Los 800 metros eran la prueba globalmente de más nivel y mayor trascendencia, de cara a París, del Campeonato de España de Atletismo, celebrado las pistas alicantinas de La Nucía. Seis hombres corrían en persecución de los Juegos. La carrera se resolvió con el apabullante triunfo de Mohamed Attaoui. El medallista de plata europeo la dominó táctica y físicamente, controlándola desde las posiciones medias y accediendo a la cabeza antes de la última recta, que devoró.
Terminó, relajándose, celebrándolo, en 1:45.03. Tras él peleaban Adrián Ben y Mariano García, que había tomado desde el principio la iniciativa, en busca de la marca mínima de la Federación (1:45.20), que le otorgaría, junto al título, a ser posible, el pasaporte directo a París.
Sin embargo, viniendo desde atrás, inopinadamente, Elvin Josué Canales (1:45.53) le arrebató en el último suspiro la plata a Ben (1:45.55) y el bronce a García (1:45.92). Más atrás, Álvaro de Arriba (1:46.07) y Saúl Ordóñez (1:46.53) no participaron nunca de la fiesta. La Federación deberá ahora resolver qué tres nombres viajarán a los Juegos. Seguros Attaoui y Ben, la duda estriba entre Canales, de origen hondureño que el pasado jueves recibió en transfer de World Athletics para representar a España, y García.
Con la misma claridad que Attaoui se impuso, en los 1.500, Adel Mechaal (3:35.49) en una carrera lanzada desde el principio por un Javier Mirón que obtuvo el premio de la plata (3:36.15). Mario García Romo sigue sin encontrar la forma y las marcas. Su bronce (3:36.31) sabe a poco.
Había mucha expectación por ver, en el triple salto, a Jordan Díaz. Pero, como en el caso de Ana Peleteiro en la prueba femenina, su superioridad es tan incontestable que se limitó a ganar con 17,71. Realizó sólo dos saltos más. Uno de 17,32. El otro, de 17,50. Buenos números, para él rutinarios. Está en magnífica condición a la espera de los grandes momentos.
Los que le aguardan a Quique Llopis, imponente, rápido, técnicamente seguro en los 110 vallas. Bajó de 13.10. Sus 13.09 igualaron el récord de los Campeonatos de Orlando Ortega. Asier Martínez, aún en insuficiente forma, lo vio muy de lejos (13.42).
El sábado, el salto de longitud nos había deparado la agradable sorpresa de ver a Jaime Guerra plantándose en 8,17, por delante de Eusebio Cáceres (8,01). Óscar Husillos bajó en los 400 de los 46 segundos (45.66). Y Jorge Ureña sobrepasó los 8.000 puntos en decatlón (8.102).
La pugna entre el heroísmo y el sadismo se decantó por el heroísmo, personalizado por Romain Bardet (francés, 33 años) y Frank van den Broek (neerlandés, 23), ambos del equipo DSM-Firmenich. El sadismo lo representaba la ferocidad de un pelotón siempre al borde de atrapar a la pareja y convertirla en un común pingajo sudoroso, acuoso, licuado derretido por el esfuerzo, en la delgada frontera de la meta. En la mismísima orilla, donde caer derrotado penetra hasta el tuétano y duele infinitamente más.
Pero a Bardet, finalmente vencedor, y a su camarada, les sobraron cinco escuetos pero inmensos segundos. En su júbilo común, en la fraternidad de su compañerismo triunfal, quizás llegaron a escuchar a su espalda el rugido frustrado de la bestia impotente, encabezada por Van Aert, Pogacar, Van Gils, Aramburu, Pedersen, Evenepoel, Bilbao y Bettiol, en un rabioso sprint inútil.
Van den Broek, un coloso superviviente de la difuminada escapada del día (con Ion Izaguirre), cristalizada en el kilómetro 17, y Bardet, que dejó al pelotón para unirse a sus restos a falta de 50 kms. para la llegada, culminaron una gesta admirable. Casi conmovedora. Bardet, por añadidura, está corriendo su último Tour. Hoy es un líder recién nacido y, a la vez, póstumo. Agradeció a su joven compañero su ímprobo trabajo, sin el cual su victoria no se hubiera producido.
