Una mujer con sombrero y una pistola en la mano aparece tatuada en la espalda del Chimy Ávila. Es su madre, a la que el jugador de Osasuna llama la Guerrera. Su guerra fue la de criar a nueve hijos en Empalme Graneros, un barrio industrial al noroeste de Rosario golpeado por las inundaciones, las drogas y las balaceras. La piel del delantero argentino es, pues, el retablo de una historia de supervivencia, la de un adolescente que, de no ser por la pelota, podría estar en la cárcel o muerto, como buena parte de aquellos con los que jugaba en el potrero. Después de ver a su hija, un bebé, renacer mientras estaba arrodillado junto a su cama, o de perder a su sobrina, de un año, a tiros, junto a su cuñado y a la mujer de éste, Luis Ezequiel Ávila, el Chimy, busca cada remate como se busca una prueba de vida, desesperadamente.
La mirada del búho de ojos rojos, inyectados, que aparece de frente en su cuello, pretende ser la misma con la que observa la portería. Para los defensas del Madrid será clave distinguir entre una y otra, mañana en La Cartuja de Sevilla, en la final de Copa. Es uno de sus últimos tatuajes en una parte del cuerpo que quedaba libre.
Los animales tienen su significado: los leones o el gorila protegen al jugador y a sus familiares; la jirafa le da suerte. Una especie de selva emocional donde los más fuertes custodian a los que más quiere. Los nombres de sus dos hijas, Elueny y Shoemi, aparecen en las manos, pero también sus caras en las piernas. Jazmín, su sobrina asesinada, en la base de la espalda. En el pecho, de lado a lado, se lee el nombre de su mujer, María, a la que conoció cuando tenía 15 años y el jugador, 17. En una de sus piernas, Gastón, su hermano futbolista.
como el chimichurri
Poco antes del divorcio de sus padres, el progenitor dijo que el pequeño era como la salsa chimichurri, la explosión de sabores que acompaña a los asados. Desde entonces, es el Chimy, aunque en Pamplona han adaptado el apodo para llamarle ‘Tximist’, rayo en euskera. Los dos se ajustan al futbolista, de 29 años, cuya vida ha sido como el chimichurri, una explosión, pero de emociones.
«Yo he llevado armas a la cintura y piensas que eres un superhéroe. Y no, no eres un superhéroe y tampoco eres dueño de la vida de nadie», explicó el Chimy en un relato sobre su vida a la revista Panenka. En el ecosistema de las villas argentinas, es lo habitual. El fútbol le apartó poco a poco de la senda por la que se despeñaba buena parte de sus amigos. Iba a entrenar descalzo o a lomos del caballo de su abuelo, al que dejaba atado fuera del campo. La evolución le hizo llegar a la reserva de Boca Juniors e incluso le trajo, todavía como adolescente, a España, en concreto al Espanyol de Mauricio Pochettino. Verde todavía para el primer equipo, regresó a Argentina, a Tiro Federal.
Falsa denuncia
La acusación de un robo por su propio club supuso su primer revés. Apenas tenía 19 años. Dejó el fútbol, recogió cartones y se empleó como albañil. En su peor momento, nació su hija Elueny y, a los pocos días, le comunicaron que padecía una grave infección respiratoria y que su supervivencia era prácticamente imposible. El Chimy se pasó semanas rezando en el hospital e hizo una promesa: «Me arrodillé en la punta de la cama y empecé a llorar. Le dije a Dios: ‘Si salvas a mi hija, cambiaré mi vida’».
La pequeña salió adelante y el episodio cambió su vida, dotada de un contenido místico que a partir de ese momento trasladará a su piel. Buscó un nuevo preparador, gracias a las ayudas del sindicato de futbolistas argentinos, y alternó las sesiones con el trabajo en la obra. En la primera prueba, con la reserva de San Lorenzo, el equipo filial, volvió al fútbol. Poco después acabó la investigación del presunto robo en su anterior equipo. Era inocente.
El rendimiento del Chimy en San Lorenzo no pasó desapercibido para alguien que había vuelto a su país. Se trataba del portero Leo Franco, ex del Atlético. Compartió partidos con el Chimy antes de retirarse, pero poco después decidió volver a la actividad en el Huesca. Puso sobre aviso a Petón, propietario del club, que después de verlo en un partido, lo tuvo claro. En 2017, logró su cesión y la prolongó una temporada más. Rubi, actualmente en el Almería, no lo puso como titular inicialmente, pero observó su potencial y trabajó para lograr su adaptación. «Supo ayudarme a controlar mi ira», admite el Chimy.
«Es un hombre de códigos, siempre de frente, que sabe lo que tiene y lo que le ha costado», recuerdan quienes compartieron vestuario con el argentino en Huesca, donde se ha comprado una casa y es considerado uno más en la ciudad. La primera vez que decidió convocar a aficionados para firmar autógrafos, lo hizo en una carnicería.
La llamada de Messi
Osasuna fue el club que decidió acometer su fichaje, en 2019, después de que el Huesca perdiera la categoría. Empezó como un trueno, con 11 goles en 22 partidos. El Chimy no podía creer las llamadas y whatsapps recibidos. Eran de Leo Messi. El Barça buscaba un delantero barato y el número uno le señalaba. Entonces llegó el estadillo de su rodilla: rotura del ligamento cruzado. Llegaron más whatsapps de jugadores, como Sergio Ramos. Ninguno más de Messi. El Barça fichó a Braithwaite, del Getafe.
La lesión sacó al Chimy de los campos, la pandemia lo encerró y, cinco días después de ser operado, el asesinato de sus cuñados y su sobrina, a los que ametrallaron desde una moto, hundieron a toda la familia: «La única que pudo viajar fue mi mujer, que tuvo que vestir a la sobrina de un año dentro del ataúd, además de a su hermano». El nombre de esa niña está grabado en la piel de quien golpea el balón de la misma forma que respiran los supervivientes.