De orgullo se llenó Carlos Alcaraz para intentar el milagro, pero era difícil, muy difícil, casi imposible. ¿Qué hubiera pasado si hubiera empezado como acabó? Ya no se podrá saber. El español cayó este miércoles ante Alexander Zverev en cuartos de final de Open de Australia en tres horas de juego. Fue uno de los peores inicios de partido de su carrera. Fue una remontada de carácter que demostró de lo que era capaz. A sus 20 años, otro paso en su aprendizaje. Con su juego, una oportunidad perdida en Melbourne, donde todavía no se ha acercado a la gloria. [Narración y estadísticas (6-1, 6-3, 6-7 [2], 6-4)]
Fue un duelo muy extraño porque, más allá del tenis, Alcaraz fluctuó en aquella que nunca falla: su ánimo. A principios del tercer set, se desesperó como nunca, clavado en el centro del Rod Laver Arena, perdido, agobiado, desmotivado. Y luego, de repente, cuando ya todo estaba perdido, se encontró en la pista, empezó a sonreír e incluso disfrutó en uno de los mejores tie-breaks que se le recuerdan. Su equipo le miraba y alucinaba: primero, por el desánimo y luego, por el pundonor.
El horroroso inicio
En un torneo notable, casi excelente, con actuaciones completas, Alcaraz no fue Alcaraz, cosa extraña. Ante uno de los mejores sacadores del circuito, Zverev, no halló su posición al resto y eso le desesperó. En los primeros dos sets, su adversario ganó casi todos los puntos -35 de 39- y, centrado en evitarlo, el español olvidó su propio tenis. Nada le funcionaba. Ni su servicio -un 55% de primeros en el primer set-, ni su derecha -11 errores no forzados-, absolutamente nada. Cuentan quienes le conocen que en los primeros juegos se puede saber si ganara o no el partido y este miércoles pronto se pudo saber que iría mal. Sus dos primeros saques fueron fallidos: doble falta. Así se resumieron las dos primeras horas del encuentro.
Durante muchos minutos pareció que el número dos del ranking completaría su peor partido en un Grand Slam, quizá incluso en su carrera. Ahora se colocaba aquí, ahora, allá y después, un poco más allá; miraba la pista, se movía por ella y se le hacía gigante, inmensa, una llanura inacabable donde no había un solo lugar para él. Pocas veces estuvo tan perdido.
La reacción final
Y de golpe despertó. En el tercer set, cuando cualquiera se hubiera entregado, con un 5-2 en contra, expuso todo su carácter para conseguir un break, el primero del partido, y llevar a Zverev hasta el tie-break. Al alemán siempre le cuesta cerrar sus victorias y esta vez no fue diferente, tembló, Zverev tembló, pero también Alcaraz cambió mucho. Al resto descubrió un huequito en la pista donde poder responder a los proyectiles de su rival y recuperó su juego. Como si nada hubiera pasado antes, mejoró su saque -de un 55% de primeros a un 73%-, su derecha volvió a atemorizar y de dejada en dejada se fue gustando.
En el cuarto set si un experto en lenguaje corporal hubiera tenido que apostar por un vencedor hubiera colocado todo su dinero en la casilla de Alcaraz. Sonriente, animaba a su propia gente mientras Zverev, devastado, incluso pidió un tiempo muerto médico. El alemán venía de jugar dos rondas a cinco sets, acumulaba cinco horas más en pista que el español durante el torneo, y el paso de los minutos le perjudicaba.
Las conclusiones
Pero tenía demasiada ventaja y demasiada costumbre de jugar en el alambre. Con un 4-4 en el marcador, cuando se advertía otro tie-break e incluso un quinto set de escándalo, Zverev sentenció con una rotura definitiva y se llevó el pase a semifinales donde se encontrará con Daniil Medvedev. En la otra parte del cuadro habrá un Novak Djokovic contra Jannik Sinner.
Para Alcaraz, la parte negativa es esa: no estará en la fiesta que protagonizarán sus grandes rivales de los últimos tiempos y no lo hará por deméritos propios, por un inicio espantoso ante Zverev. Pero también hay parte positiva: alcanzó los cuartos de final, con lo que implica en el ranking ATP, y ante el alemán confirmó que le sobra carácter. ¿Qué hubiera pasado si hubiera empezado como acabó? Ya no se podrá saber.