0-2 en el RB Arena
Los goles de Oyarzabal y Brais Méndez plasman la tremenda superioridad inicial del equipo de Imanol, que supo sufrir tras el descanso (0-2).
Ganar con solvencia lejos de casa jamás es tarea fácil en la Champions, especialmente cuando en los tres puntos se depositan las esperanzas de futuro. La Real Sociedad lo hizo en Salzburgo, con goles de Mikel Oyarzabal y Brais Méndez, tras un partido en el que volvió a ofrecer su trazo fino, pero donde también se le requirió fortaleza de ánimo. Hoy, 11 meses después de aquel histórico triunfo en Old Trafford, el equipo de Imanol empieza a manejarse por Europa con cierta compostura. Y eso puede valer un billete para octavos. [Narración y estadísticas (0-2)]
La irrupción de Aihen Muñoz en el puesto del lesionado Kieran Tierney no suponía ningún trastorno en la línea continuista de Imanol Alguacil, con un once ya muy perfilado en estos albores del otoño. De momento, pese a la enorme exigencia física de su planteamiento, el técnico ha encontrado un camino y no va a mover un dedo de la pizarra. Con este nivel de ambición, casi calcado al ofrecido hace dos semanas ante el Inter, se presentó la Real en el RB Arena. Y en cinco minutos, como frente a los italianos, su fantástico fútbol fue recompensado en el marcador.
La victoria a domicilio ante el rival más vulnerable del grupo era ineludible. Y la recuperación, física y mental, de Oyarzabal tras una delicada lesión de rodilla, aún más. Desde ese puesto del falso nueve, el internacional venía de un doblete liguero ante el Athletic, aunque necesitaba mostrarse en Europa. Como su primer disparo tropezó en el hombro de Schlager aún tuvo que afinar la zurda para el 0-1, en colaboración con Brais Méndez.
La zurda de Brais
Sobraban motivos para evidenciar la superioridad visitante, con un juego veloz y expresivo, preciso y fulminante. Sostenida sobre Zubimendi, con Mikel Merino y Brais sobrevolando en misión de combate, la Real simplemente bordó el fútbol ante un rival sobrepasado. Los balones en largo hacia Konaté, en el flanco izquierdo, los sofocaba Igor Zubeldia. Bajo ese esquema tan primario, poco más podía ofrecer el Salzburgo, sin oficio para frenar lo que se le venía encima. Ni la temprana amarilla a Le Normand hizo mella en la Real, que dobló su ventaja tras un prodigioso contragolpe, iniciado a escasos metros de Remiro y finiquitado con la zurda de Brais.
En ese hábitat confortable, apenas inquietado por una fea patada de Solet a Kubo, se manejó el partido hasta el descanso. Barrenetxea se gustaba, el medio millar de hinchas vascos coreaban y la victoria parecía un hecho. Sin embargo, la situación varió con un par de cambios del Salzburgo, que a falta de otras virtudes, al menos opuso orgullo y actitud. En el minuto 50, tras una aparición de Simic, el derribo de Remiro se castigó como penalti, pero el VAR hizo recapacitar al árbitro polaco.
Tanto crecía el Salzburgo que Imanol, escarmentado del empate en el debut, quiso enfriar la caldera con el aire fresco de Cho y Carlos Fernández en su primera línea de presión. Había que tragar saliva porque el lenguaje corporal de los austriacos atemorizaba de veras. Y sus tacklings a ras de hierba, aún más. Cierto que Remiro no debió emplearse a fondo, aunque bien pudo agradecer la Real que Frankowski pasara por alto tres acciones de mano en el área, repartidas entre Pacheco, Merino y Zubeldia.
Cada balón cruzado, cada segunda jugada, ponía a prueba el temple de los centrales. Privados del balón, sin opción de contragolpe, los donostiarras sufrieron como sufre cualquiera a domicilio en la Champions. Entre otras razones porque su segunda unidad no alcanza, por ahora, la excelencia de los más habituales. Sin embargo, nada se puede objetar al modo en que logró echar la persiana al partido. La última jugada, con los puños de Remiro y un rosario de despejes en el quinto minuto del añadido, fue la muestra más contundente de la concentración realista.