3-3 en el Camp Nou
El equipo azulgrana, sobreexcitado y condicionado por sus errores defensivos, sólo puede arañar un empate gracias al doblete de Lewandowski (3-3).
Hipotecó el Barcelona su futuro para no malvivir en el presente. Pero el fútbol, implacable, duro, acostumbra a castigar a quienes corren con los ojos vendados. Quizá porque el éxito nunca debió ser un fin, sino una consecuencia. El equipo de Xavi Hernández, que propuso corazón el día que sólo podía salvarle el fútbol, que se abrazó cuanto pudo a los remates de Lewandowski, sólo pudo arrancar un empate frente al Inter que le deja otra vez a un paso del subsuelo de Europa. Ter Stegen, al menos, evitó la eliminación definitiva en el 95. Los azulgrana tendrán que ganar a Bayern y Plzen, y esperar a que el Inter tropiece dos veces.
París, Turín, Liverpool, Lisboa o la misma Barcelona. Qué más da. Cualquier escenario parece apropiado para que el club azulgrana muestre su sufrimiento. Y con Piqué y Sergio Busquets, claves con sus errores, como cordón umbilical con el pasado. Cambian los dirigentes y los aplaudidores; las leyendas se relevan en el banquillo (de Koeman a Xavi) y en el campo (de Messi a Lewandowski). El camerino se renueva a golpe de palanca. Pero el club no logra liberarse de su pasado.
Dembélé desconcierta porque es un futbolista absurdo. Nadie le entiende. Ni sus rivales, ni sus compañeros, ni su entrenador. Quizá ni siquiera él mismo se entienda. Tantos años callado, tantos años ausente, y ahora se mete en broncas con los más pendencieros. Tanto tiempo sumergido en su enigma, pero empeñado ahora en ser el líder futbolístico, y también emocional, de un Barça que imploraba coherencia. Mal asunto.
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Palancazo al suicida Xavi
Mientras la mirada del hincha se centraba en una diablura de Raphinha en el rincón y en el posterior centro de Sergi Roberto, Dembélé corría en busca de la gloria. Tanto que ningún defensor pudo controlar su llegada al área pequeña, donde al francés, después de rematar en boca de gol, sólo le quedó meterse él mismo dentro de la portería.
Lo único que conectaba al Barcelona con Europa era esa misma sobreexcitación de Dembélé. Lo demostraba el Camp Nou, intimidatorio. O Gavi, que daba puñetazos al suelo cuando algo no le salía. O el propio Raphinha, que además de percutir y dejarse el pellejo en la presión, aprovechaba cada saque de esquina para pedir más fuego.
Ante el incendio del escenario se corría el grave riesgo de que los cables de la cordura acabaran fritos. Así fue. Y eso que Xavi trató de ofrecer soluciones ante el dispositivo defensivo de Simone Inzaghi. Ubicó el técnico azulgrana a Pedri lo más cerca que pudo del área, ahí donde pudiera tener más incidencia. Para ello dibujó un 3-4-3 en rombo. Los interiores, sin embargo, tampoco tuvieron esta vez peso a la espalda de los centrocampistas del Inter. Y el trío defensivo, liderado por un Piqué crepuscular, mostró un sinfín de agujeros ante las acometidas del Inter, casi todas peligrosas. Eric García y Marcos Alonso miraban al cielo en busca de respuestas.
Rabia e inconsciencia
Antes del gol de Dembélé el Inter lamentó un remate al larguero de Dzeko tras una falta lateral (nadie lo siguió) o un tres contra uno mal resuelto por Dumfries. El Barcelona, todo rabia e inconsciencia, aprovechó un nirvana en el tramo final del primer acto para tomar ventaja. Aunque aquello no fue más que el latigazo de la descarga.
Porque Piqué, hundido en su área, dejó pasar un centro sin reparar en que Barella marcaría solo a su espalda. Y porque Busquets perdería un balón en el centro del campo antes de que Lautaro atrapara el segundo gol del Inter.
Los azulgrana, ante un Onana hecho un flan, no quisieron rendirse. Lewandowski, que todo lo remató, cazó el empate otra vez en la nada. Gosens aprovechó otro despiste de Piqué para tomar el 2-3, aunque el orgullo del delantero polaco llevó la noche a un empate que nada cambia. Si acaso, retrasa y alarga el dolor.
Este Barcelona nada cuerdo discurre a trompicones por los mismos laberintos creados por Cortázar en Rayuela: “El absurdo es que no parezca un absurdo”.