Octavos de final
Derrotó al italiano por 6-4, 3-6, 6-2, 4-6 y 6-3 después de cuatro horas y 41 minutos de un partido que se rememorará durante años. “Espero estar preparado”, dijo el alemán sobre su próximo encuentro
Hace un calor del diablo en la húmeda noche neoyorquina donde Jannik Sinner y Alexander Zverev prenden la llama con su propio fuego, el de una disputa mayúscula, en la que litigan por ganarse plaza frente al vigente campeón del torneo. Hace rato que Carlos Alcaraz espera opositor en cuartos tras imponerse con facilidad a Mateo Arnaldi cuando los dos candidatos presentan su mejor cara y se lían a palos para deleite de los miles de fieles que aún resisten congregados en el último acto que comienza en el todavía lunes en la Arthur Ashe e invadirá la madrugada del martes, completando el cartel de los ocho mejores de este Abierto de Estados Unidos, al que también se sumaron ya en esta jornada Andrey Rublev y Daniil Medvedev, llamados a cruzar sus destinos.
Será el alemán, que domina 3-2 el cara a cara con el defensor de la copa, quien le haga frente este miércoles por segunda vez en un torneo del Grand Slam, tras derrotarle el pasado año en cuartos de Roland Garros. Cuando parecía derrengado, como si todas sus opciones pasaran por ganar en cuatro sets, el duodécimo favorito demostró un valor infrecuente a lo largo de su irregular carrera para seguir de pie y poner el colofón a su encomiable trabajo, venciendo por 6-4, 3-6, 6-2, 4-6 y 6-3, en cuatro horas y 41 minutos. Se frustra así la anhelada reedición de los cuartos del pasado año, cuando Alcaraz levantó una bola de partido ante Sinner y ganó en cinco sets poniendo rumbo al título. “Espero estar preparado”, dijo el vencedor a pie de pista tras guardar unos segundos de silencio mientras sonreía ante la pregunta sobre su próximo adversario
Intenso desde el inicio
Sinner, sexto cabeza de serie, se repone pronto de la primera rotura e iguala a tres en un primer set de intensidad abrumadora, donde su rival demuestra que empieza a dejar definitivamente atrás la lesión sufrida ante Rafael Nadal en las semifinales de Roland Garros del pasado año que segó su nuevo intento de perseguir un major y le mantuvo demasiado tiempo varado en el arcén. Había sido precisamente en Nueva York, en la edición algo clandestina de 2020, con el mundo entero asolado por la pandemia, cuando estuvo más cerca de lograrlo, en aquella final perdida ante Dominic Thiem después de contar con dos parciales de renta.
Vuelve a quebrar Zverev en el noveno juego, más sereno en la construcción del punto frente a la premura que a veces traiciona a su oponente. Esta vez no va a escapársele al alemán la oportunidad de cerrar el set. Lo hará con dos aces consecutivos. Ha necesitado una hora y ocho minutos para sentar las bases, a los 26 años, de una de las victorias más significativas de su carrera, aunque cuente ya con un oro olímpico, un título en las ATP Finals y cinco Masters 1000.
El poder del servicio
Del mismo modo, con un saque directo, cerrará Sinner el segundo parcial, que transcurre por vericuetos similares, si bien el de Hamburgo, evolucionado tanto en su juego como en su actitud, más tolerante a la frustración, flaquea con el servicio, que entrega en dos ocasiones. Entre dos jugadores con bastantes puntos en común, poseedores de un revés que marca diferencias, el saque había de ser el mejor argumento de Zverev para inclinar la balanza, como así terminó resultado en gran medida a la hora de la valoración global del encuentro por la influencia de este golpe en la resolución.
El italiano trata de sobreponerse a los calambres. Ha recibido un breve tratamiento en su pierna izquierda mediado el segundo set y se duele de ella en el inicio del tercero. Serio percance en un duelo de enorme demanda física. Volverá recibir cuidados tras ceder el parcial, pero logrará ponerles remedio para llevar la confrontación al episodio definitivo. Es allí donde resurge un Zverev irreductible, que rompe de entrada y defiende la conquista para rentabilizar la primera bola de partido. Su grito de liberación en el centro de la cancha contrasta con la marcha de un Sinner que no puede contener el llanto camino de los vestuarios.