Desde el anuncio de su renovación hasta 2026, Fernando Alonso sólo ha sumado nueve puntos en las tres últimas carreras. Su peor balance con Aston Martin desde el pasado septiembre, cuando tuvo que conformarse con seis en Monza, Singapur y Suzuka. La inercia del equipo, quinto en el Mundial con poco más de la mitad del botín de Mercedes, se antoja tan delicada como la de las Flechas de Plata, relegadas de la lucha por los podios por McLaren y Ferrari. Aunque lo preocupante de este declive paralelo es que no debe achacarse a la casualidad, sino a una suma de razones técnicas que vienen hilvanando, para lo bueno y para lo malo, su destino.
Hace apenas un año, Alonso se quedó muy cerca de su tercera victoria en el GP de Mónaco, que terminaría escapándose por culpa de las cambiantes condiciones atmosféricas y la velocidad de Max Verstappen. Ayer, tras renunciar al programa de mejoras aerodinámicas, apostando por una configuración menos ambiciosa pero con la que se siente más confiado junto a los muros, el asturiano rodó a sólo 18 centésimas de Charles Leclerc, autor del mejor crono del día (1:11.278).
El trazado más lento del Mundial no servirá para extraer conclusiones definitivas sobre el paquete estrenado en Imola. Tampoco la próxima cita del calendario en Montreal. Sin embargo, Aston Martin necesita comprender cuanto antes el comportamiento de su monoplaza, que la pasada semana se mostró demasiado errático en la clasificación y sin ritmo durante la carrera. Unas carencias calcadas a las de Mercedes, la escudería que le suministra la suspensión trasera y la caja de cambios.
Desde el inicio del Mundial, el equipo dirigido por Toto Wolff viene arrastrando deficiencias estructurales que representan una herencia envenenada para Alonso. Mercedes no encuentra un equilibrio entre la parte trasera -que sobrecalienta los neumáticos- y la delantera -que no logra ponerlos en temperatura-. De igual modo, Aston Martin sufre una tremenda degradación en las gomas de atrás y falta de equilibrio en la parte delantera, que se traduce en un demoledor subviraje. Mantenerse en la trazada ha resultado casi una heroicidad para Lance Stroll y Alonso.
El canadiense reiteró ayer sus quejas sobre el comportamiento nervioso del AMR24 en los virajes y sus agobios para tomar los pianos. Un sentimiento compartido por Alonso, que venía de probar muchas novedades en Imola. «Tenemos que seguir trabajando en el equilibrio del coche», sentenció el doble ganador de las 24 Horas de Le Mans, absolutamente consciente de la situación. En la tarde de ayer, con el alerón delantero viejo y un trasero específico de alta carga aerodinámica, exhibió su voracidad de siempre (1:11.753), con seis centésimas de margen sobre Verstappen.
La propia naturaleza de estos monoplazas hace que al añadir carga, con la que se mejora el paso por curva, la conducción se vuelva mucho más crítica. De sobra lo saben en Mercedes, donde Hamilton lideró ayer los primeros libres (1:12.198) y únicamenteentregó 18 centésimas por la tarde ante Leclerc. El heptacampeón montaba un ala delantera antigua, mientras George Russell, tercero y décimo, sí contó con el nuevo paquete.
El pasado domingo, tres horas antes de la salida en Imola, Aston Martin intentó ofrecer explicaciones. Tom McCullough, jefe de rendimiento, tuvo que componer su mejor sonrisa en el hospitality ante la docena de preguntas que se le venían encima. Como la tarde iba a terminar igual de torcida, con Alonso último bajo la bandera a cuadros, Mike Krack debió admitir lo evidente. “El coche es difícil de conducir”, dijo el team principal. Las actualizaciones aerodinámicas habían supuesto un pequeño paso en cuanto a rendimiento, pero también habían llevado a la grava al asturiano. Y aquel accidente durante la FP3 representa un feo precedente en Montecarlo.
Pese a la millonaria inversión de Lawrence Stroll y el febril trabajo en la fábrica, lo cierto es que Aston Martin necesita un golpe de timón. En primer lugar, para mantener encendida la llama de Alonso, ya que el ovetense siempre precisa un proyecto competitivo (y si no se lo aseguran, nadie sabe lo que sucedería con su contrato). En segundo lugar, para deshacerse de esta engorrosa herencia de Mercedes. En condiciones normales, pese a las evoluciones estrenadas en Imola y Miami, las Flechas de Plata siguen a siete décimas de Red Bull.
