarse en el balonmano. Ahora es la estrella del Granollers que va segundo de la Asobal y será difícil que no acabe pronto en uno de los grandes de Europa.
Es raro que nunca haya jugado con España ni tan siquiera en categorías inferiores.
He llegado tarde, pero he llegado. Me hace una ilusión tremenda. Para cualquier deportista español es un sueño estar en la selección y me han recibido muy bien. Hay un grupo muy bueno.
¿Ya le han preguntado en el vestuario por su tío o por lo que ocurre dentro del Palacio Real?
No, no. Alguna broma me ha caído sobre el protocolo, sobre cómo llamarme. Pero todo el mundo me trata como uno más. Es lo normal.
Reconocía que llega tarde. ¿Siempre se quiso dedicar al balonmano?
Jugaba de pequeño, pero cuando nos mudamos a Washington no había equipos de balonmano, así que me pasé al fútbol. No era mucho lo mío. Luego en Ginebra combiné el balonmano con el tenis y hubo un momento en el que tuve que elegir porque me faltaban días a la semana para entrenar. Escogí el balonmano y creo que escogí bien. Pero el tenis también me gustaba mucho y se me daba bien: era ágil, tenía buen saque...
De escoger el balonmano a debutar con España hay un trecho.
Ha sido un crecimiento año a año. El momento clave fue cuando tenía 17 años. Me fui solo a Hannover para ponerme a prueba, para ver si realmente podía dedicarme al deporte. Fue un poco duro porque vivía en una residencia para estudiantes extranjeros y yo era el único extranjero de mi equipo. Pero hice amigos pronto, me adapté bien. Después de tantas mudanzas, de tantos cambios de colegio, creo que ya sabía cómo empezar de cero, cómo entablar relaciones. Luego probé el Nantes, entré en el Barcelona y ahora en Granollers estoy disfrutando más que nunca.
¿Por qué?
Siempre había jugado de extremo, pero por mi altura (1,95 metros) probé el lateral y empecé a ver el balonmano de otra manera. En los últimos años he progresado mucho, me siento con mucha confianza. Incluso mi entrenador, [Antonio] Rama, está empezando a ponerme en defensa, aunque tengo mucho que mejorar.
Tiene prácticamente su misma altura, pero no el físico de su padre.
Está claro, está claro. Él era casi un especialista en defensa, estaba muy fuerte, era muy contundente. Yo no sé si llegaré a estar tan fuerte, pero estoy trabajando para ganar más músculo. Necesito poder chocar contra los rivales.
Aguante tiene. Seguramente no haya un jugador de balonmano que haya recibido tanta atención desde pequeño.
Desde pequeño aprendí a vivir con esa atención, al igual que mis hermanos. Tengo recuerdos de niño con la cámara encima cuando salía de casa. Al final aprendes a cómo comportarte en ciertos momentos, a qué decir, a qué no decir... En el balonmano no me ha afectado nunca. Sé que puede haber más atención. Pero lo que me pone más nervioso es la propia competición, no lo que pase fuera. Hablo mucho con mi padre sobre eso.
¿Y qué le dice?
Es como mi psicólogo. Antes de cada partido le llamo y me ayuda mucho explicarle cómo me siento. Me tranquiliza mucho. Él sabe qué es jugar los partidos grandes, jugarse títulos, jugar con la selección.
Debe escuchar de todo en la pista.
No creas, en el balonmano hay un ambiente muy sano. Está claro que en partidos muy calientes, en pueblos que viven mucho el balonmano, recibo algunos insultos, me dicen cosas sobre mis apellidos... Pero nunca me lo he tomado mal. Si me quieren sacar del partido es porque lo estoy haciendo bien.
¿Cuántas cosas no ha podido hacer por apellidarse Borbón?
Nada, diría que nada. Como decía, hay cosas que ya sé, situaciones concretas que debo controlar, pero también he vivido muchos años en el extranjero y las cámaras no estaban siempre. He vivido experiencias como las de cualquier joven. En ese sentido, una vida normal.
¿Lo ha tenido más difícil o más fácil que otros jóvenes?