Etapa tremenda. Según Cecil B. DeMille, una película tenía que empezar por un terremoto y, a partir de ahí, ir creciendo. Algo parecido debieron de pensar los organizadores del "italiano" Tour2024 al colocar siete puertos en la primera etapa, entre Florencia y Rimini. Es verdad que ninguno de 1ª (tres de 2ª y cuatro de 3ª), pero con un recorrido de 206 kms. y 3.600 metros de desnivel acumulado. La etapa inicial más dura en la historia del Tour. Más que media montaña y menos que alta. Media y tres cuartos.
Difícil, incierta prueba para Jonas Vingegaard, que llega fresco, pero corto de forma. Presumiblemente, la irá cogiendo a medida que transcurran los días para estar a tope a la hora de la traca final. No hubiera deseado verse exigido tan pronto. Aguantó, no obstante, sin aparente erosión. Lo mismo que los demás máximos favoritos y el resto de nobleza de diferentes alcurnias, con sus distintas apetencias y posibilidades (excepto Van der Poel).
La dureza, la distancia y el calor hicieron estragos. Pero no entre los aristócratas, que no se atacaron, aunque en muchos momentos de la carrera, los equipos más fuertes parecieron anunciar un propósito en ese sentido de sus líderes. Quizás se iban tanteando como los boxeadores en el primer asalto. Pero nadie acusó debilidad ni nadie pretendió averiguar si las apariencias respondían a la realidad. Lo cierto es que algunos planos cercanos de Vingegaard, Pogacar, Evenepoel y Roglic mostraron unos rostros sin el menor signo de fatiga o tensión.
Estas etapas iniciales no son precisamente un prólogo. La segunda, también larga (199 kms.), volverá a encadenar unos cuantos puertos, media docena, no muy duros, pero sí paulatinamente desgastadores. ¿Los acusará alguno después de la paliza inaugural? El lunes, un reposo de dureza, pero de 230 kms. Y, el martes, el Galibier y un par de escoltas de 2º en un trayecto corto, 140 kms., pero concentrado.
El Tour rinde homenaje a Pantani. Ha recalado en Rimini, donde Marco fue encontrado muerto en la soledad de un hotel, y este domingo sale de Cesenatico, donde nació "El Pirata", último vencedor, en 1998, del Giro y el Tour en la misma temporada.
He aquí que este domingo, a las 21 horas, en Colonia, y todavía en octavos, tenemos una final prematura. Anticipada, que es como el fútbol ha denominado siempre a esos partidos en los que los teóricamente mejores equipos de la competición se enfrentan antes de tiempo.
Y es que este domingo, a las 21 horas, en Colonia, etc., se miden España y Georgia. Pero... ¿cómo incluye usted a Georgia en las alturas del escalafón?, objetarán algunos. ¿Cómo elevar a tal categoría a un equipo que ha terminado tercero en su grupo luego de ganar al Portugal de los suplentes, empatar con la eliminada República Ch
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La trepidante Eurocopa, en la que, por añadidura, España ha producido la mejor impresión de las Selecciones participantes, tiende a hacer olvidar que el resto de la vida deportiva sigue su curso, que el fútbol no lo es todo y que, a la vuelta de la esquina, aguardan los Juegos Olímpicos de París.
El Comité Olímpico Español (COE) dio a conocer oficialmente los nombres de los abanderados de nuestra delegación: la regatista Támara (con tilde) Echegoyen (Orense, 1984) y el piragüista Marcus Cooper (Oxford, 1994). Era un secreto a voces. Bueno, ni siquiera era un secreto. En una designación por méritos, pero también por eliminación, ellos llevarían nuestra bandera en la "Opening Ceremony".
