Dio la sensación de que la valentía del Real Madrid en la previa de la final de la Copa del Rey duró lo que suelen durar todas las polémicas en España: hasta que diga el PSOE. Según el relato publicado el club estaba calentando el avión para volver a Valdebebas hasta que unas llamadas pseudogubernativas le convencieron de que el mundo, enlutado por la desgracia papal, merecía el alivio cómico de ver un partido más de Lucas Vázquez y Rodrygo Goes intentando sacar el balón jugado por la banda derecha.
El Madrid tendrá que aprender a convivir con la frustración de que la única consecuencia del caso Negreira haya sido la proliferación de bravuconadas como la de los árbitros de la final a 24 horas del partido. Es lo que hay: ni ha pasado ni va a pasar nada más. Con tino lo subrayó el realizador, colando en mitad del partido un plano grisáceo de Feijóo, Illa y Laporta. De todos los del palco, escogió a esos tres. Sólo después se recreó el cámara en las gesticulaciones de María Jesús Montero, como retando a un diputado pepero en una sesión de control del Congreso pero con Felipe VI al lado en vez de Yolanda Díaz.
Del partido no cabía esperar nada, toda vez que el Madrid había decidido ni siquiera ejercitarse el día anterior. No habría cambiado mucho, o quizá lo habría empeorado. Superado el ridículo de la primera parte, el esfuerzo y la presión de la segunda no se había visto en ningún momento de la temporada. A la final le habían dado la vuelta Mbappé y Tchouameni, los dos únicos silbados por el Bernabéu. Apoyados por Arda Güler, el único junto a Endrick abroncado en público por Ancelotti. Las viejas recetas casi siempre funcionan. Lo resetearon entre la incapacidad de Vinicius para cerrar el partido -solía correr en el minuto 120 igual que en el 1, y desde ahí destrozaba los partidos- y un error incomprensible de Courtois. Lo mantuvo vivo González Fuertes, el del VAR, advirtiendo el piscinazo de Raphinha que había castigado alegremente el sonriente De Burgos.
No quedaba ya un antimadridista en el mundo que no pensara que ganaría el Madrid robando. Ni un madridista que se fiase de un guion tan obvio. Pensé que perderíamos en penaltis con doble toque de Valverde. Brahim se encargó de que no hiciera falta.
El vuelo de Koundé no fue el vuelo de Ícaro. No había sol bajo La Cartuja que derritiera sus alas en forma de melena, sólo un dios del fuego, un Vulcano de la pelota que agitó en su fragua el carbón del orgullo y la ira para llevar al límite al mejor equipo del año en una final trepidante. El Madrid, en cambio, es el mejor en las llamas y el caos, pero, hoy, no es suficiente. La temporada lo ha demostrado. Le falta el yunque y una idea clara de cómo utilizarlo. Todo lo contrario que el nuevo campeón de Copa, con el modelo y las herramientas, y la pasión de un adolescente para el que lo mejor está por venir. [Narración y estadísticas (3-2)]
La conexión imberbe del primer gol es la prueba, Cubarsí-Lamine-Pedri. Entre los tres abrieron un marcador que cerró Koundé para empezar un ciclo con el primer gran título de esta generación, después de una Supercopa de chocolate. Un ciclo que entierra otro, el de Carlo Ancelotti, como un general romano en retirada en un imperio que se agota, pese al honor de las últimas batallas. Es el momento del César.
Para saber más
A Florentino Pérez corresponden decisiones que ya están pensadas, pendiente Xabi Alonso de una llamada. La misma que recibió Hansi Flick hace menos de un año para reconstruir un equipo adocenado. La llegada de Dani Olmo, que ha jugado a ratos, no justifica el cambio. Para acometer ese proceso, el Madrid debe mirarse hacia adentro sin mirar hacia afuera, sin engañarse con el relato arbitral por imprudentes que fueran los colegiados antes de la final de Sevilla. Se trata de cajones diferentes, no se abren a la vez.
Mbappé, suplente
Ese ciclo se cierra, además, en el año de Mbappé, el año que debía mostrar a un Madrid intratable. La realidad es que ha acabado maltratado por el Arsenal y el Barcelona, aunque en la Copa sólo llegara a derrotarle. La providencia, en forma de lesión, quiso que Mbappé no estuviera en el once de La Cartuja. La exigencia le obligó a exprimirse a partir del descanso. Fuera de la Champions, lejos en la Liga y por detrás ya en el marcador de la final, no había nada que administrar.
