Adam Yates reina en las cumbres de Granada y ratifica su candidatura al podio de la Vuelta

Adam Yates reina en las cumbres de Granada y ratifica su candidatura al podio de la Vuelta

Adam Yates fue en Granada el O'Connor de Yunquera, aunque sin el premio del rojo. Solitario vencedor, puso en jaque la general, pero no la cambió en los dos primeros puestos. Produjo una convulsión, pero no un vuelco. Todo cambió para que nada cambiase. Al menos, en la cumbre de la tabla. Pero, incluso así, la etapa fue un homenaje al ciclismo y, en su planteamiento, desarrollo y desenlace, sin haber alterado la clasificación hasta dinamitarla, la ha dejado un poco más abierta. Un poco menos autoritaria.

Etapa imponente por su trazado y, sobre todo, a causa de los corredores, que son siempre quienes convierten las carreras, sean cuales sean sus recorridos, en un muermo o en un festival. Etapa grandiosa. Cada vez que se produce una de este calibre se habla de "ciclismo a la antigua". Pero es también "ciclismo a la moderna". Es también "ciclismo a la contemporánea". Es también "ciclismo a la eterna". El ciclismo de ayer, de hoy, de siempre.

Hubo rebeldes que desafiaron la teórica superioridad de O'Connor y Roglic, la lucha entre ellos dos, para tratar de asaltar el liderato o, al menos, colocarse lo suficientemente cerca como para, en lo que queda de Vuelta, optar al triunfo. Hubo inconformistas porque Adam Yates, David Gaudu y Richard Carapaz hicieron una apuesta heroica. Yates y Gaudu habían partido de la madrugadora escapada del día, tan numerosa (26 hombres) que, más que una escisión del pelotón, era una reproducción, y no precisamente en miniatura.

El francés estaba a 6:30 de O'Connor. El británico, a 9:27. La escapada-reproducción llegó a tener 5:30 de ventaja. El Puerto de El Purche, de 1ª categoría, largo, reseco, 1.476 metros de altitud, 89 kms. al 7,6% de media, con su cumbre erguida a 96 kms. de la salida y a 82 de la llegada dejó la fuga en los huesos y también puso al pelotón a dieta. Por delante sobrevivían dos UAE (Yates y Vine) y Gaudu (Groupama-Française des Jeux).

Richard Carapaz (Education First), a 6:44 de O'Connor, había abandonado el gran grupo en busca de un lugar al sol en la general. En la primera subida a Hazallanas, de 1ª, con 1.655 metros de altitud, 7,1 de longitud y un porcentaje medio de 9,5% con picos de 20%, fue agarrando a los náufragos de la escapada inicial y dejándolos tirados.

Yates, con ese estilo tan suyo, muy tieso sobre la máquina, la cabeza alta y la espalda rígida, dejó a Gaudu y Jay Vine. Coronó en cabeza. Carapaz había atrapado a Gaudu y Vine, y, perseguía, junto a un atormentado Pablo Castrillo, al que le precedía en la etapa y a los que iban por detrás, pero por delante en la general.

Esa general, con él, Yates y Gaudu, estaba cambiando, puesto arriba, puesto abajo, de forma virtual. Pero quedaba tanto camino por andar, por pedalear, que eso, significando mucho, no aseguraba nada en la vida real. La segunda ascensión a Hazallanas vio, de nuevo, a Yates en cabeza. Luego, a algo más de dos minutos, pasó Carapaz. Casi a cuatro, Gaudu. Por detrás, en un gesto casi insólito, Enric Mas, osado, se había desprendido de la reducida tropilla de ilustres y, en unión de Vine, cruzaba a continuación.

Roglic no reaccionaba. OConnor tampoco. Los demás bastante hacían con aguantar. Pero, después de todo, el esloveno y el australiano gozaban de cierta ventaja cronométrica. No tenían que cebarse. Ya se vería en los 23 kms. de descenso y llano que quedaban hasta la meta. En la bajada se produjo un hecho que pudo ser decisivo en el presente e incluso en el futuro de Enric Mas. Su bicicleta hizo un extraño. Perdió contacto con el suelo, amagó una pirueta, culebreó, coceó... Enric, entre la pericia y el milagro, se hizo con ella y pasó el peligro, aunque no el susto. ¿Qué habría sucedido si el mallorquín, con su historial de percances y miedos, se hubiese caído? ¿Cuánta gravedad de tipo físico y psicológico hubiera implicado el trastazo? Por suerte, nunca lo sabremos. Enric, además, ya en meta, se lo tomó como un presagio favorable. El sobresalto le ha reforzado la moral.