Miguel A. Herguedas MadridInfografia Emilio AmadeInfografia Álvaro MatillaActualizado Miércoles,
24
enero
2024
-
00:55A la espera de la homologación de...
El 15 de junio de 1988, tres días después de la derrota de Holanda ante la URSS (0-1), el diario De Telegraaf publicaba, bajo el título Una camiseta extraña, un suelto en su cuarta página, inserto en la sección de sociedad, que arrancaba así: "Los futbolistas son muy supersticiosos, ¿verdad? Bueno, entonces ya sé por qué perdimos contra los rusos: nuestras camisetas no estaban a la altura. Un débil color naranja con cuadros y rayas blancas. Las llaman 'alambre de pollo' y 'mierda de pollo'. (...) En los años 50, Abe Lenstra y Faas Wilkes jugaban con un naranja nítido, pantalones blancos y medias azules. Johan Cruyff y los suyos, con una camiseta naranja, pantalones negros y medias naranjas. ¡Y ahora esto!" Apenas 10 días más tarde, poco antes de saltar al césped para disputar la final de la Eurocopa, Ruud Gullit aún miraba con recelo la equipación de Adidas. Y no era el único. La mayor parte del vestuario compartía la opinión de su capitán. John van' t Schip, extremo derecho del Ajax, lo había dejado claro ante la prensa: "Parecemos peces dorados. Pero mientras sigamos ganando, la mantendremos".
En realidad, ni uno de los futbolistas de la Oranje dudaba de la victoria en el Olímpico de Múnich. Sería la revancha ante los soviéticos, sus verdugos en el debut. El viernes, víspera de la final, la expedición al completo, encabezada por Rinus Michels, había acudido a un concierto de Whitney Houston. La charla previa del seleccionador, según confesaría años más tarde el propio Gullit, resultó más bien una súplica: "Necesitaba tener la mente en otra cosa, pero ahora que estamos aquí, por favor, mantened la concentración y ganad el partido". No fue el éxito del fútbol total, ni de la Naranja Mecánica. Holanda conquistó la Eurocopa de 1988 gracias a la voluntad y la determinación. Lo hizo con la camiseta que sus estrellas detestaban. La que les habían proporcionado desde la odiada Alemania. La joya de la geometría que hoy ocupa un lugar de honor en la historia del diseño futbolístico.
Ina Franzmann apenas sabía nada de balones cuando en 1984 fichó por Adidas como asistente de diseño. Su formación y su bagaje profesional previo se remitían a la alta costura. Sin embargo, pronto empezó a cautivar a los altos mandos de Herzogenaurach, atrapados por entonces en uno de los momentos más críticos para la compañía. Mientras Horst Dassler se debatía entre llevarse o no la producción a Extremo Oriente, Nike y Reebok ganaban posiciones. Y mientras Hummel presentaba en el Mundial de 1986 la camiseta de Dinamarca, la primera con un estampado gráfico completo, los creadores de Dassler seguían instalados en el conservadurismo. Quizá por eso fue el mismo Horst quien dio la orden de que la camiseta de Alemania para la Euro'88 incorporase, por vez primera, los colores de la bandera.
La influencia del tenis
Aquel encargo pasó de inmediato a manos de Franzmann. Su departamento apenas contaba con cuatro personas, pero también asumiría la petición holandesa. "Manejábamos distintas opciones y pensamos en qué selección encajarían", explicó Jürgen Rank, por entonces un aprendiz, hoy jefe de diseño en Adidas. Para Holanda quedaría la detonación de motivos geométricos, técnicamente bautizados Ipswich Template, en honor al club de la Premier League, uno de los 29 equipos que aquel año se animaron con ella. También la URSS, aunque en los dos duelos directos frente a los campeones vistiese otra versión en blanco bañada de clasicismo. "Si hoy asumes una decisión tan extrema, la gente enloquecería en las redes sociales" sostenía Rank.