La baja del francés llevó a Ancelotti a hacer algo que, probablemente, le pedía el cuerpo y es huir del 4-3-3 para formar prácticamente en un 4-1-4-1, con Tchouaméni como pivote, Ceballos un paso adelante y Vinicius en punta. Rodrygo era un cuarto centrocampista absolutamente irrelevante, tanto que fue el señalado para dejar su sitio a Mbappé. La solución no funcionó, porque el Madrid no trabaja para eso. O corre o muere. Es lo que hizo después.
Al empezar, en cambio, tuvo enormes problemas para iniciar el juego ante la presión alta del Barcelona, lo que obligó a Courtois a sacar en largo, y falta de claridad para encontrar a un Vinicius solo, ofuscado y sin precisión. La primera vez que tiró entre los tres palos fue tras el descanso. Era también la primera vez del Madrid, sometido a un dominio total del Barcelona en el primer tiempo. Szczesny ganó el duelo al brasileño en una doble parada.
Los futbolistas del Madrid, abatidos, tras el gol de Koundé.AP
Flick no hizo experimentos y solucionó sus bajas con lo que más ha probado en la temporada, Ferran Torres por Lewandowski y Gerard Martín en el lateral izquierdo. Era el punto más débil del Barcelona, pero la inoperancia de Rodrygo acabó por hacerle crecer en confianza.
Asencio cortó un centro mortal de Raphinha y Courtois sacó una mano de gigante ante un remate de Koundé antes de que Cubarsí viera la carrera de Lamine Yamal. La ruptura de líneas con pases verticales es una de las especialidades del central. Lamine bailó con Fran García y se tomó una pausa, la justa para que la llegada de Pedri, certero en el lanzamiento allá donde Courtois no pudiera llegar. El crecimiento del canario esta temporada ha sido colosal, en el liderazgo y en su capacidad física para estar en todas partes, con el don de la ubicuidad, y decidir bien. Es también lo que distingue a Lamine, sin el protagonismo de otras veces, pese a su pelo coloreado, como un dios pagano.
Presionar, correr, atacar..
Ancelotti necesitaba activar a los suyos, desesperado en la banda, donde había sido ya amonestado. Quizás pensó que eso también podía levantar a su gente, narcotizada la grada por el dominio azulgrana. La temprana lesión de Mendy, que había forzado para jugar pero cayó a los ocho minutos, había sido ya el primer hándicap para el técnico.
La primera decisión fue llamar a Mbappé. Para eso había llegado al Madrid, para estos momentos, para el riesgo si era necesario. La salida, tras el descanso, fue como una punción en el sistema nervioso del equipo. Llegó entonces ese disparo iniciático de Vini. Empezaban a pasar cosas en el área azulgrana. Para el Barça no parecían importantes. Se equivocó. Lo serían.
Hacía falta más y llegó el turno de Arda Güler y Modric, y hacía falta presionar, correr, lanzarse, atacar, ser el Madrid, en pocas palabras. El cambio trajo las llegadas y, finalmente, una falta en la frontal. En esas circunstancias, era como encontrar una veta en una mina. Mbappé lanzó cruzado y, tras tocar en el palo, lo que parecía imposible se hizo realidad. Tan imposible, después de lo observado en el primer tiempo, que los azulgrana quedaron en estado de shock, expuestos y superados por los madridistas, lanzados entonces al espacio.
Courtois no alcanza el disparo de Pedri, en la acción del 1-0.AFP
Una llegada de Vini dejó el centro que Mbappé lanzó fuera, pero la tendencia había cambiado. Tchouaméni la consumó a balón parado, porque en todo era superior en ese instante el equipo blanco. Ahí tuvo la Copa a su alcance el Madrid, pero espacio por espacio, no aprovecharon más los suyos y dejó que lo hiciera Ferran Torres en la llegada aislada de un Barça que pedía oxígeno.
Pudo hacer el pleno en otra más, pero la caída de Raphinha no se había producido por la falta de Asencio, sino que el azulgrana la había simulado. De Burgos Bengoetxea señaló penalti, ya en el tiempo añadido, pero tras minutos de suspense fue a verla la jugada en el monitor y la anuló, mientras la afición del Barcelona insultaba a Florentino. Nada se olvida.