Yates, enorme, alzó los brazos. Luego llegó Carapaz. A continuación, el ramillete de favoritos. O'Connor, en un gesto de campeón, peleó y se llevó el sprint. Y, de paso, los cuatro segundos de bonificación. Está entero. Posiblemente Roglic también. Pasó un día regular, pero sigue en la pomada. Carapaz, tercero ahora, se interpone en el podio entre Mas y Landa. Pero todos están en un pañuelo.

Al décimo día, lunes de caridad después de este domingo de pasión, la Vuelta descansará y se trasladará con hombres, armas y bagajes al, por fin, fresco norte. A Galicia. El martes de resurrección abrirá entonces una ristra de días exaltantes que irán depurando una carrera que, una vez más, empieza de nuevo.

Roglic relanza La Vuelta y gana en las brutales rampas de Cazorla

Roglic relanza La Vuelta y gana en las brutales rampas de Cazorla

Roglic ganó. O' Connor flaqueó. Mas creció. Sintetizado, fin del resumen. Ahora, pormenorizando, el esloveno, entre la diferencia en la victoria y la bonificación, le arañó, no, le arrancó casi un minuto al australiano y está ahora a 3:49. El español asciende al podio en un día en el que Joao Almeida, reventado, se despidió de sus ilusiones. Landa, tercero en la meta, es ahora quinto en la general.

Otra vez, y van unas cuantas, empieza otra Vuelta. De manivela. Mejor de tuerca. En una etapa por terrenos elevados, pero carreteras sin excesivas brusquedades, con un puerto de segunda perdido por el recorrido, y presidida por 4,8 kms. brutales al 7,1% de media y con picos del 20%, en la cima de Cazorla, el esloveno fue el rey. Se ciñó una corona de metal precioso y le impuso a O'Connor, aún líder, con ventaja, pero tembloroso, una de espinas. Roglic, en ese epílogo de fuego a, otra vez, casi 40º, tiró de los restos dolientes del pelotón de ilustres y lo hizo añicos. Sólo le aguantó Enric Mas, cuya derrota en la línea de llegada es de las que valen por uno de esos triunfos que no acaba de abrochar.

Roglic, desbocado, rebasó a Oier Lazkano, Harold Tejada y Luca Vergallito, despojos supervivientes de los escombros de una fuga de ocho héroes con gloria y sin premio, y anunció con cohetería que está aquí, que ha vuelto sin, ya se ve, haberse ido. No hay más que hablar. No hay más que esperar, primero, a la etapa dominical y, luego, que venga lo que tenga que venir. Y no por obra del azar, sino del hombre. Del ciclista. De los ciclistas.

Cazorla enseñó su rampa

Federico García Lorca, de cuyo asesinato se cumplieron 88 años el pasado día 18, hace una semana, escribió: "Cazorla enseña su torre y Benamejí la oculta". En la Vuelta, la jienense Cazorla enseñó su rampa y la cordobesa Benamejí quedaba a 246 kms. al sudoeste. A mitad de camino entre ambas espera la lorquiana Granada, donde la carrera tendrá, dicho está, este domingo una prueba determinante. La lírica dará paso a la épica.

Granada, en su quebrado paisaje y sus tres ascensos de primera apiñados en la segunda mitad de la etapa, promete la, también segunda gran batalla general de la Vuelta, después de la del Pico Villuercas y, en explosiva brevedad, ésta de Cazorla. Roglic ascendió entonces, en Villuercas, a un liderato que perdería, dos días después, en Yunquera, a manos de Ben O'Connor y su solitaria proeza. Las circunstancias son ahora distintas.

O'Connor que parecía un líder sólido, se ha tambaleado sin llegar a caer. Quizás tuvo un día regular en una cuesta breve pero especialmente ruda. Quizás el calor, que de un modo u otro afecta a todos, le jugó una mala pasada. Veremos.

La carrera no se circunscribe solamente a él y Roglic. Ahora mismo sí, porque encabezan la general. Es la guerra entre las actuales primeras potencias. Pero hay otros combates, otras escaramuzas y otros nombres con distintas aspiraciones y capacidades. Sujetos todos a los azares de la carretera.

