El balón con el que Marco Tardelli marcó a Alemania el 2-0 en la final del Mundial 82, el mismo con el que Juan Señor, un año después, hizo el 12-1 a Malta en el Villamarín, se elaboró a mano en un pequeño pueblo del Bajo Aragón, desde donde Adidas lo distribuía a todos los rincones del planeta. El Tango España, con su hermosa combinación de parches hexagonales y pentagonales, supuso sólo una leve evolución del esférico con el que se había disputado el Mundial de Argentina. Sin embargo, su génesis guarda fascinantes historias, que van desde la sede de Adidas en Estrasburgo a las cárceles españolas.
Para una compresión exacta del Tango España hay que remontarse dos décadas atrás, cuando Horst Dassler, hijo de Adi, uno de los fundadores de Adidas, se empecinó en fabricar balones a gran escala. Horst, tan ambicioso como workaholic, pretendía llevar la empresa con sus peculiares manejos, casi siempre a espaldas de su progrenitor, que se pasaba las horas en el taller familiar de Herzogenaurach. Dotado de un encanto personal con el que solía cautivar a las estrellas del deporte, Horst estaba convencido del formidable potencial de su marca. Adidas comercializaba botas y camisetas, pero fallaba con la pieza esencial del fútbol.
En 1962, durante un viaje por España, Horst oyó hablar de una tienda de deportes que distribuía material de gran calidad en Barcelona. Él amaba nuestro país desde la infancia, cuando había aprendido el idioma durante alguna estancia en Oviedo. Así que no dudó en recoger sus bagajes y viajar a la Ciudad Condal en busca de los dichosos esféricos. El comercio en cuestión, situado en el número 7 de la Plaza Urquinaona, era Deportes Martín y lo regentaban Mariano Martín y Benito García, dos ex futbolistas del Barça. Entre su catálogo destacaban los balones Nitram [Martín leído al revés], de uso en Primera División y elaborados artesanalmente en una pequeña localidad zaragozana llamada Fabara. Tan asombrado quedaría Dassler al ver la pelota que se puso al volante para llegar a aquel pueblo de 1.700 habitantes, a orillas del río Matarraña. Cuando sus los , humildes agricultores y curtidores, salieron a recibirle, quedaron boquiabiertos con su sedán de fabricación alemana.
“Para pagarte los caprichos”
Tras una fallida negociación con Manufacturas Meseguer, la fábrica líder en Fabara, Horst pudo cerrar un trato con Pedro Albiac, un tipo capaz de aunar voluntades por los contornos. Desde aquel día, en cada pueblo de la comarca, hombres, mujeres y niños coserían los Adidas distribuidos a todos los rincones del planeta. Así lo confirma a EL MUNDO Francisco Doménech, ex alcalde de Fabara. “En todas las casas, a la vuelta de la labor en el campo, se trabajaba una o dos horas por la noche. Sobre todo, en otoño e invierno, cuando apenas había otra distracción, porque aquí nunca tuvimos buena cobertura de televisión y radio. El balón suponía un dinero extra para pagarte los caprichos”.
A comienzos de los 70, Doménech ya trabajaba en uno de esos talleres, por lo que conoce cada detalle del modus operandi de Adidas. “Se vieron obligados a buscar cosedores debajo de las piedras, pero la gente les miraba con recelo, como a cualquier forastero. Los cosedores, por relación de amistad o parentesco, preferían trabajar para las otras fábricas”. Pese a estas trabas, los lazos entre la marca alemana y Fabara se estrecharon hasta crear un canal simbiótico. Mientras al pueblo llegaban camiones de Francia cargados con piezas de cuero, el astuto Albiac enviaba a la fábrica de Estrasburgo a los cosedores más hábiles para que adiestrasen al personal francés.
Según los datos recopilados en El Bajo Aragón expoliado: recursos naturales y autonomía regional (Deiba, 1977), por aquella época, las manos más expertas podían coser tres balones al día, por los que cobraban 480 pesetas. Los cerradores acababan 25 esféricos diarios y percibían 750 pesetas. Todo este trabajo domiciliario, claro está, sin nómina, ni seguridad social, ni la certeza de que al día siguiente el patrón ofreciese más destajo. “Adidas pagaba peor que las fábricas locales. Como cualquier multinacional no regalaba el dinero”, puntualiza Doménech. En cualquier caso, desde el Mundial de Argentina, Horst había tenido un especial cuidado con el Tango, su nueva criatura, recubierta con un material sintético que la impermeabilizaba de la lluvia. Ese mimo lo reforzaría para la siguiente Copa del Mundo.
“Desde Francia se impuso que todos los Tango debían ser confeccionados en Fabara por los cosedores y cerradores más cualificados. Adidas no daba un Tango a cualquiera, sino que seleccionaba a quien mejor apretaba el hilo, al más cuidadoso y reposado”, detalla el primer edil de la localidad entre 1999 y 2023. Si podían las prisas, los puntos se descosían, brotaba un pequeño globo en la cámara y al siguiente puntapié el balón reventaba. Desde Fabara, los esféricos se enviaban a la central de Caspe. Allí operaba Arena Sport, germen de Adidas España, donde el fiel Albiac ejercía de director gerente. La masiva demanda desencadenaría una idea de negocio que hoy, más de cuatro décadas después, aún causa estupor.
