Hay derrotas que son remolinos: la corriente es violenta, cuesta horrores salir de ellas, son muy peligrosas. Pero hay derrotas que son lo contrario: una nube tapa el sol, se siente un ligero escalofrío y al rato todo brilla. La derrota de Carlos Alcaraz contra Grigor Dimitrov en los cuartos de final del Masters 1000 de Miami fue así, una molestia pasajera. Este viernes, dormida la noche, quizá el español ya ni recuerde el feo marcador (6-2 y 6-4) y encare despreocupado la preparación para la gira de tierra batida que viene. Es el ideal para el deportista: si hay que caer que sea porque el adversario fue mejor. Y Dimitrov fue mejor, mucho mejor.
«Grigor jugó un tenis casi perfecto. No he podido encontrar soluciones ni hacerle sentir incómodo. Yo he jugado un gran tenis, no perfecto, pero bueno. Se lo he dicho a mi equipo: me ha hecho sentir como si tuviera 13 años. Ha sido una locura. No sabía qué hacer. No tenía debilidades. No recuerdo haberme sentido de esta manera. Si me pasó antes, fue hace muchísimo tiempo. He sentido una frustración inmensa», reconoció Alcaraz en la rueda de prensa posterior con una sonrisa en la cara.
Dimitrov sumerge a Alcaraz en un mar de dudas y lo elimina en cuartos de Miami
Nada tuvo que ver su tropiezo este jueves contra Dimitrov con sus otras caídas recientes. Ni ante Alexander Zverev en el último Open de Australia ni ante Novak Djokovic en las ATP Finals ni ante Jannik Sinner en el ATP 500 de Pekín salió tan tranquilo. Entonces el número dos del mundo se sumergió en una crisis personal, dejó de disfrutar sobre la pista, dudó sobre su tenis al completo. Esta vez simplemente aplaudió a su rival y a otra cosa. En realidad no había otro camino. Dimitrov, un tenista excepcional hundido por el peso de su apodo -Baby Federer-, jugó uno de los mejores partidos de su vida con un servicio firme y su resto de revés realmente violento. Cada saque de Alcaraz encontraba una respuesta inmediata, directa, una raquetazo que no había manera de devolver. Al final, el español recogió sus raquetas, su trofeo de ganador del Masters 1000 de Indian Wells y regresó de Estados Unidos con alegría.
«Ha sido un mes de marzo muy positivo ganando un Masters 1000 y sintiéndome como me he sentido. Ha sido súper positivo. A pesar de la derrota, me voy con sensación de haber jugado un buen tenis y sólo he encontrado un rival que me ha pasado por encima. Tengo ya ganas de empezar la gira de tierra batida», concluyó y ese es ahora el desafío que viene.
Los torneos sobre arcilla
Pese a sus condiciones físicas, Alcaraz todavía no ha completado un tour de arcilla completamente satisfactorio. Tanto en 2022 como en 2023 venció en el Conde de Godó y el Mutua Madrid Open de Madrid, los dos torneos de casa, pero en los Masters 1000 de Montecarlo y Roma todavía no ha disputado los cuartos de final y siempre se ha marchado de Roland Garros con la sensación de haber podido llegar más lejos. En 2022, ante Zverev, le pudo su propia mente y en 2023, ante Djokovic, le pudo su propio cuerpo, lesionado a medio partido. Este año tiene en París el desafío de la temporada por partida doble. Primero, a principios de junio, buscará su primer título de Grand Slam, y después, a principios de agosto, el oro olímpico en los Juegos Olímpicos. Quien acierte en Francia puede encadenar una racha antológica y no hay un candidato por delante de Alcaraz.
Más allá de la incógnita de Rafa Nadal, Novak Djokovic atraviesa una crisis -más después de separarse de su entrenador, Goran Ivanisevic- y habrá que ver el nivel del resto. Sinner, Daniil Medvedev y Zverev sí se han presentado en las semifinales del Masters 1000 de Miami, pero en tierra les esperará Alcaraz con una derrota superada, una molestia pasajera.
