Apenas una semana después de la muerte de su hermano en la guerra de Ucrania, el portero del Shakhtar Donetsk, Dmytro Riznyk, aparcó su duelo para defender los colores de su equipo en la primera jornada de la Champions League frente al Oporto.
Serhii Riznyk, hermano del guardameta internacional, falleció hace ocho días como consecuencia de las heridas provocadas por una explosión de una mina mientras defendía a su país. Tenía 34 años.
“El FC Shakhtar expresa sus condolencias y envía palabras de apoyo a Dmytro, todos los familiares y amigos del héroe caído. Que la memoria y el respeto por Serhii Riznyk vivan para siempre. Gloria a los héroes”, escribió el equipo ucraniano en las redes sociales tras conocerse la muerte del hermano de su portero.
En un partido disputado en el Volksparkstadion de Hamburgo (Alemania), Riznyk no pudo dedicarle la victoria a su hermano. El Shakhtar cayó ante el Oporto por 1-3 en el estreno de la Liga de Campeones.
El director deportivo del Shakhtar, Darijo Srna, explicó las dificultades de su equipo para jugar mientras el país se encuentra en guerra. “Salimos al campo para dar 90 minutos de emociones positivas al pueblo ucraniano. Pero no es fácil jugar en estas situaciones”, aseguró Srna, según recoge Sky Sport.
«Nuestra corona, nuestra copa», rezaba el tifo del fondo sur del Santiago Bernabéu. Un aviso al Borussia Dortmund, pero por encima de todo un recordatorio a los propios futbolistas del Real Madrid tras la derrota en Lille. Los pinchazos en la Liga duelen, pero se asumen en un camino de 38 jornadas. En Europa, sin embargo, cada punto es sagrado. Es la competición del Madrid, no hay excusas. Por eso el 0-2 del descanso dolió como una derrota mayúscula. El segundo Madrid galáctico parecía tocar fondo, pero igual que en 2022 y 2024, resucitó cuando se encontró muerto en la orilla del torneo.
«En la segunda parte cambiamos la dinámica y así hay que jugar. Esta es nuestra competición y queremos ganarla otra vez», admitió Vinicius Júnior, autor de un extraordinario hat-trick, recordando ese tifo del inicio. El Madrid pasó del drama al éxtasis en 45 minutos de locura, unos que suma, otra vez, a la historia del estadio.
«El secreto ha sido creer en nosotros. Sabemos que en casa, con nuestra afición, puede pasar de todo. Cuando llegamos al vestuario estábamos todos muy callados, sólo escuchábamos al míster... Y únicamente se decía una cosa: si metemos el primero, vamos a remontar otra vez. Y lo hicimos. Pero hay que mejorar y jugar así desde el principio. ¡Si no, el míster no aguanta!», bromeaba Vinicius.
Ataque inédito
La realidad es que el descanso aterrizó con abucheos en el Bernabéu. Los vientos ya venían turbios después de los empates en liga, la mala noche en Francia y los problemas de juego. Ante el Dortmund, Ancelotti probó un ataque inédito. Sentó a Camavinga y a Tchouaméni y optó por Valverde, Modric y Bellingham en el centro del campo, con Rodrygo, Vinicius y Mbappé arriba. Los seis no habían salido de inicio a la vez en todo el año.
Las continuas pruebas del técnico italiano explican las dudas que existen en el cuerpo técnico y en la plantilla, potenciadas por las lesiones, algunas leves y otras graves como la de Carvajal, que dejan a un vestuario tocado. El italiano no encuentra la tecla que sustituya a Kroos, presente ayer en uno de los palcos del estadio, y se le nota intranquilo. Consciente de la categoría de la plantilla y de que el doblete de hace unos meses ya no importa.
"El sistema no es lo más importante"
Pero Ancelotti también sabe dón de reside el principal problema futbolístico del Madrid ahora mismo: «La actitud», insistió en rueda de prensa. «El sistema no es lo más importante. Lo más importante es la actitud», declaró. Mensaje contundente al vestuario: «Hay que aprender de la segunda parte y tener más intensidad y ritmo, empezar así y no esperar a que te marquen dos para reaccionar», sentenció.
