Los ciudadanos anónimos, ajenos al fútbol, a la revolución que supone que Sevilla acoja la final de la Copa del Rey e incremente coyunturalmente su población en 100.000 personas, adquieren un carácter extraño, casi sospechoso. Allá donde uno se dirija, allá donde uno esté, la mirada se posa sobre los colores rojo y blanco, los del Athletic, que antes de iniciarse el partido ya gana en adhesión popular. Hasta los seguidores del Betis, con la sólida coartada de una plaza extra para la Liga de Campeones en caso de triunfo vasco, no dudan en mostrar sus simpatías hacia esa peregrinación de athleticzales, hasta 70.000, según algunas fuentes, que se han desplazado a Sevilla, en algunos casos cruzando el mapa de España de punta a punta por carretera, en moto, los más jóvenes y aventureros.
"¿Queda alguien en Bilbao?", se pregunta en voz alta Germán, un lugareño extasiado que merodea por la fan zone, cerca de la Torre Sevilla, a cierta distancia del estadio de La Cartuja, donde se disputa el partido. Allí se reunen todos aquellos que han querido estar en el lugar de los hechos, del acontecimiento, si el destino hace un guiño a su equipo después de 40 años, pero no cuentan con el privilegio de una entrada para contemplarlo en carne viva, enviando su aliento a un club que desde siempre teje lazos singulares con los suyos, de quienes le privó la pandemia en las dos últimas finales perdidas, ambas en un par de semanas, en la primavera de 2021.
Discretos, salpicados por la geografía de la ciudad con las identidades prestadas en el dorso de Muriqi, el capitán Raíllo o hasta el vasco Aguirre, el entrenador que les ha llevado a un lugar impensable en el comienzo de la temporada, los seguidores del Mallorca se sienten cómodos en su papel. "Mejor así", apunta Martín, un joven de planta serena, "donde se resuelven las cosas es en el campo, mañana veremos quien canta más alto". No son muchos, y la mayoría se aglutinan en la carpa reservada para sus colores. Separados despiertan la atención, como intrusos en un paisaje uniforme, un decorado donde figuran como extras.
El sueño de la gabarra
"¡O sacamos la gabarra o la hundimos!", proclama Xabi, quien estuvo el 5 de mayo de 1984 en la final del Bernabéu ante el Barcelona y gasta ya más que canas como inquebrantable devoto del conjunto vizcaíno, mientras camina con una nutrida cuadrilla hacia el Athletic Hiria, la fan zone donde se suceden conciertos y actos festivos a la espera del comienzo del partido.
Desde que José Angel Iribar, gran portero y símbolo mayúsculo del Athletic, levantó el telón, acompañado por el lehendakari Iñigo Urkullu, quien solicitó que no se pitase el himno nacional en el prólogo del encuentro, y Jon Uriarte, el presidente del club, se ha instalado un sonido atronador, guitarras de plomo que entretienen a la hinchada aún a varias horas del encuentro.
El clima tranquilo y deportivo, en la veraniega tarde sevillana, se vio alterado por algunos incidentes en el Jardín de la Alameda de Hércules, zona de la fan zone del Mallorca. Volaron algunas sillas, con botes de humo y elementos pirotécnico. En líneas generales, los 1.800 policías desplegados en la ciudad no tuvieron demasiado trabajo para velar por una atmósfera sana y relajada.