“En prisión trabajábamos casi como esclavos, sin apenas luz”
“Hablaron con el Gobierno de España para que les permitiera un programa de reinserción con los presos. Albiac en persona y Luis Panillo, uno de sus subordinados, adiestraron a los reclusos por las cárceles”, detalla Doménech. Estas revelaciones son confirmadas a EL MUNDO por Daniel Pont, cofundador de COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha), que conoció de primera mano el funcionamiento de estos talleres en el penal de El Puerto de Santa María, uno de los más duros de España. “Las condiciones las recuerdo como muy precarias, esclavistas: talleres de reducidas dimensiones y escasa luz natural, con muchos reclusos con llagas en las manos, vendadas con trapos, sin levantar la cabeza del cosido y sin hablar con nadie. Hasta para ir al baño había que pedir permiso”, ilustra Pont.
El organismo autónomo encargado de aquella gestión era Trabajos Penitenciarios y según Agustín Moreno, otro miembro de COPEL, sus redes de trabajo con los balones se extendían por las prisiones de Ocaña, Burgos o la Modelo de Barcelona. «Si la memoria no me falla, nos pagaban 25 pesetas por unidad. Con ese dinero podías tomar un café diario durante dos semanas o comprar un bocadillo de sardinas en el economato».
Moreno, víctima de torturas e interminables aislamientos en las cárceles franquistas, mantiene nítido el recuerdo de lo sucedido en una sala aledaña a lo que en El Puerto se conocía como el Telón de Acero, un celular aislado del resto de galerías. «Los monitores nos enseñaban, aunque era muy laborioso y dolían mucho las manos, por la falta de protección. Nos daban dos agujas con sus hilos. Una entraba por un lado y salía por otro. Con la otra aguja, al revés, de forma que se conseguía un doble trenzado», detalla.
La rutina diaria, totalmente militarizaba comenzaba a las nueve, a toque de corneta. El recuento, los botones abrochados, el pelo casi al rape… «No había posibilidad de reclamar o de sindicarte, porque eso conllevaba mala conducta. Y podían torturarte por ello», detalla. “Éramos verdaderos zombis en un trabajo escasamente rehabilitador», completa Pont, cuyo móvil no deja de sonar desde el estreno de Modelo 77, la película de Alberto Rodríguez que relata la lucha por los derechos de la población reclusa en las postrimerías del franquismo.
“Marcó un antes y un después”
Al otro lado de los barrotes -aunque hoy resulte difícil de creer- por entonces aún no existía en España una sola tienda de Adidas. De hecho, los artículos deportivos se agrupaban en un concepto tan etéreo como “tiempo libre”. Así, el primer establecimiento monomarca de la familia Dassler se abrió en 1982 en la Avenida Diagonal de Barcelona, bajo los auspicios de Antonio Campos, ex futbolista del RCD Espanyol. Pese al estrepitoso fracaso de la selección dirigida por José Emilio Santamaría, lo cierto es que el Tango seguía siendo el regalo soñado para miles de niños. Y no se trataba precisamente de un artículo barato, ya que su precio rondaba las 3.000 pesetas (18 euros).
“Este balón marcó un antes y un después”, compendia Paco Buyo, que no fue convocado para el Mundial, pero sí defendió los palos durante el histórico 12-1 en Sevilla. “Estaba bastante logrado y no tenía nada que ver con los actuales. No hacía tantos extraños”, analiza el ex guardameta del Real Madrid, aún con algún ejemplar de recuerdo en casa. De aquel Tango España, el último confeccionado íntegramente en cuero con el que se jugó una Copa del Mundo, surgieron otros modelos, como el Tango Málaga, diseñado para las superficies duras, el Tango Indoor, para fútbol sala o el Tango Madrid, con el que se disputaría la Liga 1984-85. “No hay que olvidar que hasta entonces cada equipo ponía su balón. Quien vestía Puma jugaba con un Puma; quien vestía Mikasa, como Osasuna, pues ponía un Mikasa, que para mi gusto era horroroso”, completa el guardameta gallego.
En cualquier caso, la popularidad del Tango se polongó durante la década de los 80 mientras convivía con ese durísimo Mikasa, paradigma del fútbol modesto, al que se refiere Buyo. Su último torneo oficial, ya bajo la denominación Tango Europa, fue la Eurocopa de 1988. La UEFA aún lo mantuvo dos años más para sus tres competiciones de clubes. El declive del Tango coincidió con el final de la actividad domiciliaria en Fabara y la agonía productiva en la central de Caspe. Hasta que Adidas finalmente trasladó la fabricación de balones a Pakistán y Marruecos, donde los costes de mano de obra resultaban irrisorios. Era 1994, el año del Questra y del Mundial de Estados Unidos.
Este triste epílogo no enturbia la nostalgia de Doménech, cuya voz aún vibra con los días dorados. “A mediados de los 70 éramos la capital mundial del balón, con una producción que oscilaba entre 700.000 y 1.000.000 de unidades al año”, relata el representante del PSOE. Todo, según cuentan los viejos del luegar, por obra y gracia de una mujer fabarola. “Ella encontró el modo de sustituir el viejo y miserable correón, que hasta entonces servía como cierre. Lo logró introduciendo el conocido como punto ruso, que permitía esconder la costura a medida que se cosía”. Una solución sencilla y definitiva. Como la de los genios.
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