Ahora, a pensar en Granada, colofón de una de las etapas reina. Ante lo que nos promete, recordamos, después de Lorca, al poeta mexicano Francisco de Icaza: "No hay en la vida nada peor que ser ciego en Granada".

O'Connor aprovecha la impotencia del pelotón para culminar una fuga, ganar la etapa y asaltar el liderato de la Vuelta

O’Connor aprovecha la impotencia del pelotón para culminar una fuga, ganar la etapa y asaltar el liderato de la Vuelta

Inesperadamente, a lo bello y a lo bestia, hubo cambio de líder. Primoz Roglic cedió el rojo a Ben O'Connor, australiano, 28 años, del Decathlon Ag2R. Rojo pasión ardiente para O'Connor. Rojo sangre derramada para Roglic.

¿Hemos dicho cedió? No. El rojo le fue arrebatado de un tirón a un Roglic sorprendido, aturdido, aunque no, obviamente, noqueado. La Vuelta ha dado la vuelta. Ha dado un giro, pero no, necesariamente, un vuelco. Entre lo temporal y lo definitivo puede caber un mundo, que está esperando, amartillado, en las grandes etapas, aún vírgenes, de la prueba.

Pero, en cualquier caso, la carrera ha tomado un sesgo impredecible y adquirido un interés inusitado. Sobre ella, entre la amenaza y la ilusión, según quién la interprete, temiéndola o cortejándola, planea la sombra de Javalambre, en aquella etapa que acabó significando en 2023 la victoria de Sepp Kuss. Y siempre, de un modo u otro, está Roglic por medio. Su historia se repite y corre el peligro de hacerlo como farsa.

En una zona de tradición y lujo taurinos, Ronda y su serranía, el australiano realizó una faena portentosa, de maestro sobrado de poderío y arte. Y la remató con una escapada hasta la bola en todo lo alto. Voló, desbocado, hacia el Alto de las Abejas, mientras los ases del pelotón, encabezados por Primoz, mostraban una impotencia hija de la perplejidad y seguían perdiendo tiempo kilómetro a kilómetro.

Así salió, más rebelde que respondona, una etapa incómoda, durilla, de constantes subidas y bajadas, de ondulaciones picudas, con la meta en un largo repecho de 3ª. Y la montaña no parió un ratón, sino un gigante. Un aspirante a ganar la carrera, que empezó la jornada en la vigesimotercera posición a 1:56 de Roglic y la terminó en la primera con el esloveno a 4:51. O'Connor no es ningún piernas. Cuarto en el Tour de 2021 y en el Giro de este año, ha dado un salto de eso, de gigante, en el curso de una ceremonia de magia.

Etapa demasiado exigente para que el magro elenco de sprinters se la tomara en serio y demasiado blanda para que el amplio abanico de ilustres se la tomara a la tremenda. Etapa, pues, adecuada para el éxito de una fuga, predispuesta al triunfo de los valientes, especímenes humanos que a la suerte le caen simpáticos. Audaces fortuna iuvat.

Y eso sucedió. En el puerto del Boyar, de 1ª, que se coronaba a 73 kms. de la salida y, todavía, a 112 de la llegada, se armó la marimorena. Los dimes y diretes; los ataques y contraataques; los movimientos, los latigazos nerviosos, espasmódicos de la masa móvil de corredores cristalizó en una escapada de 30 elementos. Luego los 30 se quedaron en 13. Una fuga lo suficientemente numerosa y de nivel como para asegurar que el vencedor de la etapa saldría de sus filas. Ahí estaban O'Connor, Gijs Leemreize, Jay Vine, Cristian Rodríguez, Pelayo Sánchez, Chris Harper, Marco Frigo, Pablo Castrillo, Mauri Vansevenant, Urko Berrade, Florian Lipowitz...

O'Connor y Leemreize se disociaron de sus compañeros antes de la subida al Puerto del Viento. Frigo, Berrade y Pelayo trataron (en vano) de unirse a ellos. O'Connor se desprendió de Leemreize en el Puerto Martínez, también de 3ª. Y, a partir de ahí, exhibición en solitario, incontenible, una obra de autor entre la exquisitez y la fuerza. Ese tipo de manifestaciones ruteras que hacen Evenepoel, Pogacar, Van der Poel y compañía.