El Dortmund, enrabietado por la final de Champions perdida en Wembley, tuvo claras sus ideas. Nuri Sahin, su entrenador y ex del Madrid, descubrió los lunares del conjunto blanco, dominó la posesión y castigó la pésima transición defensiva del cuadro de Ancelotti.
Nadie se ponía 0-2 al descanso en casa del Madrid en Champions desde el Shakhtar en 2020, en aquella racha de derrotas que vieron triunfar también al Brujas (2019) y al CSKA (2018). Años de duelo postgaláctico. Este 2024 no está pensado así, pero el Madrid sufre, a veces, como si hubiera perdido sus poderes. «Nos han marcado goles con poco y luego hemos demostrado que podemos jugar con más energía y que tenemos el físico para presionar más», volvió a insistir el técnico italiano.
Ancelotti reconoció que en el descanso no hubo bronca, sino que se centró en los «pequeños detalles». «Presionar, no fallar pases y ganar duelos. Y el Madrid reaccionó a hombros de Vinicius, que consiguió el tercer hat-trick de su carrera y terminó coreado por el Bernabéu camino de su primer Balón de Oro, que recibirá el próximo lunes. «Ancelotti me dice que siga así, que sólo tengo 24 años. Quiero quedarme aquí para siempre», dijo Vini.
El Madrid pasó del drama al éxtasis y remontó el primer 0-2 al descanso continental desde que ganara a la Roma en 2004 (4-3). Un día más en el manicomio europeo de Chamartín.
El Inter resolvió con un penalti de Hakan Calhanoglu su durísimo compromiso ante un Arsenal que mereció mejor suerte en el Giuseppe Meazza. El equipo de Simone Inzaghi, con una defensa totalmente renovada, llevó a buen puerto su agónico ejercicio de supervivencia. Después de cuatro jornadas, Yann Sommer aún no ha encajado un gol. [Narración y estadísticas (1-0)]
Una mano de Mikel Merino en el añadido del primer tiempo penalizó a los gunners, que llevaron la iniciativa (62% de posesión) y generaron innumerables ocasiones en sus 13 saques de esquina. En la segunda parte, Denzel Dumfries sacó un balón sobre la línea de gol y Yann Bisseck taponó un remate de Kai Havertz que parecía el 1-1. Al vigente campeón de la Serie A le bastó con su único disparo a portería. Desde los 11 metros, Calhanoglu, de regreso tras una lesión en el muslo, batió por primera vez en el torneo a David Raya.
El buen arranque del Inter se limitió a 10 minutos. Desde ese momento empezó a sentirse más conforme cuando lograba sorprender con espacios. Su producción ofensiva de la primera media hora hora se redujo a un madrugador remate de Dumfries que reventó contra el travesaño. Enfrente, el Arsenal también jugaba al despiste, intentando aprovechar algún balón parado.
La mano de Merino
No hubo un remate visitante ante Sommer hasta que Bukayo Saka se animó con una diagonal desde el perfil derecho. Un par de minutos después, Gabriel Martinelli dispuso de tiempo para telegrafiar un centro hacia la cabeza de Merino, obstaculizado de malas maneras por el guardameta suizo. Nada quebaba ya de aquel Inter presionante de los primeros minutos, así que los londinense aprovecharon la inercia para acercarse con siete saques de esquina, nada menos.
Cuando el coliseo milanés suplicaba por el descanso, un libre directo de Calhanoglu hacia Mehdi Taremi fue pobremente defendido por Merino. Mal perfilado para el despeje, el navarro tocó el balón con el antebrazo. Una golosina para el turco, casi infalible desde los 11 metros. Más dudas para los gunners, que llegaban con el paso torcido tras sumar un solo punto en las tres últimas jornadas de la Premier.