Es una norma no escrita, una convención aceptada que las banderas las porten los deportistas más laureados. El honor femenino hubiera debido corresponder a la piragüista Maialen Chourraut, con un oro, una plata y un bronce, frente al oro en Londres2012 de Echegoyen en la clase Elliott6m en compañía de Ángela Pumariega y Sofía Toro.
Pero Maialen competirá en las series de K1 al día siguiente de la larga, fatigosa y noctámbula ceremonia inaugural. Es cierto que Echegoyen, junto a Paula Barceló en la clase 49erFX, empezará su tarea en Marsella, a 800 kms. de París, dos días después. No es mucho tiempo para descansar de un desplazamiento considerable y prepararse psicológicamente para afrontar un desafío de máxima exigencia. Sin embargo, todo el mundo, empezando por la ilusionada Támara, que, a diferencia de Maialen, no está sola en la competición, ha estimado que las posibilidades de medalla no sufrirán menoscabo.
La elección de Marcus Cooper (un oro y una plata) no presentó ningún problema de orden competitivo, índole temporal o naturaleza jerárquica. Comenzará su trabajo el martes 6 de agosto. Y si bien registra menos laureles que Saúl Craviotto (dos oros, dos platas y un bronce) y Rafa Nadal (dos oros), el piragüista ya fue abanderado en Tokio2020, junto a Mireia Belmonte, cuando una única bandera unisex dio paso ya en adelante a una femenina y otra masculina; y el tenista, en Río2016.
Para un deportista, portar la bandera de su país en el desfile de apertura de unos Juegos Olímpicos supone un honor de relevancia biográfica, revestido de una pátina de trascendencia histórica. Homenajea, individualiza, enorgullece, otorga una especie de capitanía de lo mejor del deporte de su nación en el encuentro con lo mejor del deporte del mundo, en el supremo escenario del planeta.
De un modo indirecto, suplementario, la designación de Echegoyen y Cooper reconoce y expresa la importancia de la vela y el piragüismo en el historial olímpico español. Ninguna otra especialidad nos ha aportado tantas medallas: la vela, 21. El piragüismo, 20.
Portugal lleva cinco goles en dos partidos, y ninguno es de un desesperado Ronaldo. Cinco goles y ninguno con su firma. Extraño. Y más extraño todavía que, en posición de marcar, le cediera el balón a Bruno Fernandes para que éste hiciera el tercero de Portugal ante la inofensiva Turquía.
Un insólito gesto de samaritano por parte del jugador más egoísta del mundo, que, por ende, está muy necesitado de reafirmación personal. Los musulmanes empezaro
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Si los títulos de Selecciones dependieran de la calidad de las respectivas Ligas nacionales, esta Eurocopa la ganaría Inglaterra en una final contra Italia, de no cruzarse antes. Una de las varas de medir la importancia de esas Ligas nacionales reside en el número de jugadores internacionales que militan en equipos de los países en cuestión. Futbolistas de primer y primerísimo nivel que no necesitan salir de sus fronteras. Sus clubes, son lo sufi
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El Olímpico de Roma, maravillado y exaltado, contempló y paladeó uno de los más grandes hitos del atletismo español, aunque la genética, la técnica, la estética y la mística provengan del Caribe. Un sabor dulce y fuerte, de frutas y especias. Jordan Alejandro Díaz Fortún agarraba, en el triple salto, una marca de 18,18 y ascendía al cielo intemporal de la prueba. Era campeón de Europa en su estreno con la selección española. Quiere ser campeón olímpico y plusmarquista mundial. No hay nadie ahora en este planeta que pueda aspirar con tanto fundamento a todo eso.
Cuba está lejos, pero seguramente sus autoridades deportivas seguían con atención cómo su talento exportado, bueno, fugado, luchaban por el título europeo de triple salto. Un portugués de Santiago y un español de La Habana, las dos grandes ciudades de La Perla de las Antillas, dirimían un duelo en la cumbre europea con extrapolación a la mundial y olímpica.