La escena da mucha pena. Pablo Ibáñez se acerca dando tumbos a la meta de la Camí de Cavalls, una carrera de 185 kilómetros que da la vuelta a toda Menorca. Ha liderado la prueba durante horas, ha contado con más de 45 minutos de ventaja y apenas le quedan 100 metros para llegar al arco de la Plaça des Pins de Ciutadella. Pero está exhausto. Le cuesta avanzar, incluso mantenerse en pie, y si sigue corriendo es porque ya queda muy poco. Las cámaras de la retransmisión le enfocan y, de repente, alguien aparece atrás. Ahí viene, a toda velocidad, su rival, el francés Antoine Guillon que se acerca, se acerca y se acerca.
«Le está pasando, le está pasando», grita la narradora y, en efecto, Guillon le adelanta y le arrebata la victoria. Ibáñez se para y se rompe. A moco tendido y ya caminando acaba la carrera en segunda posición con un tiempo de 19 horas y 19 minutos. Durante mucho rato seguirá llorando, primero abrazado al propio Guillon, después tendido sobre el asfalto y al final en brazos de su madre, que le esperaba para celebrar. La escena da mucha pena.
Y pese a ello, el próximo viernes 2 de mayo, sólo un año después del drama, Ibáñez volverá a Menorca para rodear nuevamente la isla y tratar, esta vez sí, de proclamarse ganador de la XIII Trail Menorca Camí de Cavalls ConectaBalear.
¿Por qué?
Casi desde el primer momento tuve claro que quería volver para acabar de otra manera. No sé si ganaré, pero tengo que acabar mejor. Al día siguiente de la prueba ya le dije a mi madre que volvería, en el mismo hospital.
Porque sí, Ibáñez acabó en el hospital. En este tipo de pruebas, la deshidratación a veces obliga a una visita a urgencias que se suele resolver con suero, pero esta vez fue distinto. El corredor vasco de 33 años sufrió una rabdomiólisis severa, una dolencia que en el argot médico se suele acompañar de otro apellido más claro: rabdomiólisis dolorosa.
«Durante la carrera se me cerró el estómago y en las últimas seis horas no pude ni comer ni beber. A la meta llegué en un punto de vacío absoluto, desorientado, mareado, y en el hospital me diagnosticaron rabdomiólisis. Según me explicaron, mi cuerpo empezó a comerse mis músculos y esas células musculares acabaron en mi sangre. El dolor al tacto era increíble, me dolía el contacto con la cama. Y mi orina se volvió negra. Me tuvieron que dar morfina», recuerda Ibáñez, que luego estuvo pagando las consecuencias durante semanas.
«Al mes siguiente, estaba en Madrid por un viaje de trabajo, tenía un poco de tiempo libre, intenté volver a salir a correr y me asusté porque no sabía. Me había olvidado. Me acercaba a un bordillo y no levantaba la pierna. Lo consulté con un médico y me confirmó que la enfermedad provoca ciertos problemas neuronales. Me dio mucho miedo. Tardé tiempo en volver a correr con normalidad», narra.
Buena relación con su verdugo
De Bilbao, era un aficionado al ciclismo más hasta que empecé a leer el blog del corredor Anton Krupicka, tantas veces rival de Kilian Jornet, y le picó la curiosidad por el trail. Durante años compaginó ambos deportes, hasta que hace apenas tres años, cuarto en la Canfranc-Canfranc, se centró en correr y saltó a la ultradistancia. La cruel Menorca Camí de Cavalls del año pasado era, de hecho, su estreno en una prueba de 100 millas. Y estuvo muy, muy cerca de ganar.
«Me faltó experiencia, pero también información. Todo el mundo pensaba que tenía mucha ventaja y no me daban información de qué pasaba detrás para no preocuparme. Me relajé y cuando quise volver a arrancar ya estaba muerto. Entrando a Ciutadella, un cámara me dijo: 'Está en la rotonda'. Y yo justo había pasado por allí. Si me hubieran ido diciendo, lo podría haber gestionado de otra manera», cuenta Ibáñez que ha entablado relación con su verdugo.
En los días posteriores a la prueba del año pasado, Guillon le preguntó por su estado de salud por Instagram y desde entonces hablan de vez en cuando. «Es un tío curioso porque sólo sigue a 10 personas. No sigue a Kilian y me sigue a mí», finaliza.