En aquella época, Franzmann y su equipo trabajaban a mano, sin ninguna ayuda de ordenadores. Se trataba de una labor artesanal, pero con bastante libertad creativa y una evidente influencia del tenis. Porque Adidas nunca hubiese apostado por los rombos en la camiseta de Bélgica para la Eurocopa 1984 de no ser por el precedente de Ivan Lendl, que los lucía por cada Grand Slam desde 1982. De igual modo, los motivos abstractos de Stefan Edberg y Steffi Graff también terminarían llegando al césped unos años después.
El 9 de abril de 1987, unas semanas después de su 51º cumpleaños, la repentina muerte de Horst Dassler sumió a Adidas en el desamparo. Para comprender la influencia del patrón baste enumerar a quienes acompañaron a su viuda durante las exequias: Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, y Sepp Blatter, secretario general de la FIFA. Según los cálculos de Barbara Smit, autora de Hermanos de Sangre (LID, 2007), entre 1987 y 1992 la firma del trébol tuvo que despedir a casi la mitad de su plantilla (de 11.000 a 6.400 empleados). Durante ese mismo periodo, el catálogo de productos se redujo en más de un 60%. El nombramiento del joven René Jäggi como sucesor tampoco iba a aliviar la situación.
[embedded content]
Roddy Campbell, director de márketing, descubrió en los libros de cuentas que Adidas seguía entregando un millón de marcos anuales al seleccionador Franz Beckenbauer. Y que la principal obsesión de la cúpula directiva era convencer a los dos únicos clubes de la Bundesliga que aún no habían sucumbido a sus encantos. Por no mencionar los pagos regulares a uno de los hijos de Samaranch, sin que mediase ningún tipo de relación comercial entre las partes. Sobre este delicadísimo contexto se entiende mejor la relevancia de Franzmann en la historia de Adidas. Sin la explosión de su fabulosa creatividad en 1988, el gigante nunca habría mirado de igual modo hacia el futuro.
Desde el momento en que Marco van Basten giró su tobillo derecho, casi de espaldas a puerta, para conectar aquella fabulosa volea ante Rinat Dasaev (2-0), el Ipswich Template holandés se convirtió en referencia y fuente de inspiración. Un Santo Grial para los coleccionistas, fascinados por la combinación entre su majestuosa simetría y el impacto de los tonos naranja. En 2021, un experto en la materia llegó a identificar hasta seis ediciones diferentes, distribuidas en países tan remotos como Argentina, Irlanda, Japón, Alemania o Yugoslavia. Sus precios en el mercado oscilan entre 300 y 3.000 euros.
"Devolvednos nuestras bicicletas"
Su halo mítico se mantiene ajeno a las reticencias de los campeones, que veían en ella simples escamas. Pero es que aquella plantilla, más allá de la creatividad, fluidez y versatilidad de su juego, rara vez cumplió con lo que de ella se esperaba. "El mejor partido que jugamos, el del debut, lo perdimos. Nuestra peor actuación fue la final, pero ganamos, simplemente porque convertimos nuestras ocasiones. Los soviéticos jugaron algo mejor, así que era algo del destino que alzáramos el trofeo", declaró Gullit. La estampa de Hans van Breukelen apretando las clavijas a Igor Belanov antes de pararle un penalti dejó claro el carácter del equipo.
Holanda se manejaba muy bien en los otros registros del fútbol. Y contaba, para qué negarlo, con algún muerto en el armario. Van Basten, por ejemplo, meditó muy seriamente abandonar la concentración tras su primera suplencia, en favor de John Bosman; Van Breukelen se hizo famoso por su "¡Ojalá te mueras!" a Lothar Matthäus durante la turbulenta semifinal ante la RFA, donde Ronald Koeman tampoco dudaría en limpiarse el culo con la camiseta de Olaf Thon. Tras el 1-2 en Hamburgo, la euforia era tal que Gullit solicitó permiso a Michels para organizar una fiesta, a la que invitaron incluso a los periodistas. No sólo se trataba de la revancha por el Mundial de 1974. Era un clima de exaltación patriótica que amenazaba con echar abajo los pólderes.
"Los sobrios, sensatos, tranquilos y prudentes holandeses se volvieron completamente locos de alegría. Nueve millones organizaron la mayor fiesta que se había visto en el país desde la Liberación", escribe David Winner en Brilliant Orange: The Neurotic Genius of Football (Bloomsbury, 2001). Los más de 50.000 hinchas que invadieron Múnich para disfrutar de la final en directo gritaron hasta enronquecer: "¡Devolvednos nuestras bicicletas!" Era su peculiar desquite, cuatro décadas postergado, ante el terror nazi.