La ventaja, cómo no, agudizaría las prevenciones del Inter, intentando esconder su debilidad defensiva en las cercanías de su área. Si a ello añadimos las dificultades de Sommer en los balones altos, lo normal es que el 1-1 se hubiese concretado antes de la hora de juego. Havertz trazó una sutil parábola con la zurda que obligó a Sommer a una reacción felina. El cerco se estrechaba y los más de 70.000 hinchas nerazzurri andaban con el alma en vilo. De nada sirvieron los intentos de Inzaghi para refrescar su línea de medios con Nicolo Barella y Henrikh Mkhitaryan. Para el último cuarto de hora necesitaba cloroformo, pero finalmente le bastó con su tradicional cinismo. Así terminó desesperando a los londinenses.
El cabezazo de Musiala para el triunfo del Bayern.AP
En Múnich, ese mismo triunfo por la mínima se resolvió por cauces totalmente distinos. Un cabezazo de Jamal Musiala hizo justicia al aplastante dominio del Bayern (1-0) frente a un Benfica que sólo quiso ver correr las manecillas del reloj. Manuel Neuer ni siquiera tuvo que atajar un solo disparo, así que la situación de Vincent Kompany ya no parece tan desesperada en la Champions.
La velada ya arrancó torcida en Múnich, con un intervención de urgencia de los servicios médicos en la Südkurve y otro contratiempo aún más extraño. Davide Massa, conminado por la UEFA, debió retrasar un cuarto de hora el pitido inicial para permitir que los aficionados pudiesen llegar al estadio. Según informó el club bávaro, los retrasos se debieron a una avería en las señales del metro que accede a las cercanías del Allianz Arena.
Los riesgos de Neuer
Quien sí se había acomodado en su asiento era Franck Ribery, que eligió mala noche para la visita. Porque el Bayern volvió a mostrar algunas de sus recientes carencias. Caía una ligera niebla sobre Múnich y el equipo de Kompany no concretaba su manejo (76% de posesión). El empuje durante los 45 primeros minutos, con 10 disparos y siete córners sólo inquietó a Anatoliy Trubin con un intento de Harry Kane y otro de Serge Gnabry, solventado con brillantez por el meta ucraniano.
El Benfica, con cuatro cambios respecto a aquel once que decepcionó ante el Feyenoord, mantenía sus naves amarradas a puerto. Su único acercamiento llegó tras una temeridad de Neuer a casi 50 metros de su portería, que quedó en nada por falta previa de Zeki Amdouni sobre Alphonso Davies.
Hasta el más apasionado de los lisboetas podría entender que los 90 minutos se harían demasiado largos en Múnich. También para futbolistas de la talla de Renato Sanches, de regreso a su ex feudo, o Ángel Di María, que saltó al césped en sustitución de Kerem Aktürkoglu. A la vieja usanza, el Bayern encajonó a su adversario hasta hacer justicia. El Benfica suma ya 13 partidos europeos sin victoria frente el gran ogro bávaro.
«Nunca pensé que llegaría al fútbol francés». Sincero y directo. Así se presentó Luis Enrique en París en julio de 2023. Si alguien torció el gesto al escucharlo, hoy pensará por qué el PSG no le llamó antes. El asturiano ha conquistado París y ha hecho creer al club, a sus aficionados y a sus propios jugadores que, ahora sí, pueden ganar la primera Champions esta noche en Múnich ante el Inter.
«Desde el primer día la intención era hacer historia y estamos en condición de lograrlo», explicaba hace unos días el técnico, que sí sabe lo que es ganarla porque lo hizo con el Barça de Messi, Suárez y Neymar en 2015 ante la Juventus. Sin embargo, este proyecto es diferente a aquel en Barcelona y al que han impulsado durante una década los dueños del PSG, Qatar Sport Investiment (QSI), con Nasser Al-Khelaifi a la cabeza. Hoy, han aprendido que no se trata de acumular estrellas, sino de construir un equipo.
«Hemos tenido que ir gestionando perfiles de jugadores, que construir. Tenemos futbolistas de mucha calidad, de alto nivel, pero con mentalidad de equipo», confiesa el entrenador, que no duda en lanzar órdagos propios de su arrolladora personalidad, que puede generar tanta afinidad como rechazo: «Estamos preparados para todo».
