En 2018 se reabrieron las salas de cine, aunque siguen censuradas temáticas como la homosexualidad o el empoderamiento femenino. “Antes quienes tenían dinero alquilaban proyectores en casa”, cuenta un joven saudí
Es sábado, festivo en Arabia Saudí, y hay colas en el cine Muvi del centro comercial The View. Grupos de jóvenes se deciden entre ver la última comedia romántica de Jennifer López, Avatar o la terrorífica Megan, los últimos estrenos de Hollywood. En la cartelera también hay películas egipcias y kuwaitis y la infantil El Gato con Botas. Nada raro si no fuera porque hay dos generaciones de saudís que no pudieron ir al cine hasta 2018. Con una población de 31 años de media y siete millones de habitantes, los cines estuvieron prohibidos durante 40 años.
El wahabismo, la corriente más radical del Islam que censura toda expresión artística, impuso en 1979 su control prohibiendo la producción y exhibición de películas, la música e incluso sacando a las mujeres de la televisión y las fotografías de los periódicos. Centrados en cumplir a rajatabla los preceptos de la religión, el ocio en público desapareció. “Quienes tenía dinero alquilaban los proyectores y reunían en sus casas a toda la familia. Salían un viernes por la noche para juntarse 50 personas”, cuenta Mohammed Alrasheed a EL MUNDO. “Desde 1995, mi generación ya no veíamos sentido a ver las películas como si fuera por televisión. Teníamos otras necesidades”.
Los hijos de aquellos que nunca pudieron ir al cine, o tenían que viajar a otros países cercanos para asistir a una proyección en pantalla grande, ahora acuden en grupos de amigos y chicos y chicas pueden estar juntos en la misma sala, aunque al inicio de la apertura se intentó segregar a las mujeres en salas familiares. “Los más conservadores ni suelen mezclarse, pero hay gente con la mente más abierta y de ideología más relajada que van juntos”, explica este joven. Pagan de media unos 17 euros y tienen opciones poco habituales en Europa, como asistir con bebés o reservar una sesión privada para familiares, uan forma de atraer a los más mayores acostumbrados a ese formato. También, para aquellos que siguen a rajatabla los preceptos religiosos, hay salas de oración, por el horario de rezos, que varía, coincide con las películas.
Producción propia y un festival
Aunque hay generaciones perdidas que ya no pisarán una sala por falta de hábito, Arabia es el décimo importador de películas extranjeras. La primera que se exhibió en 2018 fue Pantera Negra, del universo Marvel, y la primera que se rodó rompió esquemas: dirigida por una mujer, Haifaa Al-Mansour, La Bicicleta Verde cuenta la historia de una niña que quiere ganar un concurso de recitado del Corán para comprarse una bici y competir con un amigo. En diciembre de 2021 se celebró la primera edición del Festival de Cine del Mar Rojo, en Yeda, donde la alfombra roja reunió una amalgama de vestidos de fiesta y abayas.
Sin embargo, el aperturismo que oxigenado al vida de los jóvenes tiene límites. En Arabia están prohibidas las película de temática LGBTI+ y se censuraron filmes familiares como Ligthyear o Onward por exhibir un beso lésbico y un matrimonio homosexual.
La música también ha dado pasos al frente. Se puede escuchar en directo en muchos locales del moderno Riad, “e incluso hay saudís que están montando bandas de tecno, rap y rock con influencia occidental”, explica Mohammed. Cada año, desde hace tres, se celebran dos festivales: XP Music Futures y el Soundstorm, de música electrónica, alabado hasta por David Guetta. “Esto nos gusta a los jóvenes, porque la generación de los 60 y 70 sigue con la música tradicional”.