No lo sé, es imposible valorarlo. Supongo que en determinadas cosas lo he tenido más difícil y, en otras, más fácil. Por ejemplo, no he estado siempre en un mismo club, ni en un mismo país, para lo bueno y lo malo.
¿Habla de balonmano con su tío, el Rey Felipe VI?
Sí, claro. Cuando nos vemos me pregunta por cómo me van las cosas, conoce bien el deporte y hablamos sobre ello. Es lo normal.
Se habla mucho de ofertas, de dónde acabará en los próximos años, de un regreso al Barça, de una posible marcha a un grande de Europa.
He aprendido a plantearme mi carrera año a año. No pienso para nada en dónde estaré dentro de cinco años. De momento estoy muy bien en el Granollers y ya veremos dónde acabaré en el futuro.
El 30 de marzo de 2015, hace casi una década, entró en vigor la célebre reforma del Código Penal. Esa Ley Orgánica suprimía las faltas, aquellas infracciones castigadas con pena leve. Es decir, sin cárcel. De este modo, desaparecía la vejación injusta, con la que los tribunales solían tipificar cualquier tipo de tocamiento o beso no consentido. Como el de Luis Rubiales a Jenni Hermoso. A partir del 29 de abril de 2023, con la conocida como ley del sólo sí es sí, se endurecieron las penas para las agresiones sexuales. Desde entonces, el artículo 178 del Código Penal, en su apartado 1, reza así: «Será castigado con la pena de prisión de uno a cuatro años, como responsable de agresión sexual, el que realice cualquier acto que atente contra la libertad sexual de otra persona sin su consentimiento. Sólo se entenderá que hay consentimiento cuando se haya manifestado libremente mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona». A partir de hoy, la suerte de Rubiales en la Audiencia Nacional gravitará en torno a este artículo.
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El beso (y los seis días) que cambiaron el fútbol.
«Partamos de que cualquier beso inconsentido es agresión sexual. No lo dice el artículo 178 del Código Penal, pero sí la jurisprudencia del Tribunal Supremo, el verdadero legislador, que incluso la ha aplicado a casos de un beso no consentido en cuello o mejilla. Por tanto, objetivamente sería un delito de agresión sexual, dado que, para su comisión, no se precisa de ánimo libidinoso», explica a EL MUNDO el prestigioso penalista Raúl Pardo-Geijo. «Ahora bien, subjetivamente, no se puede soslayar el contexto. Y es que la meritada jurisprudencia del Supremo se aplica, entre otros escasos supuestos, cuando los sujetos no se conocen o se acaban de conocer», continúa el abogado.
«Como profesionales debemos ser muy escrupulosos con las víctimas de agresiones sexuales, ya que hay casos sobrecogedores. Sin olvidar que tan víctima es una mujer que sufre una agresión sexual como cualquier persona a quien se acusa de un hecho que no ha cometido», comienza Ana Alguacil, ex jueza de lo Penal. «Tras el visionado de las imágenes, tengo claro que Rubiales no pretende atentar contra la libertad sexual de Jenni. No se aprecia dolo en el agresor, ninguna intención sexual. Simplemente se trata de algo producto de la alegría del momento», aclara esta experta abogada.
«Lo grave es el abuso de poder»
Obviamente, la defensa de Rubiales intentará utilizar la euforia propia de una entrega de medallas y los lazos de amistad que unían a Rubiales y Hermoso. Sin embargo, no todos los juristas comparten este criterio. «El subidón de alegría no justifica un beso, que aun siendo menos grave no deja de afectar a la esfera sexual de Jenni», argumenta Laura Pozuelo, profesora titular de Derecho Penal en la Universidad Autónoma de Madrid. «La amistad entre ambos no otorga un significado distinto y menos grave al asunto. Si no, lanzaríamos el mensaje de que, entre amigos, novios o marido y mujer se puede hacer lo que se quiera», completa Pozuelo, acreditada a catedrática.
Otros especialistas abundan en la perspectiva de una violencia sexual arraigada en estructuras que perpetúan la desigualdad de género, donde las mujeres son vistas y tratadas como objetos y donde su consentimiento es ignorado. Es el caso de Helena Soleto, catedrática de Derecho Procesal de la Universidad Carlos III. «Pese a que el componente sexual es mínimo, lo grave del caso es el abuso de poder, con un estilo rayano en lo mafioso que intenta ocultar las consecuencias de la agresión», desvela sobre las presuntas coacciones.