Casi dos años después de encerrarse durante los primeros meses en la Poissy y sin saber ni una palabra de francés, el PSG refleja lo que buscaba Luis Enrique. «Tenía un plan clarísimo», cuentan quienes le rodean. Ha amoldado un entorno con muchas posibilidades económicas a su idea. Ha conseguido desde lo más sencillo, una grúa elevadora desde donde controlar los entrenamientos desde las alturas sin necesidad de andamio, al fichaje de futbolistas que, sin ser ya megaestrellas, apuntan a ello. Pero al ex seleccionador nacional no le vale sólo ganar, quiere sembrar. «Que se sientan atraídos por cómo jugamos no sólo los aficionados del PSG, sino cualquiera», advierte.
Sin el peso de Mbappé
En ese reconstrucción, el aparejador que se ha convertido en pieza clave es el director deportivo con el que llegó de la mano: Luis Campos. Cogieron las riendas no sólo para llevar al equipo a ganar dos ligas y la Copa de Francia, sino para reestructurar un vestuario que andaba descompensado. El peso de Mbappé lastraba, como reconoció sin tapujos en un documental el propio Luis Enrique: «El hecho de tener un jugador que se movía por dónde él quería, implica que hay situaciones del juego que no controlo. El año que viene las voy a controlar todas. Todas, sin excepción», aseguraba sin medir sus palabras.
La salida del delantero al Real Madrid ha permitido la transición de un grupo en el que ha integrado el fichaje de jugadores convertidos en esenciales en su once y que han arrastrado a los demás a la fe de Lucho. «Nos dijo que sin Kylian meteríamos más goles y creo que no se ha equivocado», reconocía Zaïre-Emery. Han sido 138 en todas las competiciones frente a los 120 de la pasada campaña, cuando Mbappé marcó 44. La estrella goleadora ha sido Dembélé, con 33 goles, despertado en el arranque de 2025, justo cuando lo hizo todo el grupo, porque el inicio de campaña no fue fácil.
El asturiano observa a sus jugadores en el Allianz.L. BRUNOAP
El equipo se bloqueó en efectividad y marcó uno de los peores datos de Europa, lejos de lo que se esperaba una plantilla como la del PSG. Derrotas en Champions que dolieron como ante el Atlético y el Liverpool, y un trabajo que consistió en «recuperar la confianza generando hábitos de juego».
A eso se sumó el factor generosidad de un grupo que se destapó como solidario. Luis Enrique había buscado en el mercado el talento en jugadores de menos de 25 años con tanta calidad como hambre. El portugués Joao Neves, la perla francesa Douré o el ecuatoriano William Pacho, por el que se arqueó la ceja en las gradas cuando se pagaron 40 millones por su llegada. Sin protagonismos excesivos, ensamblaron, y a ellos se sumó en enero la guinda: el georgiano Kvaratskhelia. En total una inversión de 220 millones pero con mucho crecimiento. «He visto esta temporada todo lo que quería mejorar. Me he maravillado», confesaba Luis Enrique hace unos días, con la mirada ya puesta en la final de esta noche.
La bandera de Xana
Quizá por eso a mitad de enero el asturiano se atrevió a verbalizar un sueño que va incluso un poco más allá de hacer historia en el fútbol francés. «Recuerdo una foto que tengo increíble con mi hija en la final de la Champions en Berlín, después de ganar, clavando una bandera del FC Barcelona al campo. Tengo el deseo de poder hacer lo mismo con el PSG. No estará mi hija, no estará físicamente, pero estará espiritualmente, y eso para mí es muy importante», contó el entrenador sobre Xana, de donde nace parte de su fuerza.
Contará con la ayuda de estos jugadores jóvenes a los que Luis Enrique ha inoculado o estimulado el gen ganador. Estarán sobre el césped cuando arranque el partido en el Allianz Arena y muchos lo harán por primera vez en sus carreras. En una final de Champions sólo tienen experiencia Lucas Hernández y Marquinhos. Los dos en la misma: en Lisboa en 2020. El francés la ganó con el Bayern y el brasileño, único superviviente que sigue en el PSG, la perdió abriendo una herida que no cicatrizado. Han sido semifinales en las que se ha tropezado una temporada tras otra pese a la inversión de más 2.000 millones en fichajes. La Champions es la desea y si Luis Enrique la consigue, conquistará París.