La semana fue espantosa. El meme colectivo del “manicomio” convirtió al Real Madrid en el vecino. Lo que nunca debe ser. Todos somos un poco culpables, hasta los que nunca creímos y observamos la jugada como el sobrio mira a sus amigos borrachos en el antro. No les quitamos el vaso de la boca. No se planteó el partido desde la exigencia ni desde el cabreo por la infamia de Londres sino desde una festividad incomprensible. Como si el club se contentara con los aspavientos y el relato. Faltó dejar el techo abierto para poder cantar bajo la lluvia.
La afición perdonó preventivamente, lo que nunca ha solido hacer el Bernabéu. Entregado a cambio de nada, parece que ni el entrenador ni los jugadores sintieron la necesidad de ofrecer nada distinto a lo que han venido haciendo durante el año. Ni una idea, ni un plan de partido. Melonazos absurdos, sucesión de saques de esquina al primerísimo palo, desesperación acentuada por la locura enfermiza del dañino VAR. El mismo horror de siempre, con la misma propuesta desde el banquillo: ninguna. El primer tiro a puerta fue en el minuto 55. Todavía no había hecho Ancelotti ningún cambio.
Hizo tres de una tacada, incluidos Ceballos y Endrick, el único delantero centro de la plantilla. Le puso de extremo derecho. La revolución consistió en que los tres primeros ataques fueron tres centros a nadie, y el primero del Arsenal un golazo. El único que confió un poco fue Saliba, pero el Madrid recibió el regalo con pereza. No mordió porque no tenía hambre, ¿cómo se arregla eso? Si en el club dudaban hace un año entre cambiar al entrenador o a un puñado de jugadores, ahora tienen que hacer las dos cosas. Pudieron hacerlo antes: este fracaso también es culpa de su inacción.
Cuando acabó el partido los futbolistas se quedaron compadreando, de risas con el rival. Nunca creyeron. “El Bernabéu debería aplaudir al equipo”, había sentenciado Maldini poco antes en la retransmisión. Debía tener feligreses en la grada: ni un amago de bronca. La indiferencia es el peor mal, el más difícil de erradicar. Nunca han mandado en el Madrid los maldinis, y ahora es el peor momento para que lo hagan. Se encendieron las luces del antro: el Real Madrid está en peligro.
Premier League
JAVIER SÁNCHEZ
@javisanchez
Actualizado Lunes,
25
septiembre
2023
-
23:37El técnico incorpora a una labrador para ayudar mentalmente al equipo, pero...
Quien no ha tenido una pareja o un amante que siempre llega tarde, que te desespera en la espera. Cien veces decides irte y cien veces decides quedarte, porque crees que el final de la noche será único. Cuando no acude, lo maldices, pero sabes que volverás al mismo lugar, con la misma excitación, en la siguiente cita. Esa pareja o amante es el Madrid. Lo saben todos los que formaron la larga procesión secular al Bernabéu, esperanzados en una remontada que esta vez no se produjo, porque la cita exigía pasión, claro, pero a las mejores pasiones las acompañan las caricias, y nadie del Madrid se las ofreció a la pelota. El Arsenal lo hizo lo justo, suficiente no sólo para pasar a semifinales de la Champions, también para ganar en el Bernabéu. El Jueves Santo no va a impedir las maldiciones, aunque el fútbol tenga querencia por las estaciones de la Semana Santa: martirio y resurrección. El creyente Ancelotti tiene difícil la segunda. Ha empezado su via crucis. [Narración y estadísticas (1-2)]
El entrenador había hablado, entre medias sonrisas, de la cabeza, el corazón y los cojones. La máxima de las cuatro C la acuñó Seve Ballesteros. Ancelotti se olvidó de citar la primera: la calidad. El Madrid no la encontró en ningún momento, como si esta vuelta de cuartos fuera la metáfora y la hipérbole, ambas a la vez, de la temporada. La sobreexcitación no ayudó. De hecho, el Madrid empezó el partido por el final. Necesitaba tres goles para igualar la eliminatoria, tres goles en 90 minutos, y escogió la montonera. Está bien algo de descontrol, pero si es para descontrolar al contrario en la salida de toriles, en un arranque a fuego. Pasado ese tiempo, es necesario el juego.
El problema no es que el Madrid no lo encontrara en el Bernabéu, es que prácticamente no lo ha hecho en toda la temporada. El choque fue el collage de todos sus problemas estructurales a los que Ancelotti no ha encontrado solución desde la marcha de Kroos. La entrada de Modric, tardía, no sirve de nada porque no es el mismo Modric, y porque el croata no siente ya la jerarquía de antaño. Ceballos pasa por el centro del campo como unos padres por la habitación de un adolescente. Pone las cosas en su sitio, nada más.
Demasiados centros
Esta eliminación, esta derrota y esta impotencia va a pesar sobre la figura del italiano, cuando al via crucis le quedan dos paradas decisivas: la final de Copa y el clásico en Montjuïc, ambas ante el Barcelona, con ventaja en la Liga. Después de haber perdido ya dos este curso ante los azulgrana, el mayor aliado del Madrid es la estadística, porque es difícil perder cuatro. Ese Barça necesitaba un estímulo nuevo en el vestuario la temporada pasada y lo encontró. A Florentino Pérez le corresponde reflexionar acerca de si lo necesita el Madrid, con todo el respeto por el entrenador que más títulos ha ganado en la institución. Difícil análisis.
