Manchester City 7 Leipzig 0
El ariete noruego marca cinco goles en 57 minutos, iguala el récord de Messi y Luiz Adriano en la Champions, y corona la exhibición del equipo de Guardiola. El VAR abrió la noche en canal con un polémico penalti
Cuando nada parece tener sentido, el gol te mece. Te consuela. Te reconcilia con este juego en el que la fascinación es necesaria para seguir creyendo.
Bien pudo Erling Haaland haber salido del campo bramando. Había marcado cinco goles al Leipzig en 57 minutos, igualando así la gesta en la Champions de Leo Messi con el Barcelona en 2012 (Bayer Leverkusen) o de Luiz Adriano con el Shakhtar en 2014 (BATE Borisov). Pero, con media hora aún por delante, Pep Guardiola decidió retirar al noruego. Haaland suspiró. Sonrió. Y miró con orgullo hacia la grada del Etihad, donde los hinchas aplaudieron con la solemnidad de haber vivido un momento histórico, pero no por ello único. Porque el chico tiene 22 años. Y tiempo suficiente para construir una época.
El Manchester City de Guardiola, uno de los grandes aspirantes a conquistar esta Champions, alcanzó por sexta temporada seguida los cuartos de final. Lo hizo después de completar un partido espectacular e irreprochable. Porque está varios escalones por encima de un Leipzig sin el espíritu rebelde de la ida (1-1) y sin la intimidación del central Gvardiol. Y porque, esta vez sí, cuenta con un delantero especial, el mejor especialista del mundo, capaz de dar sentido al torrente de juego.
Haaland definió la eliminatoria con tres goles en el primer acto, para completar su memorable actuación con dos tantos más en el amanecer del segundo. El Leipzig se había quedado tendido en la zanja de la jugada polémica de la noche, resuelta por el VAR con el penalti que desgarró su moral. Y ahí permaneció el equipo de Red Bull, clavado como un espantapájaros. Todo había acabado.
Polémico penalti
Es cada vez más difícil entender el fútbol. Se ha llegado un punto en que los episodios determinantes de este deporte escapan a nuestra mirada, demasiado inocente para estos tiempos de cartón piedra, y que la realidad sólo se proyecta en diferido. El City aplastó al Leipzig con los cinco soplidos de Haaland, la diana de Gündogan y la puntilla final del revitalizado De Bruyne. Aunque, antes de todo eso, los locales encontraron un trébol de cuatro hojas.
Rodri y Henrichs saltaron. El pleno vuelo, y mientras el mediocentro del City dibujaba el gesto del testarazo, el cuero rozó el brazo derecho del defensa alemán. Lo tenía extendido, de acuerdo. Pero el toque debió ser como la caricia de la llovizna de Manchester, suave pero puñetera. Ninguno de los futbolistas reparó en la infracción. Tampoco el árbitro, el eslovaco Slavko Vincic. Quien sí estuvo al quite fue el colegiado español Alejandro Hernández Hernández, responsable del VAR en el Etihad, y que decidió exportar a Europa el delirio tecnológico habitual de la Liga española.
A partir de aquí, Haaland pudo reinar sin oposición alguna. Fue el noruego quien asumió la responsabilidad del penalti. Ya pudo el meta Blaswich acertar la dirección del tiro, que le sería imposible dar respuesta al martillazo seco del noruego. Haaland siguió corriendo como un loco. Y tiró de su don de la ubicuidad para completar el banquete. En el 2-0 tuvo tiempo de presionar al portero, asistir a De Bruyne, y acudir a tiempo al rebote. En su tercer gol, acudió a por la pelota cuando ésta desfilaba por la línea de gol tras remate de Rúben Dias. Tras el 4-0 de Gündogan, Haaland saltó más que nadie en su cuarto tanto para remachar con la izquierda; y, con la derecha, atrapó el póker.
Haaland se despidió con la mano bien abierta. Como si fuera el matamoscas con el que dominará el mundo.