Olympiacos 78 Real Madrid 79
Con una canasta increíble del balear a falta de 3,2 segundos, el equipo de Chus Mateo vuelve a reinar en Europa cinco años después tras derrotar al Olympiacos en una final a la que llegó esquivando todas las adversidades
El último de los imposibles estaba en las manos de Sergio Llull, un tipo que nació con capa de superhéroe. Podría ser la canasta de una vida su no hubiera firmado ya puñados de ellas. Quizá ninguna como la de Kaunas, la que derrotó a un Olympiacos perplejo, recordada ya para siempre como el lanzamiento de la Undécima, la Copa de Europa de todos los milagros. La Euroliga de Llull. [78-79: Narración y estadísticas]
Aunque antes de llegar a ese instante para la eternidad, propiciado por otro ejercicio de fe infinita, haya que rememorar cómo logró el Madrid sobrevivir hasta él. Porque no pasó ni un mes del más hondo de sus abismos, de un equipo derrotado en lo deportivo y avergonzado en lo disciplinario, de aquella batalla del WiZink que marcó un antes y un después. El Olympiacos sucumbió en el Zalgirio Arena al enésimo de los arrebatos de este grupo salvaje en el que, de repente, se convirtió el grupo de Chus Mateo.
Desde aquel 0-2 de Obradovic, el Real Madrid ha ido esquivando todas las adversidades en una gymkana de asombros que ha sido una oda al amor propio, al espíritu de superación y al esfuerzo colectivo. Contra los imposibles, las sanciones, las lesiones y los marcadores que se empinaban hasta parecer muros infranqueables. Subidos a lomos del gigante Tavares y con un truco de magia final de Llull, los blancos completaron en la ciudad de su mito Sabonis una obra que tardará en olvidarse y que agranda su leyenda continental, 59 años después de su primera conquista.
Nunca nadie había levantado un 0-2 en playoffs, ningún ganador de un clásico en semifinales había conquistado después el cetro europeo. Pero este Madrid ha desafiado todos los imposibles hasta derrotar al mejor equipo de la temporada regular, un Olympiacos orgulloso que vendió cara su piel, que se sintió ganador aunque en el fondo de sus pensamientos supiera que nunca se puede decir eso ante un equipo que cuenta con Llull, con Rudy, con el Chacho…
Mal inicio
El Madrid ha hecho del sufrimiento su forma de avanzar y tampoco en la gran final iba a regatear los inconvenientes. Como si fueran las remontadas la llave que enciende su motor, navegar contra corriente la motivación de su energía. Como en la semifinal contra el Barça, le llovieron triples para empezar, conscientes los rivales de que, con Tavares, la zona es territorio prohibido y aventurarse en ella una labor de locos. Canaan celebró su 32 cumpleaños con tres triples que tiraron por tierra el plan inicial de Mateo. Y Vezenkov, cual gota malaya -esta vez no surtió efecto la inclusión del canterano Eli Ndiaye-, puso una distancia alarmante con solo nueve minutos de juego (24-12).
La buena noticia es que Tavares eliminaba rivales por faltas como quien derriba peones sobre el tablero. Y que Rudy y el Chacho entraron para poner orden y sentido al ataque blanco. Con ellos, la zona defensiva de la que Mateo ha hecho seña de identidad y la irrupción de los puntos de Hezonja, el Madrid no tardó en dar la vuelta a la noche. Seis triples en el segundo acto y el dominio del rebote (especialmente el ofensivo, hastade nueve segundas oportunidades gozó) fueron su sustento, aunque el descanso de Tavares hizo que Olympiacos encontrara también alivio. La batalla, al descanso, no podía estar más en el filo.
Vezenkov
Pero de nuevo la angustia a la vuelta. El Olympiacos sin fisuras mentales, volvió a la carga con los triples del invitado sorpresa: Canaan era una pesadilla. Y pronto tuvo que volver a recurrir Mateo a Rudy y Chacho para que no se repitiera la brecha del primer cuarto. Ahora el problema blanco era el ataque, porque Bartzokas había elevado el nivel de intensidad de los suyos, llevando el duelo al terreno donde se siente más cómodo. Un triple de Rudy que jugueteó con el aro y se salió fue el cierre a un tercer acto en el que el Madrid había dejado pequeños síntomas de flaqueza.
Y que se agravaron al comienzo del cuarto cuando, a la sexta, Vezenkov atinó con su primer triple. Estaba siendo el único borrón en una hoja de servicios impecable, 25 puntos ya entonces. Si Mirotic no había podido aprovechar el enorme vacío de las ausencias de Deck y Yabusele en el cuatro, el MVP de la temporada se estaba poniendo las botas.
El Madrid, haciendo honor a su carácter irredento, sobrevivía acunado en las cuerdas, lanzando golpes desesperados pero efectivos, como dos triples de Causeur y un dos más uno del Chacho que fueron oxígeno puro. Quizá la clave de lo que iba a venir después, la última de las genialidades de un equipo para el que nada es imposible. En la cuerda floja del final, cuando el Olympiacos llegó a mandar por seis a falta de tres minutos, apareció, por partes iguales, el canguelo griego y el corazón blanco. Especialmente el de Sergio Rodríguez, que agarró el balón como si fuera la última misión de su vida. Mientras todos fallaban y se precipitaban, el canario asestó un triple a falta de 45 segundos que fue oro.
Porque a la siguiente, jugada atribulada de un Olympiacos que ya se temía lo peor, a Fall no le quedó más remedio que probar con un mal lanzamiento. Walkup agotó la última falta griega. Y al Madrid le quedaron 12 segundos tras un tiempo muerto de Mateo. El balón acabó en las manos de Llull, que iba a anotar la canasta de una vida delante de los 218 centímetros del pívot francés. Otra más en la cuenta de un jugador legendario. A lo Jordan, desde cuatro metros, se levantó en suspensión para no fallar, cual héroe de la película más insólita. Era su primera canasta del partido. Igual da. Le quedaron 3,2 segundos a los del Pireo, pero Sloukas no es Llull. Nadie es Llull.
Es el triunfo de la fe, de jugadores de competitividad infinita, de veteranos otra vez reivindicados como si le hiciera falta. También la victoria que pone en valor el trabajo siempre bajo sospecha de Chus Mateo y el que da continuidad a la histórica era Laso. Y, por supuesto, es la Undécima de la canasta de Llull.