Apenas el mercado semanal del parque de la Devesa agrieta la tranquilidad de Girona, donde poco, prácticamente nada, advierte que llega un gran día: el debut de la ciudad en la Champions, este miércoles en el campo del PSG (21.00 horas, Movistar). Sobre la arena de la Plaça de la Independència unos cartelones de Etihad Airways, patrocinador del equipo, dejan algo entrever -"Juntos hacia nuevas alturas" es el emblema- y para alivio del fotógrafo por allí aparece Javi, con una camiseta de Stuani y el logo de la competición. Pero poco más.
Si acaso hay más camiones que de costumbre descargando comida y cerveza en los bares de alrededor, como el Fock Viu, una hamburguesería y cocktelería muy 'street food' que se prepara a conciencia. Allí se reunirán hoy decenas de chavales convocados por el podcast 'Tribuneros de Montilivi' de Pol Mejias y Martí Pardo. "A Girona le falta un lugar de referencia donde ver los partidos de fuera. No hay un sitio donde se junte la afición, estamos desperdigados y, de hecho, igual vas a un bar de la Plaça de la Independència y no sabes muy bien a quien se anima. La gente no es muy enérgica y muchos no visten la camiseta del equipo", comenta Pardo, veinteañero que describe el carácter de sus vecinos.
Un joven posa en la Plaça de la Independència, de GironaDavid RamirezAraba Press
"La gente tiene ganas de Champions, pero en Girona somos tranquilitos, no nos volvemos locos. Por ejemplo, las entradas para la afición visitante en el campo del PSG no se han acabado. Había como 2.000 e irán unos 1.000, la mitad. Entre semana la gente trabaja y lo primero es lo primero", expone Pardo sin acritud, consciente que tampoco se puede cambiar una ciudad tan burocrática, tan funcionarial, tan capital de provincias, en un visto y no visto. Además, hasta hace 20 años el Girona FC deambulaba entre Tercera y Regional Preferente y su masa social sigue en construcción. En 2011, ya en Segunda, Montilivi vivió el primer pleno de su historia -9.286 espectadores- y hubo que esperar a 2017 para el verdadero 'boom', con el ascenso a Primera y la compra del club por parte del City Group.
"Mi padre fue empleado del club y yo siempre fui del Girona, pero en el colegio se reían de mí por eso. Los que íbamos al campo nos conocíamos todos. Ahora hay niños del Girona, es bonito y vienen grupos de turistas, sobre todo holandeses, que van o vienen de la Costa Brava", expone Lluís Bosch, presidente de la Penya Gironina y autor de un Montilivi hecho con piezas de Playmobil -expuesto en el Centre Cultural La Mercè-, que también habla del talante propio: "Hay mucho alegría, más orgullo de ciudad que nunca, pero también hay temor. El 'tarannà gironí' es el que es: serios, reservados. Nos gusta estar en Champions, pero ya sufrimos por lo que pueda pasar con los aficionados de otros equipos".
Montilivi, en el último partido ante el BarçaLLUIS GENEAFP
Y es que la Champions ha obligado al Ayuntamiento a movilizarse, a visitar Villarreal este agosto para aprender de su ejemplo, a preparar dispositivos especiales junto a los Mossos y a coordinarse con la Universitat de Girona, cuyo campus está al lado de Montilivi, al sur de la ciudad. Las clases acabarán antes en los días que lleguen los aficionados del Feyenoord, del Slovan de Bratislava, del Liverpool y del Arsenal. "Es un reto para la ciudad y tenemos que aprender. Hay que saber disfrutar del momento y, a la vez, que no perjudique la convivencia", apunta Àdam Bertran, regidor de Deportes de la ciudad, que desvela que no habrá Fan Zone, pero sí se realizará un control de los fans visitantes, especialmente de los hooligans que lleguen sin entrada.
"Serán cuatro días en cinco meses, tampoco tanto", asume y como miembro de Esquerra confirma que la política se quedará a un lado. Aunque Girona está gobernada por las CUP con el apoyo de Junts y Esquerra, no se esperan actos reivindicativos antes o durante los partidos de Champions. De hecho, en Montilivi las esteladas sólo fueron mayoría entre el fervor de 2017. "El Girona es un club privado y desde el Ayuntamiento sólo podemos desear que la Champions permita que aumente la gente que practica deporte en la ciudad", finaliza Bertran.
