LaLiga Santander
Girona – Real Madrid (4-2)
El delantero lidera la contundente victoria del Girona (4-2) sobre los blancos en un día aciago de la defensa
Del torneo-balneario que muchos eligen para retirarse, llegó el Taty Castellanos para comerse al ogro Militao, marcar cuatro goles al Madrid y entrar en la historia del equipo blanco, que no es cualquier historia. El argentino, de 24 años, salió del césped de Montilivi cuando todavía restaba un mundo bajo tantos aplausos que era como hacerlo bajo palio. De haberse quedado, podría haber superado al Lewandowski que ahora languidece como goleador o a Diego Milito. Para buscar otros precedentes, hay que irse a la prehistoria. Con esta sonora derrota (4-2), el Madrid mira ya directo a su historia, a la Champions, con el aperitivo de la Copa. La Liga empieza su cuenta atrás para el Barça, pero el día es del Taty y del Girona, este ‘Little’ City que certifica ante todo un Madrid su permanencia. Guardiola firmaría lo mismo con el de verdad. Que nadie se lo quite.
Este ariete que combina la pegada de siempre con la movilidad, ganó todos los duelos por anticipación y por posición frente a una defensa dramática, en la que el principal señalado fue Militao, pero donde ni Nacho ni Rüdiger supieron dónde estaban.
LA PEGADA DE UN ‘NUEVE’
Con un plan muy claro, el Girona sabía perfectamente qué quería hacer y con quién en cada robo, fueran las incorporaciones de Tsygankov y Couto, o las carreras de Castellanos en busca de la ventaja sobre los centrales. Mal posicionados estaban Militao y Nacho cuando cabeceó, solo, frente a Lunin tras centro de Miguel Gutiérrez. Tampoco midieron bien la llegada de Couto en el tercero, rematado por el argentino en el coto del ‘nueve’, del mismo modo que en el cuarto. Además de la pegada, el Taty dejó un control con el pecho en carrera, clave en el mano a mano que ganó a Militao en el segundo.
Ningún gol era claramente imputable a Lunin, titular en Montilivi, pese a encajar uno por debajo de las piernas, en un Madrid con casi todos los pesos pesados menos Benzema y Courtois. El belga suele parar balones que no detienen los porteros normales, incluso a quemarropa; Lunin es uno de los segundos.
Los dos primeros goles, en poco más de 20 minutos, dieron a los de Míchel una ventaja inesperada, ya que el Madrid empezó dominador, con Vinicius lanzado, pero también ofuscado. Empieza a ser un problema sistémico, porque se produce en la Liga, no en la Champions. Cuando una grada descubre una debilidad es implacable. Los gritos contra Vinicius son, en realidad, los gritos del miedo, porque no hay quien no tema su poder en un campo de fútbol, creciente, desbordante, implacable. Pero del mismo modo, se convierte en un mal sistémico para el propio Vini, porque infecta a su equilibrio emocional de arriba a abajo. No lo saca de las jugadas, y la prueba es el remate al que llegó afinado para reducir distancias o el pase a Lucas Vázquez en el segundo tanto del Madrid, pero a este paso lo va a sacar de más de un campo. Iglesias Villanueva retuvo la amonestación todo lo que pudo, pero ni la lluvia enfrió al brasileño. La vio antes del descanso y, a partir de ahí, jugó en riesgo. El árbitro fue condescendiente.
VINICIUS FRUSTRADO
Esta Liga está lista para el alirón y estas situaciones no ponen ya en juego nada tremendo. Pero en verano empezará otra en los mismos estadios. El público y los rivales volverán a jugar con el temperamento de Vinicius, que alterna desbordes y goles con desplantes y protestas. Limar esa parte le iría bien a un jugador con el talento suficiente para ser uno de los dominadores de la próxima década. La impresión es que siente ya esa condición y ello le lleva a intentarlo todo del mismo modo que a protestarlo todo. Le asiste la razón en muchos casos, claro, pero el fútbol no sólo se juega, se interpreta, en un lugar que tiene su decorado.
El poder del brasileño no fue suficiente para compensar el dislate defensivo de los suyos. Vinicius tocó para Modric en el primer minuto y finalizó la jugada con un centro que Rodrygo, de tacón, pudo convertir en el primer gol. Desbordó continuamente, intentó una ‘lambretta’ y llegó al gol al que nadie en su equipo lo hacía. Todo eso entre trifulca y trifulca, con Bueno o con Arnau, que acabó por ver una tarjeta. Mirar hacia atrás, en cambio, era frustrante. Cuando lo hacía, sólo veía al Taty.