Empieza la fiesta en una Europa donde son cada vez más los que quieren que se acabe, y no sólo el ‘outsider’ español Alvise Pérez, surgido de la sentina de las redes sociales. Crecen los euroescépticos con discursos que desentierran la peor de las pasiones del continente: el nacionalismo. Nada ha costado tanta sangre. Entre esas pasiones ancestrales se encuentra también el fútbol, que levanta estandartes no siempre en la dirección adecuada, pero cuya reconstrucción a lo largo del tiempo es, hoy, lo más parecido al amenazado sueño europeísta, con libre circulación de jugadores desde la ‘sentencia Bosman’, hace casi 30 años, gracias a sus tribunales. Europa tiene un Real Madrid campeón de la Champions con más acento francés que español sin que ello ofenda a sus aficionados, y selecciones que integran a hijos y nietos de migrantes, como el francés Kylian Mbappé los españoles Lamine Yamal y Nico Williams, dispuestas a conquistar la Eurocopa. El fútbol, tantas veces señalado por las viejas lacras, tiene, pues, una misión, y no es únicamente la de ganar. Es la de mostrar cómo el balón transita mejor si encuentra puentes. Como las ideas. Como Europa.
Cuando Francia levantó su primer Mundial, en 1998, Jean Marie le Pen, fundador del Frente Nacional, se avergonzó del equipo que lideraba Zinedine Zidane por la mayoritaria presencia de jugadores de origen magrebí y subsahariano. Para este ex miembro de la Legión Extranjera no era digno de la ‘grandeur’. Por entonces, se trataba también de un emergente ‘outsider’ de la política francesa, volcada con el proyecto europeo que había liderado Jacques Delors y en pleno desarrollo del Tratado de Ámsterdam, que ampliaba los ámbitos de competencia de la Unión Europea (UE). El perfil multirracial de ‘Le Bleu’ no ha cambiado, capitaneada la selección por Mbappé, de padre camerunés y madre argelina, fiel a la ‘France noir, blanc et beur’. En cambio, el legado de Le Pen, aunque con matices y el nuevo nombre de Agrupación Nacional, ha llevado a su hija Marine a un triunfo histórico en las elecciones europeas del pasado domingo, en la figura de su apadrinado Jordan Bardella. Francia no es la Hungría de Viktor Orban ni la cambiante Polonia. Es el corazón del europeísmo, junto a Alemania, sede de la Eurocopa y donde los radicales y euroescépticos de Alternativa para Alemania (AfD) se han hecho con el segundo puesto.
El hincha Macron, cercado
Emmanuel Macron, un hincha de la selección, como demostró en los palcos mundialistas de Moscú y Doha, acudió a despedir al equipo de Didier Deschamps en Clairefontaine, ‘Chez le Bleu’. Al contrario que su padre, Marine también se comportó del mismo modo en sus redes sociales cuando Francia ganó su segundo Mundial, en 2018. Es mejor estar del lado del fútbol, el problema es el mensaje que se incorpora. El de los nacionalistas y euroescépticos es peligroso, especialmente en un torneo de selecciones como el que se inicia, mañana, en Múnich, y con un ‘revival’ de grupos de hinchas violentos en el corazón del continente. Son los ultras 2.0.
La UEFA está formada por 55 federaciones nacionales, mientras que la UE la componen 27 países. La Europa futbolística es más grande que la política y ello obliga a equilibrios diplomáticos diferentes. No obstante, la coordinación es cada vez mayor, especialmente en lo que respecta a las grandes tensiones o conflictos internacionales, como sucede en la actualidad con las guerras en Ucrania y Gaza. El organismo de Aleksander Ceferin apartó a Rusia de las fases de clasificación, en paralelo a las decisiones de los países occidentales, pero mantiene en su seno a Israel, igual que Eurovisión, del mismo modo que las grandes potencias del continente no han retirado a sus embajadores en Tel Aviv.
Ucrania, causa y privilegio
Ucrania toma parte en el torneo, después de una heroica clasificación y de que sus jugadores hayan sido liberados de las férreas normas de reclutamiento en el país, al considerar que competir es su forma de luchar. Un criterio tan entendible por la propaganda que busca Volodimir Zelenski para la causa ucraniana, como polémico por tratarse de un privilegio. El portero Lunin ha dejado claro que los importantes son los que están en el frente.
