Memphis y Savic serán también baja para el duelo ante el Osasuna mientras Simeone no quiere echar la vista atrás sobre la entrada del inglés sobre el argentino.
Simeone en la sesión de entrenamiento en el Cerro del Espino.Rodrigo JimenezEFE
Torcía el gesto Diego Simeone cuando le preguntaban, de nuevo, acerca de la entrada de Bellingham sobre Correa. Era una acción del juego, que para él debió sancionarse con una tarjeta roja, pero que ha terminado con el argentino con un esguince de rodilla y una baja prevista de tres semanas. “Estoy pensando en Osasuna, lo que quedó atrás, quedó atrás”, despachaba el técnico para empezar una disección del conjunto rojillo.
Y es que Correa, pese a la polémica suscitada al ser un derbi contra el Real Madrid, ‘solo’ era un contratiempo más en la planificación de Simeone. Dos más se han sumado a la lista de bajas del Atlético de Madrid.
Memphis, recién retornado de una lesión muscular que le había tenido parado desde la tercera jornada de Liga, sentía un pinchazo en el sóleo en la última jugada del entrenamiento del martes. Lesión que podría tenerle hasta un mes apartado de los terrenos de juego. De nuevo los últimos momentos, castigaban al conjunto del Cholo.
Memphis y Correa son el yin y el yan en la plantilla rojiblanca. Mientras el holandés ha estado más tiempo de baja que en los terrenos de juego desde su llegada en el mercado invernal de este mismo año, el argentino apenas ha tenido cuatro lesiones en los nueve años desde que fichó por el conjunto colchonero.
La otra baja que se suma a las de Barrios, Lemar, De Paul, Reinildo y Söyüncü es la de Savic, que sufrió también una sobrecarga muscular en la sesión del martes. Mientras Memphis está descartado para Pamplona, el montenegrino es duda para la convocatoria, pero no está completamente descartado. “Trabajamos para tener la mayor cantidad de futbolistas disponibles para jugar”, explicaba Simeone.
Las lesiones musculares son el talón de aquiles del Atlético de Madrid, pero también de otros grandes clubes europeos que juegan más de 70 partidos anuales. “Criticando no vamos a conseguir que esto cambie”, contaba el Cholo en rueda de prensa y pedía un trabajo conjunto de recuperadores, fisioterapeutas y psicólogos para preservar la salud de los futbolistas.
Osasuna será la siguiente piedra de toque del Atlético de Madrid, una piedra en la que Simeone quiere conservar el “espíritu” que se vio en el derbi porque, y el Cholo lo sabe más que nadie, “la regularidad es lo importante”.
Quienes la están teniendo en los últimos partidos son Saúl y Lino. Simeone alababa su “humildad” y su “trabajo” así como la “confianza” que están mostrando desde que son titulares. Carrasco parece, cada vez más, un recuerdo y no una pérdida para el conjunto colchonero. “No buscamos un nuevo Carrasco”, decía el entrenador sobre Lino. Pues, por su aportación en defensa y en ataque, parecen haberlo encontrado.
Tenía razón Simeone. La eliminatotia estaba en manos de Dios, y Dios, como decía su compatriota Borges, no admite sobornos. Ninguno los cometió, entregados Atlético y Madrid a un derbi agonístico, sostenido el primero sobre un gol al alba, a los 29 segundos, sobrepuesto el segundo a la atmósfera del Metropolitano, al balón a los cielos de Velázquez lanzado por Vinicius, incluso a sí mismo. A Dios le tocaba elegir, no castigar, en el te quiero, no te quiero de los penatis, pero el resbalón de Julián Álvarez ante la suerte suprema tiene algo de castigo. El Madrid avanza, pues, a cuartos de la Champions como si caminara sobre las aguas, sin resbalarse, porque Dios viste de blanco. [Narración y estadísticas (1-1, 2-4)]
A Rüdiger correspondió el penalti decisivo, el último, después de que marcaran sus pesos pesados, Mbappé y Belligham los primeros, con un Vinicius fuera, que ya había fallado en el mismo lugar. Tiene Champions para corregirse. Marcos Llorente envió antes de Rüdiger al palo. El fatalismo se repetía para el Atlético y para Simeone, que gritaba a los suyos que levantaran la cabeza. Estaban eliminados pero estaban de pie.
Ese Madrid inyectado había salido al césped del Metropolitano como se sale del servicio del cine cuando la película está a punto de empezar. Siempre queda algún botón por abrochar. Mal asunto. Lo que le esperaba no era una comedia, precisamente. En 29 segundos, estaba en pelotas, lo que tardó el Atlético en desnudarlo, de la bragueta a la camisa. La eliminatoria empezaba de nuevo, igualada, en el minuto uno.
