La familia Márquez reina en Tailandia. Todo queda en casa en la víspera del comienzo del Mundial de 2025. Álex Márquez fue el más rápido en los últimos entrenamientos en el circuito de Buriram, el segundo fue su hermano Marc, que parte como el principal candidato para la conquista del título al final de la temporada. «Fue un día bueno por la posición, porque acabamos primeros, pero no fue el mejor día en cuanto a las sensaciones. Fue una jornada estresante», dijo Álex, que este sábado buscará las primeras posiciones en la carrera al sprint (9.00 horas, Dazn), una prueba en la que no participará el actual campeón, Jorge Marín, que se recupera de las lesiones producidas en su mano izquierda por una caída.
Álex, que corre en el equipo Ducati-Gresini, se mostró satisfecho con el rendimiento de su máquina: «Esta moto va mejor a medida que más rápido vas. A mayor velocidad, mejor rendimiento, Tenemos que probar menos cosas, quedarnos más quietos porque la base que tenemos nos funciona. En cuanto a la carrera del domingo bromeó respecto a la rivalidad con su hermano: «Si gano a Marc el domingo le haré una peineta; las cosas se han puesto serias».
Alex Márquez, que 28 años y busca su primera victoria en la categoría reina, superó a Marc (primer equipo de Ducati) por 52 milésimas de segundo. El tercero fue el también español Pedro Acosta (KTM). Francesco Pecco Bagnaia (Ducati), uno de los dos grandes favoritos al título, tuvo una discreta actuación. «Si alguien me gana no me gusta, pero si es mi hermano lo llevo un poco mejor», sonrió Marc Márquez, seis veces vencedor del Mundial en MotoGP. «Estoy contento, relajado. Esperaba empezar bien, y desde la primera salida me sentí igual que en el test. Ha sido un buen día. El primer puesto de Álex no es una sorpresa. No creo que haya sido la última vez que me supere en este año», vaticinó el campeón catalán.
En los entrenamientos del viernes se produjo un hecho inusual: los cinco constructores presentes en la parrilla situaron cada uno al menos a un piloto en el Top-10, que clasifica a la Q2, en lo que parece un presagio de un 2025 más abierto que el curso 2024, dominado por Ducati, informa Afp.
Marc Márquez, en su primera toma de contacto competitiva con el mono rojo de la escudería oficial Ducati, se mostró más rápido que su compañero y rival por el título, Bagnaia. El italiano pareció falto de ritmo, y su último intento para entrar en el top-10 se quedó en nada a causa de un choque con Franco Morbidelli (Ducati-VR46). Morbidelli fue sancionado con tres puestos en la parrilla por ese incidente. Pecco, doble campeón del mundo (2022, 2023), deberá pasar el sábado por la mañana por las repescas (Q1), en las que deberá firmar uno de los dos mejores tiempos para clasificarse a la Q2, que determinará las 12 primeras posiciones de la carrera esprint y de la carrera del Gran Premio del domingo.
Ayer también entró en escena Joan Mir (Honda), que terminó sexto y que recalcó sentirse satisfecho con el rédito obtenido porque compite con motos mucho más rápidas: «Estar a tres décimas con una moto que es cinco kilómetros por hora más lenta tiene su mérito». El bicampeón del mundo también se mostró ilusionado en el inicio del nuevo curso: «Los últimos dos años han sido duros, ahora veo la luz al final del túnel».
Los pitos y el run run mutaron en aplausos de reconocimiento para quién no se deja ni un gramo de energía. Al gris Real Madrid lo espabiló Usman Garuba, un tipo que se crece ante las adversidades. Fue el ímpetu del canterano, unido a los puntos de clase de Theo Maledon (17, 11 sin fallo desde el tiro libre), lo que sacó del atolladero a su equipo, atascado toda la tarde ante la pizarra del Bilbao de Jaume Ponsarnau. El triunfo liguero 35 de carrerilla en casa de los blancos, un alivio a una semana dura. [82-70: Narración y estadísticas]
Una victoria rara, en un partido para no sacar pecho. El Real Madrid fue casi siempre por detrás en el marcador, perdió el rebote, fue incapaz de entender a Pantzar y Hlinason y volvió a fracasar estrepitosamente desde el perímetro (4 de 25). Logró imponerse porque su talento y su fondo de armario es infinitamente superior y porque, cuando al fin se puso por delante ya en el último acto, al Bilbao ya apenas le quedaron fuerzas y argumentos. Demasiadas pérdidas (19) y demasiadas faltas: el Madrid lanzó 33 tiros libres, 15 más que ellos.