«A nivel procesal, este caso tiene muy poco recorrido y las penas van a ser muy leves, pero supone un gran toque de atención», presagia Soleto, en referencia a la reacción de la sociedad civil, canalizada bajo el lema #SeAcabó. Aquella presión de la calle, junto con la implicación de organizaciones de derechos humanos terminarían por desencadenar el final de Rubiales al frente de la Federación. «Considero positiva tanta repercusión mediática por el mensaje que manda: los cuerpos de las mujeres no se tocan libremente», subraya Pozuelo, en conversación con este periódico.
Rubiales, con Athenea del Castillo, durante la celebración del Mundial.AFP
De todos modos, la clave del juicio se centrará previsiblemente en la parte del consentimiento. La Fiscalía, que solicita un año de prisión para Rubiales por el delito de agresión sexual y un año y medio por otro delito de coacciones, considera que Jenni no se comportó como la víctima perfecta, la que debe tener una reacción estandarizada desde el primer momento. Sin embargo, este enfoque queda en entredicho para otros expertos. «Si no había consentimiento, ¿por qué no se escenificaron gestos, comentarios?», pregunta el abogado penalista Juan Gonzalo Ospina. «Si analizamos si Rubiales tuvo o no consentimiento, si valoramos las imágenes, por los gestos previos y posteriores, analizando la prueba en el plenario no veo la falta de negativa explícita o implícita para que pudiera dar el beso sin consentimiento. Por lo cual, me inclinaría por un fallo absolutorio», concluye el letrado, encarcargo de la defensa de la familia de Edwin Arrieta durante el juicio a Daniel Sancho.
En la misma línea de Ospina se pronuncia Pardo-Geijo, antes de lanzar otro interrogante. «Dadas las circunstancias, no existe intención de atentar contra el bien jurídico protegido de este tipo penal, que no es otro que la indemnidad sexual y, por ende, debería salir absuelto. ¿Alguien se ha preguntado qué reproche penal se le hubiera efectuado a Rubiales de realizar esa conducta con un jugador, algo nada descabellado, por cierto y que ha sido visto en múltiples ocasiones entre distintos futbolistas?», finaliza desde su despacho en Murcia.
«Si el beso se lo hubiese dado Jenni a Rubiales, ¿estaríamos hablando de una agresión sexual? Sin duda alguna hay que proteger a la mujer, pero sin olvidar que el hecho de ser hombre no te convierte en un agresor sexual», añade Alguacil, que trabaja hoy en JC Serrano.
Las coacciones y el artículo 172
En suma, aunque el beso lo pudo ver el mundo entero, ni siquiera hay consenso sobre si supuso una agresión sexual, tal y como la establece el Código Penal. De modo que las dudas se multiplican sobre las presuntas coacciones a Jenni, tipificadas en el artículo 172, y por las que por las además de Rubiales también serán juzgados Jorge Vilda, ex seleccionador, Albert Luque, ex director de la selección masculina y Rubén Rivera, ex responsable de marketing de la RFEF.
Según fuentes cercanas a la defensa de Luque, consultadas por este diario, «no hay ninguna evidencia en ninguna conversación, ni con Ana Ecube [amiga de la jugadora] ni con Hermoso, en la que se refleje que Albert quiera hablar del vídeo con ella». Según su criterio, se trata de una conducta «sin relevancia penal» ya que el directivo, incluso sin ser su competencia, representa un gran apoyo para la jugadora.
Cabe recordar que el artículo 172 del Código Penal define como define como autor de una coacción a quien «sin estar legítimamente autorizado, impidiere a otro con violencia hacer lo que la ley no prohíbe, o le compeliere a efectuar lo que no quiere, sea justo o injusto». Por tanto, las defensas de Luque y Vilda, a la hora de evaluar los whatsapps a la futbolista, se centrarán en los límites de la libertad de expresión y si dichos límites pueden ser constitutivos de un delito. «Quizá se trate de mensajes desafortunados. Pero de ahí a que eso acredite una voluntad coactiva, nos parece absolutamente desproporcionado».