Ucrania gozará de simpatías en Alemania, pero su competitividad está lejos de llevarla al grupo de las selecciones con aspiraciones, pese a estar en uno de los grupos más asequibles, junto a Bélgica, Eslovaquia y Rumanía. Su título es su presencia.
El sueño de Platini y el Brexit
Italia, campeona en 2021, un año después por la pandemia, vive en una montaña rusa: no se clasificó para el Mundial anterior (Rusia) ni para el siguiente (Qatar). El pedigrí es su aliado, pero no parece en condiciones de repetir la gesta que cumplió en Wembley, ante Inglaterra. En Londres concluyó una Eurocopa extraña por la pandemia y por transitar por varios países. Cuando Michel Platini, ex presidente de la UEFA, la ideó, pretendía ser un homenaje al proyecto europeo. Cuando se celebró, el ‘Brexit’ había dinamitado uno de sus puentes y Platini había dejado su lugar entre acusaciones de corrupción. La maldición quiso que la final se celebrara en Londres, fuera ya de la UE.
La Inglaterra que entonces perdió es un candidato a todo desde hace unos años, ya que goza de una de sus mejores generaciones, a la que ahora se añade Jude Bellingham, después de su estirón y su Champions en el Madrid. Sin embargo, algo falla a nivel mental en este equipo que dirige un entrenador de perfil bajo, Gareth Southgate. Estuvo cerca en el Mundial de Rusia, cayó ante Italia en la final de Wembley y perdió ante Francia, con un error de Harry Kane en el punto de penalti, en Qatar. Sabe que es su última oportunidad.
Francia es la roca, pero una roca por la corre Mbappé y sobre la que baila Griezmann. El nuevo jugador del Madrid falló un penalti en la tanda que dejó fuera a su selección en la última edición, pero en la final del Mundial, pese a la caída de Francia, dejó claro su capacidad para cambiar el signo de un partido. La Euro es su primer gran torneo lejos del PSG, un estímulo más para este futbolista-depredador. Vinicius hará lo mismo en la Copa América, antes de su encuentro en el Bernabéu para jugar juntos por más Champions y uno contra el otro por el Balón de Oro.
La bandera alemana
A ese Bernabéu no volverá Toni Kroos, cuyo regreso a Alemania es parte de su final de cuento. No todos lo escriben tan bien. Ha dado a la ‘Mannschaft’ el mando que necesitaba, porque jugadores de calidad le sobran. Kroos y el hecho de ser local confieren a Alemania una condición de favorita que no ha vuelto a exhibir desde su título mundial en Brasil, hace 10 años. Kroos estaba allí. Durante su Mundial de 2006, la juventud alemana acabó con complejo de exhibir su bandera, dado el pasado nazi. Ahora el peligro es que los radicales de la nueva Alemania no lo hagan en exceso y con otras intenciones.
También en Brasil estaba Cristiano, el eterno. El folletín que protagonizó en Qatar aventuraba un final de ‘primadona’ que ha perdido la voz, pero la gestión del español Roberto Martínez en el banquillo lo ha rehabilitado, pese a jugar en el balneario de Arabia. La clasificación de Portugal ha sido excelsa, hecho que la coloca en un segundo escalón en el que también está la España de Luis de la Fuente.
Campeona de la Liga de Naciones, donde derrotó a Italia y Croacia, rivales en su grupo, España llega tras la crisis del caso Rubiales, con un entrenador que fue parte del ‘Rubialismo’ y un presidente, Pedro Rocha, imputado. El balón dictará, pues, sentencia con respecto a una selección que depende de jugadores clave: Carvajal, Rodri, Pedri, Nico Williams y Lamine Yamal.
Carvajal ha hecho su mejor temporada tras muchos sinsabores con España; el jugador del City es el compás de un equipo pragmático, olvidado el catecismo de la posesión; el canario fue el mejor joven de la pasada Euro y vuelve al mismo sitio tras reventar y entrar en un bucle deportivo y personal; Nico tiene la platea que no le ofrece el Athletic, y Yamal está, a sus 16 años, ante el reto de romper en estrella de la Europa que viene, esperemos que con menos euroescépticos.