El ‘número dos’ del ránking, lastrado desde el segundo set por un problema en el muslo derecho, cede ante el británico tras 163 extenuantes minutos (7-5, 4-6, 5-7).
Ocho partidos en dos semanas, incluida una semifinal la víspera de casi tres horas; una noche tropical, cuya humedad empapaba los poros del Jockey Club Brasileiro; un hueso al otro lado de la red como Cameron Norrie, fajador nato, profesional irreprochable, al que había tumbado el pasado domingo en Buenos Aires; una lesión en el muslo derecho mediado el segundo set y una resistencia heroica, inconclusa. Demasiados impedimentos para Carlos Alcaraz, que cayó en la final de Rio de Janeiro tras 163 extenuantes minutos (7-5, 4-6, 5-7). Esta semana, el ‘número dos’ no podrá igualar a puntos a Novak Djokovic en lo más alto del ránking y su presencia en Acapulco se torna harto improbable, pero semejante exhibición de coraje sobre la arcilla brasileña merece reconocimiento y aplauso.
La tristeza de Alcaraz durante la entrega de trofeos se correspondía con su titánico esfuerzo. Había sabido sufrir en el primer set y se perfilaba para sentenciar en el segundo cuando sus músculos se agarrotaron. Exhausto, tras salvar un match point con un fabuloso revés cruzado, únicamente inclinó la rodilla ante un saque directo de Norrie. Por entonces llevaba ya 75 minutos deambulando sobre la pista, víctima de un pequeño desgarro en su muslo derecho. Sólo él sabe si un contratiempo así hubiese merecido antes la retirada. Pero al seguir en pie, al resistir contra los elementos, nos obsequió con un partido para el recuerdo.
Herido en el orgullo, aturdido por los golpes de un rival que no podía ni apoyarse, el desenlace fue un auténtico suplicio para Norrie. ¿Cómo mantener la concentración ante ese genio de 19 años? Sin lógica alguna, el partido simplemente oscilaba de forma caprichosa. El décimo juego, cuando Alcaraz neutralizó dos break points, mereció capítulo aparte. Un saque por abajo de Carlos, silbado desde las tribunas, fue el preludio de una dejada de indescriptible belleza. Y de un misil a la línea que hizo bajar de la silla a Carlos Bernardes porque Norrie, cegado por la desesperación, pretendía empujarlo fuera sólo con la mirada.
Al todo o nada
Con la lógica ebullución en las gradas, la final iba a resolverse al compás de los riesgos asumidos. Norrie, por descontado, se mostraba conservador, mientras Carlos venía de desplegar toda su artillería para sorprender con un 2-0 en el arranque del set definitivo. Sin apenas fuerzas para moverse, no cabía otro recurso que enlazar winners. Pero los héroes también necesitan correr. Y Alcaraz terminó pagando su frustración con raquetazos al banquillo. Al poco de retirarse él mismo el vendaje, Norrie ya había recuperado la iniciativa (2-3). Fueron cinco breaks en 12 juegos. Un gozoso delirio.
Vaya todo el crédito también para Norrie, un jugador de maduración tardía y en plena curva ascendente, con 13 finales en menos de dos años. Asentado en el top-10, el británico ha sabido adaptar su tenis a la tierra batida, como bien mostró la pasada semana en Buenos Aires. La mera reedición de otra final ante Alcaraz en esta superficie explica por sí mismo su gen competitivo.
En la noche carioca, Norrie rompería pronto a sudar. Antes de afrontar el octavo juego cambió de camiseta, pero fue justo ahí cuando Alcaraz dispuso de sus dos primeros break points. En ambos, Norrie supo aplicarse con solvencia. No sólo eso, sino que de inmediato amenazó con un 0-30 ante el murciano, que a falta de brillantez, salvaba el apuro con oficio.
La facilidad de Norrie para soltar la mano y su dominio de la situación desde el centro de la pista contrastaban con las precipitaciones de Alcaraz. Con pasmosa naturalidad salvó el zurdo un punto de set, gracias a una derecha invertida a la línea. Desde la tribuna, Antonio Martínez Cascales pedía calma a Carlos, sabiendo que su momento llegaría.
El sublime talento del español termina siempre saliendo a la superficie. Incluso pese a los 20 errores no forzados del primer set, que terminaría inclinando a su favor gracias a una clínica dejada y un revés fabuloso con el que penalizar la precipitada subida de Norrie a la red. Ahí se extinguieron las opciones del nacido en Johannesburgo.
Un resbalón con la línea
Mientras Alcaraz aprovechaba el descanso con una fugaz visita al vestuario, a Norrie le empezaban a pesar las dos horas y media de semifinal ante Bernabé Zapata. En el segundo juego, con 40-15 favorable, un patinazo con la línea quebrantaría aún más su físico. Y Alcaraz aprovechó la debilidad sin concesiones.
Cuando Norrie quiso percatarse, el marcador registraba un 0-3 y 0-30. Su pose alicaída, con el dorso embadurnado de arcilla, presagiaba un desenlace fulminante. Sin embargo, Alcaraz no calibró la importancia del momento, perdiendo el hilo de modo incomprensible. Nadie en la pista Guga Kuerten daba crédito al 3-4 para el discípulo de Facundo Lugones.
Norrie parecía maltrecho, pero fue Alcaraz quien requirió primero la presencia del masajista. Algo le fallaba en el muslo derecho, porque su repertorio se limitaba a reducir cada punto a la mínima expresión. Tras un confuso intercambio de breaks, Norrie igualó la final. Si a duras penas se sostenía en pie, ¿cómo demonios podría afrontar Alcaraz un esfuerzo suplementario? Ni siquiera sus entrenadores sabrán a ciencia cierta cómo lo hizo, pero a punto estuvo de bastarle para ganar.