"Fue la equipación más fea de toda mi carrera"
Ruud Gullit
Tras aquellos cinco partidos, Holanda jamás volvió a lucir su fantasía en poliéster y algodón naranja. Durante la clasificación para el Mundial de Italia regresaría a un tono plano y sin ostentaciones. En cambio, Alemania sí dio continuidad al diseño de Franzmann. Y sobre su mítico estampado pudo bordarse la tercera estrella de campeona en el Olímpico de Roma. Todo gracias a una intermediación al más alto nivel. "Teníamos muchas ideas más, pero ninguna tan buena. Poco antes de que acabara la Eurocopa nos reunimos con Beckenbauer, quien propuso continuar con ella hasta el Mundial", relató la diseñadora.
A Michels, apodado El General, le traía al fresco la revolucionaria Ipswich. A Gullit, su capitán, más bien todo lo contrario. "Significa mucho para mí, porque nos ayudó a ganar el título, pero fue la equipación más fea de toda mi carrera", confesó en 2018 durante un evento organizado por Classic Football Shirts. Parecía como si en la memoria del Balón de Oro de 1987 aún perviviesen aquellos funestos presagios en De Telegraaf. "Estas camisetas de moda saldrán a la venta después del campeonato. Me parece bien, siempre y cuando nuestros futbolistas vuelvan a jugar con la patriótica naranja y azul. Quizá entonces ganen de nuevo".
Desde antes del comienzo del Mundial, Carlos Sainz se fijó el GP de España como una de sus prioridades. Una alegría para los 120.000 aficionados que abarrotarán el domingo las gradas de Montmeló supondría la mejor despedida con Ferrari. Y ese objetivo, por lo visto durante los dos entrenamientos libres, se antoja a la mano, porque el madrileño mostró el viernes una velocidad más que notable.
Mientras los incesantes comentarios sobre su futuro acaparan las conversaciones del paddock, Sainz acabó segundo en la sesión vespertina, a sólo 22 milésimas de Lewis Hamilton (1:13.264). Unas horas antes, sin recurrir al neumático blando, el ganador del GP de Australia ocupó la tercera plaza, a tres décimas de Lando Norris (1:14.228). Esa regularidad supone un síntoma más que alentador para un piloto como él, que acostumbra a plasmar desde primera hora sus buenas sensaciones al volante.
A la espera de cómo evolucionen las condiciones meteorológicas, con la amenaza de lluvia durante la mañana del domingo, las primeras conclusiones en Montmeló apuntan a una pugna muy apretada entre Red Bull, McLaren, Ferrari y Mercedes. Montmeló, el campo de pruebas más exigente del Mundial, examinará las actualizaciones de los favoritos.
La regularidad de Piastri
Por encima del resto, desde luego, habría que situar a Max Verstappen, vencedor de las dos últimas ediciones y con la moral alta tras su trabajado triunfo en Montreal. No obstante, el líder del Mundial se ha sentido bastante incómodo al volante del RB20 y durante la FP2 se quejó de subviraje: "Este coche no muerde". A su estela volverán a asomar Norris, líder por la mañana y a sólo 55 milésimas de Hamilton tras la pausa, y Oscar Piastri, cuya consistencia en las tandas largas ofrece pistas sobre la fortaleza de McLaren.
Mercedes, por su parte, pretende desbloquear el rendimiento de su W15, cuyo tremendo potencial ya quedó en evidencia hace dos semanas en Canadá. George Russell y Hamilton no montaron las gomas blandas por la mañana, pero su ritmo se antoja prometedor. Ahora queda por ver si los ingenieros de Toto Wolff dan con la tecla, porque la estrategia en Montmeló se antoja el factor clave.
El otro foco de interés apunta hacia la degradación de los neumáticos, especialmente en el delantero izquierdo. Ese parece el único asidero para Fernando Alonso, que ya ha avisado que la pelea por las posiciones de honor se antoja casi un imposible. A una vuelta, el objetivo real durante la qualy del sábado debería ser un hueco en la Q3. Durante la primera sesión, el asturiano acabó noveno, a 99 centésimas de la cabeza (1:15.222), mientras por la tarde ocupó la decimocuarta posición, a 82 centésimas de Hamilton (1:14.091).