Desde el primer salto, Pichardo (17,51), que iba unos turnos por delante hasta que luego pasaron a los tres últimos de la mejora, y Díaz (17,56) relegaron a todos los demás a la irrelevancia irremediable y se enfrascaron en lo suyo, ignorándolos. Cuando, en el segundo intento, el portugués se plantó en 18,04, la prueba adquirió una dimensión excepcional. Jordan respondió con 17,82.
Al borde de la frontera
Soberbio, pero insuficiente. Ambos crecían, pero Pichardo había tomado ventaja y Jordan se vio obligado a arriesgar. Hizo un nulo en su tercer intento (el de Pichardo había sido de 17,55). Las espadas estaban en todo lo alto, pero la de Pichardo era más afilada. El portugués, tranquilizado, la envainó de momento, renunciando a un cuarto salto. Jordan lo aprovechó aterrizando en el foso a 17,96. récord de España (el anterior, 17,87) al borde de la frontera sagrada por casi inviolable.
La atravesó, destrozándola, convirtiéndola en escombros, cuando dejó en la arena una huella a 18,18 de la tabla. Se convertía de ese modo en el tercer hombre de la historia, tras el británico Jonathan Edwards (18,29) y el estadounidense Christian Taylor (18,21). Pichardo, al borde de la angustia y la impotencia, tras un quinto salto de 17,47, puso el alma en el último. Fue largo, muy largo, 17,92. Pero estéril. Jordan renunció a su sexto. Nimbado por la gracia, estalló de júbilo.
Pichardo y él han vivido historias similares. Pichardo, en el lenguaje del Régimen, desertó en 2017. Díaz, en junio de 2021, en Castellón y, vía Zaragoza, desembocó en Guadalajara, con la ayuda, casi una película de espías, de Ana Peleteiro y con Iván Pedroso en la retaguardia receptiva y acogedora.
Trayectorias paralelas
Como cubano, Pichardo, cuatro veces P (Pedro Pablo Pichardo Peralta), había sido campeón mundial júnior y doble plata mundialista. No estuvo, a causa de una lesión, en los Juegos de Río. En el tránsito de cubano a portugués, no sufrió deportivamente ningún bache físico, psicológico, de instalación o de adaptación. Fue campeón olímpico en Tokio, mundial en Eugene y europeo en Múnich.
Díaz mató a su hermano mayor. También una estrella juvenil no dejaba ¿inconscientemente? de tenerlo como ejemplo a seguir, modelo a imitar e ¿ídolo? a superar. Dos trayectorias paralelas de esa moderna y globalizadora índole política y sociológica que consiste en abrir Europa a los fugitivos de las dictaduras o el hambre. En los separados pero contemporáneos 31 años (el día 30) de Pichardo y los 23 de Díaz caben una rivalidad y una determinación sucesoria que, quizás, han enturbiado las relaciones entre, después de todo, ex compatriotas con historias similares. Ni se tratan ni se hablan. Pero no pueden ignorarse y Roma ha sido el comienzo de una hermosa enemistad.
"No hay quinto malo" en los toros. En el deporte, en el atletismo, sí, según las expectativas. Dani Arce reunía la mayor parte de los pronósticos para hacerse con la medalla de oro en los 3.000 metros obstáculos. Llegaba con la mejor marca europea del año (8:12.28) y había producido la impresión más consistente en las semifinales. Es un atleta grande, corpulento, no da la imagen enjuta del especialista en obstáculos. Pero es potente y con una notable fuerza terminal.
Cuando el italiano Osama Zoghlami, nacido en Túnez, se escapó desde el principio con un tranco suicida, fue quien dirigió las operaciones de captura. Nadie le echó una mano. ¿No era el favorito? Pues que se comportara como tal. Era el más interesado. Zoghlami fue atrapado con el toque de campana, Dani encabezaba el estirado grupo. No llevaba buena cara, pero la zancada seguía siendo larga.
La cara y la zancada fueron empeorando progresivamente. En la última recta, Dani era un corpachón bamboleante. Estuvo a punto de caer tras superar el postrer obstáculo. Delante de él, las medallas ya se las jugaban otros. Cayeron del lado del francés Alexis Miellet (8:14.01), su compatriota Djilali Bedrami (8:14.36) y el alemán Karl Bebendorf (8:14.41).