Ancelotti optó por lo esperado, con Valverde en el centro del campo, aunque ello supusiera dar el lateral a Lucas Vázquez. Pese a sus lagunas defensivas, fue de los más activos en su despliegue ofensivo, aunque una vez en los tres cuartos, el Madrid abusó de los centros, frontales muchos de ellos y fáciles de defender para el Arsenal. Ni un balón comprometido tuvo que sacar Raya de la portería del Arsenal en todo el primer tiempo. Courtois, en cambio, detuvo un 'penaltito' cometido por Asencio, cantado como un gol en el coliseo blanco, a Saka, un Panenka confundido, y otro disparo cruzado de Martinelli tras una contra.
Poco más hicieron los de Arteta, a la espera de que pasaran los minutos frente a la frustración blanca. Es el equipo de la Premier menos goleado, el que mejor defiende. Se siente cómodo en esa situación. La impresión es que mostró menos de lo que tiene, porque no lo necesitó, en el aspecto ofensivo. En una de sus triangulaciones se encontraron Odegaard, Mikel Merino y Saka para elevar sobre Courtois y redimirse del penalti. El efecto psicológico, pasada la hora, lo emborronó el propio Arsenal, con un error de Saliba que ofreció el gol a Vini.
Los futbolistas del Arsenal festejan el 1-2 en el Bernabéu.EFE
Nada cambió, en realidad, porque no había ideas con que cambiarlo, mientras el Arsenal, inteligente, intentaba jugar más tiempo en campo del Madrid, alejarlo de su área y refugiarse en largas posesiones. El control que pretendía Ancelotti, sin conseguirlo pese a dar entrada a Ceballos o Modric, lo tuvo siempre Arteta, un entrenador español de nueva generación que se presenta a lo grande en el mejor escenario posible. Martinelli culminó, a la contra, lo que el juego decía. Sólo se trataba de esperar el momento.
A Arteta le aguarda el PSG de Luis Enrique. El PSG en el que ya no juega Mbappé, que llegaba después de una patada de impotencia ante el Alavés. La impotencia continuó. El francés vino para ganar Champions después de ganar todo el dinero posible. Tendrá que esperar. Se movió por todas partes, pero sin la precisión adecuada, y dejó el campo lesionado. Tampoco acometió escaladas individuales, como intentó Vinicius desde el inicio, pero siempre perdedor frente a Timber, Saliba o Declan Rice, goleador en la ida y pletórico en la vuelta. La cruz que porta Ancelotti es también su cruz.
Mikel Arteta estaba convencido de que David Raya no le iba a fallar. Es su apuesta para defender la portería del líder de la Premier League y ante el Oporto se convirtió en el héroe que lleva al Arsenal a cuartos de final 14 años después. Salvó todo el peligro que pudieron hacer los portugueses durante 120 minutos y adivinó la dirección de tres de sus lanzamientos desde el punto de penalti. Sólo uno acabó dentro de la portería y no evitó la locura del Emirates por ver a su equipo de nuevo entre los ocho mejores del continente.
Pudo haberlo evitado el Oporto, muy serio y que llegó a Londres con un plan muy claro que, durante muchos minutos, le funcionó. Era parecido al que convirtió en oro en su estadio, cuando sujetó al Arsenal para asestarle el golpe definitivo con un gol de Galeno al que ya no tenía ni tiempo de contestar. El método debía ser el mismo, con un ingrediente más a su favor: la ansiedad del rival.
Arteta había preparado a su equipo no sólo para buscar la remontada, sino también para no hacerlo de manera alocada. De Saka fue el primer disparo a puerta, al que siguió otro remate a centro de Trossard. Buscaba el Arsenal a sus desequilibrantes extremos y a Odegaard para catalizarlos, pero se estrellaba ante un rival con las filas prietas en las que ex culé Nico González podía orden. Un muro portugués que, además, no renunciaba a amenazar. Lo hizo Jorginho con un zurdazo que se perdió rozando el palo y Evanilson obligando a Raya a aparecer para sostener al Arsenal. Mediada la primera parte, el duelo se abrió. Evitó el cuarentón Pepe un testarazo casi a bocajarro de Rices como Raya volvió a emerger para atrapar un balón de Galeno que buscaba la cabeza de Evanilson. De nuevo apareció Pepe para evitar que White encontrara a Havertz en ventaja para igualar la eliminatoria.
Se envalentonó el Oporto al filo del descanso, pero fue el Arsenal quien logró su propósito bajo la batuta de Odegaard, que abrió una grieta. Cazó un despeje, se asoció con Trossard para atraer a los defensores portugueses y dibujó un pase al belga que cruzó para batir a Diogo Carlos. Estalló el Emirates, apretó los dientes Arteta, porque la eliminatoria volvía a empezar.
Quisieron los lusos asustar al arrancar la segunda parte con más control del juego, pero los gunners se instalaron en su área a fuerza de un repertorio de jugadas a balón parado de las que, al contrario que en la Premier, donde suman 18 goles, no sacaron provecho. Eso dio vida al Oporto, al menos hasta que entre Pepe y el guardameta Diogo Costa a punto estuvieron de quitársela en una falta de entendimiento que dejó el balón franco a Odegaard para rematar a puerta vacía. La falta de Havertz en el cuerpeo con Pepe evitó que el despropósito les costara otro gol.
El Oporto, un muro
Tenía que reponerse el conjunto luso y lo buscó con Nico lanzando a Conceiçao a la carrera contra Raya, que volvió a ser decisivo. La efervescencia portuguesa la cortó Arteta echando mano de Gabriel Jesús. Su primer balón acabó despejado por Diogo Carlos cuando se le colaba entre las piernas.
El Emirates empujaba para evitar la prórroga y Saka se animó con un envenado disparo que volvió a salvar el meta portugués, pero dejando el rechazo a los pies de Odegaard sin que lograra ajustarlo entre los tres palos a puerta vacía.
No le quedó más remedio al técnico portugués que buscar el peligro del atacante iraní Taremi. Pero nadie pudo evitar una prórroga estéril ni la tanda de penaltis.