La prórroga empezaba del mismo modo, con el equilibrio que no tuvo el inicio, pero con el desenlace que ese mismo inicio apuntaba, cuando Koundé aprovechó un error del infalible Modric y, como Ícaro, atravesó el cielo sin quemarse mientras ardía el Madrid de Ancelotti.
El protagonismo de los árbitros en la final de La Cartuja, que había marcado las horas previas a la final, alcanzó su clímax en los tres últimos minutos del tiempo reglamentario. En ese breve lapso, dos acciones en el área del Real Madrid pusieron en tela de juicio la labor de Ricardo de Burgos Bengoetxea, sobre el césped y Pablo González Fuertes, desde la sala VAR.
En el minuto 90, Ferran Torres reclamó un penalti de Antonio Rüdiger, que el colegiado vasco dejó sin castigo. La acción del central, con un toque por detrás sobre la pierna de apoyo, no fue demasiado protestada por los futbolistas del Barça. De Burgos no vio infracción y desde el VAR tampoco recibió ninguna orden de revisar la jugada.
Aún más controvertida resultó la última jugada del tiempo añadido, cuando Raúl Asencio una acción sobre Raphinha que el árbitro señaló en primera instancia como penalti. De inmediato, el defensa blanco recriminó al brasileño que había engañado a los jueces, mientras Carlo Ancelotti mostraba su disconformidad desde la zona técnica. Tras unos instantes de dudas, González Fuertes reclamó la presencia del árbitro ante el monitor.
Después de una rápida revisión, De Burgos entendió que Raphinha se había dejado caer en el área, por lo que anuló la pena máxima y mostró tarjeta al delantero. De este modo, la final se marchaba a la prórroga, la segunda de la historia entre Barcelona y Real Madrid, tras la disputada en 2011 en Mestalla.
El himno sonó atronador, pero la escena fue un guirigay al que el Rey asistió impasible, como siempre, desde el palco. Recién llegado del funeral de Papa Francisco en Roma, estuvo acompañado por la vicepresidenta María Jesús Montero, el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno y la ministra de Deporte, Pilar Alegría. Junto a ellos, en la primera línea, el presidente de la Federación, Rafael Louzán, en su primer gran acto institucional.
La megafonía no pudo evitar que la final arrancase con una sonora pitada desde la mitad del estadio poblada por los seguidores azulgrana. Además, en el minuto 17 y 14 segundos, desde el fondo sur de La Cartuja llegó el grito "In, Inde, Independencia". Otro episodio que alteraba la normalidad en el palco, con Felipe VI y Louzán como protagonistas.
Desde la elección de Louzán, el pasado diciembre, la Copa ha deparado cambios. El principal es que ambos clubes sabían que el campeón se llevaría el trofeo a casa para siempre, no sólo por una temporada. Hasta ahora había que ganar tres ediciones para poder lucir la Copa original en las vitrinas. «Es lo lógico que el ganador se la lleve. En el fútbol la evolución es necesaria», reconocía Louzán en los minutos previos al inicio de una final que puede que sea la última en La Cartuja.
Han sido seis ediciones consecutivas con Sevilla como sede, pero ahora la RFEF va a abrir la subasta para que otras ciudades puedan pujar por ser sede. «Vamos a dar la oportunidad a todos los que tengan interés y se presenten, pero tanto la Junta como el Ayuntamiento de Sevilla y la Diputación, que forman el patronato de La Cartuja, ya me han manifestado su interés en que la Copa continúe aquí», reconoció el presidente de la RFEF. Durante seis años han abonado un canon de 1,2 millones de euros y ahora han eliminado la pista de atletismo y ampliado la capacidad hasta los 70.000 espectadores para ser el tercer estadio de España en aforo.
La competencia del Metropolitano
Como contrincante tendrá a Madrid, que quiere que al menos la próxima edición de la final de esta competición se celebre en el estadio Metropolitano. La capital no es sede de una final desde 2018, si bien la había acogido durante tres temporadas consecutivas.
Todos quieren ser sede de la fiesta del fútbol español porque supone llenar de color los estadios y la ciudad durante todo un fin de semana. Y es que, en esta edición, antes de retarse en la acicalada Cartuja, más futbolera que nunca y presidida por dos grandes pancartas que rezaban «¡Hala Madrid!... y nada más» y «125 anys d'història», las dos aficiones lo hicieron en las calles de Sevilla, con terrazas llenas animadas por la temperatura veraniega, pero también algún incidente.