El español, exhausto de cuerpo y destrozado de mente, acabó quinto con 8:16.70. Permaneció largo tiempo de bruces en el suelo, inmóvil, consciente de que había fallado a todos, empezando por él mismo. Pero había luchado con todas sus energías y no mereció reproche alguno.
Otra posible, casi segura, medalla voló al limbo de las ocasiones perdidas cuando Yulenmis Aguilar, otro de esos nombres cubanos acogidos por la antigua Madre Patria, no se clasificó para la final de lanzamiento de jabalina. Debutante internacional con su nueva bandera, traía la segunda mejor marca de las participantes (63,90). Se quedó en 57,27, en decimotercera posición, a una de, pese a todo, meterse en la pomada. No está curada del todo de una lesión de hombro y, al parecer, ha estado tres días con fiebre. El fiasco tiene justificación, pero no consuelo.
Mario García Romo no levanta cabeza esta temporada. Con 3:44.30, no entró ni por puestos ni por tiempos (le faltaron una y dos centésimas para superar cualquiera de los dos últimos cronos) en la final de los 1.500 del miércoles. Sí, por fortuna, Adel Mechaal e Ignacio Fontes, recalificado al reconocérsele perjudicado por un atleta que había caído delante de él. Jakob Ingebrigtsen es inabordable. Pero tras él se extiende una tierra virgen.
Una de las marcas del Campeonato corrió a cargo de la polaca Natalia Kaczmarek en los 400 metros. En una lucha cerrada con la irlandesa Rhasidat Adeleke, cerró el crono en 48.98, registro líder mundial del año. Adeleke (49.07) bajó amplísimamente de los 50 segundos, la frontera de la gran clase internacional. Al borde se quedó la imponente neerlandesa Lieke Klaver (50.08). No está en su mejor forma.
Escaños y podios. Los ciudadanos europeos votaban en sus respectivos países. Y, en Roma, donde se firmó en 1957 el Tratado constitutivo de la Comunidad Económica Europea, embrión de, en 1993, la Unión Europea, los atletas del continente se esforzaban, en sus respectivas pruebas para alcanzar sus metas. Los políticos estaban a merced de la decisión de los ciudadanos, de las urnas, para llegar a las suyas. Los deportistas dependían de sí mismos.
Dentro de la incertidumbre de toda competición, Ana Peleteiro, en su superioridad teórica, dependía especialmente de sí misma en el triple salto. Ella ganaba o ella perdía. Su mano mecía la cuna y aferraba las riendas. Las rivales estaban a sus expensas, por no decir a su merced. Ganó, pero penando un poco. Desde el primer salto pareció dejar las cosas en su sitio: 14,37, aunque batió a 21 centímetros de la tabla. Luego no hizo más que ampliar las diferencias. En el segundo, 14,46. El camino se le despejaba. Y, de pronto, la turca Tugba Danismaz, de modo insospechado, con récord nacional, se fue hasta 14,57.
Peleteiro, en el salto con el que consiguió el oro en Roma.ANNE-CHRISTINE POUJOULATAFP
Ana cambió de expresión, que mudó de serena a preocupada. Departió con Iván Pedroso. Se tambaleó su seguridad, pero no su determinación. Respondió a la turca con 14,52. Mejor, pero insuficiente. En el cuarto dio carpetazo al asunto: 14,85, a dos centímetros de su récord nacional, el del bronce olímpico. Ya campeona, el quinto intento, nulo, y el sexto, largo, pero no tanto, remataron, en conjunto, una serie espléndida. El oro se le rindió, enamorado, para proporcionar a España el metal más precioso posible, el auténticamente diferenciador. Los otros son siempre bien recibidos, pero mucho menos celebrados. Ana refuerza su moral de cara a los Juegos Olímpicos, en los que a ausencia de Yulimar Rojas abre el abanico para todas. También para Ana, que ya debe afrontar directamente, sin titubeos ni complejos, la barrera de los 15 metros, la frontera de las elegidas. A los 28 años, Ana, en su madurez, los contempla cada vez más cerca.
