La final de Copa constató una de las características actuales del fútbol español: la carestía goleadora. En conjunto, 43 disparos con ánimo de gol, con sólo 12 entre los tres palos, no sirvieron más que para, tras un encuentro vibrante pero romo, acabar citándose ambos equipos en el punto de penalti. Y, una vez allí, encomendarse cada cual a la Providencia o a la suerte. A Dios o al Azar, reencarnados en los porteros, seres elevados entonces a la
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