Los 2.000 efectivos policiales que velaron por la seguridad en la capital hispalense tuvieron que hacerse muy presentes durante la mañana en el centro de Sevilla. Intervinieron para dispersar a un grupo de radicales del Barça con material pirotécnico y bengalas y en varias peleas en otros puntos de la zona monumental que se saldaron con cinco detenidos, tres de ellos identificados como seguidores culés y uno madridista. Otro aficionado blanco acabó herido con la nariz rota.
La Copa del Rey llega, de manos de un SkySurfer en La Cartuja.AFP
La fiesta blanca, además de en la fan zone junto al estadio, estuvo en la Alameda de Hércules, punto de concentración del madridismo que fue llegando a la ciudad a cuentagotas para teñir de blanco el fondo norte de La Cartuja rivalizando con el azulgrana que pobló la grada sur. Sonaron los himnos de los dos equipos, coreados por unos y silbados por los rivales.
Pero el momento estelar fue cuando el estadio se apagó para recibir el trofeo, que llegó al centro del campo desde el aire en una tabla voladora antes de que, un joven aficionado del Athletic, el último campeón, la depositó en el centro del campo. Un láser dibujó las alineaciones sobre el césped y, de nuevo, el joven athletizale escoltado por un chaval del Barça y una joven del Real Madrid, la condujo hasta la bocana del túnel del vestuarios para que presidera la salida de los dos equipos. Se desplegaron entonces las pancartas en los fondos. El Madrid con su lema «Hasta el final, vamos Real» y el Barça recordando que, con 31 títulos, es «el Rey de Copas».
La Policía Nacional ha tenido que dispersar a un grupo de aficionados radicales del Barça que provocaron algunos incidentes en el centro de Sevilla. Los seguidores azulgranas, con cánticos, material pirotécnico y bengalas, tomaron la calle Laredo, cercana a la Plaza de San Francisco y generaron un ambiente de tensión que hizo intervenir a las unidades de antidisturbios que vigilan la ciudad ante la final de Copa del Rey de esta noche en el estadio de La Cartuja.
Los incidentes no fueron a mayores, salvo por el riesgo que generó la aglomeración, pero hubo otros puntos calientes del centro de la capital donde se registraron incidentes que acabaron con un detenido, según confirmó la Subdelegación del Gobierno en Sevilla. Un aficionado del Real Madrid resultó herido, con la nariz rota, en una pelea con aficionados del Barça, que fueron amplia mayoría por las calles de la ciudad desde primera hora de la mañana.
Las camisetas azulgrana llenaron terrazas y calles, mientras que el goteo de madridistas, con un viaje más cómodo, fue constante. Se prevé que hoy en el estadio haya 30.000 aficionados en las gradas de cada equipo.
Estarán vigilados por un dispositivo de más de 2.000 personas, de ellos 1.400 de la Policía Nacional y 230 de la Policía Local, con especial atención a las fan zone y a los accesos al estadio, pero también custodiando desde primera hora en la zona monumental de la capital hispalense.
En Xiamen (China), en un estadio imponente, con una gran entrada, arrancó el gran circuito del mejor atletismo: la Liga de Diamante. Buenas marcas para empezar la temporada. Especialmente los 33.05, récord mundial de Karsten Warholm en los 300 metros vallas. Una prueba no olímpica que no se programa casi nunca, pero que ofreció una insoslayable referencia para los 400 vallas.
El noruego, decidido, sin un titubeo entre los obstáculos, con una energía total y uniforme, con la misma fuerza en el último metro que en el primero, realizó 33.05. Rompió su propio récord de 33.26, que databa de junio de 2021. Si en abril ha hecho esos 33.05, se puede esperar cualquier "barbaridad" en los 400 vallas, cuando el verano alcance su esplendor.
También fue noticia, en el salto con pértiga, naturalmente, Armand Duplantis. Doble y no del mismo signo. Victoria, como era de esperar del fenómeno sueco que, después de tres brincos (5,62, 5,82 y 5,92), ya había ganado la prueba. Pero falló en sus tres intentos en 6,01. Que "Mondo" no supere los seis metros es la auténtica noticia. Reciente Premio Laureus, seguramente acusó tanto trajín social y el largo viaje a China.