Entre ocho atletas en los 800 metros, la presencia de tres españoles ofrecía un prometedor cálculo de probabilidades para agarrar una medalla. Casi era imposible no acceder a, al menos, una. Fue, sí, una. De plata a cargo de Mohamed Attoui. Y quizás hubiera sido de oro si Attoui no hubiera hecho un esfuerzo extra adelantando como un poseso por el exterior, en la última curva. Corrió unos cuantos metros de más. Debería haber estado mejor colocado antes para no padecer ese esfuerzo suplementario. Pero sería injusto y absurdo reprocharle nada. Su 1:45.20 sólo se inclinó ante el 1:44.87 del francés Gabriel Tual. Álvaro de Arriba fue cuarto (1:45.64) y Adrián Ben, posiblemente perjudicado por un tropezó y un traspié al comienzo de la prueba, acabó sexto (1:46.54). Los tres defendieron con solvencia y provecho el prestigio del mediofondo español. Son dignos representantes de una larga tradición de medallas, marcas y buenos puestos.
Attaoui, entre Gabriel Tual y Catalin Tecuceanu.ANDREAS SOLAROAFP
Ana, regresamos a ella, es ahora Ana Peleteiro-Compaoré. Ha adoptado el apellido de su marido, el también triplista Benjamin Compaoré, con quien contrajo matrimonio en septiembre de 2023. Pero ha tenido la deferencia de situarlo en, digamos, segunda posición para no despistar. Generalmente, las atletas que se casan anteponen al suyo el apellido de su esposo y llaman a la confusión. Quizás más de uno ha reparado en este Campeonato en el sorprendente parecido de la vencedora en el lanzamiento de disco, la croata Sandra Elkasevic con Sandra Perkovic, bicampeoa olímpica y mundial, y siete veces europea. Son, obviamente, la misma persona. Compaoré, en justa y amorosa reciprocidad, es ahora Benjamin Compaoré-Peleteiro. El matrimonio está bien avenido.
Compaoré es un atleta francés de gran nivel, campeón europeo en 2014. Pero ya, 10 años después, a los 37, que cumplirá en agosto, en retroceso y que se clasificó con apuros para la final del martes, con 16,72. No pasó ningún apuro Jordan Díaz, imponente en su estreno con España. Después de un salto nulo, se plantó en 17,52, casi un metro más de lo que se pedía para pasar a esa final, y eso que se dejó 18 centímetros en la tabla.
Rozó su marca, con un único intento, Pedro Pablo Pichardo (17,48), el campeón olímpico, amén de otros laureles. Ambos comparten una historia. Nacieron en Cuba, pero uno se marchó-fugó a Portugal, y el otro se exilió-refugió en España. Parece que no se llevan del todo bien y se lanzaron unas pullitas que no vienen a cuento en un deporte como el atletismo. Bueno, y en ningún otro. El triple salto puede ser la prueba bendecida para España.
Por la mañana, en el medio maratón femenino, el equipo español había arrancado por un único segundo -contaban los tiempos, no los puestos- un bronce colectivo que también pesa, pero no brilla mucho viendo las posiciones. Laura Luengo, duodécima con 1:10:54, Esther Navarrete, decimotercera con 1:11:08 y Azzahraa Ouhaddou, decimocuarta con (1:11:14), puntuaron. Los hombres fueron cuartos.
En la mística de los números futbolísticos, el 9 designa desde siempre al delantero centro. A diferencia de otros números, convertidos en arqueológicos residuos aritméticos (un defensa derecho jugando con el 18, etc.), el 9 mantiene una cierta fidelidad de origen. Casi tanto como el 1, prácticamente el único guarismo que respeta, acatándolo, el sentido original.
El 9, referencial, posee un significado sobreentendido y se habla "de un 9", así, en
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