La primera parte fue sintomática de los momentos de dudas por los que atraviesa este Madrid. Ante un Bilbao Basket que se presentaba en el Palacio sin una de sus mayores amenazas (Darrun Hilliard) y con una enorme racha de derrotas lejos de Miribilla, avanzó entre la espesura, incapaz de sostener dos ratos largos de buen baloncesto.
Empezando por Campazzo, tan lejos de la magia que acostumbraba. No pudo contar Scariolo con los tocados Alex Len ni Andrés Feliz y se quedó fuera Trey Lyles (plaza de extracomunitario). Avanzó como si se tratara de una faena de aliño, con Hezonja haciendo daño y un Bilbao todavía tímido. Maledon, con esa facilidad que tiene para sacar puntos, estiró por primera vez el marcador y dos triples de Llull parecieron confirmar la tendencia (29-19).
Melwin Pantzar
Pero, a partir de ahí, el desastre. El Madrid perdió el Norte, los de negro dejaron de perder balones, apareció como líder Melwin Pantzar (canterano blanco, fichado por Unicaja aunque sigue cedido en Bilbao) y el marcador se dio la vuelta. Un 10-25 de parcial hasta el descanso (39-43), coronado por un triple de Normantas y los pitos de una tribuna que no le gusta lo que ve.
El Madrid había vuelto a fracasar desde el perímetro (3 de 13) y se había quedado en apenas seis asistencias. Hubo intento de reacción tras el paso de vestuarios, pero no fue una remontada inmediata. Entre otras cosas, porque el Bilbao de Jaume Ponsarnau le había cogido el truco al partido, dominador de los tempos, apoyado en la influencia del gigante Hlinason y con la paciencia en el ataque que ponían sus bases, tanto Frey como Pantzar. Los visitantes llegaron a dominar por ocho (50-58), con dos triples de Aleix Font. Sólo los tiros libres sostenían a un Madrid que seguía sin rumbo, pero que logró volver a la batalla de la mano de Maledon. Otra vez.
La clave era la carrera. La energía, el juego abierto. Fuera corsés. Los triples no le entraban al Real Madrid (aunque uno fuera de guion de Garuba fue oro puro), pero Llull conserva las piernas de un velocista a sus 38 recién cumplidos. Ellos llamaron a la revolución. Ellos contagiaron al resto.
Igualada la contienda, ya no le quedaron argumentos al Bilbao. Maledon seguía imparable, sacando faltas. Suficientes para no pasar apuros, para olvidar la primera parte y para regresar a la senda del triunfo. En casa y en ACB, el Madrid es inexpugnable. Ya sólo Valencia y Murcia le aguantan en la cima de la tabla. Aunque le quede tanto por mejorar.
Rodrygo es un futbolista 'top' fuera del 'Top 8' de la Champions. Como el Madrid. Una situación anormal que penaliza las dudas y los errores en un arranque del torneo deficiente, aunque no catastrófico. Ancelotti está donde siempre, pero con la ceja más levantada. Es su forma de drenar la «mala leche», según dice su hija. Tendrá el Madrid una eliminatoria más que la aristocracia a la que pertenece, incluidos Atlético y Barça, y habrá que ver cuánta incidencia tiene en el desgaste de un curso interminable, con el Mundial de clubes en el horizonte. Puede no ser una eliminatoria cualquiera, porque la mala cabeza de Guardiola ha sido peor que los desvelos del Madrid y puede abocar a los blancos contra el City. Como una final en dieciseisavos. Empieza la cuenta atrás del sorteo.
Los dos goles de Rodrygo frente al Brest, más uno de Bellingham (0-3), no sirvieron al Madrid para un objetivo que parecía virtualmente descartado, pero al menos le permiten jugar los dieciseisavos con la vuelta en el Bernabéu y mejores sensaciones de las que tuvo en Lille, cuya victoria no fue una primavera, ya que está en el 'Top 8'.
Modric, titular
Ancelotti movió un centro del campo donde es difícil sentirse titular. Ceballos se quedó en el banco, pese a los buenos minutos acumulados, Tchouaméni volvió a aparecer en la defensa sin mucho tino, como siempre, y Modric regresó al once. La sensación es que el italiano encaraba el choque con el propósito de ganar, claro, pero no de una forma extremada. Las cábalas que hacían casi imposible llegar a estar entre los ocho primeros no dejaban claro que era más conveniente, dados los cruces. Imposible hacer cálculos.
El sorprendente Brest partía en una situación similar, pero con un punto más. En el caso de los franceses, sucede lo inverso al Madrid, al tratarse de un modesto cuyo objetivo en la Ligue 1 es mantener la categoría. Lo mismo le ocurría el año pasado y acabó tercero. Entrenado por Eric Roy, que llevaba más de una década alejado de los banquillos, y sin poder jugar en su estadio habitual por las condiciones exigidas por la UEFA, su cuento de la Cenicienta continuará, al menos, en dieciseisavos.