En otra prueba no habitual, los 1.000 metros, hubo también un intento de récord del mundo. La keniana Faith Kipyegon se quedó cerca, con 2:29.21, de la vieja, resistente plusmarca de la rusa Svetlana Masterkova (2:28.98 de 1996). Solamente el sudafricano Akane Simbine (9.99) bajó de los 10 segundos en los 100 metros, con viento inexistente, en una prueba con, sin embargo, un gran elenco: Ferdinand Omanyala, Christian Coleman, Letsile Tebago...
Otros vencedores fueron Bayamo Ndori (Botswana) en los 400 metros (44.25), Mingkun Zhang (China) en el salto de longitud (8,18), Beatrice Chebet (Kenia) en los 5.000 (14:27.12), Danielle Williams (Jamaica) en los 100 vallas (12.53), Yaroslava Mahuchikh (Ucrania) en el salto de altura (1,97) y Valarie Allman (USA) en el lanzamiento de disco (68,95).
Había tres españoles en liza. Quique Llopis fue sexto (13.36) en los 110 vallas dominados por el estadounidense Cordell Tinch (13.06). El gran tirano de la disciplina, Grant Holloway tuvo problemas en la octava valla, se dejó ir entonces y terminó décimo y último con unos impropios 13.72.
Dani Arce, en los 3.000 obstáculos, ha empezado bien el año con un décimo puesto y, sobre todo, una marca prometedora (8:11.64), no tan lejos del vencedor, el etíope Samuel Firewu (8:05.61) y el marroquí Soufiane El Bakkali (8:06.66). Por su parte, Yulenmis Aguilar acabó séptima en el lanzamiento de jabalina (58,80), sentenciado con 64,75 por la griega Elina Tzengko.
La Liga de Diamante se extenderá durante 15 estaciones hasta los días 27 y 28 de agosto, con las finales en Zúrich y antes del Mundial de Tokio, a mediados de septiembre. Próxima cita, también en China, el 3 de mayo.
Queda por ver si habrá sido la última de las 13 presencias de Novak Djokovic en Madrid, el campeón de 2011, 2016 y 2019. El ex número 1 del mundo y ganador de 24 títulos del Grand Slam ve cómo encanece sin remedio su raqueta en el que puede ser el año de su adiós al circuito. A los 37, recién llegado de caer de entrada en Montecarlo, también se despidió sin apenas rechistar en la Caja Mágica, que le tributó el homenaje propio del único superviviente del añorado Big Three.
Djokovic ya había anunciado en su regreso Madrid que no tenía grandes expectativas. A diferencia de otras ocasiones, en las que recibió el trato del taimado oponente de las estrellas locales, ya fuera, en su momento, Rafael Nadal, o Carlos Alcaraz, esta vez la grada supo interpretar que podía estar ante el adiós del mejor jugador de siempre.
Matteo Arnaldi, 44º, 23 años, aprovechó las oportunidades que poco a poco le fue brindando un Nole corto de juego, físico y actitud y se impuso por 6-3 y 6-4, en una hora y 41 minutos. Prueba evidente de lo poco que esperaba de sí el de Belgrado fue la nula beligerancia gestual, las escasas muestras de enfado ante sus errores, como las dos dobles faltas consecutivas con las que entregó el primer parcial.
Lejos de sí mismo
Aún con argumentos para alcanzar las semifinales del Abierto de Australia después de vencer a Alcaraz o de quedarse a una victoria de su título número cien al presentarse en la final de Miami, lo cierto es que Djokovic, ahora número cinco del mundo, es un tenista desfigurado en relación con el que llegó a gobernar la competición como ningún otro.
Le quedan arrebatos del viejo Nole, como el que reclamaba el apoyo del público mediado el segundo set, tras acercarse a una rotura que le pudo situar 4-2 y saque. Resistió Arnaldi en un juego que se revelaba determinante para el desenlace. Honores también para el italiano, cuyo serio y eficaz trabajo merece ser puesto en valor.
Cerrado ya el debate sobre el mejor tenista de siempre, ya con el oro olímpico que se le negó durante tanto tiempo y certificó frente a Alcaraz en el que es hasta ahora su último título, Djokovic parece seguir en activo sólo en busca de ese 25º Grand Slam, con el que pasaría también por delante de Margaret Court, logro que ahora mismo se antoja harto improbable.