Pocas esteladas, propiedad extranjera
"En Girona cuesta mantener el deporte al margen de la política, pero el club lo ha conseguido. Tiene un posicionamiento más cercano al Espanyol que al Barça porque entre las gradas hay gente diversa. Se ha mantenido al margen del independentismo y eso le ha ido muy bien", puntualiza Ángel Martínez, regidor del Ayuntamiento por el PSC y ex jugador de la entidad, cedido por el Espanyol al Girona para la temporada 2010-2011, que añade: "También los propietarios son extranjeros". El City Group del jeque Mansour de Abu Dhabi, el dueño del Manchester City, posee el 47% de las acciones mientras que el 35% es del magnate Marcelo Claure y el 17% restante es de Pere Guardiola, hermano de Pep.
El palco del Girona, ante el Barcelona.Alejandro GarciaEFE
Sin una Junta Directiva al uso, el Girona ha tenido que cambiar parte de su consejo de administración para evitar conflictos con la UEFA, pero igualmente muchas decisiones se toman lejos de la ciudad. "El otro día, un tertuliano de TV3 decía que el Girona ya no es un equipo humilde por los propietarios que tiene, pero no es verdad. En España no hay dinero y ésta es la única forma de crecer ahora. El City Group respeta la identidad del club, no le ha cambiado el nombre, por ejemplo, y mantiene la base de lo que fue", proclama Martínez, que recuerda cuando los jugadores compartían coche para ir a los partidos.
El entorno de un modesto
O cuando a Montilivi sólo iban 300 aficionados. O cuando el Palamós, el Figueres o el Vilobí se llevaban a los canteranos de la entidad. O cuando no había periodistas que cubrieran los partidos. Ahora los hay, claro, pero no hay día que la tribuna de prensa se acerque al número de profesionales que mueven Real Madrid, Barcelona o Atlético. "Como mucho somos 15, aunque lo normal es que estemos entre cinco y 10. Girona es una ciudad muy pequeña, de 105.000 habitantes, y el entorno del club es pequeño, de trato personal, con una relación con los jugadores más cercana", expone Alex Luna, periodista de Mundo Deportivo o DAZN e impulsor de otro podcast, Montiliving, también con tirón entre los jóvenes.
El Girona, en su último entrenamiento antes del PSG.LLUIS GENEAFP
"Si dentro de unos años el Girona baja a Segunda su masa social bajará, pero quedará lo que estamos viviendo ahora, con la temporada pasada o con el debut en Champions. Ahora hay niños del Girona y eso no pasaba antes", subraya Luna, que en contraposición al tópico habla de una nueva Girona "abierta y divertida" gracias al deporte.
Paraíso para los expats
Porque no es sólo el fútbol. El súbito ascenso del Girona ha coincidido con el nuevo proyecto del Girona Bàsquet de la mano de Marc Gasol -en ACB desde 2022- y con la moda del ciclismo en la ciudad. Hace años, con Lance Armstrong como referente, muchos profesionales se instalaron en el centro y con el paso del tiempo llegaron los amateurs de todas partes del mundo, con sus eventos, sus tiendas de ropa ciclista y sus cafeterías de especialidad. Hoy Girona es un lugar 'cool' para 'expats' gracias a su oferta deportiva.
Ciclistas en la cafetería La Comuna, de Girona.David RamirezAraba
"Antes quizá se veía como un pueblo cerrado y ahora es una ciudad que atrae, con mucha calidad de vida. Muchos nos ven como el Silicon Valley del deporte, un ecosistema único. De hecho, hemos creado un movimiento, el Girona Play Together, para que haya más sinergias entre fútbol, baloncesto y ciclismo", expone Jordi Puyol, de Athletic Affair, una agencia de Girona vinculada a los deportes outdoor y a eventos como el Sea Otter, el festival ciclista que se celebra este fin de semana. Antes hoy, en el campo del PSG, Girona vivirá un gran día, el debut de su equipo en la Champions, aunque poco, prácticamente nada, advierta sobre ello en la ciudad.