En una carrera de F1 hay que tomar centenares de decisiones. Cuantas más de ellas sean las correctas mayores opciones de que la tarde termine bien. En Spa hubo ayer algunas que resultaron decisivas. La primera hubo que tomarla antes incluso de que comenzase la carrera. Había que apostar por si iba a llover o no. El pronóstico parecía bastante claro el sábado, pero, dentro de la certeza de que llovería, había que determinar cuánto y durante cuánto tiempo. ¿Por qué? Porque de tu decisión dependería la carga aerodinámica que tendrías que colocar en tu monoplaza. Si piensas que va a haber mucha lluvia, le pones más carga para tener un coche más estable en curva y frenada a costa de perder velocidad punta en las rectas. Si crees que no va a llover tanto, quitas carga aerodinámica y sabes que en las rectas vas a volar a costa de tener un vehículo más inestable.
Esa fue la primera decisión que algunos acertaron y otros erraron. Llovió menos de lo previsto, a pesar de que el comienzo de la carrera se retrasó una hora, pero cuando esta empezó ya no llovió más. El error de los que pusieron mucha carga y apostaron por la lluvia es que se olvidaron de valorar la tendencia que tiene dirección de carrera (especialmente en Spa) de retrasar las salidas hasta que la visibilidad sea casi perfecta. Durante su reunión previa, los pilotos se quejaron y el director de carrera sobreactuó. Lanzó el pelotón tras el coche de seguridad y cuando lo retiró, la pista ya estaba parcialmente seca.
La F1 tiene un problema grave con la lluvia. Para empezar, que existan neumáticos de lluvia extrema es algo absurdo porque cuando se utilizan, su capacidad de evacuar 80 litros por segundo hace que la visibilidad sea incompatible, en la mayor parte de los casos, con la posibilidad de seguir compitiendo. Antes que poner un neumático de lluvia, el azul, se empieza con el coche de seguridad o no se empieza. La FIA lleva meses estudiando y probando artilugios para reducir el spray que producen los monoplazas, pero hasta ahora todas las opciones han sido descartadas.
En algunos casos se es más permisivo, como en Silverstone, pero se producen situaciones peligrosas y los pilotos se quejan. El paso siguiente siempre es la sobrerreacción. Está claro que Spa es un escenario de terribles recuerdos. Allí en 2019 se produjo en F2 el desgraciado accidente en el que perdió la vida Anthoine Hubert. Años más tarde, en 2023, llegó la muerte de Dilano van’t Hoff en la FRECA. Ambos accidentes con los mismos ingredientes: lluvia, poca visibilidad e impacto entre dos coches en el que uno de ellos recibe el golpe de forma lateral.
Mucha gente se acuerda en estos casos del pasado. De la F1 de antes en la que se corría siempre y en cualquier tipo de condiciones. Donde la valentía, el coraje o la imprudencia decidían la suerte. Sin embargo, es un error. Ni los coches de Fórmula 1 de hoy son iguales que los de aquellos días, ni la aceptación social de las tragedias innecesarias son parecidas a las de hace cuarenta años. Como dijeron el viernes en esa reunión de pilotos en Spa, “es mejor no correr que decir después lo siento”.