Tuvo un arranque de orgullo tras perder su saque en el séptimo juego del segundo parcial, con tres bolas de break para reabrir el partido. Se esfumaron las tres. Y con ellas su fugaz paso por Madrid, que acompañó su marcha con una estremecedora ovación, con el torrente de aplausos discutidos durante tanto tiempo.
Marc Márquez no da tregua en su marcha triunfal hacia su séptimo campeonato del mundo de MotoGP. Si no comete errores, ahora mismo no parece que haya nadie capaz de apartarlo de ese camino. Quizás, tal vez, sólo otro Márquez. Álex, quien se encaramó brevemente al liderato del Mundial tras la caída de su hermano en Austin, fue otra vez segundo y Pecco Bagnaia, de nuevo, tercero, en una sprint race que le valió también al líder para igualar el récord de victorias de Jorge Martín en las carreras de los sábados. Ya suma cinco y no parece que su racha vaya a romperse precisamente pronto.
En un circuito de Jerez con mucho rojo en las gradas, banderas con su número, el 93, y una afluencia propia de domingo de Gran Premio, el líder del Mundial tiró de casta y agresividad para adelantar a un Fabio Quartararo que le había arrebatado la pole en la Q2 y que, justo en la maniobra en la que Marc se ponía por delante, acabó por dar con sus huesos en el suelo. Desde allí, el mayor de los Márquez, a quien solo Álex pudo seguir algo de cerca, dominó la prueba con pulso firme, mientras su hermano se las arreglaba también para mantener perfectamente a raya a Pecco Bagnaia con una montura sobre el papel inferior.
"No fue fácil, por estas temperatura tan altas, pero ya me lo esperaba. Al final costó un poquito, pero pude ir controlando. Es increíble, y siempre digo lo mismo los sábados: estoy muy contento, pero quiero controlar las emociones de cara al domingo. Aunque, con esta afición, siempre tienes ese poderío adicional", señaló Marc al término de la carrera. Mientras esperaba para tomar parte en la ceremonia de entrega de premios de la sprint race, el público empezó a corear el apellido Márquez. Algo a lo que correspondió tomando de la mano a su hermano para que ambos pudieran celebrar con una grada entregada su más que notable desempeño.
"Miras alrededor y es increíble"
"No ha sido fácil, el viernes tuve dos caídas, una de ellas grave, pero la afición me ha alentado mucho. Con una gran salida, pude pasar a Pecco, aunque luego no me sentí del todo bien, porque creo que nos falta algo de trabajo y empezamos la carrera un poco a ciegas, pero traté de mantenerme concentrado en todo momento. Espero que demos un paso adelante con vistas al domingo y que podamos presentar más pelea", señaló por su parte Álex Márquez.
"Miras alrededor y es increíble, solo puedes ver toda esta grandísima afición aquí en Jerez. Estoy contentísimo de estar en el podio, pero necesito trabajar más. Los dos hermanos lo están haciendo mejor que los demás y hay que ir paso a paso para tratar de acercarme a ellos", terció por su parte Bagnaia.
En cuanto al resto de españoles, Fermín Aldeguer fue quinto, Maverick Viñales, séptimo, Joan Mir, noveno, Pedro Acosta, décimo, Álex Rins, decimoquinto, Raúl Fernández, decimosexto, Augusto Fernández, decimoseptimo, y Aleix Espargaró, quien corrió por Honda con una wild card, decimoctavo.
"¿Cómo va a venir el Rey hasta Sevilla y no se va a presentar el Real Madrid a una final de Copa?" La tarde andaluza tuvo de todo, con los focos y la tensión esparcidos por varios puntos de la ciudad. Por un lado, el Estadio de La Cartuja, sede de la previa de un clásico decisivo en el futuro a corto plazo del fútbol español y del banquillo del conjunto blanco. En sus pasillos aparecieron a mediodía Ricardo de Burgos Bengoetxea y Pablo González Fuertes, cuyas palabras crearon un efecto mariposa que provocó una reacción histórica del Madrid, muchas llamadas, muchos nervios y, nueve horas después, la decisión definitiva: el Madrid, a pesar de un drástico enfado que le llevó a no presentarse a la previa, anunciaba que jugaría la final.
