No fue suficiente la irreverencia para deshacer el oficio. El Barça rozó la corona europea en esta primera fase pero el Atalanta evitó que se la ajustara sin que eso supusiera haber logrado el objetivo de colarse entre los ocho mejores. Se sostuvo el equipo de Flick en Lamine Yamal, inconformista como buen adolescente. No especuló, no echó cuentas y se agigantó ante las trampas de del rival buscando sin cesar, como si fuera un juego de escapismo, la manera de noquearles. Fue su irreverencia la que estuvo a punto de sorprender a un pegajoso Atalanta que no halló cómo frenarle. A fuerza de descaro y diabluras, los descosió, con su capitán Raphinha de escudero, pero se encontraron con que los italianos renacieron una y otra vez.[Narración y estadísticas: 2-2]
El Barça hubiera podido ver la superjornada por televisión con palomitas porque, contra todo pronóstico después de aquella primera derrota ante el Mónaco, había cuajado una competición casi perfecta, por momentos arrolladora, que le colocaba en octavos de manera directa librándoles de cualquier agonía. Sin embargo, en un momento álgido de la temporada, afianzarse en el segundo escalón tras un Liverpool que parecía inalcanzable no era suficiente. Hansi Flick mandó ese mensaje con un once en el que no falta nadie. Necesitaba todo el talento para vencer a un Atalanta incómodo que sí se jugaba esquivar una eliminatoria.
Fue tan previsible el equipo de Gasperini como efectivo, porque en la tela de araña que teje a sus rivales caía el Barça. Solo había un jugador capaz de liberarse por su imprevisibilidad. Lamine Yamal fue el quebradero de cabeza de los italianos. En su primera escapada por la banda filtró un balón prometedor a la carrera de Raphinha al que se anticipó De Roon. Primer intento. Respondió el Atalanta haciendo aparecer a Szczesny por primera vez a los diez minutos cuando Zappacosta se escapó por la orilla izquierda para poner el centro perfecto a De Ketelaere que tocó Balde para enviarlo al cuerpo del meta polaco. Se lamentaba Gasperini mientras Flick contenía la respiración por su apuesta, arriesgada, bajo los palos.
Era el partido un toma y daca entre dos equipos dispuestos a dañarse pero sin encontrar cómo. Probó de nuevo Lamine con un disparo de rosca desde la frontal marca de la casa, gemelo de aquel ante Francia, que esta vez rozó el palo. Él agitaba, y aunque Atalanta encontraba disparos como el de Retegui que salvaron los dedos de Szczesny, siguìó tirando de repertorio: un doble recorte a los defensas o un centro a Lewandowski que no cazó.
Se llevaron los azulgrana el susto de un tanto anulado a Zappacosta, pero al regreso del vestuario Lamine encontró el premio. Una jugada que nació en Koundé, que Lewandowski, arrastrando a su par a la medular, descargó en la banda para que Raphinha asistiera al chiquillo, que iba a jugar. Escondió la pelota a Kolasinac y batió a Carnesecchi. El golpe espabiló a los italianos, fuera de los ocho primeros con la derrota.
Respiraron cuando Lamine volvió a inventar un golpeo de exterior que salvó su portero y, sobre todo, con un disparo desde la frontal de Éderson que fue el empate. Lejos de tranquilizarse, el duelo se volvió a romper. En el intercambio de ataques, Araújo cabeceó al segundo palo un córner de Raphinha y Pasalic fusiló la portería culé tras un centro de Zaniolo. Fue entonces cuando Flick tuvo que explicarle a Lamine, enfuruñado, por qué le sacaba del campo. El empate no les servía a Atalanta para librarse de una eliminatoria y tampoco permitía al Barça aprovecharse del tropiezo del Liverpool .