Los excesos y el absurdo
El balón transitó entre los futbolistas del Atlético como si derribara fichas de dominó, fichas blancas: Asencio, Valverde, Courtois. A Gallagher correspondió el remate final, en un cuerpo a cuerpo con el belga. Era como una señal del destino, puesto que el inglés había sido una de las dos novedades escogidas por Simeone en el once. Reinildo, la segunda, para armar una banda izquierda nueva con respecto a la ida en el Bernabéu. Por ese lugar recibió el golpe en la ida, muy temprano. Lo devolvía mucho antes, sin que el Madrid se hubiera abrochado todos los botones.
Simeone ni se inmutó en la banda, lejos su hipercólera. Esto es muy largo, pensó, entre expectante y sorprendido. En su mente anidaba la pregunta de qué hacer frente a un escenario inesperado, al menos tan pronto. Nunca sabremos cuál era su hoja de ruta si el Atlético hubiera tardado más en igualar la eliminatoria. Ahora estaba más claro, porque la situación regresaba a su terreno, a la cueva donde nadie juega a las sombras como el argentino. Le encanta intervenir, decidir sobre lo que acontece en el campo, manejar los tiempos de los partidos. A veces hasta el exceso, y los excesos conducen al absurdo.
El Atlético se replegó, huyó de la presión alta para proteger el tesoro e impedir correr al Madrid. Si lo hace, hay que jugar con la pelota y el crucifijo. Una vez pudo hacerlo, una, y Mbappé puso a Oblak en el paredón. El penalti de Vini se fue al cielo.
Julián Álvarez, en el penalti que fue invalidado por el árbitro.AP
Al Madrid le quedó inicialmente la posesión, pero la posesión sin profundidad es un ejercicio estéril, como el amor sin sexo. En el fútbol español hemos conocido las dos versiones. El ataque posicional no dio frutos a los blancos en un primer tiempo en el que apenas sacaron un disparo de Rodrygo. Nada más. Poco. Poquísimo. Mbappé, desesperado, escapaba del área a los medios para tocar el balón y sentir que estaba en el partido.
El peligro lo generaba el Atlético, porque a su excelente organización defensiva añadía más intensidad en las disputas que se producían en las transiciones, con la excitación justa. Encontrarla era básico para los rojiblancos, en una atmósfera muy cargada, como sucede en los derbis del Metropolitano. No estábamos ante un derbi cualquiera. Igualar la eliminatoria tan pronto se lo permitió. Lo contrario los hubiera desquiciado.
Sin necesidad de desguarnecer sus líneas, con muchas precauciones por parte de Marcos Llorente y Reinildo, habituales en los despliegues, los jugadores de Simeone consiguieron llegar al área de Courtois y provocar que apareciese la mejor versión de Julián Álvarez, voraz para cargar la pierna desde cualquier lugar y disparar, incluso para intentar dos veces seguidas el gol olímpico. Sabe que es una estrella, sabe que quiere ser un número uno y sabe dónde ha de conseguirlo. Era un partido señalado. Julián Álvarez le ha ofrecido a este Atlético, donde vemos la versión otoñal de Griezmann, un vértice de calidad extrema, en el gol y en mucho más.
Cambios de riesgo
El Madrid debía elevar la presión y la movilidad para poder encontrar las ocasiones. Lo hizo tras regresar del descanso, sin que el Atlético cambiara su plan, salvo en los primeros minutos. Eso es muy del Cholo, un arranque a fuego y después el repliegue a la espera de la carroña. El factor sorpresa a veces funciona. Lo hizo en el primer tiempo. Después, no.
Ancelotti se había inclinado por Modric como titular, porque el partido pedía galones, temple, sabiduría. Sin embargo, la celda del Atlético le obligaba a mover los barrotes con energía. Camavinga saltó para ocupar el lugar del croata, pero a la vez se retiraba del campo también Tchouaméni, Valverde pasaba al centro y Lucas Vázquez ocupaba el lateral. Cambios de riesgo. Poco tiempo después, Brahim, en busca de las acciones de uno contra uno para superar piezas hasta entonces infranqueables.
La única vez que el Madrid lo había logrado fue por un error ajeno, de Griezmann, en su área. Pudo entonces correr, aplicar su manual, para conectar con Mbappé, único en los movimientos en ese lugar. Lenglet lo derribó. Con muy poco, Vinicius estaba ante los 11 metros, ante la puerta de Oblak como si fuera la puerta de la gloria. Volvió al purgatorio.
A la prórroga llegaron ambos entre el cansancio, las lesiones, como las de Mendy o De Paul, y el miedo. El Atlético ya no contaba con Giuliano, una dinamo que genera y genera energía, ni De Paul, pero aparecía el factor Correa. Un control de cirujano tras un envío de Oblak, de costa a costa. Insuficiente para tumbar al vigente campeón.