Las lágrimas de De Burgos, árbitro principal del encuentro, mentando a su hijo y a cómo le decían que tenía "un padre ladrón" dieron la vuelta al país, aunque fueron las palabras de González Fuertes, deslizando una huelga y asegurando que tenían que tomar "medidas serias" ante los ataques de Real Madrid Televisión las que echaron gasolina al fuego de la final de Copa.
La reacción del Madrid fue tan inesperada como contundente. "Suspendemos todo". A las siete menos cuarto de la tarde, media hora antes de la esperada rueda de prensa de Carlo Ancelotti, el mensaje saltaba en todos los móviles de la sala de prensa de La Cartuja. El Madrid no acudía a la previa de la final. Lo nunca visto.
"Nunca se ha planteado renunciar"
En ese momento, Rafael Louzán, presidente de la Federación, trataba de calmar los ánimos de la directiva blanca en varias llamadas de teléfono con José Ángel Sánchez, director general del Madrid. En el club blanco no entendían el show, así lo llamaban, de la rueda de prensa, mientras que la RFEF, que admitía el poco tacto de González Fuertes en sus palabras, no daba crédito a los amagos sobre no presentarse a la final. Lo consideraban una respuesta desmedida.
En ese momento, entramos en el terreno de la incertidumbre. Las voces desde el hotel NH Collection, sede del Madrid en Sevilla, eran contradictorias. Unos apostaban por no jugar y dar el golpe sobre la mesa definitivo, pero otros tenían dudas por la cantidad de aficionados que ya se habían desplazado a la ciudad.
Después de un par de horas de debate interno, a las 22:15 aterrizó en la web del Madrid el comunicado final: "El club nunca se ha planteado renunciar a jugar la final". Dicho, con muchas dudas, pero hecho.
En la RFEF esperaban el gesto de responsabilidad del Real Madrid, sin dejar de reconocer que la polémica pudo evitarse. Consideran que González Fuertes no pensó en la trascendencia de sus palabras, que el Real Madrid interpretó "en tono amenazante" y que durante horas tuvieron en vilo no sólo a la Federación, también a la Junta de Andalucía, el Ayuntamiento de Sevilla y los patrocinadores. "Todo un año de trabajo", admitían fuentes federativas. "Ha sido muy inoportuno", aseguran. La muestra de transparencia que quiere mantener la RFEF esta vez se convirtió en un problema.
Los árbitros alzan la voz contra Real Madrid TV y De Burgos Bengoetxea acaba llorando
"La venda antes de la herida"
Son conscientes en la RFEF de que el Real Madrid es muy sensible con los árbitros porque son constantes las críticas, y no sólo a través de su televisión. "Si fuera por ellos, los cambiarían a todos", advierten algunas voces. El plan de Louzán desde que llegó a la presidencia pasa por crear, de manera inmediata, una comisión en la que está representado el conjunto blanco. De cara a la próxima temporada, se conformará "un órgano de participación activa" para poner fin a las polémicas que ponen en peligro la competición. "Como las cosas sigan así, estamos a muy poco de que paren el fútbol", advierten desde la Federación.
Por eso, el pulso lanzado por el Real Madrid no podía acabar en un cambio del equipo arbitral. "¿Cómo vamos a quitar a un árbitro un día antes de la final porque lo pida un club? Es imposible", añaden. Sería una declaración de guerra a un colectivo al que Louzán necesita tener de cara. Su relación con Medina Cantalejo es fría y su continuidad al frente del Comité Técnico de Árbitros sigue en el aire. Eso lo saben algunos colegiados, que son fieles a su presidente, como González Fuertes.
Si el Real Madrid no ha provocado un cambio en el equipo arbitral, ¿qué sentido tenía lanzar este pulso? Hay una explicación que corre por los pasillos federativos. "Quieren ponerse la venda antes de la herida, por lo que pueda pasar en el campo", advierten.
Mientras, Joan Laporta apareció triunfante en la cena oficial junto al presidente Louzán y José Luis Sanz, alcalde de Sevilla. Pasara lo que pasara, el Barça había echado la tarde frotándose las manos ante un espectáculo esperpéntico. Un sainete de nueve horas que acabó como esperaba: habrá final de Copa.