Intenciones grandes del Brest
Partió, pues, el Brest con sus intenciones de equipo grande: la defensa adelantada y la presión alta. Al Madrid le incomodó, pero sin llegar a comprometer de verdad a Courtois. Apenas una mano tuvo que mostrar el belga frente a un ataque fogoso pero no preciso durante el primer tiempo. Cuando Ajorque la encontró, en la segunda mitad, le sobró el hombro y su gol no pasó el corte del Brest.
La precisión la tienen los delanteros del Madrid, todos. Rodrygo la puso en práctica en dos remates de forma consecutiva. La primera la rechazó el portero Brizot, al cabecear un centro de Lucas Vázquez. En la segunda, progresó por la izquierda y cruzó para tocar el palo opuesto, que orientó el balón hacia la red. Como si fuera sobre un tapete de billar. Cerró el duelo con su segundo tanto, tercero del Madrid, tras un rechace del portero a tiro de Mbappé.
Rodrygo partía en la izquierda por la ausencia de Vinicius, e hizo realmente de Vini, tanto en su primer gol como en una conducción en la segunda mitad hasta la salita de estar del portero. Con Mbappé por el centro, pitado, Brahim se posicionó en ataque por la derecha, aunque quien exploró la banda de verdad fue Lucas Vázquez, de vuelta tras su lesión. Discutido en lo defensivo, el gallego volvió a demostrar valor en lo ofensivo. De su centro final se benefició Bellingham para marcar el segundo tanto, cerrar el partido y esperar las cábalas: Manchester City o Celtic.
A la hora de glosar la carrera de Rafel Nadal, que este jueves anunció su retirada del tenis el mes próximo en las Finales de Copa Davis, me resulta inevitable evocar nuestra primera conversación. Fue el 15 de agosto de 2004, tras dejar sobre la tierra de Sopot la huella prístina de una carrera difícilmente homologable, que registró, con el decimocuarto Roland Garros, el último de sus 92 títulos 18 años más tarde. En aquella charla, a través del teléfono, surgía la voz tenue de un muchacho que, como explicó en el vídeo testamentario de su adiós, estaba lejos de imaginar el viaje que iba a trazar en la historia del deporte.
No por esperada, desde que su cuerpo se negó a obedecer su apetito de insaciable competidor, deja de estremecer una noticia capaz de imponerse en las cabeceras de todos los diarios e informativos, de arrinconar por unas horas el impacto del fragor de las guerras y la tormenta política de su país. Se marcha uno de los más grandes deportistas de siempre, cuyos logros, entre los que se encuentran nada menos que 22 títulos de Grand Slam, cinco Copas Davis, 209 semanas como número 1, un oro olímpico individual y otro en dobles, trascienden el puro valor del éxito y estarán siempre unidos a la forma de lograrlos.
Porque la figura de Nadal está asociada a un espíritu incombustible, a ese never say die que le acompañó también en la vocación de un cierto espíritu nietzschiano por su afán de reescribir un eteno retorno. Fueron muchas las ocasiones con motivos suficientes para firmar la rendición, y desde muy pronto, con la temprana aparición, a los 19 años, de los problemas endémicos en el escafoides del pie izquierdo que amenazaron con cortar el seco el majestuoso vuelo de su raqueta.
Pero el jugador al que ya hace tiempo echamos de menos, resignados al azote contumaz de los percances físicos que sólo le han permitido disputar 19 partidos esta temporada y únicamente tres el pasado año, se reveló capaz de abrirse paso una y otra vez, de reivindicar su nombre frente al empuje de las nuevas generaciones y de mantenerlo vivo en esa pugna irrepetible con Roger Federer, que le precedió a la hora de dejar caer la hoja roja, hace ya dos cursos, y con Novak Djokovic, aún en danza, agotando las últimas reservas de su combustible.
Nunca el tenis disfrutó de tres protagonistas tan ilustres conviviendo en un mismo y largo período, prolongado durante casi cuatro lustros, algo que proyecta aún más lejos su legado. Nadal fue el primero en cuestionar la rapsodia de Federer, de discutir con sus propias armas su reinado. Lo hizo ya derrotándole por sorpresa en el Masters 1000 de Miami, en 2003, y llevándole al límite en la final de ese mismo torneo un año después, y proclamó en voz muy alta, meses más tarde, superándole en las semifinales de Roland Garros, en la antesala de la primera de sus copas de los mosqueteros, que este juego entraba en una nueva era.