O'Connor no está a esa altura ni lo estará. Pero ahora mismo no es aventurado afirmar, con toda la cautela del mundo, pero también con toda la justificación, que se ha ganado la gracia de ser considerado un outsider a tiempo completo y con pleno derecho a llevarse una Vuelta reiniciada, reanimada, reconstituida. Una Vuelta que, tras unas etapas aplastadas por el calor, ha revivido estimulada por el fuego.

Van Aert gana en Castelo Branco y da lustre a la carrera

Van Aert gana en Castelo Branco y da lustre a la carrera

En el brasero portugués, precursor del horno extremeño y andaluz, Wout van Aert hizo la gaviota, ese aleteo con los brazos cada vez que gana. Casi gafado, lo ha hecho por segunda vez este año. Estaba, pues, extremadamente contento, como quien rompe un mal fario. El rojo de su jersey es el fuego de una antorcha. El belga se da el relevo a sí mismo.

Etapa de vísperas. De víspera de entrar en España. De víspera de la primera jornada montañosa. Etapa para sprinters. Los poquitos, y no de gran alcurnia, que hay. Está Kaden Groves, que es bueno, sí, pero no de los mejores. Y un crepuscular Bryan Coquard. Y un Wout van Aert, que ya sólo es rapidito. A medida que ampliaba y mejoraba sus capacidades, fue perdiendo filo. Pero le dio de sobra para, aunque partió de lejos, como el día anterior, dar buena cuenta de Groves y de Abersturi, cuyo tercer puesto revela que, efectivamente, la Vuelta no es país para sprinters. Demasiada montaña concentrada en erizadas microetapas. Así que no vienen los velocistas. Los equipos se confeccionan sin ellos.

Etapa dividida en dos partes. La primera la protagonizaron Luis Ángel Maté, Xabier Isasa, Ibon Ruiz y Unai Iribar. Dos Euskaltel y dos Kern Pharma. Formaciones modestas con afán, con necesidad de dejarse ver mientras puedan. Los cuatro, especialmente Maté y Ruiz, sólo pretendían puntuar en el puerto de Teixeira para subir al podio como líderes de la montaña. El puerto de Teixeira es de cuarta categoría por el porcentaje (3,2%), pero de segunda por la longitud (17 kms.). Eran puntos golosos antes de que cueste mucho más ganarlos.

El cuarteto, tras Teixeira, y por las mismas razones, aspiraba a aguantar hasta el alto de Alpedrinha, de cuarta, a 45 kms. de la llegada. Lo logró. A partir de ahí, el pelotón pasó de permisivo a implacable. Generoso, comprensivo, pero no hasta el extremo de correr riesgos, no había dejado que la ventaja del cuarteto sobrepasara los cinco minutos.

El absurdo esfuerzo de Campenaerts

Isasa soltó a sus compañeros de fatiga, honor a todos, que se abandonaron a su suerte. A falta de 20 kms. para la meta, arrojó la empapada toalla. Y ya nadie sacó los pies del tiesto, abocada la etapa al sprint final desde el mismo banderazo de salida, cada cual en su papel de aspirante, de ayudante o de cesante. Y algunos, en los últimos 4 kms. de la zona de protección, hasta de ausentes. Un postrer, breve y absurdo esfuerzo de Campenaerts, una pompa de sudor, acabó en nada. Y Van Aert, poderoso, se llevó por delante, dejándolos por detrás, a todos.

El maillot rojo le sienta muy bien. A él y a la Vuelta. No estamos seguros de las auténticas aspiraciones del fenómeno belga. Pero todos estos esfuerzos iniciales parecen indicar que sus apetitos no son máximos, aunque sí es posible que duraderos, al menos hasta el domingo, hasta Granada.

La cuarta etapa, con la llegada en alto en el Pico Villuercas, de primera, con un segunda, un tercera y otro primera en el camino, debe empezar a dar pistas acerca del auténtico futuro de la carrera.

De Mikel a Landa

De Mikel a Landa

He aquí que, con el séptimo "maillot" de su trashumante existencia, reaparece en la sedentaria nuestra Mikel Landa. Reaparece, entiéndase, encendiendo de nuevo algunas velas de pábilo a media asta en el desconchado altar del landismo sociológico y exportable.

Ahora en el T-Rex Quick Step (Soudal), no ha durado Landa mucho en ninguna parte. Pero nunca le ha faltado un buen trabajo en una buena casa. Algo tendrá el agua cuando la bendicen. Mikel es,

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Un récord de medallas aún pendiente en una España de fútbol y poco más

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El

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