No es la primera vez que la temporada europea del Madrid se tambalea en el abismo, aunque ahora sólo un milagro parece capaz de evitar su adiós. Acudió al amor propio en el segundo round en el Pireo tras el desastre del primer día, pero ni eso le alcanzó ante el todopoderoso Olympiacos. Una cantidad de pérdidas inasumible (18), un arbitraje desesperante, el dominio de Vezenkov, los fallos en los tiros libres y el temple final de los de Bartzokas, que ya están a un paso de la Final Four. [77-71: Narración y estadísticas]
Esta vez el Madrid murió batallando, con la sensación de que lo pudo conseguir. Pero también con aroma de frustración, de que, pese a todo, sigue lejos del Olympiacos. Fue más un ejercicio de orgullo y de defensa que de buen baloncesto. Hubo tipos llenos de rebeldía (Hezonja, Feliz...) y otros que volvieron a naufragar (Musa). El Palacio acogerá la próxima semana una eliminatoria que amenaza con no regresar a Grecia: son ya cuatro derrotas esta temporada ante el rival la que el Madrid ha arruinado las dos últimas Final Four.
Cuando se toca tal fondo que ni se compite, no hay demasiado que pensar. El cambio en el Real Madrid debía ser radical y así fue, desde el planteamiento a las ganas. Acudieron los blancos al amor propio y a la lógica, a Llull y a Abalde en el quinteto, la defensa agresiva, sin complejos esta vez, la valentía de quien realmente está contra las cuerdas.
El toque a rebato podía salir o no, porque enfrente no estaba cualquiera. Pero la reacción surtió efecto en un primer cuarto de hora que logró hasta silenciar por momentos el infierno de la Paz y la Amistad. Aunque el Madrid llevaba su penitencia en el propio ímpetu con el que bordaba la defensa, provocando errores y más errores en los lanzamientos de los de Bartzokas. Para desesperación de nuevo con el arbitraje, los blancos se cargaron alarmantemente de faltas (hasta 18 al descanso, 29 al final, decisiones algunas más que dudosas) y a base de acudir al tiro libre los locales se fueron a vestuarios hasta con igualdad.
Andrés Feliz
El Madrid había llegado a dominar con holgura (10-23), corriendo, reboteando, sintiéndose pleno al fin en el Pireo. Anotaron todos los que jugaron y Andrés Feliz era el paradigma de esa energía, un tipo no sólo recuperado para la causa, también para el porvenir. Pero en un abrir y cerrar de ojos se le fue la ventaja al garete. Un 14-2 de parcial, con Milutinov dominando la pintura y Saben Lee -tales son los lujos de la plantilla griega- el perímetro.
Feliz, defendido por Fournier, en Atenas.PETE ANDREOUEFE
Al comienzo del tercer acto fue como si ambos hubieran recibido una pastilla para dormir. O más bien como si anticiparan que todo ser iba a acabar resolviendo en la recta de meta. Bajaron las pulsaciones, siguieron los fallos y se mantuvo la igualdad. El Madrid no podía seguir permitiéndose cometer faltas y Olympiacos veía el aro como un agujero para canicas: sus triples no entraban.
Y, sin embargo, aunque Hezonja volvió a estirar el marcador (45-52), lo locales mantenían una extraña calma, como si fueran conscientes de que más pronto que tarde su momento iba a llegar. En ese impás en que tan flagrantes eran ya las pérdidas de los visitantes como los errores desde el perímetro de los locales, sólo hacía falta una chispa que prendiera. Fue Saben Lee el animador, el mismo jugador que ya esta temporada, vistiendo el amarillo del Maccabi, ganó al Madrid un partido sobre la bocina.
La muerte del Madrid fue lenta y dolorosa. Como si respondiera a la lógica de la inferioridad, en cuanto se vio en problemas, se diluyó. Fue encajando sin prisa y sin pausa un parcial enorme de 19-2, Lee firmando acciones defensivas de highlight y Vezenkov martilleando con su talento indefendible.
Faltaban poco más de cinco minutos y Chus Mateo se vio increíblemente 10 abajo. Manejaba ahora un grupo descompuesto, incapaz de anotar, fallando hasta los tiros libres. Regalando balones y tomando casi siempre la decisión equivocada. Hezonja y Feliz intentaron una rebelión final, un parcial de 0-8 (67-64) que provocó una pequeña ilusión. Pero un triple de Peters y otro de Williams-Goss finiquitaron la noche, dejaron al Madrid herido de muerte.