Lin Cheon, una foto del Big Three, Djokovic, Federer y Nadal.Lin CheongAP
Nadal y Federer caminaron de la mano, separados por la red pero juntos a la hora de enviar un mensaje de profundo calado en su exclusiva narrativa, que incorporaba, al lado del hermoso contraste de personalidades y estilos, los principios de una sana disputa puramente deportiva que alcanzó los 40 partidos. En ella se detuvieron escritores como David Foster Wallace, autor de El tenis como experiencia religiosa (Ramdom House), donde, sin disimular su fascinación por Federer, a quien dedicó el libro, recoge la capacidad de retroalimentación que siempre hubo entre ambos.
Resulta difícil contar la historia de Nadal sin la figura del estilista suizo, como fue inevitable acudir a su némesis a la hora de enfrentarse al también delicado ejercicio de despedir al ocho veces campeón de Wimbledon. También allí, precisamente allí, aconteció uno de los episodios medulares en la historia del zurdo, que es simultáneamente parte de la mejor historia del tenis. En una final, la de 2008, con la impronta de Alfred Hitchcock, sacudida por los azares de la climatología británica, interrumpida y dilatada hasta que la noche insinuó seriamente su aplazamiento, Nadal puso fin a la autocracia de Federer en su territorio sagrado y se convirtió en el primer español capaz de ganar el torneo en el cuadro masculino desde que lo hiciera Manolo Santana. Aquel partido fue considerado entonces como el mejor de siempre. Y diría que tal catalogación mantiene aún toda su vigencia.
Si Santana, a quien tampoco nunca terminaremos de decir adiós, puso al tenis español en el mapa, Nadal trascendió todas las categorías fronterizas. El chico que se inició bajo la estoica tutela de su tío Toni, cuyo nombre aparece en lustrosas versales en la construcción de todos sus logros, como un aparente especialista sobre tierra batida, devino en un profesional capaz de reinventarse para imponer su discurso en todas las superficies.
No sólo ganaría en dos ocasiones sobre el pasto del All England Club, sino que su constante deseo de aprendizaje y superación le llevarían también a tomar el poder en cuatro ocasiones en el Abierto de Estados Unidos y otras dos en el Abierto de Australia, la última de ellas, en 2022, en una plasmación catedralicia de su ardor y resiliencia, levantando un partido imposible a Daniil Medvedev cuando acababa de regresar de otro de sus largos períodos recluido en el arcén. Forma, junto a Donald Budge, Roy Emerson, Fred Perry, Rod Laver, Andre Agassi, Roger Federer y Novak Djokovic, la ilustre nómina de quienes han logrado inscribir su nombre como campeones de los cuatro grandes.
Amor por la Davis
Ese permanente viaje de ida y vuelta sólo ha sido posible gracias al amor y la pasión por aquello que aún seguirá haciendo hasta que ponga el definitivo cierre en Málaga, precisamente en la Copa Davis, en la competición que le alumbró como un entonces insospechado líder. Hace dos décadas, en Sevilla, frente al Estados Unidos liderado por Andy Roddick, con la valentía y complicidad del equipo de capitanes formado por José Perlas, Jordi Arrese y Juan Avendaño, Nadal transgredió el guion para llevar a España a la conquista de su segunda Ensaladera, aunando voluntades junto a Carlos Moyà, el hombre que tomó el relevo de Toni en su rincón.
Su carácter inspirador tuvo un efecto inmediato en nuestro tenis, al frente de jugadores tan importantes como David Ferrer, que será su último capitán, Feliciano López, Roberto Bautista, Fernando Verdasco o Pablo Carreño, todos ellos nutridos por cualidades de las que no sólo adolecía el tenis sino el deporte español en su globalidad. Sin Nadal sería difícil entender un fenómeno como el de Carlos Alcaraz, tan distinto en su manera de desenvolverse en la pista, tan parecido a la hora de interpretar la esencia del juego. Pronto vio en él a alguien armado para tomar su relevo, incluso antes de someterle en su primer enfrentamiento, en Madrid, el día que el murciano ingresó en la mayoría de edad.
Nadal tocó de lleno el corazón de los aficionados de todo el mundo como ahora, con su propia singularidad, lo hace Carlos Alcaraz. Pudimos disfrutarles juntos en los Juegos de París, después de que el mallorquín recibiese el emocionante homenaje de la ciudad y el recinto donde luce su efigie como uno de los portadores de la antorcha olímpica. Aún nos queda un postrero disfrute a partir del 19 de noviembre, con su hasta ahora negada alianza en la Copa Davis, escenario elegido por Nadal para su último baile, quien sabe si para clausurar el formidable relato con un desenlace tan brillante como aquel que le dio comienzo.